La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Larrabure: Un crimen de lesa humanidad.

En su reciente visita a la Argentina, el historiador y académico francés, Pierre Nora, dio a los argentinos un sabio consejo: “No confundan memoria e historia; la memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado difundido por quienes experimentaron aquellos hechos o creen haberlo hecho.

Por naturaleza es afectiva, emotiva, inconsciente de sus sucesivas transformaciones, vulnerable a toda manipulación. La memoria depende en gran parte de lo mágico y sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia, por el contrario, es una operación puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un discurso críticos.

La historia es una construcción siempre problemática e incompleta de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó rastros. A partir de esos rastros, controlados, entrecruzados, comparados, el historiador trata de reconstruir lo que pudo pasar, y, sobre todo, integrar esos hechos en un conjunto explicativo…La historia no puede ser dictada por los legisladores. Eso  sucede sólo en los países totalitarios, no en una democracia. ”.

Hemos asistido en estos últimos tiempos a una vigorosa e incesante campaña del gobierno nacional en pos de  imponer una parcial e incompleta memoria en relación a la lucha fraticida que ensangrentó el país durante la pasada década del setenta. Una memoria hemipléjica, lesiva de la unión nacional y de la verdad histórica; que pretende instaurar la falsa versión de que hubo entonces un solo demonio: el militar.

Difundida desde los colegios, las universidades, y el grueso de los medios de comunicación, ha calado hondo en la población, pero difícilmente sobreviva a la mirada crítica y objetiva de los historiadores del futuro.

Cuando ellos vayan en busca de los rastros de ese pasado doloroso, hallarán entre ellos una huella profunda e imborrable: la marcada por el horroroso cautiverio y martirio del Coronel Argentino del Valle Larrabure.

Un primer dato, tal vez los sorprenda: Larrabure fue secuestrado el 11 de agosto de l974 y asesinado el 23 de agosto de l975. Ninguna dictadura gobernaba entonces el país. Lo hacía Isabel Perón, que, junto a su esposo, había sido elegida por el 62 % de los votos.

Seguramente se preguntarán qué razón hubo entonces para secuestrarlo y retenerlo durante 372 interminables días en una lóbrega, húmeda y minúscula celda; qué motivos tuvieron para torturarlo y finalmente ahorcarlo por la espalda .

Hurgando en los diarios y decretos dictados en los años l974/75, los cotejarán con los publicados y dictados en la primera década del siglo XXI, verificando cómo se ha manipulado la memoria. Hoy los asesinos de Larrabure han dejado, como miembros del ERP, de ser terroristas; ya no forman parte de una organización ilegal que el gobierno constitucional de entonces no trepidó en calificar en sus decretos como terrorista. Se han transformado mágicamente en “jóvenes que tan solo pensaban diferente”.

¿Eran realmente así? El interrogante ha sido respondido por la víctima en su diario del cautiverio, donde narra el sadismo y la crueldad de sus verdugos, imputación que probara con el estado que su propio cuerpo tenía cuando fue hallado. Había perdido 47 kilos, sus testículos presentaban signos evidentes de sucesivas torturas; en su cuello podía verse la marca profunda de la cuerda y el alambre con que lo ahorcaron.

Murió sin quebrarse; sin ceder a la vil propuesta de canjear su libertad por la colaboración en la fabricación de explosivos para los subversivos.  Murió de pie, invocando a Dios, y cantando el himno nacional. No es ello, sin embargo, lo más admirable. Lo que especialmente conmueve y admira, es que murió perdonando a sus asesinos, pidiendo a su mujer e hijos que, aunque sucediera lo peor, no odiaran a nadie y devolvieran la bofetada poniendo la otra mejilla.

Esta elevada exigencia moral ha sido honrada por los suyos. Quien lea el libro Un canto a la Patria, escrito por Arturo, su hijo, no hallará odios ni pedidos de venganza, sino una convocatoria a la reconciliación, al perdón y al arrepentimiento por parte de todos, espíritu con que han pedido recordarlo en el acto a realizarse el próximo 23 de agosto, a las 12:00,  en la Plaza Bartolomé Mitre..

Tiempo atrás, al votar en la causa “Simón”, el Ministro de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Maqueda, definió al crimen de lesa humanidad como aquél en que la persona no cuenta.

Coincidiendo, Juan Pablo II denunció en su hora que  “el terrorismo se basa en el desprecio de la vida del hombre. Precisamente por eso, no sólo comete crímenes intolerables, sino que en sí mismo, en cuanto que recurre al terror como estrategia política y económica, es un auténtico crimen contra la humanidad” (cfr: “No hay paz sin justicia. No hay justicia sin perdón”).

