La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Yabrán: El socio del silencio.

Por Christian Sanz y Fernando Paolella

“El hierro afila el hierro, de la misma manera, el hombre afila a otro hombre”. Proverbios, XXVIII

Hasta que Cavallo popularizó su nombre en 1991, de Yabrán se sabía personalmente muy, pero muy poco. Apenas que era fanático de River y muy amigo de Juan Destéfano, quien fuera presidente de Racing e íntimo del entonces presidente Carlos Menem; que le gustaba levantarse temprano, tomar mate y salir de vacaciones con su familia.

Si algo detestaba Yabrán, era que le sacaran fotos.“Nadie, ni siquiera los servicios de inteligencia tienen fotos mías en sus archivos”, dijo en una tensa entrevista con Héctor D’Amico, entonces director de Revista Noticias.

No era del todo verdad porque circulaba una sola, de cuando Yabrán tenía veintipico y todavía era simplemente Quico, en la que esbozaba una amplia sonrisa y tenía el pelo completamente negro. Pero no había ni siquiera una del último cuarto de siglo.

La fobia de Yabrán por las fotos se extendía a los periodistas y había logrado inoculársela a sus familiares. El 13 de octubre de 1991, los custodios de su mansión ahuyentaron al periodista Gustavo González, de Noticias, disparando un tiro que pasó a unos pocos centímetros por sobre su cabeza. Y una periodista del diario La Prensa, Florencia Álvarez, recibió un tiro de calibre 38 en el muslo cuando en Larroque le insistió a Carlos Yabrán en su pretensión de entrevistarlo.

Noticias había logrado obtener fotos suyas en Pinamar, mientras miraba fuegos artificiales que el mismo había encargado. Las fotos habían sido obtenidas burlando a su custodia en un operativo organizado por José Luis Cabezas. Yabrán no quería por nada del mundo que se publicaran. Según algunos, porque acostumbraba a utilizar falsas identidades en sus movimientos, transacciones comerciales e inspecciones a las filiales de sus propias empresas. Otras fuentes iban aún más lejos y alegaban que Yabrán, como Monzer al Kassar, solía usar pasaportes con falsa identidad.

¿Para qué utilizaría Yabrán pasaportes falsos? El diputado mendocino Raúl Vicchi expresó públicamente sus sospechas acerca del porqué. Según él, estaba “vinculado al tráfico internacional de heroína y la producción y elaboración de tal droga realizada en el Valle de la Bekaá”, en territorio libanés pero ocupado por tropas sirias.

Varios medios hicieron trascender en su momento que Yabrán había tenido que marcharse de Italia a causa de su relación con las drogas. Y los informes de Inforsec (una agencia privada creada al iniciarse la dictadura por el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, y pasada tras las asonadas carapintadas a la férula de la SIDE), vocero oficioso de la CIA, lo acusaban abiertamente de lavar dinero proveniente del tráfico de drogas.

“El objetivo principal (del Grupo Yabrán) es negar todo el contrabando que se encuentra en los depósitos de LADE” (Líneas Aéreas del Estado: los mismos que después pasarían bajo el control de una sociedad entre Yabrán y la Fuerza Aérea, la Empresa de Cargas del Atlántico Sur SA o EDCADASSA), afirmaba uno.

Se trataba de una ingente cantidad de “mercaderías no amparadas por documentación aduanera, bultos canguro, equipajes no acompañados, etc. Las empresas ingresan a la pista para obtener la correspondencia pre y post aérea de Encotel. Están siendo investigadas por la Policía Federal por su vínculos con el tráfico de drogas”, agregaba.

Pero Yabrán controlaba en realidad a gran parte de los comisarios de la Policía Federal, que le debían incontables favores. Y así fue cómo, en 1992, la sede de Inforsec fue volada por una bomba.


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Nallib Miguel Yabrán llegó a la Argentina desde Siria en 1920, y poco después se instaló en el pueblo de Larroque, a unos 40 kilómetros de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos. Aunque no puede asegurarse con certeza de qué lugar exacto de Siria provenía, su apellido procede de Yabrud, una pequeña ciudad de Siria que hoy no llega a los 70.000 habitantes y que entonces no bordeaba los 20.000.

Yabrud tiene una situación estratégica. Está a 38 kilómetros al norte de Damasco sobre la carretera nacional 5, y es la encrucijada que une a las principales ciudades sirias con el fértil valle libanés de Bekaa, del que la separa la cordillera del Antilíbano, que se extiende paralela a la costa mediterránea.

