La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Entrevista a Maritza Vera.

Por Antonio Orjeda.

Ella no hace dinero, pero está enriqueciendo al Perú. Es nutricionista y su empresa, cuya misión es hacer que el país se reencuentre con su poderosa tradición alimenticia, tiene 26 años. Médicos incrédulos y obtusos que la llamaban yerbera han terminado buscándola para que atienda a pacientes por los que ellos habían tirado la toalla. Ella, con su quinua, su quiwicha y su coca siempre ha estado ahí. Ahí para ayudar. Para hacer algo por el país.

En un principio nadie creía en Maritza Vera (salvo Maritza Vera). Las hortalizas, las plantas andinas, el potencial alimenticio de estas y el favor que le podían hacer al país eran su obsesión. Hoy tiene el mismo entusiasmo de antes y decenas de historias --con final feliz-- que contar. Sus pacientes la adoran. Ella, nutricionista, viene siendo sorprendida día a día por las maravillas que hace esa hoja en la que ha depositado toda su fe: la coca.

Se dice que la hoja de coca podría acabar con la desnutrición no solo en el Perú, sino en todo el mundo pobre.

Así es, y es importante que empecemos a revalorizarla, pues está demasiado satanizada cuando tiene un enorme valor nutritivo.

¿Qué tan nutritiva es?

¡Es la hoja más completa que hay sobre la tierra! Tiene proteínas, hidratos de carbono, grasas, vitaminas y minerales, ¡todo!, y en las cantidades que el organismo requiere. Esto le puede sonar raro a muchos, pero si vieras a mis pacientes... Y no los tengo de un solo tipo: hay con osteoporosis, con cáncer, con anemia crónica, con depresión. Esta hoja es maravillosa: ha hecho efecto en todos ellos.

¿Cómo llegó a ella?

Cómo llegué a mama coca... Caminando por Trujillo, en el 70, vi a un señor sentado: me llamó la atención su especial tipo de piel. Me le acerqué, le pregunté a qué se dedicaba. Soy minero. Y resultó que para entrar a los socavones no requería balones de gas: chacchaba coca.

Comencé a averiguar. La única persona que había estudiado la hoja de coca era el doctor Fernando Cabieses. Lo busqué, le conté del minero --yo lo conocía porque siempre me ha interesado investigar sobre alimentación andina: Cabieses, Santiago Antúnez de Mayolo, me les acercaba para aprender de los maestros-- y el doctor me dijo: sí, la coca tiene propiedades analgésicas, anestésicas.

Pero yo creía que había más. Le dije que iba a investigar: por algo nuestros incas la consideraban sagrada. Pero antes trabajé con la quinua y la quiwicha: quería rescatar nuestros alimentos por su gran contenido de nutrientes. De ahí, siguieron las algas marinas y, después, mama coca.

¿Por qué la dejó para el final?

Porque no sabía mucho. Además, entonces nadie creía en la coca. Se la creía un analgésico, nada más. Hasta que comencé con un niño con leucemia.

¿Hace cuánto?

Hace seis años. Es el hijo de una compañera de trabajo, y me pidió que la apoyara. Yo solo le podía dar un combinado de preparados: porque desde que empecé a trabajar --hace 26 años-- me interesó solucionar el problema de la nutrición de los pacientes.

En la época del terrorismo, yo hacía mis 'preparados bomba'. Porque los policías llegaban heridos y no había qué darles, entonces yo misma compraba quinua, quiwicha, polen: les preparaba mis compuestos y se los llevaba; y ellos regeneraban tejidos, tardaban menos en cicatrizar.

Compraba esos alimentos con su dinero porque su institución no creía en la medicina natural. No se usaba quinua ni quiwicha. Tú sabes cómo son las ideas que aquí se nos han inculcado.

¿Cómo entender que tengamos una farmacia natural tan a la mano y que no la atendamos?

Es por el tipo de educación que recibimos: dicen que es medicina folclórica, no científica. ¿Con qué criterio pueden afirmarlo? ¿Tú crees que hombres que no han sido científicos han podido hacer tan grandes cosas?

Además de su labor en el hospital geriátrico de la policía, también atiende consultas particulares, pero no tiene consultorio: usted va en busca de sus pacientes.

Yo soy una profesional ambulante, voy a donde esté el paciente. Qué pasa: a veces encuentro a mis 'pacientes' sentados en una banca: donde sea; y me siento a su lado y los atiendo. Pero si se trata de pacientes graves, no les voy a decir: "ven". Yo tengo que ir, familiarizarme con ellos. Porque no solo es curar la parte enferma, sino también darles afecto, es hacerles sentir que la vida es importante y que hay que luchar.

En su hospital no creían en la medicina natural, pese a ello le preparaba las medicinas a sus pacientes, además va en busca de sus pacientes: ¿de qué vive?

De mi sueldo.

Le basta.

¡No me basta! Vendo una, otra cosa: me 'recurseo'.

