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La escuela y su clima de violencia. Editorial La Nación |
La escuela y su clima de violencia. Editorial La Nación 09/12/04.
La violencia se ha convertido en justificada materia de preocupación. Con diversidad de manifestaciones, a través de episodios penosos y a menudo trágicos, irrumpen en el conocimiento público hechos que tienen lugar en una institución básica para la formación del ciudadano como es la escuela.
A veces, esos comportamientos se desencadenan en lo que debía ser una fiesta de graduación; en otras ocasiones, aparecen como parte de una desdichada rutina o del deterioro del trabajo en el aula o surgen como actos vandálicos perpetrados por quienes gozan, absurdamente, con la destrucción de las instalaciones o del instrumental que se usa para la enseñanza.
Por eso resulta lógico analizar una y otra vez la realidad que se está viviendo en el ámbito educativo, a fin de buscar medios que ayuden a superar un estado de cosas sin duda alarmante. En este sentido, cabe mencionar a las organizaciones no gubernamentales (ONG) que han lanzado una campaña preventiva con ese fin, como es el caso de la Comunidad para el Desarrollo Humano, de Poder Ciudadano y de Iniciativa Popular, que han impulsado una acción que culminará con la presentación de un proyecto de ley en el Congreso de la Nación.
Es menester tomar conciencia de la complejidad de la situación en que se hallan el país y, consecuentemente, el sistema educativo. La escuela no puede aislarse del clima en el que está envuelto hoy un amplio sector de la población, asediado por la desocupación, la inseguridad, la pobreza y la indigencia, entre otros males.
En ese cuadro, nuestro sistema de enseñanza se ha ido desestructurando y ha ido perdiendo eficacia, no sólo por efectos indeseados de la ley federal y de una reforma educativa desigualmente puesta en marcha, sino también por graves razones económicas y sociales.
El proceso de deterioro acentuó las diferencias entre aquellas escuelas bien dotadas en recursos humanos y materiales, y aquellas otras que padecen gravísimas carencias. Sabido es que las desigualdades desembocan casi siempre en conflictos irreversibles vinculados con la inclusión y la exclusión social, un modo severo de discriminación.
Pero hay algo más. La población asiste desde hace tiempo a reiterados episodios de violencia que se toleran ilimitadamente y que, por su frecuencia, concluyen por ser vistos como auténticos hábitos sociales. Así, por ejemplo, las formas de protesta hacen caso omiso de normas de naturaleza constitucional, prescinden del respeto a los derechos del prójimo y acuden a la imposición de "la ley del más fuerte". La escuela, que debería enseñar lo opuesto a lo que ocurre, ha abandonado su rol como sostén ejemplarizador de las instituciones jurídicas, políticas y sociales.
Asimismo, la indispensable alianza entre familia y escuela se ha resentido. El respeto por las formas legítimas de la autoridad y la disciplina, que antes se inculcaba en los hogares y se complementaba en la escuela, ahora es un valor olvidado.
Asimismo, la ética del esfuerzo y el trabajo, que alimentaba las enseñanzas impartidas en los establecimientos educativos y que se constituía en un plexo de valores, creencias y actitudes morales de valor sustancial, se ha ido relajando, a través de un proceso que se acentuó con las alternativas de la vida económica del país.
Todo ello en el contexto de una realidad social en la cual la buena formación no garantiza empleo sino que sirve, a lo sumo, como una condición para no quedar excluido de entrada en una selección de personal.
Por lo tanto, parte de los males que afronta la escuela está originada en otra cuestión de fondo: la declinación de las instituciones y de las normas. En ese cuadro, la violencia encuentra camino propicio para manifestarse, ya que las transgresiones permanentemente parecen alentadas.
En otro orden, muchas de las cosas que la escuela enseña quedan desvirtuadas por la influencia tantas veces nociva de los medios masivos de comunicación y de la televisión en particular, que exaltan valores negativos, como la superficialidad y el hedonismo, además de mostrar en no pocas ocasiones a la violencia como algo natural.
La escuela necesita recuperar apoyos para reafirmarse. Hoy oscila entre cumplir con su misión de proveer formación y conocimientos en un nivel de excelencia o limitarse a proveer contención afectiva y alimento a los alumnos, a evitar que estén en la calle y a tratar de dar orientaciones que los ayuden a no perderse en la confusión.
Con criterio plausible, el Ministerio de Educación nacional ha anunciado planes de refuerzo a las escuelas de menores recursos y una gradual promoción de formas de enseñanza más exigentes. Es un buen punto de partida para empezar a corregir desigualdades, discriminaciones y deficiencias que conspiran contra todo intento de reinstalar al país en la senda del progreso.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=661357&origen=ranking