De Yabrud son originarios, entre otros famosos, los Al Kassar, los Tfeli y los Menehem, parte de cuya familia cambió (o, mejor dicho, le cambiaron) el apellido por Menem.

Yabrud siempre fue el lugar por donde desde épocas inmemoriales tanto el hashish como los derivados del opio –ya sean cosechados en el valle como los procedentes de Turquía y del “Triángulo del Oro” asiático- recalaban antes de pegar el salto hacia Europa. Su fama es tan turbia que los damasquinos tiene un refrán: “Mejor tratar con un judío que con alguien de Yabrud”.

Prolífico y longevo, Nallib tuvo diez hijos y casi la misma cantidad de ocupaciones: comerciante, peluquero, prestamista, criador de vacas y heladero, entre otras. De sus hijos, además de Alfredo, el más pequeño de los varones, habían muerto anteriormente otros dos chicos.

Dos hermanas de Alfredo viven en Buenos Aires: la psicóloga Beatriz y Nelly. Los otros cinco viven en Larroque: Angélica, la mayor, maestra jubilada, más conocida como Coca; José, alias Toto, quién se encarga de la administración de los campos de Alfredo a través de la firma Yabito (su apodo de pequeño); Miguel, llamado familiarmente Negrín, dueño de una empresa de transportes que recorre todo el país; Carlos, que se hizo conocido públicamente cuando atacó a tiros a una periodista, y María del Carmen.

Fue Alfredo, nacido el 1 de noviembre -Día de Todos los Santos- de 1944, quién haría famoso el apellido. Una paradoja en un hombre que siempre procuró no llamar la atención.

De pequeño, lo llamaban Quico. Quienes lo conocieron entonces lo recuerdan con pantalones cortos y camisa blanca recorriendo el pueblo con un carrito hecho con un cajón de manzanas y ruedas de bicicleta para ofrecer los helados que fabricaba su padre.

Recuerdan también su férrea voluntad de no dejarse prepotear por nadie. Para cuando cumplió 15 años, había reemplazado aquél carrito por uno tirado por un caballo y techado. Cursaba por entonces el colegio nacional en el “Villa Larroque”. Algunos pocos alumnos recuerdan a Quico como muy vivaz e inteligente. “Al profesor de Matemáticas, lo daba vuelta, sabía más que él”, evocó Arminda Cabrera.

Alfredo recibió su título de bachiller en 1961, dentro de una escuálida promoción de apenas ocho estudiantes. Estaba orgulloso de poder darle esa satisfacción a sus padres. Pero tras los festejos, resultó obvio que el pueblo ya no tenía nada que ofrecerle. Así fue que se marchó a Buenos Aires con unos pocos pesos.

“Quería estudiar ingeniería química porque le interesaba el petróleo”, recuerda su hermano Carlos. Pero la falta de dinero lo condujo a buscar trabajo, y lo consiguió como ayudante de pala en una panadería, donde probablemente haya observado con atención el modo mafioso en que se regulaban los precios del sector, gremio desde donde hace mucho menudean los pequeños atentados para disciplinar a los advenedizos que pretenden vender pan más barato o poner despachos en zonas que no fueron previamente acordadas.

Más tarde trabajó en Burroughs como vendedor y reparador de máquinas de oficina, “uno de los mejores”, según se enorgullecía. Uno de sus mayores éxitos fue proveer de máquinas a la petrolera estatal YPF, ocasión en la que conoció a Diego Ibañez, quien pronto, tras ser asesinado Adolfo Cavalli, se convertiría en el secretario general del poderoso Sindicato Único de los Petroleros del Estado (SUPE).

Yabrán y varios de sus amigos, entre ellos Alejandro Barassi y Alberto Isaac Chinkies, tuvieron que irse de Burroughs cuando quedó claro que cuando ellos hacían buenos negocios, no necesariamente los hacia la empresa. Desde entonces Barassi y Chinkies gozaron de la confianza de Yabrán, quien los designaría sucesivamente presidentes de su empresa insignia, OCASA.

Yabrán y Barassi ingresaron en Transportes Juncadella SA, la empresa transportadora de caudales de los hermanos Enrique (comodoro retirado) y Amadeo Juncadella, estrechamente relacionada con las Fuerzas Armadas y de Seguridad y los servicios de informaciones. Fue allí donde progresó mucho.

