La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Néstor Kirchner |
Néstor Kirchner. Doctor Jeckill & Mr. Hyde
Las dos caras del Presidente. En público, se muestra afable y de buen humor. En privado se vuelve irascible. Sus extraños comportamientos y las bromas pesadas.
Daniel Muñoz, el secretario privado de Néstor Kirchner, duerme mal. Pasa 18 horas por día junto a su jefe, y apenas puede pegar un ojo. Para colmo, cuando logra dormitar en medio del trajín, el Presidente lo despierta a gritos y puñetazos.
Eso pasó en Londres, por ejemplo, en la última visita oficial que el santacruceño hizo a la tierra de Shakespeare. Eran las tres de la mañana cuando golpearon a la puerta del cuarto que compartían Miguel Núñez, el vocero, y Muñoz, el secretario. Núñez estaba en calzoncillos y el Presidente estaba excitado: "Che, me duele la espalda, ¿dónde están las pastillas que traje? ¿dónde está el Gordo?".
Núñez apenas pudo balbucear que el fiel secretario estaba durmiendo. Con dos zancadas, Kirchner se acercó hasta la cama de su secretario, tomó carrera y se le tiró encima: "Despertáte, despertáte, gooorrrddoo", le decía mientras lo zamarreaba.
Kirchner suele jugar a la lucha libre con su secretario, una costumbre que acarrea desde las épocas de gobernador en Santa Cruz. Una vez hasta se abrió la cabeza "jugando" con su asistente. A veces, es sólo una cuestión lúdica. Otras, la forma de descargar su malhumor. El pobre Muñoz no gana para sustos.
¿Cómo es Kirchner en la intimidad? ¿Cómo se comporta cuando las cámaras no lo enfocan? Se parece a un chico travieso, es bromista, peleador, le toca la cola a los periodistas y hasta le esconde las cosas a sus ministros. Ese manejo del chiste y la ironía lo ayuda a resolver situaciones de conflicto.
Pero también se torna agresivo y lanza insultos cuando algo no sale como planea. Y eso pasa seguido. Así lo describen quienes se divierten con él y a la vez padecen sus periódicas rabietas. En muchas de las extrañas conductas privadas de Kirchner pueden encontrarse las razones que explican sus medidas de gobierno: arrojo e inestabilidad, intolerancia y hegemonía se mezclan en dosis iguales.
Juego de manos. Así llaman los santacruceños a los continuos "manotazos" que reciben del Presidente. El caso emblemático de las víctimas es "Danielito" –como llaman en el Gobierno a Muñoz-, el que debe pagar los platos rotos. Un ministro recuerda un ajetreado viaje en el helicóptero oficial: Muñoz cometió un pequeño error que alteró el humor de Kirchner y que terminó con una cachetada que pareció de verdad. El ministro que presenció la escena, aún hoy está impresionado.
Claro que "Danielito" a veces también repite con otros las extrañas conductas de su jefe. Otra de las "diversiones" de Kirchner es conectarle ganchos al hígado al subjefe de Ceremonial, Rubén Zacarías. Para ello, "Danielito" le retiene los brazos desde atrás al "Petiso" Zacarías" para que el Presidente lo golpee hasta cansarse. Al menos por una vez no es él quien debe poner la otra mejilla.
Con sus ministros, Kirchner también ejercita su particular humor. Al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, le suele esconder el saco o distraerle las lapiceras. Hace unas semanas, el divertimento movilizó a la custodia presidencial. Kirchner le escondió el saco a Fernández, y se fue de la Rosada. A las tres horas, llamaron desde la quinta de Olivos para que la custodia abriera la puerta del despacho presidencial, que estaba precintada, y buscara detrás de la puerta del baño el atuendo de Fernández: "Díganle a Alberto que me olvidé de avisarle...", se disculpó el Presidente.
El jefe de Gabinete se ríe con esas ocurrencias, pero no todo es estudiantina dentro del primer piso de la Casa Rosada. Eso depende del humor que tenga el Presidente. Los mozos que le sirven sus cortados, por ejemplo, le tienen temor. Saben de sus exabruptos y su desconfianza para todo aquel que no integre su círculo íntimo. Los camareros presidenciales tienen prohibido quedarse más de la cuenta cuando sirven las bebidas, y tampoco se les permite pararse en los pasillos para charlar. Kirchner tiene miedo de que escuchen cosas indebidas. "Es razonable –lo justifica uno de sus funcionarios- acá no sabemos a quiénes heredamos de otras gestiones, ¿cómo no vamos a desconfiar?".
Aunque el mismo temor de los mozos a la ira del jefe lo tienen también sus funcionarios más cercanos, sobre todo aquellos que trajo de Santa Cruz. Le tienen pánico y muchos errores burocráticos ocurren porque nadie de ellos se anima a anticiparle que pueden ocurrir, por miedo a una represalia. Parece que el único que se le planta sin temblar es el influyente secretario Legal y Técnico, Carlos Zanini.