El caso de Larrabure es un ejemplo palpable de estos condenables crímenes, como también lo son los atentados a la AMIA y a  la Embajada de Israel que causaron casi cien víctimas y que se encuentran a punto de prescribir sino se los califica de esa manera.

La historia permanece; la memoria va demasiado rápido. La historia reúne; la memoria divide-  advierte Nora, mientras los jueces de la Corte- urgidos desde el atril presidencial a expedirse en determinado sentido- enfrentan el dilema moral de fallar conforme  a la memoria o a la historia.


Editorial La Nación

Nunca podría haber honrado más al conjunto ciudadano ese primer nombre de pila de quien ha sido hasta el límite de lo imaginable arquetipo de los mejores valores humanos.  

Se han cumplido 31 años del castigo despiadado, sin atenuantes en la ferocidad cometida como a fuego lento para hacer de la saña una elocuencia, que llevó a la muerte impiadosa a un gran soldado argentino. El crimen fue llevado a cabo por una facción terrorista a la que toda una corriente -más que de pensamiento, de subalterna reducción política- refiere como los "jóvenes que tan sólo pensaban diferente".

Pues bien, los "jóvenes que tan solo pensaban diferente" secuestraron a Larrabure el 11 de agosto de 1974 y, después de largos tormentos, terminaron por matarlo el 23 de agosto de 1975.  

En esa fecha ninguna dictadura militar gobernaba el país, por más que deba reconocerse que durante el gobierno peronista de la época, a cargo de la viuda del presidente Perón, se segó la vida de centenares de activistas, dirigentes e intelectuales de izquierda. Ese mismo gobierno fue el que dispondría, con la fuerza de un decreto, "aniquilar" a la subversión.  

Larrabure fue víctima fortuita, por el solo hecho de ser militar en actividad, del fuego cruzado al que estaban entregadas las partes más violentas de la izquierda, incluida la del partido gobernante, con una mafia de extrema derecha también enquistada en el poder. Su calvario se prolongó por interminables 372 días. El diario que llevó en el cautiverio es documento vivo de un capítulo siniestro de la historia contemporánea que nadie ni nada podrá, en el devenir histórico, mitigar en la condena por los excesos de todos en aquellos años.  

Larrabure narró en aquellas páginas, halladas con la aparición de su cuerpo, el sadismo y crueldad de los verdugos. Ese cuerpo había perdido 47 kilos que las torturas sucesivas arrebataron uno a uno en más de un año de padecimientos. Es suficiente la emoción que esa sola mención causa como para no ahondar en más detalles de la autopsia y consignar, apenas, que en el cuello se observaban las heridas producidas por la cuerda y el alambre con los que lo ahorcaron.  

Reconforta ahora el acto público por el que se rindió homenaje a esta figura ejemplar por la viva solidaridad de sus camaradas con quien brindó a la hora de la muerte un testimonio insuperable, incluso para quien ya tanto había dado en vida. Porque lo más admirable, si es que puede decirse así del cierre de una tragedia de tal naturaleza, es que Larrabure dejó pedido por escrito, a su mujer y a los hijos, que si sucedía lo que finalmente sucedió no odiaran a nadie y devolvieran la bofetada ofreciendo la otra mejilla. 

Reconforta ese acto, porque contrariamente a lo ocurrido con otros homenajes a militares víctimas del terrorismo que asoló al país, se hizo presente una representación oficial del Ejército. En las actuales circunstancias no importa tanto la magnitud y jerarquía de esa representación como la novedad de la actitud, como la revulsión que seguramente produjo en no pocas conciencias, un caso de estatura antológica en cuanto a las virtudes del coraje físico, de la entereza moral y de la magnanimidad con el enemigo.  

Este diario ha sostenido con invariable firmeza desde su fundación una política de unión nacional. Lo hizo así desde los comienzos de su labor periodística por la decisión de Mitre de articular por el diálogo y el consenso, y llegado el momento también por el perdón, La Nacionalidad argentina. No vaciló, incluso, al llevar adelante esa política, en enfrentar a elementos que le eran próximos, pero excesivamente sectarios en su porteñismo.  

Por eso queremos rescatar las características inusuales del acto de recordación del coronel Larrabure y reafirmar la convicción de que los años mortificantes en que murió Larrabure jamás podrán estar fuera de nuestra memoria, precisamente para que no se repitan.  

Tampoco se podrá deformar permanentemente la historia, y menos aún abogar por leyes y por fallos inequitativos entre quienes cometieron, por igual, crímenes de lesa humanidad como el sufrido por Larrabure si se aspira a un destino colectivo como al que invita la lección de quien merecidamente ha sido honrado estos días.

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