La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Opacidad social. Por Laura Etcharren. |
Frente al optimismo exultante de Scioli, la sociedad argentina continúa su proceso de desmoronamiento.
Debates caducos
Negaciones, inseguridades y burlas, son tres de los aspectos más sobresalientes del estado de situación actual de nuestro país. Argentina, un país sumido en la barbarie que logró trascender la explicación de Sarmiento. Un territorio fragmentado que no encuentra unicidad argumentativa sino versiones encontradas sobre los mismos temas.
Disputas políticas que no conducen a nada porque en el epicentro de las mismas se encuentra la problemática de la inseguridad. Una situación sobre la que se hace uso y abuso. Porque desde la negación o minimización del oficialismo y la funcionalidad de la inseguridad en la oposición, la realidad es, que nadie sabe como enfrentar el caos. Entonces, los debates entorno a la misma, son caducos.
Semanas trágicas
Las últimas semanas han sido violentísimas. Asaltos en casas de countrys, casa de barrios comunes, comercios. Inseguridad en las calles.
Una serie de hechos que reconfirman la tragedia a la que se asiste. El asesinato del señor Fernández Gill, por ejemplo, es uno de los últimos episodios que conmocionan a la sociedad y que vuelve a poner en jaque el orden social establecido. Orden que se transformó en un brutal desorden. Que posee espacios propicios para delinquir con tranquilidad como consecuencia de la complicidad de la policía y la liberación de zonas. Bajo estas características, nos encontramos a la deriva y cubiertos por el manto de la inseguridad.
Y el Vicepresidente de la Nación, candidato a Gobernador por la Provincia de Buenos Aires, en lugar de formular un plan de seguridad coherente, a través del reconocimiento de la inoperancia actual, pide esperanza. Como si con esperanza, se erradicara la inseguridad.
Sucede que estamos ante la presencia de la Argentina de Hamlet. Del riesgo. Riesgo que corremos los individuos ante las prácticas delictivas cotidianas. Se reclama justicia por el esclarecimiento de desapariciones y crímenes cometidos durante la última dictadura, al tiempo que se considera una mera sensación, la inseguridad que se vive en tiempos de democracia de supuesto corte progresista.
Crimen organizado.
No son imponderables, tampoco enfermedades o el paso de tiempo. Es el crimen organizado que se cobra vidas a diario. La narcoviolencia que nos lleva a responder con más violencia mediante una búsqueda de mecanismo de defensa.
Aquellos que nos acercan a la portación de armas para defendernos de lo que aún no nos ha sucedido pero que en cualquier momento nos puede suceder. Tal como le ocurrió a otros. Al periodista Antonio Laje, por ejemplo. Quien fue asaltado y atado a punta de pistola en un barrio privado ubicado en la zona de Garín.
La policía, para no perder su estilo, llegó tarde. Y los ladrones, escaparon por el mismo lugar que ingresaron. No cabe duda, que los countrys y barrios privados se han convertido en blancos de los delincuentes que logran trascender la seguridad. Aunque también puede pensarse que se encuentran en complicidad con ella. O bien, se trata de grupos terroristas.
Grupos muy bien preparados en sus tácticas y estrategias que nos aproximan, cada vez más, a la concreción del estado embrionario de maras existente. Criminales que realizan un impecable estudio del terreno y de los movimientos de todas y cada una de las personas que por allí circulan para ejecutar sus planes.
Patológica negación.
La negación, en materia de inseguridad, es una burla. Una patología que como tal, es absolutamente peligrosa. Por un lado, porque revela la inconsistencia en la preparación de quienes han sido designados para salvaguardar a los ciudadanos y por otro lado, porque refleja un estado del ser ávido por acumular poder.
Es decir, se niega lo evidente para no reconocer que su función es un fracaso y así, perpetuarse en el poder. Entonces, mientras los medios de comunicación difunden las crónicas violentas del día, desde el Gobierno, se habla de complot. De una difamación. Como si la delincuencia fuese un invento.
Una necesidad social para derrocar una estructura gubernamental. Aquella que implícitamente se desmorona sola, producto de las contradicciones que existen en el seno de la misma. Integrada por individuos voraces que buscan la manera de seguir en la hegemonía. Aunque sea, con el uso de la patológica negación.
Con el velo de los derechos humanos que mantiene encantados a sectores que no han podido superar décadas pasadas con el perdón. Aquel que no requiere una pérdida de la memoria colectiva pero que necesita de la creación de nuevos vínculos y lazos que no fomenten la venganza. Que no reproduzcan un sistema basado en el odio por el pasado y en la indiferencia por el presente.
Vínculos que nos rescaten de la opacidad social en la que nos encontramos.