A mediados de 1975 gobernaba la viuda de Juan Perón, María Estela Martínez (a) Isabelita, y se registraba el apogeo del poder del superministro de Bienestar Social, José López Rega (a) El Brujo, principal impulsor del terrorismo estatal de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) o Triple A.

Fue por entonces, más precisamente el 28 de junio, cuando Yabrán y su esposa, Cristina Pérez, aparecieron como dueños mayoritarios de una empresa surgida de las costillas de Juncadella: la Organización de Clearing Argentino SA (OCASA) con 130.000 acciones. Más que las que permanecían en manos de los hermanos Juncadella.

Este gran salto que hubiera hecho palidecer de envidiada a Mao Tsé Tung, sigue envuelto en brumas. Crónica, diario para nada hostil al misterioso empresario desaparecido, publicó sucesivamente dos versiones acerca de sus razones.

La que podríamos llamar versión Heidi es: "parece ser que con los ahorros y una indemnización que le pagaron en Juncadella, Yabrán se compró un camioncito y comenzó a distribuir encomiendas y cartas dentro de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires con OCASA, y, como quiera que el transporte de correspondencia era monopolio del correo estatal, la de Yabrán -aunque tolerada por los sucesivos gobiernos- era una actividad clandestina pero floreciente que le permitió hacerse rico de la noche a la mañana”.

Esta versión coincide con lo expresado por el propio Yabrán: "Un amigo empresario (se supone que Amadeo Juncadella) me ofreció el 50 por ciento de OCASA, una empresa muy pequeña que prestaba preferentemente servicios a los bancos. Como nosotros éramos eficientes y el correo un desastre, empezamos a tentarnos con nuevos servicios, nos gustó y desarrollamos la OCASA pujante que hoy se conoce, de la cual soy en la actualidad el accionista mayoritario".

Yabrán dio esta explicación al enviarle una carta a la revista Noticias, la que puntualizó luego que en realidad éste se había hecho con el control absoluto de OCASA, ya que su mujer también había adquirido acciones. Yabrán pasó a ser, junto con su esposa, María Cristina Pérez, el principal accionista de OCASA, aún con mayor poder que sus antiguos jefes, Enrique y Amadeo Juncadella.

La otra versión de cómo Yabrán desbancó a los Juncadella pertenece también a Crónica. Resulta más verosímil: Yabrán habría hecho una fortuna "en Florencia, Italia, donde fundó una empresa asociado con el presidente de Libia, Muhammar Khadafi", dice escuetamente.

Khadafi acababa de hacer un acuerdo con López Rega, estaba asociado con el Grupo Agnelli y el mismísimo Vaticano en la producción y venta de armamentos. Es decir, con la Logia Propaganda Due de Licio Gelli, integrada en nuestro país, entre otros, por el almirante Emilio Eduardo Massera y el general Carlos Guillermo Suárez Mason. 

Originalmente, OCASA había sido pensada por los hermanos Juncadella como un muletto de Juncadella, que con 300 camiones valuados cada uno entre 50 y 70 mil dólares, controlaba el 70 por ciento del movimiento de efectivo en la plaza bancaria.

Juncadella fue en su origen una empresa familiar fundada en 1932 por el inmigrante catalán Francec Juncadella. Desde entonces tuvo un crecimiento sostenido, aunque razonable, hasta que, como varios de los que más tarde conformarían los grupos económicos mas poderosos del país, experimenta un boom a partir de 1976, al amparo de la tablita de José Alfredo Martínez de Hoz y su curiosa -y no menos funcional a los rápidos negocios privados- doctrina de la subsidiariedad del estado.

Mientras José Alfredo y su amigo, el ex ministro del Interior Albano Harguindeguy, iban de safari al África, Amadeo Juncadella se dedicaba a otra clase de caza mayor. Fue así que para el ocaso de la dictadura militar tenía ocho filiales en Brasil (bajo los nombres de Minaseorte SA y Prosegur SA), y sucursales en Paraguay (Prosegur Paraguay SA), Chile (Prosegur Compañía de Seguridad SA), Uruguay (Transportadora de caudales Juncadella - Musso SA), Estados Unidos (Prosegur Incorporated), España y Lugano (Suiza).

Para entonces hacia rato, desde 1980, que Yabrán tenía todo el paquete accionario de OCASA.

