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ARABIA SAUDITA: ¿PRÓXIMO MANOTAZO DEL IMPERIO? Por Enrique Oliva |
De los 19 inmolados e implicados directamente en el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York y del Pentágono, 15 de ellos eran ciudadanos de Arabia Saudita. A esta cifra debe agregarse al mismísimo Osama bin Laden, la “oveja negra” de una numerosa y millonaria familia saudí con grandes negocios petroleros con Estados Unidos en sociedad con los Bush.
Alrededor de todo esto, flotó un misterio profundo sobre las verdaderas vinculaciones de los altos miembros de la familia real wahabita (la aristocracia saudí) con el jefe de Al Qaeda. Más incomprensible aun fue el hecho de invadir Afganistán por suponer que de allí habrían salido los terroristas, cuando ya se los sabía sauditas.
Pero, al fin y al cabo, la operación Afganistán aparece hoy como un pretexto para aproximarse el Imperio a las principales fuentes de petróleo como Iraq y Arabia Saudita, pero sin nombrar nunca a esta última como un peligro a la seguridad, y considerada hasta hoy en discursos como “la principal aliada de los yanquis en la Península Arábica”, de la que ocupa más de las dos terceras partes, con más del 90 % de desiertos, sin ningún río en sus 2.248.000 km2. En el resto del territorio peninsular (755.204 km2) se sitúan otros siete reinos o emiratos menores: Bahrein, Kuwait, Omán, Aden, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Yemen, siendo este último el único sin petróleo y, por ende, pobre.
Ahora vemos con frecuencia que en Arabia Saudita se registran atentados terroristas muy sangrientos, dirigidos a matar en especial a norteamericanos e ingleses, quienes suman allí más de 20.000 personas, algunas con sus familias, trabajando como técnicos en yacimientos petrolíferos o como mercenarios guardianes de personas e intereses occidentales.
Hace una veintena de días, se tomaron unas docenas de rehenes extranjeros en la ciudad de Jóbar, de los cuales mataron luego a 19 y a 3 sauditas que los cuidaban. Los cautivos árabes fueron liberados, pero no a unos pocos de ellos de religión cristiana. El cadáver de un británico fue atado a un auto y arrastrado durante dos kilómetros antes de abandonarlo. En otros atentados contra ejecutivos petroleros, efectuados a plena luz del día, se han registrado días atrás varias víctimas.
Por el incremento de la violencia, el Reino Saudí ha dispuesto una segunda postergación por 30 días al ofrecimiento de una amnistía, declarando: “Abrimos las puertas del perdón por última vez”. A su vez, el gobierno norteamericano ha aconsejado a sus súbditos abandonar el país.
Quien haya conocido las ciudades sauditas, sabe que las residencias, en especial de extranjeros, son verdaderas fortalezas muy vigiladas. Ese es el caso del lujoso grupo de edificios llamado Al-Khobar Petroleum Center, a unos 400 kilómetros de Riad, la capital del Reino. En ese complejo están instaladas las oficinas y viviendas de ejecutivos de grandes empresas multinacionales como Total, Schlumberger, Shell, General Electric y Honeywell, entre otras. Y fue allí donde se centraron los más sangrientos atentados.
También los palacios residenciales de sauditas están rodeados de altos muros para evitar ser vistos desde el exterior, como precepto fundamental del islamismo que condena la ostentación de riqueza.
Lo evidente es que las fuerzas mujaidines sauditas están bien organizadas, cuentan con muchos medios y tendrían partidarios en todos los estratos del gobierno y fuerzas armadas. Sus objetivos declarados son “expulsar a las compañías estadounidenses e inglesas que roban la riqueza de los musulmanes y terminar con la monarquía”, según repiten en sus comunicados.
