La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
La crisis de la enseñanza media. |
En la actualidad hay en la Argentina alrededor de 400.000 adolescentes que deberían estar en las aulas, pero que han desertado de ellas, al tiempo que existe el riesgo de que muchos otros sigan el mismo camino. Tal cifra, citada, a poco de haber asumido su cargo, por el ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, impone la necesidad de hacer algo más y distinto para impedir que eso ocurra.
El titular de la cartera educativa manifestó su interés en priorizar la escuela media como preocupación central de su gestión. En ese sentido, destacó que se debe "terminar con las rigideces del secundario", cualidad a la que destacó como uno de los obstáculos que determinan el abandono de muchos alumnos. En verdad, el hecho cada vez más llamativo es que la realidad de la escuela media, en términos cuantitativos y cualitativos, se ha ido tornando frustrante.
Un dato adicional es la existencia de 270.000 alumnos repetidores, algo más del 10 por ciento de la matrícula, que así se ubican en la antesala de la deserción. Por otra parte, las evaluaciones periódicas han evidenciado un descenso de calidad en los aprendizajes.
Se justifica entonces afirmar que la enseñanza media no responde a las expectativas y se encuentra desde hace décadas en un proceso decadente. En consecuencia, hacen falta cambios no sólo parciales, sino de fondo.
El tema no es nuevo. Con frecuencia ha sido analizado por expertos y ha sido objeto de los comentarios de estas columnas. Debe señalarse que un tratamiento cuidadoso del problema exigiría establecer con precisión el significado que el funcionario otorga a "las rigideces" del sistema secundario y, asimismo, habría que comparar los logros alcanzados en las áreas de la enseñanza pública y privada, las desigualdades de recursos que se aplican, la inequidad de oportunidades que se dan entre las jurisdicciones, regiones y modalidades de escuelas, entre otras causales.
Además, cabe recordar que no han faltado intentos parciales y reestructuraciones ambiciosas que, por diversas razones, también fracasaron. Eso ocurrió con la reforma educativa iniciada con la sanción de la ley 24.195 en 1993, que introdujo modificaciones de fondo y concluyó de manera decepcionante. La ley 26.206, que nos rige desde 2006, todavía no se cumple plenamente y puede ser mejor definida como un programa por desarrollar que como una norma para cumplir. Esta mención de antecedentes sirve para señalar que sorprende el énfasis del ministro al plantear el problema y la referencia a algunos aspectos parciales para corregir, cuando se enfrenta una realidad compleja, no debidamente evaluada antes de 1993 ni antes de 2006.
Desde luego, si la actual gestión aspira a introducir mejoras parciales de distinto carácter y con objetivos concretos, merece un crédito de expectativas favorables. En este terreno pueden ser propuestas fundadas las de aumentar la experiencia de las tutorías, la promoción de profesores de tiempo completo, la oferta de otras modalidades de enseñanza y la flexibilización de ciertos requerimientos que sean compatibles con la organización escolar. En lo que se refiere al universo de adultos que no completaron la escuela media, hay pasos positivos dados en los últimos años, que autorizan su ampliación y diversificación.
Ahora bien, está claro que las ofertas educativas deben plantearse sobre la base de las necesidades del protagonista adolescente, de las familias, de la sociedad de este tiempo y de las demandas de la vida económica. En su iniciación, la escuela media se proyectó como etapa intermedia entre la primaria y los estudios superiores; es decir, un verdadero puente en el cual se adquirían conocimientos y capacidades culturales que permitían el ingreso posterior en el nivel de los estudios terciarios.
No se ha perdido ese objetivo, pero cuenta la posibilidad de insertar otras orientaciones que, como modalidades profesionales, abrirían el camino al mundo del trabajo para el alumno secundario. De ellas, algunas están vigentes y otras se podrían proponer. Al respecto hay experiencia sobrada.
Como suele ocurrir en la educación, tras los cambios menores se oculta la necesidad de cambios profundos que pueden movilizar las intenciones de construir otra escuela secundaria, aspiración lógica para el mediano plazo, ya que un proyecto de esas dimensiones no puede precipitarse. Hay valiosos antecedentes sobre el tema de autores que han dejado su estela en el pensamiento pedagógico, como Luis Jorge Zanotti y otros, junto a una pléyade de personalidades actuales. Importa que cuanto se haga- y hay mucho por hacer- se implemente con criterios de evaluación periódica y se apunte a elevar el nivel motivacional del alumno y del docente, verdaderos protagonistas de los cambios.
Fuente: La Nación.