La guerra del opio

La universidad de Yale constituye un terreno particularmente fértil para una sociedad secreta tan elitista e influyente como los Skull & Bones. Pero el éxito de esta organización secreta se debe también en gran parte a la poderosa familia Russell, uno de cuyos miembros, el reverendo Noadah Russell, miembro eminente de la Iglesia congregacionalista, participó en la creación de Yale. La familia Russell se implicó también en la gran guerra del opio que enfrentó al Reino Unido y China durante la primera mitad del siglo XIX.

A finales del siglo XVIII, el monopolio de la explotación del opio cultivado en Bengala con el beneplácito de Inglaterra había sido otorgado a la Compañía de las Indias Orientales, sociedad que dependía directamente de la corona británica y en la cual había participado Elihu Yale.

La guerra del opio, que comenzó alrededor del año 1815, tenía como objetivo imponer la introducción de esa droga al enorme mercado chino. De 320 toneladas anuales en 1792, el contrabando de opio se eleva a 480 toneladas en 1817 y alcanza las 3200 toneladas en 1837.

China pide entonces a la reina Victoria que ponga fin al tráfico. La soberana anuncia que las ganancias que reporta este al Reino Unido son demasiado importantes para que ella decida renunciar a estas. La tensión aumenta entre Pekín y Londres: en enero de 1839, un traficante chino es ejecutado frente a las representaciones de comerciantes británicos en Cantón. En junio de 1839, la Corona acepta destruir importantes cargamentos de opio.

Numerosos ingleses abandonan entonces Cantón y Macao para retomar el tráfico de drogas un poco más lejos, bajo la protección oficial de la marina británica. El choque es ya inevitable: el 4 de septiembre, tiene lugar la primera batalla naval de la guerra del opio, que ocasiona la destrucción de numerosos navíos chinos. Los enfrentamientos demuestran «la fragilidad de los juncos de guerra chinos y la sanguinaria determinación de los protestantes ingleses a que salgan victoriosos los principios del liberalismo fundado en el tráfico de opio».

Samuel Russel, primo de William Russell, es un importante protagonista de la guerra del opio. De nacionalidad estadounidense, es el fundador, en 1813, de la Russel & Company, compañía que competirá, en 1820, con el dominio británico del tráfico de droga hacia China. Uno de los miembros eminentes de la sociedad era Warren Delano Jr., abuelo de Franklin Delano Roosevelt.

Del club Eulogie a los Skull and Bones

Es en este contexto que William Russel crea los Skulls & Bones, en 1832. Se hace difícil establecer las circunstancias con precisión. Al principio, podría tratarse de una reacción a la exclusión de un miembro de los Phi Beta Kappa, Eleazar Kingsbury Forster.

Indignado ante tal manera de proceder es deseoso de dar de nuevo vitalidad a Yale, William Russel habría condenado la decisión de Phi Beta Kappa, dando abrigo a Forster y fundado, con otros trece estudiantes de Yale (entre los cuales se encuentra Alfonso Taft, una sociedad más secreta aun y todavía más fuerte, originalmente llamada Club Eulogie, nombre de la diosa griega de la elocuencia. Todavía bajo la impresión de un reciente viaje a Alemania, Russel incluye una buena cantidad de referencias germánicas en el ritual.

En 1833, los jóvenes miembros adoptan la calavera y los huesos como emblema. En esa misma época, el número 322 se convierte en la «cifra clave» de la organización. El 322 antes de Cristo es justamente el año de la muerte del orador griego Demóstenes. Según la «tradición Skull and Bones», la diosa Eulogie se fue entonces al paraíso para volver en 1832 y unirse a la sociedad secreta.

En 1856, los Skull and Bones son oficialmente incorporados al Russell Trust, propiedad de William H. Russell, gracias a Daniel Coit Gilman (Bones 1852), presidente fundador de la Universidad John Hopkins. El 13 de marzo del mismo año, la organización cambia de cuartel general y se instala en un impresionante edificio del recinto universitario de Yale, pomposamente bautizado «la Tumba».

