La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

1995: ¿Elecciones fraudulentas?

Por Oscar Spinosa Melo.

Cuando Roque Sáenz Peña asumió la presidencia de la República el 12 de octubre de 1910, había transcurrido un siglo desde que habíamos nacido como país independiente. Cien años de lucha, sangre, dolor y progreso para conformar una nación. Pero faltaba un paso imprescindible: que el conjunto de los ciudadanos pudiese expresar en forma libre su voluntad para elegir las autoridades que debían gobernarnos.

El hecho más destacado de la presidencia de Sáenz Peña y el que lo hizo pasar a la historia fue la Ley General de Elecciones. Por la misma, el voto pasó a ser universal, secreto y obligatorio. Mucha sangre había costado esa ley, que bajo el número 8871 fue promulgada el 10 de febrero de 1912. Se la aplicó por primera vez en elecciones del Poder Ejecutivo y Legislativo de la provincia de Santa Fe.

Los sesenta años que siguieron a su primer aplicación no fueron fáciles. Golpes militares, “década infame” con “fraudes patrióticos” y nuevos golpes militares cada vez más sangrientos, enlutaron al país que sigue hoy en día debatiéndose con su recuerdo mutilante. Cuando en diciembre del 83 asumió el gobierno el Dr. Alfonsín, la esperanza sopló como una brisa refrescante en la Argentina que, desgraciadamente, duró poco...

Luego de distintas alternativas por demás conocidas, cuando en julio de 1989 asumió el gobierno de Carlos Saúl Menem se daba para mi generación, que promediaba los cincuenta años, un hecho que habíamos pensado nunca nos tendría como testigos: por primera vez en nuestra vida un presidente libre democráticamente elegido le entregaba el poder a otro de distinto signo, pero también electo de la misma forma.

En lo que a mí correspondía, este hecho tenía una particular importancia. Por primera vez también había un real protagonismo en un hecho político de la magnitud del que había ocurrido. No olvido y conservo la muy especial carta que recibí de mi madre, la señora Helena Melo de Herrear. Por supuesto, ignoraba el precio que la vida me tenía fijado. Pero ese tema yo lo he tratado en exceso. Lo que jamás supuse fueron los costos que el país iba a tener que pagar por el error que algunos habíamos cometido.

Muchas de las cosas que ocurrieron en los primeros seis años del gobierno de Carlitos quedaron “tapadas” por “logros”, cuyo verdadero alcance recién hoy está a la vista... Y no se tiene idea, aparte de cuentas en bancos suizos, de lo que aún va a seguir apareciendo.

Pero vamos al tema de este capítulo. La idea del de Anillaco era, una vez llegado, no irse más. Las razones que llevaron al radicalismo a aceptar la reforma de la Constitución y permitir la reelección de Menem, son aún motivo de discusión. Alfonsín, Nosiglia y algunos otros más, todavía le deben una explicación al país. Pero el hecho es que la reforma se produjo y allí entramos en tema.

Carlitos “estadista” sabía que tenía asegurado el triunfo. El radicalismo estaba quebrado espiritualmente. Y el Frente tenía un candidato “muleto”: Bordón, que le había ganado a Chacho con los votos que le había “prestado” Carlitos en la interna “abierta”... Por otra parte, los “servicios” lo venían siguiendo de cerca al Pilo... Parece ser que lo tenían “enchufado” con asuntos estrictamente privados. La reelección Menem ya la tenía. Pero la quería a lo grande, por más del 50% de los votos. Obtuvo el 51%.

Todas las mañanas, con religiosidad cronométrica, me llamaba un personaje al que llamábamos “Bajo diez banderas”, un tal Fernández Mutilva, porque nadie entre los que lo conocíamos, sabía a ciencia cierta “para quién trabajaba”. Cuando digo esto, me refiero a qué “servicio de informaciones” le aportaba sus “conocimientos”, aunque algunos afirmaban que eran “puntos” de la Policía Federal.

Como decía, a las nueve de la mañana sonaba el teléfono. Y Virgilio Fernández Mutilva empezaba su “control” e interrogatorio sobre los temas del día. Sabía que a esa hora yo había leído tres diarios y escuchado la radio. Lo que buscaba era mi opinión sobre los temas importantes.