¿Usted es una mártir?

Nooooo...

¿Acaso la financian los narcos?

(Maritza ríe) Yo estoy en contra de ellos. Hay cosas muy importantes: yo siempre le hablo a mis pacientes del afecto. Por ejemplo: el caso de Gian Pierre, un niño con la enfermedad de pertes, una enfermedad bien rara que afecta la cabeza del fémur.

Un primo médico me habló de él, me pidió que lo apoyara --yo soy médico, no yerbero, me dijo--, y llegué al Hospital B. Leguía. Me dijeron que se trataba de un niñito bien malcriadito, un paciente terminal. Pero, qué pasa: a veces los profesionales cometemos muchos errores y no entendemos.

Al parecer el niño escuchó que dijeron que él ya no tenía posibilidad de vida, y por eso reaccionaba así: agrediéndolos. Cuando llegué a él, me presenté: soy la nutricionista, te voy dar de comer rico, yo te voy a curar. No, todo el mundo me engaña, ¡yo me voy a morir! Él estaba inmovilizado de la punta de los pies a la cadera. ¿Le están dando algo? Ya para qué, me dijeron. Se lo pedí a su doctor. Es todo tuyo. Entonces le pregunté: qué te gusta comer. Gelatina.

Usted estaba de visita.

Había pedido mi cambio. Gian Pierre quería gelatina y no había, y yo no le podía fallar: me fui a la calle y llegué con su gelatina. Ah, eres de palabra, me dijo. Sí, hagamos un pacto.

¿Qué edad tenía él?

Cinco años, y este 20 es su cumpleaños (la entrevista fue hecha antes del 20 de noviembre) y yo voy a estar ahí. Y con Gian Pierre hicimos un pacto: tú vas a comer lo que yo te dé.

Y a todo lo que le daba le echaba coca en polvo.

Sí, y si llegaba tarde, ya había dejado encargado que se la echasen.

A los tres meses le dije que me tenía que ir: que ya había cumplido mi misión. Ya le habían quitado el yeso. Te tengo una sorpresa, me dijo, y comenzó a caminar. Parecía un pato, ¡lindo!

¿Y ahora?

Maneja bicicleta, juega fútbol, ¡es un terremoto!

¿Gracias a la coca?

Sí.

Está convencida de eso.

Durante todo ese tiempo, Gian Pierre no recibió ningún otro medicamento: solo coca.

Entonces su empresa es el impulso y la demostración de la eficacia del uso de la coca.

Lógico. Su eficacia como agregado nutricional se está viendo en todo tipo de pacientes. La coca hace maravillas. Tiene más calcio que la leche y tanto fósforo como el pescado. Cien gramos de coca tienen 2.097 miligramos de calcio: cada tres meses te cura algo. Pese a ello, de sus 74 alcaloides hasta ahora solo se han estudiado 37. Los científicos no saben qué función cumplen, pero para mí tienen que ser positivas: la papaína, es un digestivo; la reserpina regula la presión y forma osteoblastos, por eso actúa en pacientes con osteoporosis.

A partir de la hoja de coca y otros productos naturales se podría generar una verdadera industria farmacéutica nacional.

Así es. La hoja de coca es un complemento alimentario y se debe industrializar. Tenemos que rescatar lo positivo.

Como la posibilidad que ofrece de tener un país mejor nutrido y, por ende, más productivo.

Porque cuando mejor alimentado estás, menos enfermedades hay: se produce más, ¡y esto es barato y está al alcance de todos!

Tremendo detalle.

Con un sol de hoja de coca tienes para una semana.

¿En qué consiste el tratamiento?

Mi trabajo es enseñarle a la gente a comer. A Gian Pierre se la daba molida, como se la doy a la mayoría de mis pacientes, porque es como mejor se asimila.

¿Cuál es la dosis ideal?

Al principio, media cucharadita hasta llegar a una.

Al principio, compraba los productos con su dinero, ¿lo sigue haciendo o ya le han entendido?

En el hospital geriátrico hoy ya se compra quinua y quiwicha.

Se están abriendo las puertas.

Sí, la medicina occidental está aceptando.

¿Entonces, cómo entender las políticas de erradicación del cultivo de hoja de coca?

Me da pena ver a gente que sabiendo que es buena, la sigue satanizando, culpándola del narcotráfico (Nils Ericsson, el hoy director ejecutivo de Devida, dejó la Empresa Nacional de la Coca para asumir ese cargo). Los responsables son quienes transforman la planta sagrada en algo negativo.

En la Vía Expresa hay un panel de desafortunado mensaje: Otra de las consecuencias de la coca, adicción.

Qué lamentable es trabajar para desinformar a la gente: no es honesto. Pero cada vez es más la gente que está encontrando en mama coca el cambio a su vida. Y ella está a la mano.

 Fuente:

http://www.elcomercioperu.com.pe/EdicionImpresa/Html/2005-11-29/impEconomia0411724.html

Esotérico