La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Carlos Castaneda. |
Castaneda era un famoso antropólogo, autor de varios libros sobre la cultura de los antiguos brujos mexicanos. En ellos cuenta que, siendo aún estudiante en la Universidad de California, fue hacer trabajo de campo entre los indios yaquis, al norte de México, a fin de aprender sobre las plantas medicinales que ellos utilizaban.
En uno de sus viajes se encontró con un viejo yerbero que tenía fama de hechicero, quien se le presentó como Juan Matus. Con el paso del tiempo, el anciano lo tomó como aprendiz y le introdujo en una dimensión totalmente desconocida para el hombre moderno: la sabiduría tradicional de los antiguos videntes toltecas, comúnmente conocida como “brujería” o “nagualismo”.
En una docena de libros, Carlos relata una relación de maestro y aprendiz que duró trece años. En ese tiempo, fue sometido a un arduo entrenamiento que le llevó a corroborar personalmente los fundamentos de esa extraña cultura. Las experiencias adquiridas durante su aprendizaje terminaron haciendo que el joven antropólogo sucumbiese ante la fascinación del conocimiento y fuese absorbido por el sistema de creencias que estudiaba. Este desenlace le alejó bastante de sus metas originales.
“Nagualismo” era el nombre que daban los brujos del México prehispánico a su sistema de creencias. De acuerdo con la historia, aquellos hombres estaban profundamente interesados en su relación con el universo, a tal grado, que se dieron a la tarea de investigar los límites de la percepción a través del uso de plantas alucinógenas que les permitían cambiar los niveles de conciencia.
Después de practicar durante generaciones, algunos de ellos aprendieron a “ver”, es decir, a percibir el mundo, no como una interpretación, sino como un flujo constante de energía. El nagualismo consiste en un conjunto de técnicas diseñadas para alterar la percepción cotidiana, produciendo fenómenos psíquicos y físicos de extraordinario interés.
Por ejemplo, la tradición mexicana afirma que un nagual es capaz de transformarse en un animal, pues ha aprendido a soñarse a sí mismo en una forma diferente a la de un ser humano. Detrás de esta creencia popular está el hecho de que los brujos exploran su subconsciente con el propósito de arrojar luz sobre aquel ámbito desconocido de nuestro ser.
El nagualismo fue durante miles de años una práctica socialmente aceptada, tal como entre nosotros lo es la religión o la ciencia. Con el tiempo, sus postulados ganaron en abstracción y síntesis, convirtiéndose en una especie de propuesta filosófica cuyos practicantes llevaron el nombre de toltecas.
Los toltecas no eran lo que comúnmente entendemos por brujos, es decir, individuos que usan fuerzas sobrenaturales para dañar a otros, sino hombres y mujeres extremadamente disciplinados e interesados en complejos aspectos del estar conscientes.
En sus libros, Carlos se esforzó con mucho talento por adaptar el conocimiento de los naguales a nuestro tiempo, sacándolo del ambiente rural y haciéndolo accesible a personas con formación occidental. A partir de las "Enseñanzas de Don Juan", él definió las premisas del camino del guerrero o el camino de la conducta impecable, consistentes en control, disciplina y esfuerzo sostenido. Una vez interiorizados, estos principios llevan al practicante a otras técnicas más complejas, cuyo objeto es percibir el mundo de una manera nueva.
Logrado esto, el estudiante está en posición de moverse por el ámbito de los sueños en forma voluntaria y conciente, tal como lo hace en su vida cotidiana. Esta técnica se complementa con lo que don Juan denominó “el arte de acechar” o el arte de conocerse a sí mismo, y con un ejercicio diario llamado “recapitulación”, porque consiste en repasar los eventos de nuestra historia personal para encontrar su trama oculta.
Tanto el ensueño como la recapitulación hacen posible la creación del “doble” energético, una entidad prácticamente indestructible, capaz de actuar por cuenta propia. Uno de los descubrimientos más relevantes de los videntes toltecas, fue que los seres humanos poseemos una configuración luminosa o campo energético en torno a nuestro cuerpo físico.
También vieron que unos pocos venían con una configuración especial dividida en dos partes. A estos les llamaron naguales, es decir, “personas duplicadas”. Por su particular conformación, el nagual tiene mayores recursos que el común de las gentes. También vieron que, a causa de su doblez y excepcional energía, son líderes naturales.
A partir de estos descubrimientos, fue inevitable que los videntes se estableciesen según los mandatos de la energía, organizando grupos armónicos cuyos participantes se complementaban entre sí. Los guerreros de estos grupos estaban comprometidos con la búsqueda de nuevos niveles de conciencia. Con el tiempo, comenzaron a darse cuenta de que, detrás de sus prácticas y formas de organización, había una regla impersonal.
En este sentido, la regla es la descripción del diseño y los medios por los cuales pueden unirse las diversas conformaciones luminosas de la especie humana, a fin de integrar un solo organismo denominado “la partida del nagual”. La meta de estos grupos es la libertad total, la evolución de la conciencia al punto de poder viajar por el océano de la energía cósmica, percibiendo todo lo que nos es accesible.