El lugar se llena rápidamente de reliquias guerreras y macabras: pueden verse allí, según los testimonios de algunos miembros recogidos por Alexandra Robbins, una acumulación de banderas, de colgaduras negras y de armas recogidas en campos de batalla. Como para que no se olvide que se trata de una confraternidad de estudiantes, una serie de pelotas de baseball provenientes de míticos encuentros ganados por Yale se expone en una sala.

El logo de la calavera aparece prácticamente encima de todos los lugares vacíos mientras que huesos de animales se exponen en varias paredes. También pueden verse algunos esqueletos y huesos humanos. La mayoría de los cuadros expuestos en el recinto representan a la Muerte encontrándose con tal o más cual personaje célebre. La atmósfera es parecida a la del entorno de la familia Adams, según Marina Moscovici, conservadora de arte del Estado de Connecticut que trabajó en la restauración de unos quince cuadros en 1999.

Una polémica estalló a principios de los años 1980 alrededor del cráneo de Jerónimo, que los Skull & Bones afirmaban tener en su posesión. Incluso lo mostraron a un jefe de la tribu apache de Arizona, Ned Anderson. Cuando se les pidió la devolución del cráneo, los miembros de la organización presentaron otro diferente. Un análisis demostró que era el cráneo de un niño de diez años, no el del jefe indio. La autenticidad de la reliquia, que regresó posteriormente a «la Tumba», es por tanto dudosa.

Hoy se conoce mejor el funcionamiento de la organización. Cada año se reclutan quince miembros, lo cual permite estimar en cerca de 800 el número de miembros vivos de la organización en cualquier momento preciso. Bajo la autoridad de los miembros más antiguos, los quince felices elegidos se reúnen dos veces por semana durante un año para conversar de sus vidas, de sus estudios y sus proyectos profesionales. También hay debates sobre cuestiones políticas y sociales.

Una vez al año, la sociedad organiza un retiro en Deer Iland, una vasta isla situada en el río Saint Laurent, cerca de Nueva York, donde se ha construido un club señorial al estilo inglés. El nombre de la isla es Deer Iland, no Deer Island, porque tal fue la voluntad de George D. Miller, miembro de los Skull & Bones y generoso donante de la residencia.

El ritual de iniciación fue objeto de las más descabelladas elucubraciones por parte de los detractores de la organización. Sin embargo, como en el ritual masónico, el secreto que lo rodea constituye su elemento más determinante y, si es efectivamente posible que las ceremonias que se desarrollan en el recinto de «la Tumba» hayan tenido en algún momento connotaciones paganas, e incluso satánicas, hay que recordar también que las novatadas que inflingían a los nuevos alumnos de Yale eran, en el pasado, particularmente crueles. Pese a ello, es difícil que se pida hoy a los estudiantes seleccionados para entrar en la organización que se presten a juegos sexuales de mal gusto ante los demás iniciados.

La red.

Lo más fascinante no es lo que sucede en el seno de la organización sino más bien la coherencia de su lista de miembros, reveladora del talento de Skull and Bones en la formación de las elites del mañana. Es así que todos los presidentes de Estados Unidos que han pasado por Yale han sido miembros de los Skull & Bones: William Howard Taft, Georhe H. W. Bush y George W. Bush. Son a la vez incontables las personalidades miembros de la organización que han ocupado más tarde importantes funciones en el mundo de la política, de la diplomacia, de los medios de difusión e, incluso, del espionaje.

La organización dispone de importantes contactos en los medios diplomáticos, sobre todo en el Council on Forreign Relations. Por ejemplo, Henry Stimson, secretario de Guerra de Franklin Delano Roosevelt, el embajador de Estados Unidos en la Unión Soviética Averell Harriman y J. Richardson Dilworth, administrador de los intereses de la familia Rockefeller, eran miembros de los Skull and Bones.

