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Templarios en América: la mentira filonazi de Terrera.
Por Gustavo Fernández. |
Está circulando desde hace unas tres décadas. Primero en libros de escaso tiraje, editados en Argentina por la “Escuela Hermética Primordial de las Antípodas”, la organización esotérica que el profesor Guillermo Alfredo Terrera instituyó, parte en la provincia de Córdoba, parte entre sus adláteres en la ciudad de Buenos Aires. Luego, multiplicada por la Internet. Ahora, llega a aparecer en textos cuasi documentales de editoriales de gran porte. Se trata de dos trozos supuestamente literarios. Uno, del mennisinger (trovador) Wolfram Von Echembach:
“En qué lejana cordillera podrá encontrar/ a la escondida Piedra de la Sabiduría Ancestral/ que mencionan los versos de los veinte ancianos, de la isla Blanca y la Estrella Polar/ Sobre la Montaña del Sol con su triángulo de Luz! Surge la presencia negra del Bastón Austral, en la Armórica antigua que en el sur está./ Sólo Parsifal el ángel, por los mares irá/ con los tres caballeros del número impar/ en la Nave Sagrada y con el Vaso del Santo Grial/ por el Atlántico Océano un largo viaje realizará/ hasta las puertas secretas de un silencioso país/ que Argentum se llama y así siempre será/…. (…) Oculto lo mantuvieron en Viarava los Dioses de la Tierra/ en un Monte Sagrado de la innombrable Viarava/ sonde Vultán le otorgara su mágico destino”.
Y más adelante, palabra más, palabra menos, los mismos conceptos pone Terrera en boca de Chrétien de Troyes, en su obra “Parsifal o el relato del Grial”.
A los lectores no conocedores: Guillermo Alfredo Terrera, profesor en Derecho y Ciencias Sociales, graduado en la Universidad de Córdoba en 1954 (y no “antropólogo”, como gustaba presentarse, aunque quizás pueda ser considerado un autodidacta en ese sentido), poseedor del famoso “Bastón de Mando”, supuesto Toqui Lítico de extraterrestre origen, nacido en 1922 y fallecido en 1998, habría recibido en 1948 de manos de Orfelio Ulises Herrera, el “descubridor” de ese bastón o cetro de mando, originariamente símbolo de poder de un tal “cacique Vultán” de la etnia comechingón.
Pero Terrera, iniciador de una corriente que denominó “Antropología Metafísica”, allegado personal de Ángel Cristo Acoglanis, el “guardián de Erks” es recordado también por su relación estrechísima con el movimiento psicosocial que alimentó mitos y fábulas en la región del Uritorco, y amigo del doctor Jacques de Mahieu y con él, defensor de la presencia de Templarios en América. Incursionar en la investigación histórica, no sólo en conjunción con la investigación paranormal sino por simple curiosidad intelectual, puede deparar hallazgos sorprendentes de cuya lectura cada uno se hará responsable. Esto, quizás, ni amerita la extensión de un artículo. Es, apenas, un dato. Pero no menor.
De todos ustedes es conocida la relación entre nazismo, esoterismo y civilizaciones desaparecidas. En cualquier punto en que se esté del más dilatado espectro ideológico posible, y cualquiera sea la interpretación que el lector quiera darle a esa relación, es innegable que la misma existe. Y sin extenderme sobre el significado que yo pueda atribuirle, aporto aquí algo novedoso. Los interesados en estas temáticas han leído o, cuanto menos, oído hablar del doctor Jacques de Mahieu, nacido en París en 1915 y fallecido en Buenos Aires en 1990. Sus libros, como “La Agonía del dios Sol”, sus investigaciones sobre la presencia vikinga en América del Sur, en la fundación de Tiwanaku (o, si lo prefieren, Tiahuanaco) y los Templarios en esta parte del globo han merecido, incluso, la considerada atención de sus detractores, que los tuvo y muchos por la orientación “filoaria” en demasía de sus escritos.
Y esto es lo que averigüé. Jacques Marie de Mahieu, tal su nombre completo, integró desde 1948 a 1955 la “Comisión Peralta”, formada por orden expresa de la presidencia argentina y llamada así por estar integrada por el entonces Director de Migraciones Santiago Peralta. Su misión: recibir, alojar y dar apoyo a quienes, siguiendo la ruta ODESSA (es decir, miembros prominentes del Partido Nazi, en fuga tras la derrota militar) llegaban a Argentina. Esta comisión estaba integrada por una veintena de personas, Mahieu entre ellas. Y eso, porque nuestro personaje había sido oficial de la División Carlomagno de las Waffen SS.