Existe una sección especial de la regla que describe cómo se entrelazan las diversas generaciones de guerreros formando linajes, y cómo los linajes se renuevan cada cierto tiempo. A Carlos le tocó vivir una de esas etapas de renovación. Sin embargo, él mismo no entendió lo que esto significaba, hasta que recibió un mensaje que le orientó hacia la divulgación de la enseñanza.
¿Antropólogo o Brujo?
Los diez libros que Carlos Castaneda publicó entre 1968 y 1998 lo erigieron en un autor que rompió la mayoría de los moldes ortodoxos, para convertirlo en un personaje único en sí mismo y difícil de interpretar en su justa dimensión. Es que su obra fue abarcando, a lo largo de esas tres décadas, un trabajo realmente increíble de recopilación de una sabiduría perdida en el tiempo, cual fue la de los indios mexicanos, descendientes de los Toltecas.
Fallecido en abril de 1998 en alguna de sus residencias de California, afectado de un cáncer de hígado, según lo informado por uno de sus secretarios, su vida real, más allá de lo que se conoce por sus libros, fue un verdadero misterio del que hay muchas más preguntas que respuestas. De ahí que, pese a ser una figura reconocida en cualquier país del mundo, fue prácticamente un desconocido en su vida cotidiana, ya que eludió sistemáticamente la mayoría de las entrevistas periodísticas y muy pocas fotos se publicaron de él cuando recién comenzó a contar sus experiencias.
Se dice, entre otras cosas, ratificado por algunos periodistas que afirman haber tenido contactos reales con Castaneda, que nació en Brasil en 1935, hijo de madre muy joven y padre desconocido, mientras otros seguidores de su linaje lo hacen oriundo del Perú. Lo indudablemente cierto es que, siendo un adolescente, se radicó en el Oeste de los Estados Unidos y empezó a estudiar Antropología en la Universidad de California, de la que egresó con su título académico y con muchas ganas de hacer una tesis doctoral acerca de las plantas medicinales y alucinógenas utilizadas por los chamanes de las antiguas comunidades indígenas mexicanas.
Aprendiz de brujo
Buscando precisamente un “contacto” que lo introdujera en ese mundo de conocimientos ancestrales transmitidos boca a boca, Carlos Castaneda conoció en una estación de ómnibus de Arizona a quien sería el hombre que lo haría famoso: Juan Matus, un indio yaqui que sabía todos los secretos de la magia antigua y que estaba dispuesto a transmitírselos, pero sólo después de un largo y severo aprendizaje, al que Castaneda se prestó más que gustoso y abierto.
La primera etapa de ese extenso y árido camino quedó reflejada en su primer libro, aparecido en 1968 con el título de “Las enseñanzas de Don Juan”. Se trata de un verdadero diario de campo de un antropólogo que va registrando y describiendo absolutamente todas sus impresiones y vivencias, en un cuaderno de apuntes que lleva el signo inequívoco de la objetividad académica exigida por aquellos años en los claustros universitarios norteamericanos.
Esa obsesión por anotar todo, que causaba verdaderos ataques de risa a Don Juan, fue lo que le valió en Occidente el primer reconocimiento científico a su obra que, con el transcurrir de los años, se apartaría de esa rigidez pétrea de la objetividad para adentrarse con la misma fuerza en las verdaderas entrañas del pensamiento mágico.
La repercusión internacional de ese libro fue inmensa y, aún hoy, es cita de referencia obligada para aquellos autores que intentar enrolarse en cualquiera de las líneas modernas del pensamiento “espiritual” contemporáneo.
De observador a actor
En 1971, Carlos Castaneda dio a conocer su segundo libro, “Una realidad aparte” y, un año después, en 1972, el tercero, “Viaje a Ixtlán”, completando lo que sería una verdadera serie de episodios continuados, con “Relatos de Poder” en 1974. Y aquí se toma un punto referencial importantísimo en la obra del autor, ya que a esta altura de su “aprendizaje” había recibido toda la información necesaria para asumir él mismo su papel de “brujo”, sobre todo a la muerte o la desaparición de su maestro, el inefable Juan Matus.
Si lo que importó en sus primeros escritos fueron las experiencias personales del autor con los hongos y otras sustancias alucinógenas, en los siguientes capítulos la obsesión de Castaneda pasa a ser otra: reconocer la capacidad de “ver” en otras dimensiones más allá de la humana, lo que para los brujos mexicanos (naguales) era cosa corriente.
Aquí, ya no se usa más para “abrir la mente” la ayuda de ninguna sustancia externa, sino que el “aprendizaje” pasa exclusivamente por lo interno, por incorporar una actitud y una visión del mundo totalmente diferente a lo habitual. Para esto, ya no alcanza solamente con el maestro (Don Juan Matus) sino que se necesita también del aporte de un “benefactor”, alguien que observa y califica al aprendiz según lo que enseña el maestro.
Tal papel lo cumple con Castaneda un indio mazateco llamado Don Genaro Flores, un personaje por momentos muy simpático pero también siniestro, lo que lleva al aprendiz a vivir situaciones psíquicamente muy traumatizantes, con visiones terroríficas de seres de otras dimensiones, a los que se llama “formas inorgánicas de vida”, a los cuales se los puede convertir en “aliados”, pero también pueden ser los enemigos más feroces que uno llegue a imaginar.
Fuente: Psicodelica.com