La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

El caso del odontólogo Ricardo Barreda.

Un famoso caso de masacre doméstica.

El domingo 15 de noviembre de 1992, el dentista Ricardo Barreda discutió con Gladys Mc Donald, su mujer. Después, buscó una escopeta calibre 16,5 que le había regalado su suegra y asesinó a las cuatro mujeres que vivían con él en la casa de la calle 48, entre 11 y 12, de La Plata: su hija Adriana, de 24 años, su esposa, su suegra y su otra hija Cecilia de 26.

Terminada la matanza, salió de su casa a encontrarse con una amante, Hilda Bono. Estuvo con ella dos horas y media en un hotel alojamiento. A la noche, fueron a comer pizza y después Barreda acompañó a Hilda Bono hasta su casa. Tres días después, la Policía lo detuvo.

Barreda fue condenado a reclusión perpetua en el juicio oral y público con mayor audiencia de la historia penal argentina. Fue condenado por el delito de triple homicidio calificado y homicidio simple. "Lo volvería a hacer porque vivía en un infierno y me tenían loco", dijo el dentista desde la cárcel.

Durante el juicio oral, el odontólogo quiso justificar su brutal comportamiento: "eran ellas o yo", declaró. Según su abogado defensor, Carlos Irisarri, hoy el odontólogo sigue pensando que "si no las mataba, ellas lo hubieran matado a él".

Fue condenado a cadena perpetua.


Terminó en un sillón abrazado al caño frío y brillante de su escopeta española. Un rato antes había eliminado a toda su familia con nueve disparos furiosos. Ese domingo, 15 de noviembre de 1992, Ricardo Barreda se había levantado de buen ánimo, con la idea de hacer un intento por quebrar la indiferencia de su esposa, Gladys. "Voy a limpiar las telarañas del techo", comentó.

No tuvo éxito. "Andá a limpiar, que los trabajos de ''conchita'' son los que mejor hacés", llegó la respuesta como latigazo. Prefirió ir a podar la parra. Cuando llegó al armario para buscar un casco se encontró con la escopeta Víctor Sarrasqueta, calibre 16,5, que su suegra, Elena Arreche, le había traído de Europa.

El arma recompuso su ego. La tomó casi con pericia. Cargó rápido. Y guardó más cartuchos en el bolsillo de su guardapolvo. Entonces inició la cacería. Fue hasta la cocina, donde estaban su mujer y su hija menor, Adriana. Primero le disparó a Gladys. "Mami, está loco", escuchó con nitidez a pesar del estruendo que rebotaba en las paredes. No se detuvo. Esta vez, los disparos fueron contra la chica.

Por las escaleras bajó Elena Arreche, la suegra, quien en la mente del dentista aparecía como "la desintegradora de la familia". Otra vez tuvo precisión. Su otra hija, Cecilia, saltó sobre el cadáver de su abuela y le gritó: "¿Qué hiciste, hijo de puta?". Era su preferida. También la mató.

Luego, con la prolijidad que utilizaba para acomodar su consultorio, comenzó a levantar los cartuchos usados. Los puso en una caja y los colocó en el baúl de su auto.

Barreda regresó al comedor, con un plan en la cabeza. Desacomodó algunos muebles, desparramó papeles y armó un escenario de robo. Al mediodía salió en su Ford Falcon. Tiró los cartuchos en una boca de tormenta del centro platense. Después, fue hasta un paraje cercano a Punta Lara y tiró la escopeta a un canal.

Ninguna evidencia podría cercarlo, pensó. Entonces, se fue tranquilo al zoológico. Tuvo tiempo para llegar al cementerio ("para conversar con mis viejos", contó luego) y a las 16.30 entró a un hotel alojamiento con su amiga, Hilda Bono.

A la medianoche regresó a su casa y prendió las luces. Los cuatro cuerpos seguían ahí, desparramados.

Siguió su plan: fue a buscar un servicio de ambulancias. Y cuando llegó la Policía contó la historia de robo, fingió sorpresa y mantuvo su gesto de suficiencia.

Fue trasladado a la seccional 1. El comisario Angel Petti tenía una sospecha, pero Barreda seguía haciendo su papel. Hasta que el policía probó una fórmula: le dio un Código Penal, abierto en la página donde el artículo 34 establece la inimputabilidad. Es decir, donde se indica que no son castigados aquellos que no entienden —por locura u otra causa— lo que hacen.

Leyó el texto. Se sintió más seguro. Entendió el mensaje. Había llegado el momento de cambiar de papel. Un rato después llamó a Petti y le contó la verdad.