Los negocios colaterales al transporte de caudales pueden ser todo lo fructíferos que las disposiciones bancarias y la inflación lo permitan. Desde la inversión en las mesas de dinero de los sueldos de los empleados del estado "distraídos" por tres o cuatro días (recuérdese que, por ejemplo, hasta muy entrado el año ‘83, momento en que las autoridades recordaron que tenían un banco, el pago de los sueldos de empleados de la Municipalidad de Buenos Aires estuvo a cargo de Juncadella), la violación de la norma que establece la obligatoriedad del encaje bancario hasta el tránsito ad eternum de los fondos de entidades amenazadas de embargo, Juncadella y OCASA incurrieron en todas.

En las primeras extensas periodísticas sobre las actividades de Yabrán, los periodistas Alberto Ferrari y Alberto Ronzoni afirmaron que OCASA fue, en origen, un invento de Juncadella para forzar y ganar nuevas licitaciones en los Bancos de La Nación y la Provincia de Buenos Aires, proceso que se puso en marcha tan pronto como los militares asaltaron el poder el 24 de marzo de 1976.

El nuevo ministro de economía, Martínez de Hoz, nombró director del Banco de La Nación a su amigo -e hijo del dueño del Banco Ganadero- Juan Ocampo, quien ocupó su despacho en el imponente edificio de Rivadavia y Balcarce en compañía del coronel Rómulo Colombo, designado al frente de la gerencia de personal.

Colombo cesanteó a más de cien empleados alegando razones gremiales y políticas. En el interín, otros veinte trabajadores pasaron a engrosar la lista de "desaparecidos". Mientras el coronel hacía esta "limpieza" que garantizaba la ausencia de protestas, Ocampo ordenó reacondicionar los camiones blindados del Banco Nación en los talleres del tercer subsuelo.

Cuando estuvieron listos, los puso a la venta. Los compró Juncadella a precio vil. Desde entonces, aquellos mismos camiones, ahora con el nombre de Juncadella en grandes caracteres, se encargaron del grueso del transporte de caudales del Banco Nación, que en la práctica se había quedado sin flota propia.

La historia es sencilla y de tan repetida, casi rutinaria. Si bien en sus negocios con las empresas privadas proveedoras de servicios el estado argentino actuó tradicionalmente como un gigante descerebrado y manirroto, aquellas nunca dejaron de advertir la conveniencia de contar con competidoras de paja que presentaran presupuestos "optativos" en las distintas licitaciones.

Cae de maduro que el sentido de este recurso, que en términos elegantes se denomina “cartel” es el inverso al que se espera de la libre competencia. Para decirlo de otro modo, siempre es preferible asaltar al gigante en banda que hacerlo de a uno.

Es este principio rector que dio nacimiento a OCASA, producto de un acuerdo entre Juncadella y OCA, uno de los correos privados más antiguos del país, con sede en Córdoba y participación de la Fuerza Aérea.

En 1976 Juncadella desistió de continuar prestando un servicio al Banco Provincia que le resultaba poco ventajoso, solicitando que se convocara a una licitación. Los militares, que se habían adueñado de todos los resortes económicos a sangre y fuego, accedieron.

A la convocatoria se presentaron dos oferentes: la propia Juncadella y la novel OCASA, que con suerte de principiante se alzó con el contrato a pesar de haber licitado por valores muy superiores a los que el banco solía pagar. Naturalmente, el precio de Juncadella era todavía mayor.

“OCASA carecía de camiones y fue preciso pintar de amarillo y negro varios de los grises de Juncadella", escribieron Ferrari y Ronzoni.

OCA puso en venta su parte del paquete accionario de OCASA a los hermanos Juncadella, disconforme con "algunas cosas raras que constituían recursos comerciales empleados en el mercado", pero Yabrán logró evitar que los Juncadella le quitaran el manejo de la empresa, a la que hizo crecer de manera vertiginosa a partir de 1979, cuando se convirtió en la principal permisionaria de Empresa Nacional de Correos y Telecomunicaciones (Encotel).

OCA no vendió su parte sólo por “algunas cosas raras”. Estaba asfixiada porque Encotel le había iniciado una demanda de 8 millones de dólares por incumplimiento de contrato.

Ferrari y Ronzoni escribieron a fines de 1987 que ese juicio se había definido hacía “pocos meses con un resarcimiento menos oneroso: OCA, ahora perteneciente al grupo Yabrán, se compromete a trasladar 30 kilos de correspondencia diaria hasta Rosario durante 10 años".

