No cabe duda que la televisión argentina goza de un eclecticismo pocas veces visto. Y que a pesar de las críticas por su estilo de amarillismo predominante, entretiene. O por lo menos, hace pasar el tiempo. Banalidades, grotescos, escándalos y romanticismo, predominan en la tarde televisiva semanal de los canales de aire.
Desde las temibles telenovelas extranjeras de TELEFE “La Tormenta” o “Isaura; la esclava” entre otras, hasta los programas de chimentos y el patético programa de Canal 13, “Cuestión de peso.” Un programa tipo reality, al cual concurren personas bastante excedidas en peso.
Las mismas deben adelgazar y someterse a una serie de actividades para llegar a la final y no quedar eliminadas. Una vez más, la vida privada en TV. Al frente de tal programa, se encuentra la señora actriz Andrea Politi devenida en lamentable conductora excitada. El programa, no sólo pone de manifiesto la debilidad mental de la conductora sino también, exhibe las miserias humanas.
Como ser, una pareja de participantes que inicia una relación amorosa dentro del programa y discuten porque ella adelgazó más que él. Al tiempo que él, la deja en cámara. Absurdo, grotesco, pero levantado por todos los programas que viven de eso.
“TVR”, “RSM” e incluso, “Intrusos” y “Los Profesionales.” Creer la veracidad de ese tipo de acontecimientos es caer en una credulidad peligrosa, debido a que existe un gran armado televisivo para coptar la atención de los que se encuentran del otro lado.
Pasando a la noche, entre las ficciones, aparecen “Sos mi vida” y “Montecristo.” Desde que se especula sobre un romance entre los protagonista de la primera tira -Oreiro y Arana- la misma mide más de lo que ya de por sí medía. Lo mismo sucedió con la tan esperada escena de encuentro y amor entre los protagonista de la segunda ficción - Krum y Echarri-.
Ahora bien, “Show Match”, el programa de Marcelo Hugo, lejos de ser el humorístico que era, viró al formato de programa cargado de segmentos de competición. “Bailando por un sueño”, es uno de ellos. Famosos y no famosos se entremezclan para enfrentar el peleado Prime Time.
Allí, el sueño de los participantes, en el mejor de los casos queda en un segundo plano, en el peor se diluye; o se lo toma como instrumento para querer “comprar“ la sensibilidad del espectador. Un espectador, que rara vez votará por el sueño. Votará más, por la figura mediática. Aquella que lo entretiene y le otorga pimienta al programa. El personaje que lo invita a hacer zapping dejando de lado la ficción que lo atrapa.
De “Bailando por un sueño” todos hablan. Porque la competitividad y los escándalos, sumado a un jurado miserable que no tiene idea acerca de lo que está votando, genera curiosidad y le da de comer a todos los otros programas. Además de los ya mencionados, hay otros programas que hacen de la televisión un varieté de contenido.
“Querés jugar”, el paupérrimo ciclo de “entretenimiento” del señor Repetto; “Juanita la soltera” una novela irrelevante desde todo punto de vista; “Acoso textual”, “El Chavo” etc, etc. Por otro lado, nos encontramos con el programa de la señora. Es decir, “Almorzando con Mirtha Legran” icono de la televisión argentina, la glamorosa Reina Madre de la televisión, con los años, fue adquiriendo un tinte más mediático.
Tanto es así, que hoy almorzó con el señor Samuel Gelblung, bien conocido como Chiche. Peleados durante veinte años -por una tapa de revista publicada por Chiche cuando era director de Gente y en la cual se la veía a la señora estéticamente desfavorecía en traje de baño- hoy, se reconciliaron en cámara. Y parece que la diva desea continuar con un proceso de paz en el escenario de sus almuerzos. Por lo menos, eso fue lo que dejó entrever. Aunque también quiere reconciliar a otras personalidades del medio que se han peleado.
En definitiva, la señora entendió que la televisión es un negocio y que lo que más vende son los escándalos y las reconciliaciones con improntas escandalosas. Los hilos televisivos se mueven así.
El caso de Canal 7 es llamativo. Prácticamente no existe. Si bien hay programas de carácter cultural interesantes, la audiencia parece no tenerlo en cuenta en sus pantallas. Es como que para pensar, no está la televisión. Mucho menos para aprender o instruir. Y si eso quieren, se van al cable. La gente busca en la televisión un espacio distendido. Lógicamente, que también quiere informarse. Para eso, nada mejor que los noticieros.
Aquellos que sobre un mismo hecho arrojan datos diferentes y que tienen su parte cholula. Sin embargo, hoy por hoy, el mejor noticiero es el de las 19 horas de AMÉRICA. También, la audiencia aspira a tener, los domingos, programas de análisis (Ver nota, La noche del domingo) Pero sólo eso. Fundamentalmente, se aspira a la banalidad. Tengamos en cuenta que nuestra sociedad es una sociedad debilitada y estresada. Que asiste a un proceso de descomposición paulatino producto de las crisis que se vive en las familias como células sociales. Sujeta a problemas económicos y de inseguridad.
Cansada y fastidiada de la venta de simulacros por parte de la clase dirigente, la sociedad va perdiendo el interés por la política y alimentado su desconfianza natural. Entonces, la televisión se presenta como una opción banal que le permite al individuo agotado, colocar su mente en blanco y sumergirse en una caja que lo invita, implícitamente, a presenciar un show mediático de luces, baile, romances, peleas, intrigas y chimentos. Muchos, tenderán a negarlo. Lo cierto es, que todos saben de qué se trata.
Por lo menos, en líneas generales, ya que el boca en boca cuenta. Y el le dije, me dijo, le digo, predomina. Quien consume Pandora no se convierte en una persona más, o menos intelectual. Tampoco se es más, o menos racional. Simplemente se mira y eso no transforma. Es decir, la televisión, no hace a la persona. Al contrario, la audiencia hace a la televisión, puesto que es ella la que pauta las reglas. Por lo tanto, la sociedad de consumo es la que elige y mantiene en aire los programas.
Mayores secretos no hay. Un encuentro que no puede ir más allá de nada, ni trascender simples análisis. Ésta, es nuestra televisión. Amarilla.