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Adiós a mamá índigo. Por Alejandro Agostinelli. |
No los tuvo en su vientre, pero los bautizó. Nancy Ann Tappe () falleció en Carlsbad, California, sin que miles de personas —todos los que hoy, aquí y allá, hablan de los "niños índigo"— supiesen que ella inventó la etiqueta a comienzos de los 80. Como si el color fuese la prescripción de una nueva ciencia, o el color tuviese algo que ver con la personalidad de niños que no acaban de crecer.
Instalada en los 90 a partir de varios best-sellers, la promocionada "raza de superniños que encarnó en la Tierra para salvar a la Humanidad" devino en un "diagnóstico" popular. Y en un fenómeno social emergente, ya que fue tema de infinidad de libros, programas de TV y hasta de dos videojuegos, "Fahrenheit" e "Indigo Prophecy". Que tampoco surgió por generación espontánea, si recordamos libros como El principito (1943) o películas como El pueblo de los malditos (1960), El Exorcista (1973), Poltergeist (1982) o Carrie (1983), donde los niños con poderes anticipaban una onda que siguió con Elliott, el amigo de E.T. (1982), el niño que "ve gente muerta" en El sexto sentido (1999) o la saga de Harry Potter (2002).
Con todo, el fenómeno no ha sido estudiado por científicos sociales, pese a que podría ayudar a comprender las actitudes de millares de adultos "abiertos a la nueva espiritualidad" respecto del comportamiento de las criaturas nacidas entre siglos.
En este libro, Nancy Tappe —escritora y parapsicóloga— identificó por primera vez el color índigo con el patrón de comportamiento de una "nueva generación de niños" en el libro Understanding Your Life Through Color (Entendiendo su vida a través del color, 1982). Este es el legado que dejó a legiones de autodenominados expertos en los "Niños de la Nueva Era" que han estudiado, citado y refritado a Tappe.
A treinta años de su publicación, casi nadie sabe que su idea —esa clasificación por colores— no fue consecuencia de una investigación científica sino una búsqueda metafísica: como ella misma explicó, en los 70 tuvo una "visión" de niños rodeados de un áura (un supuesto campo de energía sutil que rodea el cuerpo) "índigo". ¿Por qué índigo? "Porque es el color que veo", contestó a Jan Tober, coautora con Lee Carroll de una serie de libros donde un ángel llamado Kryon informa sobre la misión en la Tierra de esta generación de niños "sobrenaturales, encarnados o descendidos de otro plano, planeta o dimensión espiritual".
La pareja Tober-Carroll consolidó el movimiento a través de una serie de libros y grupos, los Grupos de Luz de Kryon, formados por niños que traen "otro código genético". Esto que prometen traer ¿es necesariamente bueno? Por empezar, no son libres, ya que, según Kryon, los niños "son monitoreados telepáticamente por extraterrestres".
Para los precursores del movimiento índigo, las "viejas almas" serán reemplazadas por "estos nuevos líderes que muy pronto nos guiarán y traerán la paz a La Tierra". Si bien parecen lejos de los centros de decisión, en varios países surgieron chicos empapados en la cultura esotérica de sus padres que salieron por el mundo a repetir unas reflexiones y preocupaciones espirituales (que, dicho sea de paso, ya estaban de moda a fines del siglo XIX, en tiempos de la Sociedad Teosófica).
En la Argentina, un ejemplo de esta cruzada es Matías Di Stefano, el "niño índigo" de 25 años que —con escasa humildad— se postula para "ayudar a entender, aprender y aprehender a las personas sobre los procesos generales del universo, la Galaxia y la Tierra, y de nosotros como Humanidad". Entre los promotores del endiablado impulso alienígena de estos niños, cuyos padres "son incapaces de educarlos porque captan sus pensamientos", estuvo Pedro Romaniuk, autor de Aldys, el niño de la estrella Alción y la Perestroika que salva a la Humanidad (1991). En aquel libro, Romaniuk transmite la tradicional idea según la cual los niños se encargarán de realizar un futuro radiante, aunque en este caso los guías no son los padres sino jefes militares de otros mundos como el Comandante Ashtar Sheran o el Comandante Nehmok.
Nancy Tappe decía que ella miraba "el color de vida de las personas para conocer cuál es su misión aquí, en el plano de la Tierra". Su sensación fue que los colores fucsia y magenta se habían vuelto obsoletos. Entonces, consideró que esos dos "colores de la vida" serían reemplazados. "Me sorprendió encontrar una persona fucsia en Palm Springs, porque es un color que desapareció a inicios de 1900, o eso fue lo que me dijeron", solía explicar Tappe.
