La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

La invasión inglesa a Tierra del Fuego.

Por Diario Tiempo Fueguino

Los ingleses pensaban utilizar las pistas de aterrizaje de Río Grande y Ushuaia.

En medio del conflicto de Malvinas, Gran Bretaña planeó apropiarse de las pistas de aterrizaje de Río Grande y Ushuaia. Contaba con la ayuda de Chile, aunque se negociaba en el más profundo secreto. Detalles del plan, revelados por un escritor inglés, fueron publicados por un diario argentino.

Promediaba el mes de abril de 1982. Hacía doce días que Argentina había concretado su desembarco en las Malvinas con intención de recuperar las islas de la ocupación británica. Un agente especial británico llegaba a Santiago de Chile con la misión de llevar a cabo negociaciones con el Gobierno de ese país.

“Ese agente fue clave de todos los contactos durante los siguientes dos meses... Fue el oficial Sidney Edwards, comandante de la Fuerza Aérea Británica", revela Lawrence Freedman, autor –a pedido del primer ministro Blair- del libro que cuenta la versión oficial británica sobre la guerra de Malvinas.

Freedman dio una entrevista a la revista chilena Qué Pasa, donde se refirió al papel que cumplió el país gobernado por el dictador Augusto Pinochet durante el conflicto. Asegura el escritor que “No sólo aportó apoyo para asuntos de inteligencia, como se creía hasta ahora, sino que también respaldó operaciones militares concretas”.

"La información entregada por los radares chilenos fue importante", sostuvo Freedman, para quien “Los británicos sabían de la tensión existente entre Santiago y Buenos Aires y pensaron de inmediato en obtener cooperación en Chile” "Se sugería que la posición del crucero General Belgrano (hundido el 2 de mayo del 82) pudo haber sido entregada a Gran Bretaña por Chile.

Yo puedo creer que sí, pero no hallé nueva información que lo ratificara. No tengo evidencias", admitió el autor del impactante libro, cuyo contenido compromete seriamente al gobierno inglés acerca de lo sucedido en la guerra del Atlántico Sur.

Respecto de la colaboración de los chilenos a favor del imperio británico, las firmes sospechas que se corrían en tiempos del combate se vieron confirmadas por un accidente ocurrido en territorio trasandino. El 20 de mayo de 1982 cayó un helicóptero británico Sea King a 15 kilómetros de Punta Arenas.

Los carabineros chilenos dieron con sus tripulantes, que luego fueron enviados a Londres. Freedman reveló lo que hasta ahora era un secreto: que en la nave siniestrada había otros ocho tripulantes que abandonaron Chile en el mayor sigilo.

Eran agentes de las Fuerzas Especiales Británicas "que debían destruir una base argentina en Tierra del Fuego". La tarea de esos agentes era "hacer una operación de reconocimiento para ver si podía atacar los aviones Super Etendart argentinos sorpresivamente.

Pero la operación salió mal a causa del mal tiempo, y aterrizaron en un lugar equivocado". Considera Freedman que "El gobierno británico quedó muy agradecido de la ayuda dada por Chile. Yo lo pongo de esta manera: si no hubiera habido cooperación chilena el resultado habría sido el mismo, pero habría sido más difícil”.

La ayuda dada por Chile dejaría de ser sólo una sospecha en 1999, cuando Pinochet fue apresado en Londres y se tramitaba su extradición a España. Margaret Thatcher, entonces, se mostró enérgica en su defensa, y lo llamó “amigo y aliado”, recordando su ayuda en 1982.

Invadir Tierra del Fuego

Asentados los británicos en Punta Arenas, invadir la parte argentina de Tierra del Fuego no sería una idea descabellada. La intención queda revelada también en el libro de Freedman, y así lo refleja una extensa nota publicada ayer en el diario Clarín.

El sorprendente artículo, incluido en el suplemento dominical “Zona” del diario porteño, refrita extensos párrafos del libro de Freedman respecto de la colaboración chilena al invasor y del plan de ocupar por la fuerza Tierra del Fuego para utilizar las pistas de aterrizaje de Río Grande y Ushuaia.

“Existía una posibilidad seductora de acción militar directa que dependía de la cooperación con Chile. Tierra del Fuego, una isla en el extremo sur de Argentina, estaba dividida en las provincias del oeste chilena y la del este argentina.

La provincia argentina estaba escasamente poblada pero incluía un yacimiento de petróleo que producía 24.000 barriles por día y dos campos de aterrizaje, en Río Grande y Ushuaia. Si podía ser capturada, sería una bofetada al orgullo nacional argentino; ofrecería un elemento de regateo en cualquier negociación permitiendo a la vez aprovechar instalaciones militares útiles que de lo contrario podían ser usadas en contra de las fuerzas británicas”.

El apoyo chileno al osado plan estaba asegurado, según Freedman, pero aclara que “Los chilenos estaban angustiados ante la perspectiva de que las hostilidades entre Gran Bretaña y Argentina se desbordaran sobre su larga y expuesta frontera.

Si había evidencias de confabulación en la obtención de inteligencia británica, Argentina podría de pronto volverse contra Chile”. Este temor justifica las reservas con que se manejó el plan y la resistencia -por años- de los chilenos a reconocer la imperdonable traición a la secular unidad latinoamericana.

Sin embargo, el libro de Freedman viene a despejar toda duda y comienza entonces el período en que la autocrítica y los esfuerzos de la diplomacia deben acudir a poner un manto de piedad sobre una historia que ya no puede ocultarse.

En primer lugar, el actual presidente democrático de Chile –que recibió antes que nadie un anticipo del libro- decidió comunicarle de inmediato la novedad a su par argentino Néstor Kirchner. Ricardo Lagos entendió la necesidad de asumir la culpa histórica, reforzando la comunicación con Argentina, aunque las disculpas debidas son aún un objetivo que ni siquiera está en el análisis de la diplomacia trasandina.

Después de aquellos años de oprobio (signados por dictaduras militares a uno y otro lado de la frontera) luego de dos siglos de diferencias limítrofes y aprestos militares, Argentina y Chile atraviesan un período de entendimiento y colaboración mutua incipiente.

La revelación de aquellos hechos vergonzosos debe conformar parte de la imborrable historia común, pero no se pueden convertir en un obstáculo para el afianzamiento de la confianza y la amistad entre los pueblos. Es de esperar de legisladores, funcionarios de gobierno y diplomáticos la mayor madurez, la responsabilidad más acendrada y acciones concretas que conlleven el reforzamiento de la relación amistosa, sin pretender ocultar sucesos que ya no pueden borrarse, pero que deben constituir una enseñanza para que en el futuro esa historia no se repita.

Gran Bretaña sigue usurpando nuestras Islas y en algún momento quiso invadir también Tierra del Fuego con ayuda del gobierno chileno. Ya no es más un secreto, es la verdad histórica que debe ser recordada para que nunca más la unidad Latinoamérica sea traicionada por un grupo de militares cegados por el odio. La paz necesita de buena memoria y –quizás- alguna disculpa formal frente a los desatinos.

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