Parece ser que sus jefes daban importancia mis opiniones. Yo me prestaba al juego, porque me servía, inclusive para “desinformar”. Al mismo tiempo era útil para saber dónde estaba la "preocupación oficial”. Pero como en ese tipo de juegos “para recibir hay que dar”, como al pasar dejó traslucir el deseo del “estadista” de Anillaco de obtener, por cualquier medio, un triunfo espectacular. Cuando le dije que no lograría más del 46% de los votos, me afirmó que pasaría el 50% y agregó una frase sugerente: “Las computadoras hacen milagros”... A buen entendedor... No volvimos sobre ese tema.

Pero a mí me siguió dando vueltas en la cabeza. ¿Para qué forzar un resultado que era seguro, suficiente? No le encontraba la vuelta. Hasta que le vi la punta al ovillo. Ganó por más del 50%. Ahora había que ir por más. Carlitos era insaciable. Hoy está “gagá”. Quería la “re-re”. Ese era el objetivo buscado en obtener una cifra “mágica”. “Las computadoras hacen milagros”. La frase era clave. Y el primer test vendría rápido y también sería el final del sueño.

Santa Fe renovaba sus autoridades. Ironía de las ironías, y tal como lo señalé al principio de este capítulo, allí se aplicó por primera vez la Ley Sáenz Peña que garantizaba el respeto a la voluntad popular. Ese también fue el lugar que el menemismo eligió para violarla e iniciar su carrera de perpetuación en el poder.

El 3 de septiembre de 1995 amaneció un día esplendoroso en Rosario. Yo me encontraba circunstancialmente de visita en casa de un viejo amigo, cuyo abuelo Don Alberto Barceló había sido uno de los campeones del “fraude patriótico”.

Este, luego de diversos avatares laborales, había conseguido, vía “Cavallismo”, ser puesto en el correo oficial ENCOTESA. Me explicó que ellos eran los encargados del escrutinio por un contrato celebrado con el gobierno provincial.

El escrutinio provisional en Santa Fe comprendía un total de 7460 mesas con dos millones de volantes y la existencia de 7 lemas y 211 sub-lemas políticos. En virtud de la ley de lemas, el Partido Justicialista concurría dividido en dos. El menemismo apoyaba a Héctor Cavallero para gobernador. De origen socialista e intendente de la ciudad de Rosario, era el “pollo” de Alberto Kohan y de la encargada de manejar el “negocio”, la ex senadora Liliana Gurdulich de Correa, en aquel entones Secretaria de Asuntos Institucionales del Ministerio del Interior.

El otro candidato justicialista era el intendente de Santa Fe, Jorge Obeid. Obeid era el primera dirigente montonero de relevancia que llegaba a postularse a un cargo de envergadura desde 1976. Apoyado por Reutemann y Duhalde, era un candidato del peronismo histórico, avalado por treinta años de militancia y varios años de exilio durante la dictadura militar.

Había una clara diferenciación con Cavallero, socialista hasta el día de ayer y menemista de hoy. Pero lo que saltaba a la vista de cualquier observador medianamente avisado era la intención de Menem de descabezar su propio partido en una de las tres provincias más importantes del país para someterlo a sus designios futuros.

Por el lado de la oposición antiperonista, la Alianza Santafesina, rejunte de radicales y demócratas progresistas, estaba encabezada por un radical prestigioso: Horacio Usandizaga.

El comicio cerró a las 18 hs. Aparte de algunas informaciones “boca de urna”, los datos del escrutinio provisional brillaban por su ausencia. Cavallero, desde Rosario, afirmaba ser el futuro gobernador. Otro tanto sostenía Obeid, mientras que Usandizaga decía que ganaba por el 0,5%. Oficialmente, no se conocía un solo cómputo de una sola mesa de un solo departamento de la provincia de Santa Fe.

Mientras tanto, en Rosario, junto a Cavallero y lejos del peronismo del gobierno provincial, el entonces Secretario General de la Presidencia, Alberto Kohan acompañado por la Gurdulich, marcaban claramente de qué lado estaba la simpatía de Carlitos “estadista”.

