La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
La Policía Astral.
Por Gustavo Fernández. |
No, no es un buen título, seguramente. Soy antimilitarista por formación y elección, y toda referencia a quienes porten uniforme y armas me suena radicalmente antiespiritual. De lo que, después de todo, trata este artículo. Pero ocurre que tanto la mención del epígrafe como un sucedáneo (“Policía Oculta”, escribió la esoterista y psicoanalista Dion Fortune) se ha popularizado lo suficiente en el ambiente esotérico –por lo menos, entre quienes gustamos de revisar viejos arcanos del “Esoterismo exotérico”, si tal dicotomía fuera posible- que hasta la legendaria y malograda FUDOSI (Federación Universal de Órdenes y Sociedades Iniciáticas [1]) no sólo así se refiriera a ella sino que –al igual que nosotros, los miembros del Centro de Armonización Integral, de Argentina) adoptó su símbolo representativo como isotipo identificatorio.
Haríamos sin embargo más honor a la verdad filosófica si simplemente le llamáramos –en un sentido más digerible para quienes tengan una perspectiva blavatskyana- “Hermandad Blanca” o de los “Nueve Desconocidos”. Se trata, sucintamente, de un conocimiento al que trabajosos adeptos llegaron por vía iluminista: en algún etéreo sentido, un grupo sempiterno de nueve boddhisattvas –siempre nueve- eligieron detener su evolución hacia otros niveles para ayudar a una humanidad rezagada. Velan sobre todos y cada uno de los seres humanos. No se atribuyen propiedades angélicas ni exigen algún tipo de coercitiva devoción yahvídica: simplemente allí esperan por el llamado de quien los necesite.
Pero como corresponde a una naturaleza suprahumana, sólo responden a un metalenguaje: el de los símbolos. Porque el conocimiento de los mismos no sólo habla a las claras que quien los emplea ha transitado el camino necesario para disponer de ese beneficio, sino también ha accedido a su comprensión, aunque más no sea de la forma inconsciente en que todo símbolo, a fin de cuentas, una “máquina psicológica generadora de energía” [2] actúa desde los estratos más profundos sobre nuestra vida.
Así, el símbolo del CAI, un triángulo equilátero escarlata inscripto en un círculo plateado, ilustra metafóricamente el esfuerzo que el hombre, aún desde su roja materialidad, hace para ascender –por eso el triángulo apunta hacia arriba- hasta alcanzar un contacto, un conocimiento de lo divino en sí que no será quizás tanto espiritual –pues esa realización es la nirvánica aspiración cumplida de todo buda- sino, cuando menos, intelectual –la perfección del círculo encierra el color de la plata, símbolo de lo lunar y a su vez del conocimiento que brota del inconsciente, “esòterykòs” (“abriendo una puerta”) ya que así como la Luna no brilla con luz propia sino reflejando la del Sol, la mente consciente no brilla sino es a través del reflejo que de lo akhásico (las descargas azuladas amorfas del fondo de la ilustración) hace la mente inconsciente sobre lo conciente.
Aún más. Ese Triángulo también representa la Tríada superior (una trinidad tomada como una unidad) combinación de Atma (el aspecto divino en la constitución del hombre) – Buddhi (el vehículo de Atma, la potencialidad de la inteligencia, la percepción directa) – Manas (el principio de la mente que liga lo superior con lo inferior, la individualidad con la personalidad).
Nunca me cansaré de insistir, nunca será suficiente repetir que el Esoterismo cuenta con dos proposiciones de valor absoluto y aplicación inmediata, de cuya simplicidad nace precisamente su eficacia. Una, es aquella que enseña –me he extendido en otra ocasión sobre esto y no pienso plagiarme, hoy, a mí mismo- que aunque todas las afirmaciones de estas enseñanzas fueran originariamente falsas, el hecho de estar sosteniéndolas, transmitiéndolas y creyéndolas a través de los siglos termina por hacerlas realidad ya que las convierte en entelequias [3].
La otra tiene que ver de plano con la cuestión que nos ocupa: si por meditación, elevación espiritual y profundo conocimiento de las causas fundamentales un grupo de esoteristas asocia un determinado conocimiento a una figura simbólica, aunque el paso de los siglos haga que se pierda la “información explicativa” de ese símbolo siempre podrá otro honrado grupo de esoteristas, por el mismo recurso, recobrar su significado. Se trata, básicamente, de una evocación.
Y esta evocación es lo que concita sobre nosotros, en situaciones de alto riesgo, de peligro, la protección de la Hermandad Blanca cuando visualizamos, física o mentalmente, el símbolo de esta Policía Oculta, que no tendrá un 911 –o el número que corresponda en su país- para acudir al rescate cuando le llamemos pero donde el símbolo –de ahí el mediocre apelativo- funge la misma función. Podría aburrirles horas relatándoles episodios donde el símbolo de la Policía Oculta resultó efectivo más allá de toda duda posible, donde situaciones –especialmente de riesgo físico, y allí no caben malinterpretaciones, simples “casualidades” [4] o “profecías autocumplidas”.