No será fácil desarticular a las organizaciones guerrilleras sauditas pues se trata de grupos tribales usando dialectos distintos. Hay más, el Reino mantiene de siempre sus actividades en el mayor secreto y las pendencias e intrigas son frecuentes, entre los más de cinco mil (5.000) príncipes de la familia en el poder, donde por lo menos dos de los pocos reyes habidos en esa joven monarquía, fueron asesinados por parientes cercanos. Desde 1996 ocupa el trono “provisoriamente” el príncipe heredero Abdullah, por razones de salud del titular, su hermanastro.
Sin lugar a dudas, si Estados Unidos desea cerrar el círculo para reinar sobre el valioso e indispensable petróleo, no tendrá ningún inconveniente en tomar el país, pero allí le ocurrirá lo mismo que en Afganistán e Iraq, pues le harán la vida imposible por la vía de la vietnamización.
La desconfianza en yanquis e ingleses es tradicional en los pueblos árabes por los atropellos que históricamente debieron sufrir. Por eso nacionalizaron su petróleo, aunque tecnológica y comercialmente han caído en manos occidentales. Desde siempre se negaron a dar bases a Estados Unidos, pero cedieron con la misteriosa guerra Iraq-Kuwait y “el peligro de una invasión de Saddam Hussein a Arabia Saudita”. Ahora las tienen dentro. Tanto el monarca como los habitantes piden el retiro de los “infieles” pero siempre se inventan nuevos peligros y raros pretextos para quedarse en las bases, aunque deban vivir allí como prisioneros y sufrir atentados.
Otra razón religiosa de mucho peso para pedir el retiro es que los fanáticos islámicos sauditas, casi en su totalidad, estiman que los occidentales profanan la tierra sagrada de Mahoma y los lugares santos (La Meca y Medina, entre otros) que reconocen como tales los musulmanes de todo el globo. Una de las obligaciones que impone el Corán a sus fieles es una visita, durante su vida, a esos sitios, donde acuden anualmente millones de creyentes.
Quien haya recorrido los tramos iniciales de la ruta que lleva del Puerto de Jidda a La Meca, habrá visto abundantes carteles indicadores de no avanzar a los no islámicos, hasta llegar a un señalamiento que muestra pintada una ametralladora de pie. Allí nadie puede hacerse el pícaro para “profanar” con su presencia los lugares sagrados sin arriesgar la vida. No hay otra pena.
A más del necesario dominio del petróleo por el Imperio, Estados Unidos desconfía de la numerosa nobleza saudí. Es sabido que el príncipe Turki Faisal, jefe de los poderosos servicios de inteligencia de su país, fue íntimo amigo y socio de Osama bin Laden y, aunque dispuso su expulsión del país por presiones norteamericanas, algunos no descartan que continúen vinculados estos dos personajes.
Pero la mayor inquietud de Washington es por haber tolerado, por razones coyunturales, que Arabia Saudita financiara la obtención de la bomba atómica por parte del fundamentalista Pakistán, lo que se llama la “Bomba Verde Islámica” (verde es el color del Profeta Mahoma y está en casi todas las banderas de países de mayoría musulmana).
La “Bomba Verde” se comenzó a mediados de la década de los 70 porque Pakistán, gobernado por el moderado Alí Bhutto, Washington lo pensó un freno contra la India, a quien la entonces Unión Soviética apoyó también a tener su propio poder atómico.
Desde la independencia como colonia inglesa, hindúes y pakistaníes, ahora como potencias nucleares, han tenido dos guerras e infinidad de incidentes por la cuestión de Cachemira, otro volcán gigantesco que los yanquis pueden activar con cualquier imprudencia. Antes debería pensarse que ambos países, con múltiples y sangrientas facturas a cobrar al colonialista occidental, juntos tienen 1.104 millones de habitantes, casi tantos como la China (1.227 millones).
En fin, volviendo al peligro que vive Arabia Saudita hoy, lo vemos muy similar al de Iraq, pues tiene la “desgracia” de poseer más petróleo que nadie. Y también avanza el grado de riesgo para el resto del mundo ante la falta de estadistas en serio y la proliferación del poder atómico en naciones enfrentadas por razones religiosas y étnicas dificilísimas de conciliar.