Varios miembros de Skull & Bones han alcanzado también notoriedad en el mundo de los medios de difusión. Al parecer, Henry Luce y Briton Haden, miembros de la organización desde 1920, habrían concebido juntos la idea de crear la revista Time durante una reunión en «la Tumba» mientras que Averell Harriman fue el fundador del diario Today, que se fusionó con otra revista en 1937 convirtiéndose en Newsweek.

Los contactos con la CIA son particularmente impresionantes: William F. Buckley, miembro ultraconservador de la Agencia y conocido propagandista, fue miembro de la asociación, al igual que su hermano, James Buckley, subsecretario de Estado para la Seguridad, Ciencia y Tecnología, en el gobierno de Ronald Reagan, puesto desde el cual supervisaba la entrega de la ayuda militar estadounidense destinada a los regímenes de derecha.

Hugh Cunningham (Bones 1934) también tuvo una larga carrera en los servicios estadounidenses, de 1947 a 1973. William Bundy, Bonesman de la promoción de 1939, se encuentra en el mismo caso, así como Dino Pionzio (Bones 1950), jefe de estación de la CIA en Santiago de Chile en 1970, donde ayudó a desestabilizar al gobierno de Salvador Allende.

Al servir de medio de reproducción de la elite económica y política del país la organización se ha asegurado una benevolencia poco acostumbrado de parte de las autoridades. En 1943, un acta legislativa especial adoptada por el Estado de Connecticut eximió a los socios de la Russell Trust Association, que administra, entre otras cosas, los haberes de la sociedad secreta, de la presentación del informe de actividad que se exige a cualquier otra sociedad.

Durante la segunda mitad del siglo XX, sus fondos fueron administrados por John B. Madden Jr., miembro de Brown Brothers Harriman, sociedad nacida de la fusión, en 1933, de Brown BROS & Company y de W.A. Harriman & Company. Madden trabajaba entonces bajo las órdenes de Prescott Bush, padre del futuro presidente George H.W. Bush y abuelo del actual presidente de Estados Unidos. Naturalmente, todos estos personajes son miembros de los Skull & Bones.

Otra fuente de fondos: los Rockefeller. Percy Rockefeller fue miembro de la Orden y ligó la organización a las propiedades de la Standard Oil. Otra importante familia ligada a los Skull & Bones es la de los Morgan. J.P. Morgan no fue nunca miembro de la sociedad, pero Harold Stanley, miembro del equipo dirigente del Morgan’s Guaranty Trust, perteneció a ella desde 1908. W. Averell Harriman, de la promoción de 1913, fue también miembro del consejo administrativo, al igual que H.P. Whitney y su padre, W.C. Whitney.

Es también de forma indirecta que la organización ha podido beneficiarse con fondos de la familia Ford, aparentemente en contra de la opinión de la misma. McGeorge Bundy, miembro de los Skull & Bones, fue en efecto presidente de la Fundación Ford de 1966 a 1978, después de haber sido consejero para la seguridad nacional bajo John F. Kennedy y Lyndon Johnson.

Presidencial 2004: Skull and Bones cara a cara.

Los Skull & Bones no tienen verdaderamente un discurso ideológico, aunque no es corriente reverenciar a un financista de la guerra del opio o utilizar como objeto ritual el supuesto cráneo del último jefe de un pueblo recientemente exterminado.

Contrariamente a lo que la literatura conspiracionista haya podido mencionar, no se trata de un club de neonazis, de ultraconservadores o tan siquiera de halcones. Sin embargo, como representante de la futura elite (lo cual implica ya el hecho de pertenecer a la clase social que dispone de suficiente capital sociocultural como para triunfar en los diferentes campos del poder), los miembros de Skull & Bones comparten una misma visión del mundo y de las relaciones en el seno de la sociedad.

