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La escuela cobija las consecuencias de la crisis social. Por Raquel San Martín |
Recibe chicos con hambre y descreídos. Según los especialistas, los docentes son preparados para tratar con alumnos de otra época. Enfrentan la tarea de convencerlos de que aprender vale la pena.
Cercada por la crisis social, obligada a multiplicar sus funciones -desde dar de comer hasta contener problemas familiares- y con un financiamiento estatal que se agota en pagar salarios, la escuela es un escenario privilegiado para comprobar los efectos de la exclusión en la Argentina.
La tragedia sucedida el martes último en la escuela de Carmen de Patagones puso en brutal evidencia el modo en que la violencia atravesó los límites protegidos de la escuela y se instaló cómoda entre sus habitantes.
Transmitir conocimientos nunca fue la única función de la escuela, pero hoy, como nunca antes, tiene que enfrentar múltiples demandas, suplir al Estado y a otras instituciones ausentes, con docentes que siguen formándose para dar clase a alumnos de otra época y que enfrentan la tarea de convencer a chicos con poca idea de futuro de que el esfuerzo de aprender vale la pena.
Según los especialistas consultados por LA NACIÓN, aun en este estado de sobredemanda, la escuela conserva un poder intransferible: tiene la confianza de la sociedad y puede ser, por eso, una de las últimas herramientas estatales para integrar en una sociedad que excluye.
Sin herramientas
La llamada violencia escolar no es un fenómeno nuevo. "La escuela siempre fue una caja de resonancia de otros conflictos. Antes había violencia de adultos hacia chicos, pero legitimada y oculta. Lo nuevo es la violencia de chicos hacia adultos y hacia otros chicos.
Eso muestra una sociedad que no protege ni integra -dijo a LA NACION la pedagoga Adriana Puiggrós-. Las demandas que hoy recibe la escuela provienen de una crisis social e institucional, porque muchas otras instituciones que ofrecían espacios para los chicos ya no lo hacen, como la Iglesia, los partidos políticos y los clubes."
"Las funciones asistencialista y pedagógica siempre estuvieron ligadas en la escuela. La diferencia es que antes se ejercía en un contexto de Estado fuerte; hoy hay un Estado mínimo que deja muchos aspectos librados a su suerte", afirmó Carina Kaplan, investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Y notó otra diferencia: docentes y alumnos comparten hoy muchas veces los efectos de la exclusión.
"En una sociedad fragmentada y polarizada, los docentes tienen que convencer al alumno de que el aprendizaje, que significa realizar un esfuerzo e imaginar el futuro, vale la pena", dijo Kaplan.
Repartir comida y enseñar a comer, alojar inundados, abrir los fines de semana para contener a los chicos, funcionar como sede para los trámites de documentación y el cuidado de la salud de los alumnos se suman a la exigencia más propia de enseñar con calidad para que, por ejemplo, los chicos que terminan el nivel medio no fracasen estrepitosamente cuando intentan seguir en la universidad.
"La escuela no tiene las herramientas profesionales, institucionales ni económicas para hacer frente a las nuevas demandas", sintetizó Florencia Mezzadra, a cargo del área de política educativa del Centro de Implementación de Políticas Públicas para el Crecimiento (Cippec).
"La formación docente está pensada para la escuela tradicional. El mismo concepto de «hacer la tarea» choca con la realidad de muchos chicos", dijo. "Sigue pensada en un formato estandarizado que no permite que sea un ámbito de contención", afirmó.
Otro dato se suma al panorama: en promedio, el 90 por ciento de los recursos que se reciben del Estado se agota en sueldos.
Enseñar y proteger
"La función de la escuela sigue siendo enseñar. Pero hoy enseñar también quiere decir proteger, cuidar, ayudar a que cada uno construya su lugar en el mundo. Es cierto que el papel del maestro no es dar de comer, pero si un chico se desmaya de hambre y uno no hace nada, también está enseñando algo", apuntó Inés Dussel, directora del área de Educación de Flacso.
Sin embargo, para que la escuela siga siendo un ámbito de aprendizaje y socialización, necesita auxilio. "Es necesario destinar más recursos y multiplicar los programas para adolescentes", dijo Puiggrós. "La Argentina tiene una enorme deuda con los adolescentes, porque no tiene una ley integral que los proteja. Además, la sociedad civil debe hacerse cargo del problema", afirmó.
Según Dussel, "hay que pensar alianzas de la escuela con otras instituciones protectoras de la infancia y de la adolescencia, para que pueda descargar algunas funciones. Es innegable que la escuela es una de las instituciones estatales más eficaces, por ejemplo, para organizar el reparto de comida. No deberían hacerlo los maestros, pero quizá sí otra gente", dijo.
Como mostró sin sutilezas el caso de Carmen de Patagones, la escuela queda muchas veces impotente ante los efectos de un entorno violento y excluyente. Su tradicional papel de habilitar para la entrada en el mundo del trabajo ha perdido en buena medida su sentido para chicos que conviven con el desempleo en sus familias y para quienes el futuro no quiere decir promesa.
"La función de la escuela es difícil. Se espera de ella que licue las desigualdades, pero no puede hacerlo por sí misma. Fue un dispositivo de movilidad social cuando la economía lo permitía. El empleo estable y la posibilidad de trabajar es el gran organizador social y eso está en crisis en la Argentina", dijo Puiggrós.