La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

La sospechosa muerte de Hígado Muñoz. 

Por Christian Sanz.

Se dice que una persona oficia de "Chivo expiatorio" toda vez que es utilizada con fines de compensar culpas ajenas y siempre que se proyectan sobre ella aspectos negativos propios del pecador. El hilo se cortará por lo más débil. Los delincuentes irán presos y alguno de ellos se suicidará, pero ningún policía, ni ningún funcionario caerá bajo las garras de la justicia. Las noticias de las últimas horas, lamentablemente, nos dan la razón.

La conexión policial.

Quienes conocen la vida de Hígado Muñoz saben que en los últimos meses se había "asociado" con policías y miembros de otras organizaciones especializadas en "secuestros largos" y que, desde allí, pudo planificar y concretar los secuestros de Ramaro y Garnil, entre otros. 

La presunción de los investigadores indica que la banda de Muñoz contaba con no menos de ocho personas y que operaba con "zona liberada" por parte de lo más alto de la Policía del norte del conurbano de Buenos Aires, especialmente de las zonas de Bella Vista y Pilar.

Esa es la única manera de entender que no estuviera detenido a pesar de sus gruesos antecedentes referidos, entre otros, al homicidio de un custodio, privación ilegítima de la libertad y varios robos calificados. No olvidemos que Muñoz -junto a sus socios- estaba sospechado de los secuestros de: el gerente de Telecom Augusto Peña Ribarosa, el arquitecto Carlos San Martín, el padre del actor Pablo Echarri y el propio Cristian Ramaro.

Por otro lado, quienes estudian el submundo de los secuestros extorsivos, saben que la mano operativa para que los delincuentes puedan trabajar libremente se da a través de la Policía, tanto Federal como de la Provincia de Buenos Aires.

Cae de maduro que esto es así. De lo contrario, no hay manera de que grupos de delincuentes tengan arsenales de armas de guerra como los que tienen y se muevan con tanta impunidad casi a diario.

Recordemos que en el caso por el secuestro de Ramaro apareció involucrado un suboficial en actividad de la Policía Federal, de apellido Mansilla, al que le encontraron un depósito a su nombre por la suma de 20 mil dólares que fue asentado en fecha coincidente con el pago de la primera parte del rescate pagado por la familia. 

Hace pocas semanas, el hermano de dicho suboficial -llamado Víctor Mansilla-, confesó ante el juez de instrucción santafecino José Manuel García Porta que participó en el secuestro, pero se cuidó de mencionar que él y su hermano estaban íntimamente relacionados con el extinto Cristian Hígado Muñoz y su banda, vínculo que fue confirmado a este periodista por tres fuentes de diferente índole.

Patada al Hígado

En medio de tanta confusión por lo reciente de lo sucedido y, ante la inevitable catarata de hechos sospechosos que aparecen en escena, uno no puede menos que preguntarse ciertas obviedades:

¿Por qué Hígado Muñoz se arriesgó a asaltar un banco sabiendo que era el hombre más buscado del país?

¿Qué necesidad tenía de conseguir dinero si, se sabe, tenía en su poder alrededor de medio millón de pesos, producto de los últimos secuestros cometidos?

¿Por qué sucede esto justo cuando Juan Carlos Blumberg realiza su tercera marcha masiva y acusa al Gobierno de ser ineficiente en la resolución de los secuestros extorsivos?

¿Por qué Muñoz fue detenido e inmediatamente liberado en la provincia de Córdoba hace pocas semanas y a pesar de que estaba imputado de ser el posible autor de varios secuestros?

¿Por qué la crónica de la muerte de Muñoz asegura que huyó disparando luego de asaltar el banco mientras que sus antecedentes dicen que solía actuar con tranquilidad y sin gatillar armas de fuego?

¿Por qué si Muñoz se tiroteó con la policía, lo mataron con un balazo en la frente?

¿Por qué no existe un sólo antecedente de tiroteo entre policías y maleantes con alguien baleado en la frente?

Cristian Hígado Muñoz no era el mero cabecilla de una banda de secuestradores, sino que era el nexo de su grupo con la Policía bonaerense para negociar zonas liberadas y conseguir antecedentes de personas a las que podía secuestrarse.

Su declaración hubiera aportado muchas más evidencias que las inútiles medidas de seguridad propulsadas por el incombustible ministro Arslanián y habría permitido terminar con gran parte de los casos de secuestros en la zona norte de Buenos Aires, pero esto se ha visto truncado de una manera más que oscura.

"La Policía es una de las mafias más eficientes que existen", me dijo una vez un periodista llamado Ricardo Ragendorfer que investigó a la bonaerense oportunamente. Y yo, cuando veo este tipo de casos, recuerdo esas proféticas palabras.

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