Como en el caso de aquella alumna mía, respetada profesora de Grafología de mi ciudad que habiendo colocado días antes en su automóvil –un pequeño y vetusto Fiat 600- estos símbolos [5], choca violentamente contra la parte posterior de un camión cargado de escombros; buena parte de los mismos se abalanzan sobre el pequeño automóvil que termina completamente destruido… pero con su conductora aterrada pero felizmente ilesa.
O en mi caso particular, confeso y convicto fanático de las motocicletas e ínclito protagonista de algunos porrazos fenomenales de los que no he conservado más recuerdo que ropas destrozadas y algún que otro raspón en mi cuerpo, virtud que atribuyo al omnipresente símbolo de la Policía Oculta en mis bolsillos.
Ciertamente, algún lector puede preguntarse, con ánimo solidario, porqué si las bondades de este símbolo (o, para hacer honor a la verdad, aquello con que nos comunica su simbología) son tales no se ha masificado su empleo ante el triste espectáculo de tanta tragedia cotidiana y sólo somos agraciados nosotros, los que estamos hermanados en “Al Filo de la Realidad”.
La respuesta podrá sonar cruel, pero no mentirosa: porque llegar al momento de su conocimiento también es parte del camino. Porque –por si no se han dado cuenta- el Esoterismo es absolutamente elitista y aristocrático. Pero no en aras de una aristocracia financiera, o de quienes gozan las prebendas de haber nacido cosmopolitas y primermundistas por mérito –o demérito- ajeno. Es aristocracia en el sentido más etimológico posible de la palabra, porque –tal vez es hora que se detengan a reflexionar en este punto- todos los hombres (y mujeres, claro) somos iguales en esencia, poco iguales en potencia y totalmente desiguales en acción.
Cualquier otra igualdad pregonada es simple pseudointelectualidad progresista mal digerida o discurso demagógico. Claro que a los políticos les conviene que la masa crea que todos somos iguales: es la única forma de hacerse con el poder, si el voto de un corrupto mediocre le hace esperar el cargo estatal prometido a la par del indigente que acepta votar a quien le regala un par de calzados junto a usted, que se toma todo el tiempo necesario para pensar, para comparar, para escuchar, leer y entonces, bien o mal, elegir.
A este Sistema de Cosas le conviene hacernos creer que todos somos iguales: es entonces igual el delincuente acostumbrado a robar, a extorsionar, a expoliar, el marido y padre alcohólico, violento, pendenciero y golpeador que usted, ávido de amor, de poesía y de paz, preocupado o preocupada por el crecimiento más humano de sus hijos o de extender la mano solidaria a quienes la necesitan.
¿Iguales?. No, gracias; paso.
Ups. Estábamos hablando del símbolo de la Policía Oculta y miren dónde venimos a parar. Mejor me voy a dormir. Que sueñen con el símbolo, que, por si no se los dije, es la más efectiva protección, también, contra los ataques astrales de “cascarones” y “larvas”, según habrán aprendido en nuestras lecciones de “Autodefensa Psíquica”.
Buenas noches.
Notas:
[1] Una organización que desde los últimos años del siglo XIX hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial se generó en Europa –con el concurso de verdaderos cerebros de la “intelligentzia” esotérica como René Guénon, W.B.Yeats, Eugene Castellot y cuyo objetivo era reunir en congresos anuales a distintas vertientes ocultistas con el fin de aunar estrategias para un mejor servicio al mundo. Se cae de suyo que la idea no prosperó; algunos colegas suponen que su destrucción fue buscada por las mismas fuerzas de la Oscuridad, yo sospecho un final más plausible pero menos glamoroso: conociendo el ambiente, poder reunir en estrategias operativas comunes a esoteristas de distinta extracción es una tarea tan ímproba como unificar la pléyade de agrupaciones y movimientos de izquierda que en cualquier país tercermundista gire fuera de la égida del Partido Comunista.
[2] Según la feliz expresión del psicoanalista y astrólogo argentino Dr. Norberto Litvinoff
[3] Según Aristóteles, una “entelequia” es una “idea que aguarda el momento en que la materia de los hechos la haga realidad”
[4] “El azar es la firma de Dios cuando quiere permanecer anónimo” reza un refrán que me encanta citar y cuyo autor, claro, también es anónimo.
[5] Lo más sencillo s hacer,.os manualmente en papel o cartulina de esos colores, plastificarlos y colocrlos, en el caso de un vehículo, en el parabrisas –arriba a la derecha, visto desde el interior del rodado- y en la luneta trasera en la misma posición. También puede colocarse en comercios o viviendas, en la pared enfrentada a la puerta de acceso; es especialmente útil para prevenir la violencia familiar, la irrupción de asaltantes, accidentes, etc. En esta ocasión sugerimos imprimir la ilustración que acompaña esta nota, plastificarla y darle el destino que se desee. Piense también en sus seres queridos y reenvíe este artículo.