La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Reír llorando.

Por Juan de Dios Pesa.

La historia de Garrick, el gran comediante derrumbado sobre sí mismo, contada en verso por el mexicano Juan de Dios Peza, siempre me pareció una de esas antologías de la tristeza humana. Y además, sin perder un átomo de vigencia. El payaso que ríe muy alto y llora muy despacio siempre existirá en algún rincón... de nosotros mismos.

Los versos son estupendos, pero la historia misma se lleva el mérito. Conocí primero la obra que el autor (una separación que tiene sabor a ficticia). La incluyo ahora, aquí, y espero que la disfruten tanto como yo. David Garrick fue uno de los nombres más grandes del teatro inglés en el siglo XIX. Y 'Spleen' era una tenebrosa forma de aburrimiento, de desgano, mortal y sin esperanzas. Algo como nuestro 'Stress' y nuestra 'Depresión'.

Reír llorando

 

Viendo a Garrick, actor de la Inglaterra,

el pueblo al aplaudirlo le decía:

Eres el más gracioso de la tierra y el más feliz.

Y el cómico reía.

Víctimas del spleen los altos lores,

en sus noches más negras y pesadas,

iban a ver al rey de los actores

y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez ante un médico famoso,

llegose un hombre de mirar sombrío:

-Sufro -le dijo- un mal tan espantoso

como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;

no me importan mi nombre ni mi suerte;

en un eterno spleen muriendo vivo,

y es mi única pasión la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis. -Tanto he viajado

-Las lecturas buscad -Tanto he leido

-Que os ame una mujer - ¡Si soy amado!

-Un título adquirid -Noble he nacido.

¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas

- ¿De lisonjas gustáis ? - ¡Tantas escucho!

-¿Que tenéis de familia?...-Mis tristezas

-¿Vais a los cementerios?... -Mucho, mucho.

¿De vuestra vida actual tenéis testigos?

- Sí, mas no dejo que me impongan yugos;

yo les llamo a los muertos mis amigos;

y les llamo a los vivos mis verdugos.

-Me deja- agrega el médico -perplejo vuestro mal,

y no debo acobardaros;

Tomad hoy por receta este consejo:

sólo viendo a Garrick podéis curaros.

-¿A Garrick ? -Sí, a Garrick...

La más remisa y austera sociedad lo busca ansiosa;

todo aquel que lo ve muere de risa;

¡tiene una gracia artística asombrosa!

-Y a mí me hará reír?-Ah, sí, os lo juro!;

él, sí, nada más él... Mas qué os inquieta?...

-Así -dijo el enfermo -no me curo:

¡Yo soy Garrick! Cambiádme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,

 enfermos de pesar, muertos de tedio,

hacen reír como el autor suicida

sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!.

¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,

porque en los seres que el dolor devora

el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,

si sólo abrojos nuestras plantas pisa

lanza a la faz la tempestad del alma

un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto;

que las vidas son breves mascaradas;

aquí aprendemos a reír con llanto

y también a llorar con carcajadas.

 


 

Garrick, David (1716 - 1779)

Fue el más eminente actor inglés de su tiempo y el intérprete máximo de los personajes de Shakespeare. Cultivó también la poesía cómica, que recitaba después en escena con excelente acogida del público.

Pero Garrick, junto con este prestigio de autor-actor, gozaba también de otros prestigios no tan lisonjeros. Entre ellos, el de pedir dinero prestado, que tenía fama de no devolver. Conforme a esta costumbre, un día se dirigió al acaudalado escritor lord Chesterfield, famoso también no tanto por su talla literaria cuanto por sus mordaces ocurrencias.

Pidió al aristócrata media onza prestada, bajo solemne promesa de devolvérsela antes de un mes. Pensando, sin duda, que bien valía media onza sacudirse para siempre a aquel sablista, Chesterfield se la dio. Pero he aquí que, para sorpresa del conde, Garrick le reintegró la media onza dentro del plazo prometido.

Pasó el tiempo y un buen día, el actor, prevalido en su puntual devolución anterior, volvió a dirigirse al conde para repetir el sablazo. Pero esta vez dio en hueso; lord Chesterfield, imperturbable, le contestó con aspereza:

-Te equivocas, Garrick; a mí no se me engaña dos veces.

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