La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Cuando los cobayos son humanos.

Por Manuel Rivas

El desorden social y la pobreza a los que se ha visto abocada Ucrania tras la desaparición de la Unión Soviética han convertido a este país en caldo de cultivo ideal para los experimentos médicos ilegales. A principios de 1.997, la Iniciativa de Ginebra para la Psiquiatría –una organización que desarrolla proyectos humanitarios- denunciaba que el Hospital General de Kiev, la capital, se realizaban prácticas médicas ilegales.

Poco después, el parlamentario Italiano Gianni Tamino preguntaba a la Comisión Europea sobre el hecho de que un doctor apellidado White estuviera "transplantado cerebros humanos" en Ucrania, en su deseo de "solucionar los problemas de personas tetrapléjicas y como forma de resolver los problemas éticos de otros países". Un mes después, la Comisión respondía que "se están recogiendo las informaciones necesarias sobre esta denuncia".

La investigación, pues, sobre las prácticas de Robert J. White –estadounidense, doctor en Medicina, miembro eminente de la Asociación Americana de Neurocirugía y, además, católico practicante- estaba en marcha. Sin embargo, al día de hoy aún no se ha publicado ningún informe sobre sus actividades, que, de ser comprobadas oficialmente por la Comisión, harían tambalear la hasta ahora casi perfecta colaboración entre Ucrania y la Unión Europea.

Pero, ¿quién es en realidad el doctor Robert J. White?.

Muchos colegas suyos aseguran que se trata de un nuevo Frankestein, que ha sido denunciado en múltiples ocasiones por los Frentes de Liberación Animal (FLA) de Estados Unidos. Los particulares experimentos del doctor White con gatos –les sacaba el cerebro con los dedos para volver a coserlos-, monos vivos, y sobre todo, cadáveres humanos – a los que trasplanta el cerebro o la cabeza entera- han puesto los dedos de punta a buena parte de la clase médica internacional.

White ha llegado incluso a asegurar que, de hacer estos trasplantes cerebrales en humanos vivos, "el alma pasaría al nuevo cuerpo", propuesta que no le ha impedido entrevistarse personalmente con el propio Juan Pablo II, muy interesado en sus trabajos.

White desarrolla principalmente sus investigaciones en el departamento de neurocirugía del Metropolitan General Hospital de Cleveland (Ohio, EEUU) y actualmente es profesor de neurología del Western Reserve University, de la misma ciudad. Las pocas imágenes que existen de sus experimentos con monos –que ahora se estarían realizando en niños- son una de las facetas más terribles del horror científico.

No obstante, White recibió, por su labor formativa en Rusia y en reconocimiento a veinte años de trabajo –cambiando cabezas-, el premio humanitario que anualmente concede la Asociación Americana de Neurocirugía y que está creado para incentivar toda actividad que traiga "un gran beneficio a la humanidad". El polémico médico prepara una serie de reportajes sobre trasplantes de corazón para la cadena de televisión estadounidense BBC.

Pero no sólo hay un doctor Frankenstein en el mundo. Los trasplantes de células cerebrales en personas epilépticas son, por ejemplo, una práctica habitual en determinados hospitales norteamericanos desde los años setenta, cuando las prestigiosas universidades de Yale y Rochester comenzaron con ellas, entre otras cosas para tratar de curar el mal de Parkinson.

Algunos de estos trabajos, en concreto el transplante de células fetales, produjeron lesiones en la capacidad intelectual de los pacientes. Según el doctor Julio Francisco Muñoz, de la Asociación del Parkinson de Madrid, "Ya sabemos que el implante de células no es el mejor procedimiento. Los hay más eficaces, como la colocación de electrodos cerebrales, que disminuyen los movimientos involuntarios del paciente".

Desde la asociación Iniciativa de Ginebra para la Psiquiatría se ha denunciado también a algunos psiquiatras por manipular a enfermos mentales como una forma de obtener sus bienes y propiedades. Pero muchas veces son los propios gobiernos los que protegen este tipo de prácticas, como ocurría con los científicos locos de los nazis, que usaron humanos, preferentemente judíos, en sus experimentos.