La Gurdulich, a cargo del operativo y cara visible del mismo, había pretendido efectivizar un “triunfo” sobre la base de una encuesta realizada a “boca de urna”. Luego, en lo que se conoció como “pantalla informática”, se intentó producir información distinta a la cargada en las computadoras por los operadores. Se dice que la “jugada “ había sido “volcar” tres votos en blanco por cada una de las 7500 mesas a favor de Caballero, aprovechando la “Ley de Lemas”.

La gente de Reutemann movilizó fiscales informáticos y operadores y el “Lole” en cambio de ir a “Toilette” dijo ¡basta! Se encerró con Obeid en la Casa de Gobierno y resolvió la suspensión del escrutinio provisional.

A la 1.30 de la mañana del día lunes 4 de septiembre, dos tartamudeantes funcionarios de ENCOTESA trataron de dar explicaciones. Hablaron de telegramas mal hechos y finalmente terminaron reconociendo que...


El fraude, Reutemann y los aprietes.

A la 1.30 de la mañana del día lunes 4 de septiembre, dos tartamudeantes funcionarios de ENCOTESA trataron de dar explicaciones. Hablaron de telegramas mal hechos y finalmente terminaron reconociendo que “se había caído el sistema”... “El democrático”, gritó un periodista presente en la sala de prensa de la Casa de Gobierno de Santa Fe.

En Rosario, a la medianoche, Kohan, rápidamente, había desaparecido... Corach, que viajaba hacia Santa Fe, había dado media vuelta y regresado a Buenos Aires.

A las 4 de la mañana de ese día lunes, por radio empezaron las primeras insinuaciones de fraude. Menem, fuera de foco, y a quien sus “esbirros” aún no se habían animado a contarle el fracaso de la maniobra, avalaba el escrutinio provisorio, que no se conocía, pero que daba triunfador a Caballero...

A las 20.30 de ese mismo día, 24 horas más tarde de haberse clausurado el comicio, los apoderados de los partidos políticos firmaron un acta donde se reconocía “que, al no contar con los datos del escrutinio provisorio en tiempo y forma, aceptan el inicio del escrutinio definitivo”. En buen romance, a contar voto por voto.

Grisanti, “punto” del Mingo Cavallo, que todavía no había “descubierto” a las mafias, dijo “alpiste”. ENCOTESA perdió el contrato y creo que mi amigo Marcelo, el de Rosario, una vez más se quedó sin trabajo. Se habrá consolado en uno de sus furtivos encuentros con mi hermana Silvia...

Los únicos que ganaron fueron el país y Obeid, gracias a la decisión de Reutemann que, a veces, no le gusta salir segundo...

Para terminar con el embrollo se  tardaron 37 días. Pero, cuando una semana después hubo elecciones en la provincia del Chaco, todo transcurrió normalmente y el resultado de las urnas consagró gobernador, sin inconvenientes, al radical Rozas.

La trampa no había funcionado y una vez develada la misma, la “banda menemista” no podría intentarla nuevamente. Tal vez no todos se dieron cuenta. Pero en septiembre del 95, en Santa Fe se había jugado la suerte de la democracia y, por un milagro, se había salvado.

Pasó el tiempo. Reutemann había dicho que “le conocía la cara al enemigo”. Entre los estertores agónicos de la “re-re”, Menem, en uno de sus últimos intentos, convocó a un Congreso del Justicialismo en Parque Norte. Reutemann no concurrió y la delegación de su provincia, que sí lo hizo, se retiró de la asamblea dejándolo a Carlitos “estadista” sin quórum.

Se cerraba otro capítulo que bien podría haberse titulado “Amor con amor se paga”. Y yo creo conveniente completar los dichos del Lole sobre la cara del que pergeñó el operativo: “Los ojos se parecían a los de Corach y la nariz y la boca, a los de Kohan, pero no creo que el cerebro fuese de ninguno de ellos”, afirmó. Todos sabemos de quién era el cerebro... Sin embargo, y cosa curiosa, nunca rompió lanzas con Menem.

