La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

La mentira en perspectiva de género.

Por Juan Olmedo.

Dicen los especialistas que a mediados del siglo XVI andaba por los campos de  Europa una pareja que hacía maravillas vendiendo específicos secretos y un prodigioso ungüento para curar cualquier quemadura. En prueba de su eficacia, ante el estupor del campesinado, el hombre marcaba el rostro de la mujer con un carbón encendido o lo bañaba con agua hirviendo.

Aplicado el remedio inmediatamente, no quedaba ni rastro de las partes quemadas. Claro está con la trampa de que nada había tocado la piel, gracias a los espesos afeites que la cubrían endureciéndola más que el cartón. Preparada para resistir cualquier agresión y aparentar con los retoques cosméticos inalterable lozanía. Enseguida ambos vagabundos pregonaban ruidosamente sus ungüentos anestésicos, capaces de sanar cualquier herida. Dicho sea de paso los audaces aventureros prometían a la par, con la mayor seriedad, recetas mágicas para aumentar las riquezas agropecuarias.

Con la exhibición del pellejo incólume de la charlatana  -por cierto jamás tocado gracias a la cobertura casi pétrea- vendían a carradas su producto medicinal. Y el vulgo más ignorante se tragaba el cuento, con el consiguiente chasco y las terribles heridas abrasadoras. También se dice que la gente defraudada, después de haberlos llamado con admiración “embustidores” (por incombustibles), pasaron a decirles simplemente embusteros. Una voz que vino a significar por si sola gran malicia, además de falsedad.

Modernos embustes. 

Resulta que en la actualidad y ya por estas tierras, estando la economía nacional en llamas, vino a agregársele como un chorro de combustible, el anuncio de otro remedio mágico para apagar el estallido incinerador de la inflación y ayudar a los desvalidos.  

Se trataba de “las retenciones” sobre la exportación agraria. Una exacción que por si sola anuncia el ocaso del derecho de propiedad, cumpliéndose el objetivo marxista. Y significa a corto plazo el asalto a cualquier bolsillo, para tapar la miseria creada por el “crecimiento portentoso” de los índices oficiales y la corrupción.

La protesta del campo  -seria y elocuente- ha sido contestada por la Presidenta con otro discurso del mismo sello que el anterior. En nombre de la “racionalidad”, la “sinceridad”, la “sensibilidad” y la “responsabilidad”, se dirigió como la más humilde y modosa maestra jardinera a sus huestes y a “las hermanas y hermanos” presentes. Entre ellos, las viejas (madres y abuelas) de Plaza de Mayo y los dos matones de conocidas fechorías.

Entonces llamó a la racionalidad en nombre de la concordia, acusando simultáneamente a los chacareros, de aprovechadores que privan de alimentos a los argentinos. Con transparente sinceridad apostrofó a los ricos, inmediatamente después de regalarle un autito de 45 mil dólares a su hija menor. Con dulce sensibilidad se jactó de que a su esposo le digan “montonero”; al tiempo que con toda su grandeza denostaba a un anciano militar privado de la libertad por sus secuaces.

Y con la responsabilidad de Jefa del Estado mantuvo junto a ella, en lugar de privilegio, al jefe de la banda piquetera que pocas horas antes envió a la Plaza de Mayo para agredir a unos pacíficos manifestantes. Coronando su amplitud de espíritu, aseveró que su ideología “nunca planteó la lucha de clases ni la guerra entre ricos y pobres”.

Y lo corroboró con la acusación a la vieja Argentina de maltratar a los inmigrantes y a los pobres, sin perjuicio de establecer la distinción entre piqueteros “negros” y “rubios”. En fin, su menosprecio a los opositores le hizo recordar graciosamente el “Cambalache” de Discépolo. Claro está, omitiendo toda alusión al patético “Chorra”… “Vos tu vieja y el fullero”, como lo adaptara con bronca un viejo criollo algo picado por semejante discurso.

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