Todos son por capitalistas partidarios de un seudoliberalismo y defensores de los valores de Libertad que presuntamente encarnan los Estados Unidos. Aún habiendo respondido recientemente a los cantos de sirena de lo «políticamente correcto» al admitir progresivamente a algunos representantes de las minorías étnicas y sexuales, y más tarde de las mujeres, en 1991 -provocando la consternación, entre otros, del ex-presidente George H. W. Bush-, las elites reunidas en los Skull & Bones no dejan de ser por ello la encarnación casi perfecta del pensamiento único de la clase dirigente estadounidense.

El hecho que los dos pasados candidatos a la presidencia de Estados Unidos en 2004, George W. Bush y John Kerry, sean miembros de la organización no puede ser interpretado como la manifestación de una elección arreglada de antemano entre dos cómplices.

Sin embargo podemos inquietarnos legítimamente por la forma en que se establece la selección en el terreno político estadounidense ya que, si los dos candidatos son capaces de enfrentarse duramente, no hay dudas en que ambos pertenecen a un medio social estrecho y homogéneo y que, por esa razón, defienden, a pesar de sus divergencias, intereses parecidos. En cierta forma, parafraseando a un político francés, la elección presidencial de 2004 fue «Skull and Bones o Bones and Skull».

Es además por esa misma razón que la Orden llama tanto la atención, porque encarna la quintaesencia del medio social más favorecido de Estados Unidos y cuyos puntos de vista están lejos de representar el ideal democrático al que aspira el resto de la población.

Individualmente, numerosos miembros de la organización han estado involucrados en la mayoría de las «acciones sucias» de Estados Unidos en los últimos cincuenta años, de la invasión de Bahía de Cochinos a la elaboración de la doctrina nuclear, pasando por el derrocamiento de Salvador Allende. Y han podido hacerlo únicamente fuera del marco de las instituciones democráticas, amparados por el secreto de su complicidad y sobre la base de una vieja confraternidad. Sin embargo, ninguna decisión de ese tipo ha sido tomada en el seno mismo de la asociación de los Skull & Bones. No se trata de una estructura jerarquizada, apta para tomar tales decisiones y hacer que se apliquen.

Sea lo que sea, la Orden secreta sigue siendo la fachada más evidente del «enemigo de clase» que representa la «aristocracia imperial» de Estados Unidos.


Hitler, el abuelo de Bush y el origen de una gran fortuna. Por Giselle Dexter.

Prescott Bush, abuelo del actual presidente de Estados Unidos, fue un joven travieso. En 1918, mientras integraba la asociación estudiantil Skull & Bones (Cráneo y Huesos), en la Universidad de Yale (Coneciticut), se introdujo en un cementerio apache y robó la calavera del épico jefe guerrero Jerónimo, fallecido en 1909 en una reserva indígena.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Prescott Bush era socio de una compañía petrolera de Texas y fue sancionado por el gobierno estadounidense por violación al Trading with Enemy Act (Acta de comercio con el Enemigo) al gestionar una considerable venta de combustible para la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, que estaba devastando desde el aire a media Europa.

Años después, John Foster Dulles, entonces director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y amigo íntimo de Prescott, lo convenció de devolver la calavera de Jerónimo a los apaches. El empresario texano accedió... pero al poco tiempo los indígenas descubrieron que les había entregado una burda réplica.

Ahora, un libro aparecido en Estados Unidos revela que las “travesuras” de Prescott fueron mucho más allá e incluyeron varios negocios millonarios con empresarios alemanes simpatizantes de Adolfo Hitler. Según Webster Tarpley y Anton Chaitkin, autores de George Bush: The Unauthorized Biography, los nazis podrían haber sido “pagados, armados y adiestrados por las camarillas de Nueva York y de Londres, uno de cuyos directores ejecutivos era Prescott Bush”.

En un artículo publicado en Babel Magazine para el primer aniversario de los atentados al WTC, el periodista Victor Thorn comenta el documentado reportaje de investigación de Tapley y Chaitkin, y afirma: “Fueron los banqueros de Wall Street (entre otros) los financieros ocultos de esta fulgurante ascensión hacia el poder. La familia de nuestro actual presidente formaba parte de las personas que financiaron la maquinaria de guerra nazi, mientras sacaban enormes ganancias”.

