La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
La muerte y la resurrección de Néstor Kirchner. Por Mariano Grondona. |
Nestor Kirchner falleció el último miércoles en El Calafate y fue enterrado al cabo de un imponente funeral que conmovió a los argentinos durante tres días tanto en Buenos Aires como en Río Gallegos, poniendo a sus exequias en el nivel de las grandes manifestaciones populares que despidieron a Hipólito Yrigoyen, Eva Duarte de Perón, Juan Domingo Perón y Raúl Alfonsín en el pasado. Teniendo en cuenta que Kirchner, mientras vivió, fue el promotor y el receptor de grandes cuestionamientos, ¿podría decirse entonces que su imagen resucitó, sorpresivamente, al tercer día?
Desde el momento en que los argentinos, como latinos, somos emocionales, la muerte de los protagonistas nos conmueve más que a otros pueblos. En 1933, una multitud portó a pulso el féretro de Yrigoyen, desafiando al régimen conservador que lo había desplazado. En 1952, otra multitud aun más impresionante rodeó el cadáver de Evita, aunque esta vez su entierro rodeó al viudo, el general Perón, con el acompañamiento compulsivo del propio Estado en una Argentina amargamente escindida entre peronistas y antiperonistas.
Cuando Perón murió en 1974, en cambio, todos los argentinos le rindieron homenaje porque él y Balbín acababan de presidir la reconciliación entre los dos bandos en pugna. En 2009, fuera del poder como Yrigoyen pero unánimemente exaltado por los ciudadanos como el último Perón, Alfonsín nos dejó. Los grandes entierros que precedieron al de este fin de semana expresaron, por lo visto cada cual a su turno, la unión o la desunión de nuestro pueblo. ¿En cuál de estas dos categorías habría que alojar la inhumación de Néstor Kirchner?
La respuesta a esta pregunta tendría que ser mixta porque el pueblo que despidió a Kirchner pertenecía a dos clases. El fervor de una de ellas fue espontáneo, ya que no respondía a movilizaciones ni consignas planificadas. El fervor de la otra correspondió, al contrario, a la militancia kirchnerista, con sus pancartas y sus ómnibus, y también con su rencor hacia los opositores encarnados, en este caso, por el vicepresidente Cobos. Entre los manifestantes se alineó un núcleo militante compuesto por organizaciones como La Cámpora, que lidera Máximo Kirchner, y una masa de concurrentes espontáneos, en cierto modo inocentes de las directivas ideológicas.
Pero la decisión final acerca del kirchnerismo que tendremos a partir de ahora ya no corresponderá a Néstor sino a Cristina Kirchner. ¿Hacia dónde dirigirá sus pasos la Presidenta? ¿Hacia la confrontación o hacia el apaciguamiento?
De Néstor a Cristina
Las primeras señales que dio la viuda de Kirchner no fueron, en este sentido, halagüeñas.
Empezó por decidir que el funeral de su marido no se realizara en el Congreso, como es costumbre, sino en la Casa Rosada, privando así a los opositores de un escenario que podrían haber compartido con el oficialismo a pesar de que ellos estaban dispuestos a acompañarla en su dolor. El círculo de los homenajes potenciales al recién fallecido, de esta manera, se redujo drásticamente.
A Cobos y a Duhalde se les aconsejó que no concurrieran a la ceremonia del adiós, mientras que ninguno de los restantes opositores que se presentaron para saludar a la Presidenta pudo ni siquiera acercarse a ella. Sólo Elisa Carrió, que estuvo ausente de la ceremonia, eludió la humillación.
Estas primeras señales, ¿son transitorias, producto de la lógica exaltación de los primeros momentos, o, al contrario, permiten prever que la sucesora de Kirchner insistirá en la agresiva estrategia que le legó su marido?
Esta pregunta es significativa porque, si bien el clima subjetivo, emocional, de estas horas, parece favorecer la confrontación en beneficio del Gobierno, un análisis objetivo de las relaciones de poder apunta en dirección contraria. Para ilustrar esta impresión podríamos acudir a la politicometría, esa rama de la ciencia política que, al igual que la "econometría" en el campo económico, procura introducir las matemáticas en el campo político.
Podría sostenerse en este sentido que el poder real de Cristina Kirchner se ha dividido por tres. Mientras vivía Kirchner, el poder que acumulaban entre él y su esposa llegaba a tres unidades macropolíticas. Una, naturalmente, el poder de la propia Cristina. Otra, la acción infatigable de su esposo. La tercera, la coordinación de ambos en función de una división de tareas según la cual, en tanto Néstor "decidía", Cristina "comunicaba".
De estos tres elementos que potenciaban el poder de la pareja Néstor-Cristina, hoy sólo queda uno en pie. Es verdad que, gracias a la emoción que hoy embarga a tantos argentinos, Cristina subirá sin duda en las encuestas. ¿Pero cuánto durará este clima favorable? ¿Algunas semanas? Probablemente. ¿Un año? Difícilmente. Lo más sensato sería entonces aconsejar a la Presidenta para que, aprovechando el calor de la simpatía popular que ahora la rodea, cimiente gradualmente su menor poder mediante un diálogo constructivo con los opositores. ¿O puede olvidarse acaso que, en las elecciones del año pasado, tres de cada cuatro argentinos le dieron la espalda al kirchnerismo?
La encrucijada
El destino, o la Providencia, le está tendiendo no una sino dos manos a la Argentina. La primera es el hecho de que los famosos términos del intercambio, es decir, la relación entre el precio de nuestras exportaciones y el precio de nuestras importaciones que desde 1930 nos había desfavorecido, en la última década ha pasado a favorecernos. ¿Quién no recuerda la tesis de Prebisch sobre "el deterioro de los términos del intercambio", que perjudicaba sistemáticamente a la Argentina? Pero esta fatal ecuación económica, ahora, es inversa gracias al famoso "viento de cola".
A esta circunstancia económica acaba de sumarse una segunda circunstancia, esta vez política, que apunta hacia la consolidación de la república democrática. Es que el obstáculo que se interponía entre nosotros y la república democrática de la que ya gozan otros países latinoamericanos como Brasil, Chile, Uruguay y Colombia, era la pretensión de lograr reelecciones indefinidas que albergaban los Kirchner a través del mecanismo dinástico de la alternancia conyugal. La muerte de Néstor Kirchner ha trabado este mecanismo porque Cristina Kirchner, aun de ser reelegida en 2011, ya no tendría por delante más que otros cuatro años, según la Constitución.
Este horizonte, que anuncia desde ahora la instalación de un mecanismo republicano en nuestra presidencia, no podría alterarse sino en virtud de dos sucesos francamente improbables: uno, que Cristina lograra tanto consenso como para modificar la Constitución; la otra, que el ánimo dinástico la llevara a transferir a su hijo Máximo las esperanzas reeleccionistas de su esposo.
Como van las cosas, es probable que la heredera de Néstor Kirchner quede de aquí a un año, cuando pase el clima actual, en minoría. Pero aun de no ser así, su horizonte de poder se acortaría decisivamente entre 2011 y 2015, como manda la Constitución.
La viuda de Kirchner se halla, de este modo, en una encrucijada. Ya sin las fuerzas que tenía la pareja del poder, puede reintentar subir sola la cuesta arriba del monopolio político. Ateniéndose sobriamente a la nueva situación que ha creado la muerte de Néstor, Cristina podría recorrer, en cambio, el camino que cavaron Perón y Balbín, con la esperanza nada desdeñable de terminar su mandato a su debido tiempo, como lo hizo la chilena Michelle Bachelet para lograr, como ella, el reconocimiento universal de sus compatriotas.