La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

El otro Maradona.

Del Libro Formosa (Manrique Zagon Ediciones).

Hoy es el Día del Médico Rural. Es por él, por el otro Maradona. Nació el 4 de julio de 1895, en Esperanza, provincia de Santa Fe, República Argentina.

Obtuvo su título de médico cirujano en la Universidad de Buenos Aires, en 1926, con diploma de honor. Hacia 1930, se radicó en Resistencia (Chaco), y hacia 1932 se alistó y trabajó como voluntario en el Hospital Naval de Asunción, durante la guerra del Chaco, llegando a ser director del hospital, hacia el final del conflicto.

Desde 1935, y durante 25 años, vivió en Estanislao del Campo, un pueblito donde el tren en que viajaba hacia Tucumán se detuvo y donde se quedó a atender a una parturienta en medio del monte formoseño.

Durante todos esos años, el doctor Maradona se dedicó a atender y educar a los nativos: indios matacos, mocovíes, tobas y pilagas y también a estudiar sus costumbres incorporando a sus conocimientos los de la medicina tradicional aborigen.

La Universidad de Formosa se encargó de destacar su figura a nivel internacional: en tres oportunidades fue propuesto para el premio Nóbel de la Paz, y a pesar de no obtener nunca esa distinción, la Organización de las Naciones Unidas le entregó el premio Estrella de Medicina para la Paz.

Entre sus obras se destacan la construcción de una colonia para personas enfermas de lepra y también la fundación de la primera escuela bilingüe del país, en Formosa, donde se impartían clases para aborígenes en su lengua.

Escribió 13 libros.

Murió en Rosario el 14 de enero de 1995 a los 99 años.

Fue el "Doctorcito Dios", el "Doctor Cataplasma", el "Doctorcito Esteban", el "médico de los pobres", como lo llamaban sus pacientes.

El médico Esteban Laureano Maradona recordaba con estas palabras cómo fue que se estableció en la provincia de Formosa:

“Había que tomar una decisión y la tomé. El tren que me llevaba a Tucumán, donde vivía mi hermano, estaba a punto de arrancar. Yo estaba en el andén del Paraje Guaycuní (que con los años sería Estanislao del Campo) cuando vi muchas manos que se alzaban suplicantes y voces ininteligibles que me llamaban en idiomas diferentes.

Entonces me subí a un sulky tirado por una mujer cincuentona muy preocupada y me dejé internar en la maleza. Poco después, como dijeron por allá, le había salvado la vida a una indiecita que después se me presentó como Mercedes Almirón. Fue entonces cuando decidí perder mi pasaje en el tren, que aún me aguardaba, y no volver nunca a las comodidades de mi consultorio en Buenos Aires. La bienvenida me la dieron indios, criollos y algún que otro inmigrante, todos enfermos, barbudos, harapientos. Yo mismo me di la bienvenida a ese mundo nuevo, aún a riesgo de mi salud y mi vida. "

“Así viví muy sobriamente cincuenta y tres años en la selva – dijo poco antes de morir – hasta que el cuerpo me dijo basta. Un día me sentí morir y me empecé a despedir de los indios, con una mezcla de orgullo y felicidad, porque ya se vestían, se ponían zapatos, eran instruidos. Creo que no hice ninguna otra cosa más que cumplir con mi deber."

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