¿Espiado por tu cepillo de dientes?

por José Manuel Gómez


"En un futuro cercano todo objeto estará conectado a Internet gracias a una dirección no cableada y un identificador único. Auto-ID Center está creando los estándares que darán forma a esta nueva era."
Dirk Heyman, directivo de Sun Microsystems Inc.

En un par de meses los consumidores norteamericanos encontrarán en los comercios unos productos aparentemente iguales a los actuales. Las nuevas botellas de leche serán indistinguibles de las habituales, y otro tanto ocurrirá con las nuevas cajas de analgésicos, por poner un ejemplo.

Sin embargo, ambos productos incorporarán antes de que acabe el año un diminuto chip, del tamaño de un grano de arena, capaz de emitir ondas de radio que permitirán identificar cada objeto fabricado, almacenado y vendido, y lo diferenciarán inequívocamente de cualquier otro objeto similar en la faz de la tierra.

De acuerdo con las previsiones, en un par de décadas los códigos de barras serán historia. Y la privacidad del consumidor podrá sufrir un revés definitivo, al menos si atendemos a la opinión de algunos expertos. El responsable del desarrollo e implantación de esta nueva técnica (conocida como Identificación por Radiofrecuencia o RFID) es Auto-ID Center (1), una sociedad constituida en 1999 por un  centenar de empresas punteras y cinco de las universidades y centros de investigación más destacados del mundo.

Y la idea que sustenta todo este esfuerzo de inversión e investigación no puede parecer más justificada e inofensiva: ¿se imagina la comodidad que supondría que todo el contenido de su carro de supermercado fuera identificado al instante, sin tener que perder el tiempo aguardando las interminables filas que se forman ante las cajas?

En lo que atañe a fabricantes, transportistas y distribuidores, las ventajas del sistema son aún menos desdeñables. La identificación permanente de los productos fabricados facilitaría su control en todas y cada una de las etapas de la cadena. Incluso el propio tendero sería avisado a través de su caja registradora informatizada cuando algún producto estuviera próximo a caducar o cuando sus existencias estuvieran a punto de terminarse.

Para que no falte un definitivo toque de modernidad en este idílico panorama, el sistema contempla también su funcionamiento vía Internet, por lo que el envase de mantequilla acabará avisando a la tienda de la esquina para solicitar un sustituto en cuanto prevea que sólo le quedan dos o tres tostadas para llegar al final de su vida útil.

¿Dónde radica -entonces- el problema? Pues -como casi siempre- parece que los defensores de la privacidad se han propuesto aguar la fiesta. Equivocados o no, los paladines de la intimidad en la era electrónica afirman que el nuevo sistema de identificación proporciona a los comercios más información sobre los hábitos de los consumidores de la que nunca soñaron conseguir.

Además, el insignificante tamaño del chip y su antena en la práctica lo convertirían en invisible, pudiendo por tanto ser incorporado a cualquier producto o envase sin que el consumidor fuera siquiera consciente de la vigilancia a que podría estar sometido.

No suscita tampoco demasiado entusiasmo el hecho de que los chips parlanchines no detengan su verborrea al abandonar el supermercado. Como nadie se ha preocupado de desactivarlos una vez cumplida su función (que quizás, sólo quizás, debería finalizar cuando el producto al que identifican ha sido adquirido), continuarán emitiendo sus informaciones indefinidamente y -lo que es peor- cualquiera dotado del pertinente receptor será libre de localizarlos e interpretar si esa repentina predilección por la leche desnatada es sólo casual u obedece a un decidido propósito de adelgazar, quién sabe si motivado por un reciente e inesperado 'affaire' amoroso.

La presencia -o ausencia- de emisiones procedentes de preservativos desde su mesita de noche quizás permitan establecer la diferencia (por no hablar de lo que podría contar su recién estrenada ropa interior...)

La anunciada pretensión de seguir la pista de cada objeto a través de Internet tampoco cosecha aplausos. En el mejor de los casos los fabricantes serían capaces de seguir la pista de sus productos mucho más allá de su punto de venta, pudiendo incluso elaborar detallados informes sobre los hábitos de consumo de cada familia.

Pero, con todo, lo peor no tardó en llegar: el propio sitio web de Auto-ID Center mostraba más de sesenta documentos "confidenciales" a cualquier internauta que introdujera en su buscador la palabra confidential.

Uno de ellos incluso detallaba la campaña de relaciones públicas que Auto-ID estaba dispuesta a lanzar para aumentar la confianza de los usuarios en que su tecnología no representaba peligro alguno para su privacidad. En otro se mostraba una encuesta, en la que nada menos que el 78% de los consumidores preguntados consideraba esta tecnología negativa para su privacidad.

Sobra decir que los documentos mencionados han dejado de estar accesibles desde el web de Auto-ID Center, pero Cryptome se preocupó de guardar copias de los mismos (2), que sí pueden consultarse. Como consecuencia del embarazoso incidente, dirigentes de organizaciones norteamericanas de consumidores no han dudado un instante en descalificar las garantías de seguridad que puede ofrecer un sistema diseñado por los autores de semejante chapuza.

Auto-ID Center: http://www.autoidcenter.org

Copias de los documentos "confidenciales": http://cryptome.org/rfid-docs.htm

José Manuel Gómez http://www.kriptopolis.com/more.php?id=89_0_1_0_M16

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