La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Reconstruir la autoridad del docente Por La Nación. |
Muchas veces hemos hablado de la necesidad de que los padres de familia se acerquen a las escuelas y participen de la educación que reciben sus hijos. La familia es un actor fundamental del proceso educativo y, por lo tanto, es necesario que esté en comunicación permanente con los principales responsables de la experiencia formativa que se vive en el aula.
Ahora bien, esa participación de los padres en la actividad escolar debe apuntar a una finalidad integradora y constructiva y, sobre todo, debe guardar plena coherencia con el necesario respeto por los roles diferenciados que el docente y el alumno tienen asignados en la escuela. No es posible que la intervención de los padres de familia se convierta en un factor que altere la disciplina propia de los claustros y erosione o degrade los espacios de autoridad y liderazgo que el maestro necesita ocupar en el aula para cumplir satisfactoriamente su misión.
En ese sentido, resultaron particularmente afortunadas las recomendaciones que formuló el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, durante el reciente Foro de Padres, realizado días atrás en el Colegio La Salle. En esa oportunidad, Bergoglio dialogó con suma franqueza con más de 900 padres de familia y produjo definiciones que el conjunto de la sociedad debería tener en cuenta cada vez que se presenta la necesidad de encauzar adecuadamente la relación entre los padres de familia y las estructuras del sistema educativo.
El cardenal criticó con severidad la frecuente actitud del padre que, ante cualquier sanción o calificación adversa que recibe su hijo en el aula, concurre a la escuela a quejarse o a cuestionar la conducta del docente. Corresponde que los padres hablen de estos temas seriamente con sus hijos, pero no que cuestionen al maestro. Un padre responsable no puede asumir una conducta que dañe o lesione con tanta desaprensión la autoridad del docente frente a su alumnado.
Lamentablemente, la actitud del padre que asume ciegamente la defensa de su hijo y concurre a la escuela a protestar por la sanción o la "mala nota" que le pusieron es cada día más frecuente.
Según su acertado juicio, los padres que adoptan esa conducta "están pidiéndole a la escuela que haga lo que ellos no se muestran capaces de hacer, que es hacerse cargo del hijo en problemas". Es decir, le piden al colegio que se haga cargo de una responsabilidad que, en rigor, debería ser asumida antes que nada por los padres en el hogar.
Se enumeró, también, una serie de principios que los padres de familia deben respetar cuando examinan la conducta de sus hijos. El primero de esos principios es el que señala la necesidad de "hacerse cargo de los chicos en tiempos en que nadie quiere hacerse cargo de ellos". En segundo lugar, los padres deberían exhortar a desplegar el esfuerzo necesario para liberar a sus hijos de dos flagelos muy propios de esta época: la banalización y la mediocridad.
En otro momento de su exposición, aconsejó a los padres tejer alianzas con los integrantes de lo que llamó la "familia ampliada": encarar los problemas educativos de los hijos con el apoyo y el consejo de tíos, abuelos, docentes y amigos que se muestren dispuestos a participar del esfuerzo por buscar nuevos horizontes para cumplir esa delicada misión. Es necesario evitar que los padres descarguen las consecuencias de su impericia o de su inseguridad sobre las espaldas de los educadores.
La educación está sufriendo actualmente una aguda crisis de liderazgo. Los especialistas opinan que el sistema educativo perdió en parte el rumbo luego del fallido resultado que produjo la ley federal de educación, en parte porque se consagró un modelo educativo cuyo objetivo central era la inclusión social, descuidándose por completo la calidad de la enseñanza.
Es imperioso reconstruir la autoridad del docente en el aula y volver a una educación que incluya la transmisión de valores y conductas. Para eso es imprescindible recomponer el perfil del educador y, sobre todo, la firmeza de su liderazgo moral. En ese contexto, no parece de ninguna manera conveniente que los padres se dediquen a cuestionar sistemáticamente las decisiones de los maestros o a protestar contra cualquier medida disciplinaria que afecte a sus hijos. Si los padres no modifican esas actitudes, las soluciones estarán cada vez más lejos.