La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Quirófano (I). Por Oberdán Rocamora. |
– “Amigos de Etchecolatz, te aseguro, no son”, sentencia cierto sabio anónimo, en cierto bar de la 7, en La Plata. “Primero, porque a Etchecolatz ya no le quedan amigos”.
El sabio sabe más de lo que dice. Agrega que Etchecolatz carece de amigos, en la policía y aledaños, que se encuentren en condiciones operativas de armar inquietantes travesuras. Sin embargo no debe descartarse la existencia del Comando de Viejos. Hubiera entusiasmado, hasta el paroxismo, a Adolfo Bioy Casares. Veteranos, nostálgicos de capturas, que deciden actuar, pero por defensa propia.
Sobre todo a partir del humillante final de Etchecolatz. Con los besos suplicantes a la medallita, mientras los humanitarios, los afectados, tendenciosamente lo denigraban.
La versión del Comando de Viejos es cinematográficamente oxigenante. Reivindica un litigio de ancianos, para continuarse en la convalecencia de un geriátrico. Después de todo, no es ninguna epopeya cargarse a un septuagenario desarmado. Condecorado por la levedad de un parkinson, en jogging y en los alrededores de Los Hornos. El eventual secuestro no requiere de ninguna infraestructura elevada.
Aunque el hombre sea, como don Julio López, un militante popularmente fronterizo. Entre la izquierda y el peronismo. Aparte, en kilómetros a la redonda abundan, más que las esperanzas, los zanjones. Y pozos con aspecto de sótanos, en casas abandonadas, de ladrillos sin revocar.
En esta guerra para Bioy Casares, tanto los acusados, como los probables comandos, y los acusadores, superan la marca senil de los 75 años. Como cuando John Wayne y Robert Mitchum, juntos, hacían de pesados, en el ocaso.
El túnel
Aunque aparezca, hondo y orondo, el señor Jorge Julio López ya se transformó, a su pesar, en otra frontera. O mejor, en el emblema fronterizo, menos relativo que entre la izquierda y el peronismo. En el final de una etapa que marca, invariablemente, el comienzo de otra. Menos ingenua y gratuita. Más polvorienta.
Así don López aparezca mañana, milagrosamente, con vago aspecto de distraído y rostro de "yonofuí". O aparezca, pasado mañana, sólo su cuerpo, descompuesto en algún baldío. Es la antesala del inicio de un túnel que se debió clausurar.
El quirófano
La Argentina, por tantas operaciones, ya puede asemejarse a un quirófano de hospital público. Las imposturas, como las señales, tienen que ver con la cultura de la imagen. Ahora pasan, a partir de la ausencia misteriosa de López, a ser suplantadas por la acción. “Aquí comienza a definirse el poder en la provincia de Buenos Aires”, sentencia otro sabio, con mayor información de la necesaria. Sugiere, con más conjeturas lógicas que datos, que la desaparición de López forma parte del despliegue de la interna peronista.
Asegura que, curiosamente, a pesar de la "desesperación" anunciada por Kirchner en Misiones, no lo buscaban, a López, los "federicos". Es decir, los especialistas de la Policía Federal. Sin embargo, según nuestra fuente, tampoco se movilizaron, por lo menos hasta ayer, los Patas Negras. Es decir, los policías, saturados de purgantes, de la provincia de Buenos Aires.
La búsqueda de López fue acotada a la departamental de La Plata. Y a la comisaría del lugar. No había tanta "desesperación" por investigar.
Cosas raras
Con el episodio López pasa algo raro. Un misterio que, por lo menos, debiera estudiarse con seriedad. Conste que, según ciertos vecinos de Los Hornos, los hijos de López se enteraron, que el padre era de izquierda, sólo cuando fue a declarar, de manera definitoria, contra Etchecolatz. “Ellos son apolíticos, el viejo los tenía tabicados”, nos contó, en la mañana, un allegado.
Conste que, para un peronista de izquierda, ser apolítico, resulta casi pecaminoso. Aunque se aventure, por ejemplo algún hijo, en escalar en la carrera bancaria. La cuestión que aquel domingo, después de la suspensión del partido entre Gimnasia y Boca, don López decidió salir a caminar.
De jogging, pero, extrañamente, con los borceguíes. Cuando El Viejo siempre utilizaba, para caminar, zapatillas. El Viejo López iba, esta vez, hacia alguna parte. Aparte, últimamente, don López juntaba dólares. Tal vez no tenía más de 300. Pero para el barrio es una fortuna. Por lo tanto, el vecino de Los Hornos confía en que J.J. López va a volver.
Los policías, según nuestras fuentes, saben también que El Viejo puede aparecer. Y no sólo porque les resulte extraño que El Viejo saliera a caminar por la noche. Porque sólo caminaba de madrugada, a partir de las seis. Es por algo más que existe cierto optimismo. Por algún dato que, por ahora, prefieren callar.
La apuesta de Felipe
De acuerdo a esta línea de interpretación, Felipe Solá no se precipitó en su apuesta. La de masificar la idea, colectivamente temida, de la desaparición del sujeto. Según nuestras fuentes, a Felipe le cuesta superar cierta utilitaria depresión. Desconfía, nos cuentan, de misteriosos adversarios. A los que suele vincular con el control del aparato policial.
Podrá reprochársele, a Felipe, cierta frivolidad. Sí hizo bien, o mal, en plantear el sensible concepto de la desaparición. Pero de ningún modo podrá acusárselo de decir, esta vez, disparates. Porque resulta atendible la hipótesis que atribuye, la eventual ausencia forzada de López, a otra operación sucesiva del quirófano.
Contra Solá y/ó Arslanián. O los dos juntos. Aquí faltan, para entender el juego, algunos dados. Sin embargo ambos -Solá y Arslanián- pueden equivocarse, a coro. Al suponer que la operación López se encuentra plantada, en el quirófano, exclusivamente, desde la derecha.
De todos modos, pese a la falta de dados, el asunto López creció, hasta adquirir su propia dinámica. Supera la conspiración elemental del origen. Así sea de izquierda o derecha. Preferible, por ahora, es quedarse con el borde perimetral. Aguardar los dados que faltan, y analizar, con plácida moderación, las señales preocupantes. Limitarse a describir el turno de las emocionales manifestaciones.
Con los teológicos reclamos de “aparición con vida”. Consignas movilizadoras de la izquierda motivada que se deja envolver en el simulacro. Tan adicta, la izquierda, a la necrofilia, como el propio peronismo.
La sumatoria de datos obvios de la agenda escamotean el drama principal. La previsible consecuencia de la reactivación, lícitamente irresponsable, de cuestiones que admitían réditos encuestológicos, aunque fueran trágicamente desgarradoras. Situaciones complejas que estaban, si no resueltas, al menos, hasta Kirchner, socialmente atemperadas.
Fuente: Jorge Asís Digital