Por supuesto, este tipo de prácticas no empezó ni terminó en la Alemania de Hitler. Paradójicamente, el que después sería jefazo del proyecto Mk-Ultra de la CIA, que englobaba 149 proyectos de investigación con humanos, el Doctor Ewen Cameron, fue uno de los componentes del jurado encargado de impartir justicias, por crímenes de guerra, a los pocos científicos nazis que fueron procesados en Nuremberg.

Más tarde, los médicos de la llamada Unidad 731 japonesa, que bidiseccionaron brutalmente a 3.000 hombres –rusos, americanos, chinos y coreanos-, fueron acogidos con inmunidad en Estados Unidos por los datos que podían aportar, y que habían sido sacados de seres humanos sometidos a los efectos de las armas biológicas.

Ya en nuestros días, el propio Bill Clinton ha tenido que pedir perdón y pagar 4,8 millones de dólares a las familias de las doce víctimas oficiales inyectadas con plutonio y uranio en 1.940. La American Public Health Association (APHA), una asociación dedicada a proteger la salud pública de los norteamericanos, reconocía que habría que indemnizar a 20.000 víctimas de pruebas bioquímicas, entre ellas enfermos mentales tratados con yodo –131 en las tiroides, reclusos inoculados con hierro y fósforo, e incluso bebés a los que se inyectó cromo-50.

Tras medio siglo de silencio –aún mantenido en muchos casos-, se estima que desde 1.905 a 1.972 en Estados Unidos se ha experimentado ilegalmente en 70.000 humanos, sin contar los 235.000 que sufrieron las consecuencias de explosiones atómicas.

Pero lo mismo hizo las Unión Soviética en diversas ocasiones, como en 1.954 cuando explosionó una bomba en los montes Urales sobre 45.000 soldados, previa firma de silencio. Más recientemente, en la guerra del Golfo, incluso Francia usó en secreto con sus tropas un insomnífero no autorizado del laboratorio Lafon llamado Modafinil. Unas 14.000 cajas de este medicamento fueron transportadas al golfo Pérsico.

En 1.996, después de que el secretario de Energía norteamericano, Hazel O’Leary, jurase que "nunca jamás se realizarán pruebas en seres humanos", la Public Citizen’s Health Research Group (Grupo de Investigación sobre la Salud Pública de los Ciudadanos), formada por decenas de especialistas, mostró los documentos de nueve pruebas efectuadas en África, Asia y el Caribe a mujeres embarazadas y con SIDA, a quienes les daban placebos y drogas no probadas. Resultado: mil recién nacidos podrían morir. Según el citado organismo, 500 niños más en Kenia, Etiopía, Tailandia, Zimbaue y la República Dominicana fueron víctimas de estos ensayos.

Países como Bélgica, Francia, Dinamarca, Sudáfrica y el propio programa del SIDA de la ONU han efectuado este tipo de pruebas. Pero, ¿dónde termina la experimentación médica y dónde empiezan las simples apuestas pseudocientíficas?.

El centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) español, tras una reunión de debate sobre estas prácticas reconocía que "existen países con una legislación mínima en experimentación humana y animal...", y opinaba que "el ensayo en estos lugares para evitar regulaciones estrictas es inmoral y poco ético". Pero entre estos países, desde luego, no se puede incluir a Estados Unidos, Francia o Bélgica.

Con la detención de dos chinos cuando vendían órganos de presos ejecutados a un médico de Nueva York volvió la polémica sobre otro aspecto negro de la medicina contemporánea: el tráfico de órganos. En China, sin legislación al respecto, estas prácticas son utilizadas desde 1.984, hasta tal punto que en 1.995 unos médicos de Hong Kong –y sus pacientes-, fueron detenidos por comer fetos humanos. Según ellos, tenían "efectos tonificantes".

En Europa parecen existir determinadas organizaciones que presuntamente se dedican a esta actividad. En 1.994, seis cadáveres aparecieron sin ojos en Roma, en lo que pudo ser un asesinato ritual, o también un caso de tráfico de órganos. El hospital Sandro Pertini fue investigado por su supuesta colaboración en la muerte de pacientes para obtener material humano. Incluso en España se han detectado noticias en este sentido, procedentes, sobre todo, de la Costa del Sol.