Naturalmente, Yabrán había comprado OCA con el compromiso de asumir los costos del juicio de Encotel, el correo estatal que logró penetrar hasta convertirse en el poder detrás del trono durante los años de la dictadura, poder que no solo decreció, sino que se consolidó durante los primeros años de democracia.

Es lo que explica que haya logrado cambiar el pago de 8 millones de dólares a Encotel, por 3.650 viajes de OCA a Rosario, a razón de 2.200 dólares cada uno.

Que OCA, OCASA y Juncadella estaban cuando menos cartelizadas era obvio, pero lo que no resultaba por entonces tan obvio era que el control del “cartel” no había quedado en manos de los hermanos Juncadella, sino del testaferro que éstos habían puesto al frente de OCASA. Es decir, de Yabrán.

¿Cuándo Yabrán logró subordinar a los Juncadella? Fue un proceso y es difícil definir una fecha. Según la historia echada a rodar por Crónica, Yabrán tuvo que escapar de Italia a mediados de la década de los 70 perseguido por la DEA, que lo acusaba de ser un experto blanqueador de dinero proveniente del narcotráfico. Es más: aseguró que desde entonces, Yabrán tuvo vedada la entrada tanto a Italia como a los Estados Unidos.

Quizá el año clave haya sido en 1978, cuando Massera creía tocar el cielo con sus manos ensangrentadas, y se celebró un mundial de fútbol cuya seguridad fue ejercida por Batallón 601 de Inteligencia del Ejército y cuya copa no se guardó en las bóvedas del Banco Nación, sino en la sede-fortaleza de Juncadella, en la calle Tres Arroyos.

Lo cierto es que, en 1980, Yabrán ya controlaba el ciento por ciento del paquete accionario de OCASA, lo que acota como máximo a 1979 el momento en que Yabrán se convirtió en el capo oculto del correo y de los transportes de valores.

Como fuere, al año siguiente (1980), Encotel introdujo modificaciones a la ley Postal, autorizando a las empresas privadas a transportar correspondencia. Según delegados de los trabajadores del Correo, los autores del proyecto fueron los abogados  Rodolfo Balbín y Pablo Rodríguez de la Torre, ambos muy vinculados a Yabrán. Hasta el punto de que, en la práctica, Balbín (ya fallecido, conocido como El Duque y sobrino del extinto líder radical) era el delegado de Yabrán en la Asociación de Permisionarios de Encotel (APE).

Para entonces, Yabrán había desaparecido hasta del directorio de OCASA, donde también lo reemplazó Balbín, quién además de presidirla era su síndico titular.

Yabrán tenía a su servicio a militares de alta graduación, como los generales Naldo Dasso, Antonio Vaquero y Alberto Bocalandro, y el coronel Carlos Alberto Zone, quienes se rotaban en el directorio de OCASA.

Vaquero tuvo mucho poder durante la dictadura, hasta el punto que el periodista Joaquín Morales Solá solía referirse en sus notas de Clarín al "grupo de las tres V" que habría integrado junto a los dictadores Jorge Rafael Videla y Eduardo Viola.

Fue Vaquero quien, al parecer, ejerció una considerable influencia para que OCASA fuera la única empresa autorizada a trabajar en Aeroparque. Además, ya retirado, Vaquero operó para destrabar una licitación que Yabrán habían ganado en Encotel, impugnada por Manuel Tienda León SA, que comenzó a sufrir molestos accidentes.

Otra de las tareas de las que se encargó el general fue la de persuadir a algunos propietarios de campos de Entre Ríos a que le vendieran 2.000 hectáreas a Yabito.

Entre 1982 y 1985 el ex intendente metropolitano, el brigadier Osvaldo Cacciatore, trabajó para Yabrán como director de una subsidiaria de OCASA, X Express, empresa que terminaría siendo dada de baja por Encotel gracias a un enorme cúmulo de irregularidades.

Otro brigadier cercano a Yabrán, Armanini, consiguió para OCASA un depósito en el aeroparque metropolitano.

En cuanto al coronel Zone, fue el último administrador militar de Encotel. Tras renunciar, en 1983 se trasladó a las oficinas del undécimo piso de Córdoba 1328, que eran de Yabrán, lo que nos exime de mayores comentarios.

