La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Apocalipsis PRO. Por Rosendo Fraga (h). |
Una de las lecturas más singulares que se hicieron sobre las elecciones porteñas (antes y después del resultado del domingo pasado) es la del advenimiento ineluctable del Apocalipsis PRO. Las próximas líneas intentarán explicar esta impresión que atormenta a aquellos votantes que no lo hicieron por Mauricio Macri.
El Apocalipsis PRO sería un neologismo porteño que viene a designar la ‘rapacidad neoliberal’, la ‘inmoralidad implícita del empresariado’. Porque se hizo evidente que, agotadas todas las posibilidades imaginables de lucro y de explotación malsana en el sector privado, Macri emergió en la arena política para comenzar la apropiación absoluta de los recursos del Estado para su insaciable beneficio personal (algo así como la justificación del Lebensraum –espacio vital- de la Alemania nazi para anexionarse buena parte de Europa).
Obviamente, los mentores del Apocalipsis PRO proclaman con admirable perspicacia que, en realidad, una buena parte del pillaje fiscal que empezará el 10 de diciembre irá a parar a los bolsillos de su padre, en realidad el mayor beneficiario del movimiento político que su manipulable hijo comenzó allá por el año 2005.
También, de manera obvia, el Apocalipsis macrista no traería consigo únicamente la imposición de la corruptela familiar en la esfera estatal: otro de sus objetivos sería la destrucción absoluta de la educación pública. La quema de iglesias será enterrada para siempre por la quema de escuelas, y la quema de escuelas será rápidamente olvidada gracias a la quema de la universidad pública; los apocalípticos más moderados, sin embargo, apuntan al arancelamiento de la universidad y la exclusión de aquellos alumnos que significan un gasto innecesario para el Estado (algo que, si no me equivoco, no figura dentro de las atribuciones del jefe de Gobierno porteño).
Toda esta maniobra estaría marcada por el cinismo que implica destruir las posibilidades de toda una generación por el placer mismo de hacerlo.
La cultura tampoco podrá salvarse de la depravación del macrismo: la cultura porteña actual será reemplazada por una oferta cultural de elite que profundizará la brecha entre aquellos que tienen como referente a Borges y aquellos que degluten el oropel populista de la calle Corrientes. Y un hecho incuestionable: los porteños debemos agitar los pañuelos con nostalgia en el anden cultural, ante la partida del tren que transporta el término ‘libre y gratuito’ al arcón de los recuerdos.
Y, por último, el Apocalipsis PRO traerá consigo el exilio forzado a punta de pistola de los marginales: aquellos indeseables e indomesticados que opacan el brillo estético de la Ciudad con sus harapos y sus muñones, serán expulsados para que no tropiecen en las veredas los ilustres con monóculos y las señoras con estolas. (¿Suena exagerado? Un importante diario publicó una editorial el día lunes en donde daba por sentado esto, con una cuota todavía más pronunciada de realismo mágico).
Pero, tal vez, lo más importante que refleja la adhesión al Apocalipsis de la derecha despiadada es la vigencia casi absoluta del derecho humano a la ingenuidad, inalienable como pocos: ¿cuánta lógica puede tener esta supuesta voracidad destructiva del macrismo, que traería consigo el final del proyecto político que representa y la pauperización total de la Ciudad?
Y se vuelve irrefutablemente ingenua cuando se observa que, para el 2011, aquel pingüino o pingüina que esté todavía en la presidencia no contará con los favores del más puro azar a su favor, como ocurrió hasta ahora: frente a ese escenario, la construcción de una alternativa nacional respaldada por una buena gestión en Capital parece ser una estrategia a seguir más sensata que transformar la Ciudad en un McDonald’s.
En vez de hablar de votantes que no piensan o de votantes que se equivocan como justificativo de una apabullante derrota electoral, el oficialismo y la izquierda despechada deberían tomar nota del surgimiento de una derecha que ha virado su discurso, si se quiere, pero también ha inaugurado una estrategia política de una sencillez extrema, adaptándose a los requerimientos de un electorado cada vez más descreído ante las formas tradicionales de hacer política.
Y, desde ya, no deberían tomar nota sólo con inquietud, sino con inteligencia.
Fuente: Fundación Carta Política