En eso estaba cuando "vio" el índigo. Algunos autores han señalado que Tappe llegó a esta conclusión en un laboratorio. ¿Cómo surgió esta confusión? De sus propias afirmaciones: "Yo estaba investigando en la Universidad Estatal de San Diego, tratando de construir un perfil psicológico coherente que pudiera resistir la crítica académica", dijo. Desde entonces, algunos autores han inferido que Tappe era psicóloga, tergiversación que fijó el tema a mitad de camino entre la investigación científica y la experiencia espiritual. Pero ¿era sólo magia lo que definía a las visiones de Nancy? Al parecer, ella "daba clases" en el Estado de San Diego en 1975 y era, a la vez, una conocida vidente, capacitada para "ver el aura de las personas", entre otras prácticas que oscilan entre lo "intuitivo" y lo pseudocientífico.
Nancy Tappe no era la científica que algunos nos quisieron hacer creer. Por otro lado, lo que psicólogos, neurólogos y hasta psiquiatras ven en los síntomas atribuidos a "los índigo" es el llamado Síndrome por Déficit de Atención con Hiperquinesia (TDAH). ¿Qué surge de esa comparación? Que se definen positivamente comportamientos causados por un trastorno bioquímico duro de aceptar, generalmente tratado con fármacos como el metilfenidato.
Algunos autores han visto en la creencia índigo una barrera a la medicación compulsiva de niños "inquietos", quienes "no precisarían de píldora alguna". El psicólogo Carlos Domínguez no ve el lado positivo. "La medicación compulsiva —dice— sólo puede ser atenuada por medicina basada en la evidencia, no por pseudomedicinas".
Lo cierto es que el rótulo índigo surge, sobre todo, en la percepción de los padres que prefieren ver un "don" antes que una patología, empujados por una cultura que lo predispone a ello. Que puedan ser índigos telépatas o elegidos como parte de un programa de hibridación extraterrestre resulta más reconfortante que admitir la necesidad de atención clínica especializada.
Tappe en los EE.UU. y Romaniuk en la Argentina veían lo mismo que muchos fuera del campo esotérico: el advenimiento de una generación geek, más ducha en la tecnología y en la autocontemplación que en el potrero o en la vida social. "A los 3 y 4 años estos niños entienden sobre computadoras de una forma que un adulto de 65 años no podrá hacerlo. Creo que están abriendo un portal", decía Tappe. "El ambiente donde estos niños se desarrollan los ha bloqueado de tal manera que, algunas veces, matan, pero yo creo en la paradoja: necesitamos la oscuridad y la luz para poder escoger. Sin posibilidad de elegir no hay crecimiento (…) Los Niños Índigo no tienen miedo porque ellos saben quiénes son. Ellos creen en sí mismos", afirmaba Tappe sobre estas criaturas idealizadas en una época de endiosamiento del yo y desacralización de la familia, entre otros valores de la globalización del espíritu propuesto por la New Age.
MAMÁ ÍNDIGO SABOREA LOS COLORES
Nancy Tappe afirmaba poseer otra condición, aparte de la videncia. Era sinestésica, una afección neurológica que lleva a, por ejemplo, ver colores cuando oyen o leen letras y números o "saborear" sonidos y colores. Esta percepción conjunta o interferencia de sensaciones de diferentes sentidos en un mismo acto perceptivo no es un fenómeno sobrenatural: 1 de cada 100 personas puede oír colores, ver sonidos e incluso saborear texturas.
Las experiencias de los sinestésicos, según el psicólogo Simon Bacha-Cohen, son hereditarias y podrían explicarse por una irregularidad en la conexión de los nervios entre las distintas áreas del cerebro. No se manifiestan igual en todos los pacientes. Nancy diseñó su propia habilidad: entendió que su percepción de la realidad no era una distorsión sino una ampliación subjetiva, creativa y constructiva de sus sentidos. (Por cierto, algunos parapsicólogos, como el español Oscar Iborra, consideran que la llamada "visión del aura" es un tipo menos conocido de sinestesia).
Según sus biógrafos, Nancy usó el fenómeno "para difundir sus enseñanzas y su filosofía a una audiencia mundial donde la tecnología, el color y las creencias desempeñaron un papel crucial", lejos de la época en que las personas que saboreaban triángulos o percibían el color de ciertas ideas, recibían el tratamiento que se les da a los locos.
Aunque, en algún caso, pudieron ayudar alucinógenos (acaso en el origen de las experiencias sinestésicas referidas por los poetas Rubén Darío, Baudelaire y Rimbaud), hubo artistas, como el novelista Vladimir Nabokov o el compositor ruso Alexander Scriabin, que describieron percepciones de este tipo durante su juventud y miles de personas que juran disfrutar de una suerte de sentido extra, que no representa obstáculo alguno en su vida diaria.
El compositor Sergei Rachmaninoff, al igual que Scriabin, usaba una "paleta de tonos" para "pintar" sus partituras. De igual modo, Nancy Tappe recibía a sus consultantes en Colorology, un instituto dedicado a "estudiar la personalidad a través de la ciencia del color". Penosamente, la periodista argentina Ana von Rebeur no conocía la historia de Tappe cuando escribió "La ciencia del color" (Siglo XXI, 2010). El insólito itinerario del color índigo que se les prescribe a los Niños de la Nueva Era sin duda merece su lugar en la historia de la "disciplina del color".
Fuente: Ciencia Bruja.