El 7 de agosto de 1995 reveló cada detalle del cuádruple crimen a los integrantes de la Sala I de la Cámara Penal Carlos Hortel, Pedro Soria y María Clelia Rosentock. Nunca se quebró.

Un perito, Bartolomé Capurro, aseguró al tribunal que el acusado padecía de "psicosis delirante". Si esa teoría hubiese sido aceptada por la Cámara, Barreda habría terminado en un manicomio. Para entonces, la opinión pública estaba dividida entre quienes lo creían loco y aquellos que veían un gran simulador en él.

Después de largas jornadas de juicio, el acusado fue condenado a reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple. De los tres jueces, sólo Rosentock creyó que Barreda estaba loco. Y dijo en el fallo: "Era un fanático de la unión familiar que sucumbió cuando la vio desintegrarse". Hoy, en la cárcel, Barreda sueña con otro hogar que borre los fantasmas del pasado.


Podría salir en febrero.

El odontólogo Ricardo Barreda, condenado a reclusión perpetua por el asesinato de su esposa, sus dos hijas y su suegra, tendrá que esperar hasta febrero para saber si la Justicia revisa el fallo que lo sentenció, ya que, por la feria judicial, el Tribunal de Casación Penal bonaerense postergó hasta ese mes el pronunciamiento sobre el caso.

Según indicaron fuentes judiciales, uno de los tres integrantes del Tribunal de Casación Penal bonaerense, que analiza la cuestión, no impartió aún su voto.

Los jueces Benjamín Sal Llargués, Horacio Piombo y Horacio Natiello deben decidir si hacen lugar al planteo del abogado Octavio Etchegoyen Lynch, para que revisen la condena a reclusión perpetua del odontólogo, sobre la base de los informes periciales que sostienen que Barreda es "inimputable".

En un principio, el tribunal rechazó el pedido pero, en octubre pasado, la Corte Suprema de la provincia de Buenos Aires ordenó que la cuestión volviera a esa instancia para que fuera tratada una vez más. Así fue como, el último 17 de noviembre, Barreda se presentó ante los camaristas para pedir su libertad, mostrar su arrepentimiento por lo que había pasado y asegurar que aún está tiempo de formar una familia.

"Soy consciente de lo que pasó pero en ese momento yo no era yo. Apelo a los corazones y buen entendimiento de los miembros del tribunal para que valoren esto y el deseo que tengo de poder reinsertarme en la sociedad, de la que nunca salí pese a estar preso”, dijo Barreda entonces.

“Con suerte podré formar una buena familia. Siempre quise eso, desgraciadamente todas las cosas me salieron al revés. Y cuando mejor quise hacerlas peor me salieron", explicó en aquella ocasión.

En su planteo, la defensa aseguró que Barreda fue víctima de una "locura temporal" que lo obligó a actuar fuera de sí, movido por un "delirio de reivindicación" frente al maltrato familiar que recibía; y pidió que se aplique el criterio de la "duda razonable" por los distintos dictámenes psicológicos en torno al estado mental del odontólogo al momento del crimen.


La página exclusiva del Dr. Barreda. Sombras Chinescas: http://www.lakermese.net/barreda.html

En el tiempo libre del que dispone en su calabozo, y que es bastante, en lugar de llorar sobre la leche derramada decidió asumir su nueva condición de un modo creativo. Y una lamparita que tiene sobre un pequeño pupitre, que dibujaba extrañas sombras en las paredes de su celda cada vez que se sentaba en el retrete, hizo que, paradójicamente, se le prendiera la lamparita:

a) ¿Por qué no estudiar los efectos de la luz cuando se proyecta sobre los objetos?
b) ¿Por qué no usar como objetos a mis propias manos?
c) ¿Eh?

Pensarlo y hacerlo fue para Barreda una sola y misma cosa.

   

Sombras chinescas favoritas de Barreda.

PRIMER GRUPO

Mi parra que me da sus hermosas uvas.
Mi suegra gorda, idiota y con várices.
Mi esposa perra, estúpida y verduga.
Mi hija canchera, inútil y sobradora.
Mi otra hija charlatana e irrespetuosa.
Mi gato que rajó por el techo.
 

SEGUNDO GRUPO

Mi torno, que nos dio de comer a los cinco.
Mi tijera de podar la parra, mi fiel amiga.
Mi ventana, luz de mi calabozo.
Mi miedo a la soledad en esta maldita cárcel.
Mi cordial saludo para los de LA KERMESE.
Mi arrepentimiento por todo lo que hice.

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