Yabrán había comprado esas oficinas a través de su inmobiliaria Aylmer en octubre de 1981 a una empresa llamada Fundar SA, intervenida por la Comisión Nacional de Reparación Patrimonial (Conarepa): el vehículo utilizado por la dictadura para la usurpación sistemática de bienes pertenecientes a opositores exiliados, detenidos o desaparecidos. En nombre de Fundar SA firmó las escrituras el capitán de navío (RE) Arnoldo Cennari, administrador de la Conarepa.

En esa oficina funcionaron Lanolec y Yabito, dos de las tres empresas (la otra es OCASA) que Yabrán siempre reconoció como propias, y también sirvió como primera dirección legal de Bridees, la empresa de seguridad que le servía de custodia, cuyo nombre querría decir “Brigada de la Escuela (de Mecánica de la Armada)”, integrada por conspicuos represores del “grupo de tareas” de la ESMA y del Servicio Penitenciario Federal (SPF).

Antes de dejar Encotel para ir a trabajar con Yabrán, el coronel Zone tuvo la delicadeza de renovar por 10 años las licencias de OCA y OCASA. La norma era renovar los permisos por un plazo máximo de 5 años.

Cuando Zone saltó del Palacio de Correos a las oficinas de Yabrán, el gerente de explotación de Encotel, Aldo Irrera se marchó a Estados Unidos 15 días con todos los gastos pagos en compañía de su esposa.

Irriera fue sumariado tras la recuperación democrática, cuando al revisarse los contratos pudo verificarse que le había hecho firmar al correo estatal un contrato con una subsidiaria de OCASA, Villalonga Furlong, por dos millones de dólares anuales a cambio de un servicio postal que en ningún caso podía costar más de 500 mil.

Irrera, un íntimo de Balbín, soportó otros dos años en Encotel, y cuando se fue, la continuidad de la “línea” estaba garantizada. Su cuñado, Arturo Oscar López ya era director general de Encotel.

El período del gobierno del general Reynaldo Benito Bignogne, tras la derrota de Malvinas, fue muy propicio para el crecimiento del Grupo Yabrán. El poder detrás del trono de ese gobierno, el último de la dictadura, fue Carlos Bulgheroni, un empresario que había pasado de tener una polvorienta oficina en la Diagonal Norte (desde donde procuraba ganar licitaciones de provisión de Bridas para la petrolera estatal YPF) a hacerse vertiginosamente rico en poco más de un lustro.

Entre Bulgheroni y Yabrán había una afinidad natural: ambos eran nuevos ricos, ambos tenían y cultivaban todo tipo de contactos con los militares gobernantes y ambos también habían conformado pequeñas estructuras de seguridad que, en el caso de la de Bulgheroni, estaba enfocada claramente hacia la recolección de informaciones. Como un pequeño servicio de inteligencia y una “patota” al mismo tiempo.

Juntos hicieron lo del Gatopardo, y lograron ingresar a la democracia sin que nadie les reprochase nada, dispuestos a hacer negocios tan o más pingües con los funcionarios radicales que los coronados en el silencio y la oscuridad con los jerarcas de la dictadura militar.

Lo hicieron a través de un período especialmente del desmantelado y caro correo estatal argentino, acentuado por la multiplicación de huelgas y otras medidas de fuerza de su personal, y en medio de robos y extravíos de sacas de correspondencia.

Ante este panorama, las empresas privadas se pasaban en masa a los prestatarios privados. Lo que se vio potenciado cuando por resolución oficial se autorizó el "servicio ocasional" puerta a puerta, sin necesidad de contrato previo pero limitado a aquellas "permisionarias que dispongan de 60 vehículos exclusivos para efectuar el servicio y abonen 110 mil australes por año en concepto de renta postal". Solo OCA y OCASA cumplían dichos requisitos.

Esto, en síntesis, lo poco que un puñado de periodistas independientes había podido averiguar a fines de 1987. Pero cuatro años después, el ministro Cavallo y el semanario Noticias comenzaron a referirse públicamente a quién hasta entonces era apenas conocido por la gente vinculada a los correos, a los transportes de valores y a los aeropuertos como El Turco Yabrán (así, sin nombre de pila) o El Amarillo (en relación al color de los camiones de OCASA) y que todavía menos trataban entre dientes y ceremoniosamente como Don Alfredo.

Capítulo I: Siria y Menen, amores y traiciones. https://bolinfodecarlos.com.ar/siria_menen_amores.htm

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