La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Aulas flotantes que van detrás de los chicos. Por Jesús A. Cornejo |
Son barcazas que se trasladan entre las islas de Entre Ríos; tienen un maestro a bordo que enseña, cocina y entrega todo su tiempo.
VICTORIA, Entre Ríos. Era ya entrada la mañana cuando Gladys Robledo cruzó la dirección y señaló el mapa. "Es por la zona del arroyo El Barrancoso. Allí, hay dos de las seis escuelas flotantes que tiene Entre Ríos. Mañana podrán presenciar una clase. La lancha sale en una hora", dice Robledo, directora del Departamento de Educación local desde hace poco más de dos años.
El embarcadero es un lugar pequeño, donde amarran algunos veleros y unos cuantos botes de pescadores. El aire aquí está viciado por un fétido aroma a pescado y el cielo está revestido de un tinte gris. Alejandro Braseccio y Jorge Ray preparan ahora la lancha que nos conducirá hasta las escuelas flotantes. En este tipo de viajes, la distancia se mide en tiempo, no en millas.
Los 60 CV del motor fuera de borda parecen lanzar un rugido y la lancha avanza con un ritmo ágil por el río Victoria. Tras media hora de viaje, la lancha traza una curva y penetra en el arroyo La Camiseta. Entonces, aparecen las primeras bandadas de tuyangos, chajás y catay. Y algunas canoas con pescadores que levantan sus trasmallos repletos de tarariras y bogas.
"Antes las maestras daban clases en ranchos, que con la creciente se los llevaban el agua y quedaban sin nada. Ahora las escuelas flotantes cumplen un rol social. Los docentes viven allí y una vez por mes viajan a Victoria a cobrar y a comprar provisiones para la comida de los chicos", dice Braseccio a LA NACIÓN.
"Es una vida sacrificada -añade-. Muchas veces tardan un día en llegar a tierra firme. Tienen que comprar las garrafas de gas y alimentos, cargarlo todo en sus hombros y después llevarlo como puedan en las precarias canoas que los traslada de nuevo a la escuela."
La lancha ahora adopta un ritmo pausado, como si avanzara por simple placer, y en el horizonte aparece un cubo blanco que parece emerger del agua. Es la Escuela N° 40 El Tempe Argentino. El primer colegio flotante que fue construido en 1983.
Una vida en las islas
Olga Andino de Quintana es la maestra y directora de esta escuela de madera que flota sobre el arroyo El Barrancoso. Tiene la piel curtida por el paso del tiempo. Y por la vida en estas islas, donde las lluvias son abundantes y el sol del verano despiadado.
Dice que comenzó su carrera en los colegios de islas. Pero una vez, hace nueve años, se le presentó la oportunidad y no dudó: tomó el cargo de maestro en la escuela flotante. "Los alumnos vienen a la mañana a clase y después de almorzar ayudan a los padres con la hacienda o con la pesca. Muchos de ellos a veces faltan a la mañana, pero recuperan las clases por la tarde. Algunos se quedan a dormir porque viven en islas lejanas", cuenta la maestra y muestra una cucheta reservada para sus alumnos.
En el Tempe Argentino sólo asisten a clases cinco chicos. Todos llevan guardapolvos blancos, algunos muy ceñidos al cuerpo, ya que pertenecieron a otros chicos. Cursan distintos grados de la educación básica y su forma de entretenerse gira en torno de un puñado de bolitas y de una gastada pelota de cuero.
Olga Andino cuenta que durante la tarde prepara la tarea para el otro día y la comida que tiene guardada para el mes en una heladera de gas. Y dice que está preocupada porque le hace falta material escolar para el tercer ciclo.
"No reniego, pero a veces se hace difícil la vida. Acá no tenemos electricidad, ni gas, ni agua potable, ni servicio sanitario. Incluso no tenemos canoa, sólo una radio con banda marina por la que me comunico con los barcos acopiadores de pescado y con el maestro de la otra escuela flotante", indica.
En esa plataforma escolar, la maestra atesora un botiquín con distintos remedios, jarabes y sueros. Y es que si algún chico se lastima o es picado por alguna yarará o araña no tiene quién lo cure, ya que el hospital más cercano está a un día de viaje. Ahora la lancha emprende de nuevo el recorrido hacia la Escuela N° 58 Marcos Sastre.
Tras media hora de viaje volvemos a tirar amarra. Esta vez es un maestro el que recibe a LA NACIÓN: Juan Cáceres. Tiene 34 años y hace ocho que está en la escuela. "Me gusta estar aquí y me siento feliz cuando veo cómo mis gurises van descubriendo un mundo nuevo a través de la lectura y de la escuela. Casi todos los pescadores jóvenes que hoy viven por la zona fueron mis alumnos", señala el docente y la voz se le quiebra.
Temas para todos
Al igual que el resto de los colegios flotantes, Marcos Sastre es una escuela plurigrado donde los alumnos reciben distintas lecciones en la misma aula."El sistema es muy sencillo. Un día -por ejemplo- preparo un tema nuevo para los chicos de los años superiores y al resto le doy tarea y ejercicio para que repasen", explica.
El docente dice que los isleños van detrás de la pesca y que periódicamente, cada dos o tres años, migran a otras regiones. "Si no tuviéramos las escuelas flotantes los chicos quedarían sin educación. Ahora cualquier lancha puede trasladar la plataforma y seguir a los alumnos."
Durante la tarde, Cáceres recibe la visita de sus alumnos. Con una batería abastecida por un pequeño panel solar, el maestro puede ver una hora de televisión: comparte el ritual con los chicos y ex alumnos de la zona.
Durante el censo de 2001 el maestro relevó la zona y constató que en la región hay más de 400 familias de isleños. "El año pasado la cooperadora de padres organizó una fiestita y recaudó fondos para la escuela. Nos hace falta un grupo electrógeno y una heladera. Por eso ahora no compro mucha carne, ya que no tengo cómo conservarla", dice.
Ahora, Cáceres observa cómo dos de sus alumnos bajan la lavada bandera nacional, que flamea en el mástil de la escuela. La ceremonia indica el fin de la jornada escolar. Los chicos saltan a la isla y desaparecen entre los árboles. A lo lejos, vuela un chajá.