El tiro por la culata. Hay veces que a Kirchner los chistes le salen mal. Con uno de los ministros con los que más bromea es con el de Defensa, José Pampuro. Se divierte con su baja estatura y su pelada, lo abraza y le dice "a vos te voy a ahorcarrrr...". Pampuro sonríe. Pero una vez estuvo a punto de renunciar.
Fue un día después de reunirse con él en la Casa Rosada para acordar un aumento en el presupuesto militar. Pampuro salió de la reunión y anunció la nueva buena a los periodistas. Al otro día, el ministro leía la noticia en los diarios cuando sonó el teléfono. Era Kirchner: "¿Vos estás loco? Cómo vas a andar anunciando esas cosas. Para eso está Lavagna. Ahora no te damos el aumento", le cortó.
La bronca que sintió Pampuro no cabía en su cuerpo diminuto. Dejó todo y se fue a la Rosada a presentar su renuncia. Lo recibió Alberto Fernández que –primero entre risas y después más serio-, intentó explicarle que había sido todo una broma. Pampuro no lo creía hasta que Kirchner lo convenció.
¿Es Kirchner un buen jefe, se comporta como un buen conductor de equipos? Aunque lo pinten como alguien cálido con sus subordinados, dentro del Gabinete se escuchan más quejas que risas. Varios ministros están cansados de que el Presidente apenas les atienda el teléfono, o los ignore cuando algo no sale bien, víctima de sus repentinos ataques de ira. Algunos debieron plantarse por horas en la Casa de Gobierno para ser atendidos.
Uno de los que puede dar fe de esas rabietas es el canciller Rafael Bielsa. Hoy su relación con el Presidente pasa por un buen momento. Pero hace unos meses era un infierno. Kirchner se enojaba con él cada vez que aparecía su nombre en las columnas políticas de los diarios del domingo. Lo llamaba y lo recriminaba por haber contado supuestas infidencias –el Presidente creía que como aparecía en las notas, Bielsa era la fuente de las informaciones-.
Además, dejaba trascender su enojo por la mucha autonomía con la que se manejaba el canciller en un gobierno donde la única estrella que debe brillar es la del Presidente. La gota que colmó el vaso llegó el día en que Bielsa se presentó en el Congreso para defender la postura oficial sobre la inmunidad que pedían tropas norteamericanas para ejercitarse en la Argentina.
Parece que el canciller dijo algo que no debía. Y se peleó con el Presidente por teléfono: "¡Sos un boludo!", le habría gritado Kirchner. Bielsa enrojeció de furia y lo frenó en medio de una griterío: "¡Vos a mí no me podés tratar de boludo!". Ese día, el canciller casi presenta su renuncia, cansado del destrato. Dicen en el Palacio San Martín que otras dos veces Bielsa estuvo a punto de irse del Gobierno, siempre enojado con las actitudes hostiles de Kirchner.
Otro que detesta esos cambios repentinos de humor es el ministro de Economía, Roberto Lavagna, que siempre se queja de la "inestabilidad" que rodea al ánimo del Presidente. Tal vez sea una cuestión de piel, pero a Kirchner no le gusta bromear con Lavagna. Y ni hablar de "toquetearlo", como hace con otros miembros de su equipo. Un rumor indica que alguna vez Kirchner intentó "jugar de manos" con él, cosa que a Lavagna le habría llevado a marcarle el límite.
"Es increíble que un tipo que es tan cálido en el trato con la gente, se muestre a veces tan distante de su equipo, más allá de las bromas que hace –se lamenta un secretario de Estado que no proviene de Santa Cruz-. Pueden pasar dos semanas sin que le atienda el teléfono a un ministro, por ejemplo. Es muy desconfiado y quiere que todas las acciones de Gobierno, incluso las más insólitas y menores, pasen por él. Eso genera que no haya mística de equipo, como pasaba con Menem. Si nos equivocamos, Kirchner es el primero en putearnos. Pero si hacemos algo bien nunca recibimos una ‘caricia’".
Un ministro que tuvo "la suerte" de poder reunirse con Kirchner a principios de esta semana hace su análisis: "Ahora volvió a distenderse y a estar de buen humor, pero pasamos 20 días horribles, en los que ni se podía hablar por teléfono con él. Estuvo muy irritado por las marchas de Blumberg y la crisis energética".
Esa misma frialdad hacia su equipo la utiliza para manejarse con los jefes del peronismo, cada vez más irritados con él. Los gobernadores del PJ están molestos porque "los ningunea". Y ponen ejemplos, extrañan las largas mesas de la quinta de Olivos, como hacían antes con otros presidentes peronistas.
Se sabe que Kirchner es un celoso de su intimidad. "¿Cómo puede ser que el día del Congreso Justicialista de Parque Norte sólo haya invitado a cenar a Felipe Solá y al diplomático Eduardo Sguiglia a Olivos y no a los gobernadores que viajan desde lejos. Con esos mínimos gestos se ganaría el cariño de muchos jefes provinciales", se queja un gobernador.