Y pasó el tiempo. Obeid terminó su mandato distanciado de Reutemann que volvió a ser Gobernador de su provincia. Los acontecimientos que llevaron al final del gobierno de De la Rúa son objeto de comentario en otro capítulo. Lo que interesa para culminar este, que comenzó en un ya lejano 1995, es ver en qué ha terminado el Gobernador de Santa Fe.

Invento de Carlos Menem, el ex corredor de Fórmula 1, sin ningún antecedente que indicase una vocación política, se vio, en virtud de la horrorosa corrupción de la gran mayoría de los dirigentes del Justicialismo, catapultado como uno de los principales candidatos a la Presidencia de la República por el peronismo. Era mi modesta opinión y no tengo dudas, el “nuevo” De la Rúa que le preparaba a la Nación la “serpiente” de Anillaco...

Pero algo no funcionaba con el propio candidato. Las encuestas le daban muy bien, pero su respuesta, cada vez que era consultado por la prensa, era negativa respecto a sus posibilidades presidenciales. No una, sino muchas veces, tantas que empezaron a circular versiones más encontradas sobre su actitud.

Desde temeroso, pasando por no querer competir con Menem, hasta cuestiones de su más estricta intimidad fueron barajadas por distintos sectores de la opinión pública. Otras, señalaban que tomaba su tiempo y que no quería ser presionado.

El hecho es que finalmente, y luego de una visita al Presidente Eduardo Duhalde en el hall de la Casa Rosada dijo su ya famosa frase de: “Seguramente vi algo que no me gustó y por eso no voy a ser candidato”.

Debo reconocer que no fui el único sorprendido. El país entero lo estaba. Yo a Reutemann no lo conozco personalmente. Lo he visto alguna vez a distancia, en Montecarlo, la noche previa a un Gran Premio allá por los años 70. Un hombre que maneja un auto a más de 300 kilómetros por hora no es un miedoso.

Y quien hizo frente al intento menemista de fraude en su provincia y lo desbarató, no parecía tener un respeto reverencial por aquel que lo lanzó a la política. Y si bien a nadie le gusta que lo presionen para adoptar decisiones tan trascendentes como competir por la presidencia de la República, siempre hay formas de fijar los tiempos adecuados.

Pero la forma en que el Gobernador de Santa Fe cerró toda posibilidad de llegar a la Primera Magistratura no sólo  sorprendió, sino que levantó una tormenta de suspicacias por demás pesadas. Lo más destacable fue la pregunta general: ¿Qué fue lo que vio Reutemann? ¿Qué le hizo tomar tan drástica y definitiva resolución?

De todos los ámbitos de la vida pública surgía la pregunta que quedó hasta hoy en día sin respuesta. Al menos, de quien debía darla. Algo muy pesado debía esconderse detrás del silencio del ex piloto de Fórmula 1.

Por eso, y sólo como una hipótesis, voy a reproducir unos párrafos publicados en Página 12 por el periodista Martín Granovsky el 23 de julio de 2002:

“Eduardo Duhalde saludó contrariado a Carlos Alberto Reutemann y le dijo: "El Turco es el mismo psicópata de siempre." Juntos fueron al microcine de la Quinta de Olivos. La única presencia era un operador. Duhalde se había asegurado de contar con la menor cantidad posible de testigos para evitar filtraciones.

El video era borroso, pero las caras se distinguían nítidamente. Parecía una escena de Calígula. Hombres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres. Figuras del gobierno y del Congreso... Las botellas de champagne parecían surtidores. Reutemann pensó por un momento que le hacían acordar al podio de Fórmula 1. Pero esta vez no buscaría ni un segundo puesto. Se fijó en la imagen de una odalisca. Parecía un hombre disfrazado.

"Entonces no hay nada que hacer –comentó parco como siempre. Fue después de esa reunión que pronunció la frase increíble: Seguramente vi algo que no me gustó y por eso no voy a ser candidato.”

Que cada lector saque sus conclusiones. Yo, las mías, las tengo y muy claras... Y creo que Duhalde también y que para evitar un nuevo De la Rúa de Menem, como buen ajedrecista, movió sus piezas en forma magistral...

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