La asociación de transplantados Alcer-Murcia S.A., con sede en Madrid, recibía el 20 de enero de 1.995 un mensaje electrónico en el que un tal Jim Cohan ofertaba viajes para personas que necesitasen un transplante. Según la doctora Blanca Miranda, de la Organización Nacional de Trasplantes, "hace tres años, la Comisión de Trasplantes del Consejo de Europa y el Ministerio de Sanidad británico hicieron una protesta formal denunciando a este señor".

Pero no se pudo condenar al tal Cohan, ya que él sólo ofrece el servicio de trasladarse a otro país para ser trasplantado, y eso no es delito. Antes, Jim Cohan enviaba su oferta mediante un fax con su domicilio; ahora lo hace por e-mail. Pero los precios no han variado mucho: 125.000 dólares cuesta un riñón y 225.000 dólares, el corazón.

A veces, estas prácticas vienen originadas por la tradición de determinadas sectas: en Hararge (Etiopía), por ejemplo, Berne Landsberg fue condenado hace tres años por vender corazones humanos como amuletos, y existe el caso de un policía sudafricano que obtenía vísceras de la funeraria policial para los hechiceros de su tribu. Un miembro de la secta polaca Antrovis afirmó en 1.995 que extraía órganos humanos para Estados Unidos debido a un pacto que se había hecho con extraterrestres "a cambio de tecnología".

Estos casos de tráfico de órganos están extendidos por todo el mundo, especialmente en los países más pobres. En la India está proscrita la compraventa de órganos desde 1.994. Antes se hacía por medio de un simple contrato entre donante y receptor que se establecía de mutuo acuerdo –casi siempre con extranjeros- a cambio de dinero.

Las leyes cambiaron cuando el periódico The Pioneer denunció el rapto de veinte niños en junio de 1.996, por "monstruos" que viajaban en furgonetas blancas, un suceso que conmocionó a la opinión pública india meses después de que la Organización Mundial de la Salud investigase a la fundación Bhattacharya por inyectar una mutación del VIH bovino a diez hindúes –murió uno- a cambio de 4.000 pesetas.

Recientemente, un investigador del gurú indio Sri Sathya Sai Baba –al que por su seguridad llamaremos Tebas-, relato a la revista española Interviú algo espeluznante: "Premanand, mi contacto hindú, dice tener pruebas del robo y trasplante de órganos en los hospitales hechos por Sai Baba con donaciones de ricos occidentales.

También han aparecido mujeres muertas y torturadas fuera y dentro del Ashram. Los jueces, corruptos, no han levantado una investigación, pese a que Balaji Rao, a quien le robaron un riñón, lo denunció". Según Tebas, no se conoce la procedencia de los órganos usados en mil trasplantes para occidentales ricos en el hospital de Baba, en Puttaparthi, como ha denunciado la revista Indian Skeptic.

Hace 50 años que los gobiernos de distintos países vienen realizando diversas pruebas con seres humanos. Ha sido hoy día, cuando algunas superpotencias han reconocido públicamente el haber realizado estos experimentos. Buena muestra de ello es esta noticia que Bitácora publicaba hace algunos meses y que reproducimos de nuevo.
 

Estados Unidos declara públicamente haber realizado pruebas con seres humanos

Estados Unidos utilizó a 400 hombres de raza negra en un experimento de evolución de la sífilis. El experimento consistía en dejar sin tratamiento a los enfermos durante 40 años para observar la evolución de la enfermedad.

El experimento se llevo a cabo entre 1.932 y 1.972 en la localidad de Tuskegge (Alabama), y corrió a cargo de los servicios de sanidad norteamericanos. Ninguno de los hombres expuestos a la enfermedad fue tratado y el experimento continuó a lo largo de 40 años.

El presidente norteamericano Bill Clinton recibió en la casa blanca a cinco de los ocho supervivientes que aun quedan y se disculpo dirigiendo las siguientes palabras "Ha llegado la hora de mirarles a ustedes a los ojos y decir, por fin, en nombre del pueblo estadounidense: Lo que Estados Unidos hizo es vergonzoso, y yo lo siento. Lamento que las disculpas hayan tardado tanto en llegar".

La salida a la opinión pública de esta noticia ha abierto interesantes polémicas acerca de los experimentos con seres humanos que aún realizan Estados Unidos y otros países occidentales en el Tercer Mundo.

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