La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

La punta de un iceberg (blanco).

Por Noticias y Protagonistas.

Diversos allanamientos en empresas vinculadas a la industria pesquera local se relacionan con el cargamento de cocaína escondido en bloques de merluza. Arde Troya, y el caballo, o la caballa, venía cargada. La incógnita es siempre la misma: ¿quién pagará los platos rotos?

Para los que están desorientados ante las versiones confusas que la prensa ha dado de un caso que conmueve al mundo entero en cuestiones de narcotráfico, intentaremos develar cuál ha sido el camino de la operación clandestina que nos puso en boca de todos.

Según parece, la historia comienza a principios de mayo de 2005, fecha en que la empresa Plancton S.A. solicitó a su similar Ardapez S.A. un permiso para elaborar mercaderías y depositarlas en sus instalaciones, bajo el aparente plan de exportarlas a Hungría. Con este propósito se realizaron varios trámites ante el SENASA, inscripción de marca, rótulo y cajas, por lo que aquel organismo tenía pleno conocimiento de la operación.

Por otra parte, el transporte de mercadería congelada al exterior implica ciertas acciones de características muy peculiares. Entre ellas, podemos señalar que los contenedores de pescado se transportan completos, y cuando una empresa no alcanza a cubrir la capacidad de dicho depósito, convoca a otra firma que agrega pescado hasta completar.

Este es el caso de la firma Di Iorio , que cargaba un contenedor que la firma Aliança Bahía, que opera desde Buenos Aires, trasladaría a Europa. Al no completarse la carga, Di Iorio convoca a Plancton con el fin de que aporte el congelado necesario.

Por esta razón Alberto Coluccia, uno de los titulares de esa empresa Plancton, se encargó personalmente de aportar 95 cajas, que transportó en su automóvil personal, hacia la planta de Di Iorio, de San Salvador 3241. Pero hubo detalles: solicitó a los empleados de Di Iorio que cargaran sus cajas en primer lugar, argumentando que les faltaba frío. La versión fue confirmada por el encargado de planta, Ignacio Sosa, el guarda de la entrada, Daniel, y el encargado de la cámara, Juan José.

Todo era muy raro. Para los presentes, la carga no estaba normal. Cualquiera que esté vinculado al tema del pescado sabe que la consistencia de la merluza congelada es realmente la de una pieza sólida, muy dura, y lo que Coluccia transportaba no cumplía con estas condiciones. A la vista de todos, las cajas eran blandas, él llevaba sin lugar a dudas algo envuelto en pescado. Pero no se dijo nada. Sólo se supo que era inevitable que él también supiese.

Con rumbo

Esta carga es la que fue hacia Europa, y fue descubierta en Amberes, Bélgica, el pasado 21 de junio. A partir de allí el camino es, como siempre, demencial. Las autoridades europeas, que ya rastreaban una pista en busca de la pata sudamericana de una red de narcotraficantes, interceptaron el cargamento y encontraron ni más ni menos que 520 kilogramos de cocaína, valuados en 25 millones de euros.

El avance de las investigaciones de la Interpol llevó a las autoridades locales a la firma Ardapez, ya que según lo que constaba en SENASA era allí donde se estibaría la carga de Plancton. Nada de investigación, ni de inteligencia: todo fue puesto en evidencia con la sutileza que caracteriza a las fuerzas de seguridad de los países como el nuestro.

Mientras tanto, en el puerto local todo el mundo sabía que la empresa Plancton, de la noche a la mañana había alquilado un galpón en la intersección de las calles San Salvador y Triunvirato, y en el interior de tal construcción había un acceso a un túnel azulejado, que todo el mundo suponía que serviría para elaborar algo que no fuera filet de merluza, ya que además la cantidad de alarmas instaladas en el sitio más el personal de seguridad excesivo, no resultaban compatibles con la estiba de cajones de producto congelado.

Además, el referido Coluccio había lucido por la ciudad sus recientes amistades colombianas, es decir aparentes turistas del país de los carteles, y que juntos se exhibían ampulosamente haciendo compras en el centro comercial de Güemes.

Y Troya arde

A fines del mes de julio, una inspección de SENASA arriba sorpresivamente a la firma Ardapez, entiéndase bien, a la empresa que había cedido las instalaciones a Plancton para estibar y congelar una carga que jamás arribó. Pero el procedimiento no tenía porqué llamar la atención, ya que teóricamente el organismo está a cargo de verificar el estado sanitario del producto exportable, más allá de que a todas las fábricas y exportadoras se les exija la contratación de un auditor externo, en este caso el veterinario Biesa, para que dé cuenta del cumplimiento de las normas exigidas por el organismo nacional para exportar.

Esta inspección tuvo, sin embargo, ciertas peculiaridades: por una parte, acompañaba al SENASA un agente de Prefectura Argentina, que no se dio a conocer. El silencio fue total, y nadie explicó porqué se retiraba documentación en particular, ni cuál era el propósito de las verificaciones. Estuvieron presentes, el veterinario de planta, el doctor Escribano, más dos veterinarias que se designaron en ese momento.

Al día siguiente, el martes 30 a primera hora de la mañana, se hace presentes nuevamente en Ardapez personal del la Superintendencia de Drogas Peligrosas más Prefectura Naval Argentina, con el fin de realizar ahora sí un allanamiento.

Permanecieron allí hasta las 15 horas, y durante ese lapso mostraron la mayor de las negligencias al requisar papelería al azar, ya que ninguno de los actuantes era contador. Las fuerzas de seguridad cargaban documentación que no estaban en condiciones de clasificar, y sin tener demasiada idea de qué tipo de certificación era la que en efecto estaban buscando. En buen romance, sólo revolvían.

Cuando deciden llevar detenidos a los directivos de la empresa, de nacionalidad china, más algunos empleados también escogidos al azar, alguien llama por teléfono al auditor externo, el veterinario Biesa, que se presenta en el allanamiento y se ofrece para dar las explicaciones del caso, creyendo que se trataba de evaluar cuestiones relacionadas con las condiciones de exportación con que la firma efectivamente opera. Pero sorpresa de sorpresas, él mismo resulta detenido en Drogas Peligrosas, donde permaneció durante una semana.

Ese mismo día se allana la empresa Di Iorio, el sitio donde el contenedor efectivamente se cargó, aunque los empleados que se encontraban allí no hicieron más que ratificar la situación de carga de aquel transporte, y el modo en que Plancton había sido convocado para completar esa carga a través de Coluccia.

A todo esto, Biesa detenido, fue presentado para dar testimonio frente al juez Farah sin esposas y aún con su celular en la mano, ya que en medio de la confusión general nadie sabía bien de quién se trataba. Sólo se tomó en cuenta que hubo alguien que quiso hacerse cargo, y en ese caso lo dejaron que lo hiciera. Para completar la impericia que se sospecha y que pocas veces se fotografía, en los pasillos de tribunales se comentaba que la misma policía creía estar deteniendo al escribano Biesa, padre del detenido.

Hoy las cosas se complican para todos. Por una parte para los socios titulares de la firma Plancton, que evidentemente están con manos y pies hasta el cuello en la transacción. También se pone fea para Di Iorio, la otra firma allanada, que llamó para completar un contenedor, sin prever la verificación de con quién compartía el pasaje.

Como siempre, el hilo se corta por lo más fino, pero como todo el mundo sabe, estos icebergs jamás permiten que se asome lo sumergido. Por algo el túnel azulejado de Plancton tenía tantas alarmas. Ese era el iceberg local de la empresa. Un bloque de hielo blanco, muy, muy blanco.

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