La biografía no autorizada deja al descubierto una retorcida historia secreta que demuestra que para algunos hombres de las altas esferas internacionales una cosa es el patriotismo y otra los negocios.

El libro narra que en 1922 —en los comienzos del nacionalsocialismo— el empresario ferrocarrilero W. Averell Harriman, viajó a Berlín y se entrevistó con la familia Thyssen para proponerle la fundación de un banco germano-estadunidense. Los Thyssen ya eran los dueños tras bambalinas de varias instituciones financieras que les permitían transferir su dinero de Alemania a Holanda y, de allí, a Estados Unidos.

Estos Bancos eran el August Thyssen Bank (Berlín), el Bank voor Handel (Países Bajos) y la Union Banking Corporation (Nueva York).

A inicios de la década del 20, Fritz Thyssen —autor del libro I Paid Hitler (“Yo financié a Hitler”)— aportó 25 mil dólares al recién constituido Partido Obrero Nacional Socialista Alemán y en 1931 se afilió a esa organización. El magnate estaba al frente del German Steel Trust, consorcio de la industria del acero fundado en 1926 por Clarence Dillon, uno de los hombres fuertes de Wall Street. Un colaborador de confianza de Dillon fue Samuel Bush, padre de Prescott, abuelo de George senior y bisabuelo de George junior.

Harriman y los Thyssen fundaron el banco y designaron como presidente a George Herbert Walker, suegro de Prescott. En 1926 crearon la Union Banking Corporation y pusieron al frente al ex integrante del grupo Cráneo y Huesos. Ese mismo año, el ladrón de la calavera de Jerónimo fue nombrado vicepresidente y socio en la Brown Brothers Harriman. Ambas firmas permitían a los Thyssen enviar su dinero desde Alemania hacia Estados Unidos, vía Holanda.

“Aunque un gran número de otras sociedades ayudaron a los nazis (como la Standard Oil y el Chase Bank de Rockefeller, así como grandes constructores de automóviles norteamericanos), los intereses de Prescott Bush fueron mucho más profundos y siniestros”, escribe Victor Thorn.

“Una parte importante de los cimientos financieros de la familia Bush fue constituida por medio de su ayuda a Adolfo Hitler. El actual presidente de los Estados Unidos, así como su padre (ex director de la CIA, vicepresidente y presidente), llegaron a la cumbre de la jerarquía política norteamericana porque su abuelo y padre y su familia política ayudaron y alentaron a los nazis”.

En octubre de 1942, las autoridades estadounidenses incautaron los fondos bancarios nazis en la Union Banking Corporation, de Nueva York, cuyo máximo directivo era Prescott. No obstante, en 1951 se levantó el embargo y el emprendedor hombre de negocios recuperó un millón y medio de dólares que destinó a nuevas inversiones que, a la larga, engrosaron el patrimonio de la familia Bush.

“Los amigos de Prescott Bush (los mismos traidores de Wall Street que financiaron a Hitler)”, afirma Victor Thorn, "son igualmente los mismos que luego iban a catapultar a George Bush senior al puesto de director de la CIA en los años 70 e instalarle a él y a su hijo, en la Casa Blanca”.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, la familia Rockefeller —propietaria del Chase Manhattan Bank— adquirió el 31 por ciento de las acciones del grupo Thyssen. Esta familia es dueña en la actualidad de la más importante sociedad industrial de Alemania, con un capital de 50 mil millones de dólares.

En 1885, el cacique Jerónimo relató: “Nací en las llanuras donde el viento soplaba libre y no había nada que detuviera la luz del sol. Nací donde no había cercados. Le rezaba a la luz y a la oscuridad, a Dios y al sol, que me dejaran vivir en paz con mi familia”.

Eran otros tiempos, los de las fértiles praderas. Después, llegaron los Bush y compañía. Y se quedaron hasta hoy.

Esotérico