La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Política Criolla: Días de gracia y luto.

Por Enrique Oliva

Como es habitual en casi todo el mundo, a cada nuevo gobierno se suelen acordarle hasta 100 días de gracia. En ese lapso la oposición no cuestiona con la pasión de tiempos preelectorales, salvo graves situaciones, las primeras medidas de las autoridades.

Los perdedores políticos se abocan a replantearse tácticas y guardar silencioso luto por la derrota. Como viudas del poder; se limitan a buscar culpables entre los suyos y analizar errores cometidos, ocultándose de los asedios mediáticos. En este último comicio también, como es falsamente tradicional, antes de recluirse en cuarteles de invierno, reconocieron a regañadientes la victoria de los oponentes y prometieron colaborar en cuestiones de interés nacional, a favor de la “gobernabilidad”, haciendo una oposición leal y constructiva.

Los ganadores, por su parte, declaran “olvidar” los excesos de los dichos durante la feroz campaña electoral, excluyen las venganzas y prometen “gobernar con todos y para todos los argentinos”, tratando de concensuar, llamando a sus contrincantes a compartir políticas de estado “en nombre de la Patria”.

Por lo bajo, tanto los días de gracia como los de luto son en la práctica puras formalidades.

Los acuerdos y alianzas funcionan solo para presentarse a elecciones, pero pasadas estas, si te he visto no me acuerdo. “Todos los pactos políticos son de mala fe”, se sabe desde antes de Maquiavello a nuestros días. A los argentinos nos sobran docenas y docenas de ejemplos en los últimos meses de transfugadas, traiciones y veloces cambios de camisetas que aun nos cuesta creer se hicieran gratis.

Hoy en día, gracias a la aceleración de la historia y la impaciencia de las ambiciones de poder, aquellas viejas épocas de los 100 días de gracia y de luto son muchos, pero mucho más cortos o casi nulos. Las intrigas han comenzado a pesar de que la Cumbre de Mar del Plata debería imponer una cierta discreción. Pero en cuanto se vaya el presidente George Bush con su ejército de casi 3.000 hombres de tierra, mar y aire, más sus servicios de inteligencia que lo protegerán de excesos nada simpatizantes, ya comenzó una feroz lucha por espacios de poder y por exigir recompensas. 

Políticos, partidos y clientelas

En la vida interna de los partidos políticos ocurrirá lo mismo. Aunque los ganadores se tomen un descanso por las energías gastadas durante la terminada campaña, sus celulares satelitales no dejarán de funcionar un minuto. En la oposición sucederá algo parecido en cuanto a intensas internas para no ser desalojados de sus funciones burocráticas en los partidos. El cargo más disputado será la tesorería, indudablemente.

En el Congreso se combatirá hasta el último y más rebuscado argumento por las presidencias de las comisiones claves, en especial esas que influyen en el manejo de fondos y las que dan viajes al exterior. Ya deben estar caminando varios proyectos para justificar (sin utilizar la palabra “sueldo” o “dieta”) aumentar los ingresos de los legisladores, aunque ya ganen varias veces más que sus iguales de la rica Suiza.

Paralelamente, cosa que da importancia política, es la conquista de los mejores y mayores espacios de los despachos, en especial si están dentro del Palacio, destacándose así del amontonamiento de segunda o tercera clase en los colmenares anexos. ¿No volverá a decirse, como en otras oportunidades, que algunos legisladores salientes negocien anticipadamente sus oficinas al mejor postor?           

Las prioridades

No obstante las declaraciones de sonrisas forzadas por las formas o costumbres del momento, ni la gracia ni el luto se toman en serio. Y mucho menos durante 100 días. La aceleración de la historia y los graves problemas a encarar exigen concretos en muy pocas jornadas.

Pese a su aplastante triunfo, el gobierno precisa generar rápidos y contundentes cambios efectivos. Posee a su favor lo dispersadas  que están las tropas de  muchos caciques sin indios y las divisiones progresivas de las izquierdas, más la falta de autoridad de una dirigencia digitada, sin poder de convocatoria ni programas.

La indiferencia popular quedó demostrada con las cifras obtenidas por el sector claramente ganador en los porcentajes, pero sobre la base de una cantidad superior de votos en blanco, anulados o no efectivizados. Pero hay que aceptarle la primacía ante la clara derrota de sus adversarios. En fin, el 23 de octubre ha dado una lista ganadora y hay que respetarla.

La campaña electoral dejó muchos interrogantes por la vaguedad de argumentos programáticos. Nada se habló de temas estratégicos. A Malvinas solo se refirió el canciller Rafael Bielsa y sin que se interesaran por ello los soberbios “comunicadores”.

De la deuda externa, ahora sensiblemente disminuida, muy poco se dijo y sin ensayar la más mínima solución factible. De los alicaídos FMI y BID se habló con ligereza, pareciendo que la oposición espera un desastre gubernamental en las negociaciones pendientes, cuando ambas instituciones han reconocido sus graves errores.

La palabra “soberanía” pareció borrada del diccionario, cuando tenemos allí los problemas de presente y futuro más serios, ante la desastrosamente peligrosa situación internacional, que nos amenaza convertirnos en mercenarios del Imperio.

La misma noche del 23 de octubre, cuando se veía por donde venían los tiros, el pueblo  observó el espectáculo bochornoso de la llamada clase política, o mejor dicho políticos sin clase, corriendo atropelladamente a los pies del vencedor y a mostrarse como “de la primera hora” auspiciando candidaturas presidenciales. Es que la banda de “analistas” y “politólogos”, para seguir hablando (y facturando) precisan embarrar la cancha y comenzar ya una estéril lucha comicial.

“¡Que se vayan todos!” decíamos al comenzar este siglo, pero las listas sábanas y la no consulta o participación ciudadana de la llamada Argentina profunda sigue siendo una peligrosa broma.

Como dijera Hipólito Irigoyen, es hora de las “efectividades conducentes”. 

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