Él mismo, sociólogo (y no “antropólogo” como se supone, cuanto menos, no por formación académica; parece que estos amigos tenían una especial fascinación por la Antropología) había llegado a nuestro país en 1945 (obsérvese cuán rápidamente escaló posiciones en el mundo intelectual de entonces, como tantos otros nazis) había sido en Francia profesor de la Escuela de Altos Estudios Corporativos y Sociales durante la ocupación alemana, en virtud de su grado militar.
En la Argentina dictó clases en la Universidad de Buenos Aires (donde conoció a Terrera, de donde puede suponerse el origen de toda una corriente filonazi-esotérica muy fuerte en Argentina), en la Escuela Argentina de Periodismo y la Universidad de Cuyo. Escribió para la revista neonazi “Dinámica Social” (dirigida por el último secretario del partido fascista italiano, Carlo Scorza), trabajó en la logística local de la “ruta de las ratas” (donde es inobjetable el apoyo del Vaticano) y frecuentaba militares e intelectuales filonazis como Alberto Ottalagano (quien siendo muchos años después rector de la Universidad Nacional de La Plata nombrara entre otros, “Doctor Honoris Causa” al conocido “Reverendo Moon”, de la secta homónima) y Gabriel Ruiz de los Llanos, con quienes habría fundado el Instituto de Ciencias del Hombre, entidad que le permitió “justificar” los aportes privados para sus conocidas exploraciones.
Es importante destacar que nadie, a poco de sumergirse en la lectura de los trabajos y filosofías de estos hombres, puede ignorar la absoluta orientación filonazi de sus escritos: Terrera no hesita en describir a Hitler como un “avatar de la Nueva Humanidad”. Quizás yo aprendí a ser tolerante con quienes piensen distinto, aún tan distinto. Lo que me produce una sensación muy incómoda, empero, es que para propagar su ideología se “embarre” la información que da sustento a muchas especulaciones histórico – esotéricas y, más aún, que tantos se hagan eco de las mismas, confiesa o de forma encubierta simpatizantes de ese ideal.
En efecto, es tiempo de dejarnos de hipocresías: tantos admiradores de Terrera (allá cada uno con sus gustos literarios) tendrían que, cuando menos, tener la dignidad de reconocer el fascismo de sus lecturas. O, en su defecto, ser víctimas de una galopante ingenuidad que, por cierto, no los deja muy bien parados como “investigadores” de estos arcanos.
Quiero, en honor a la verdad, dejar fijada mi posición: me resulta intelectualmente fascinante el trasfondo esotérico del Nazismo. Estoy convencido que sus jerarcas tuvieron acceso a conocimientos de los mundo suprasensibles y, tal vez, operaban en contubernio con ciertas entidades no físicas. Pero este interés no rinde pleitesía a una política atroz, a sus muertos y el dolor que engendró. Tampoco, claro, soy tan ingenuo de comprar la historia de “buenos versus malos”. Adhiero con cierto cinismo (en el más obvio sentido filosófico de la expresión) a la versión de “malos versus malos”. Y sospecho que los jerarcas nazis adquirieron ese conocimiento a costa, precisamente, de la sangre que contribuyeron (como los aliados) a derramar.
¿Por qué digo esto? Recordarán las frases de Eichembach y de Chrétien de Troyes que Terrera argumentaba para construir sus peregrinas teorías. Ese Vultán, “cacique comechingón”, inevitable homófono a Wotan, el dios germano. Y de allí, a Thule, Hyperbórea y los arios… Pues bien, no hay ninguna evidencia de un cacique Vultán en la etnia de referencia, excepto el texto de Echembach. Que no es de Wolfang von Eichembach, sino de Guillermo Alfredo Terrera.
En efecto: Terrera mintió descaradamente (o deliró patológicamente) al adjudicar a los bardos medievales ese texto apócrifo. Quizás se pone en evidencia cuando en la introducción de su libro “Parsifal, Wolfgang Eichembach, Ulises” escribe: “… como es sabido, es imposible conseguir en Argentina y en castellano, la obra de Eichembach”. Claro, escribió ello a principios de los ’80. Nada auguraba Internet. Y con Internet, algunas cosas cambian.
Cambian cuando, ahora sí, podemos tener a nuestra disposición las obras del “mennisinger” y del poeta de Toulousse. En castellano. Y comprobamos que ni uno ni otro escribió nada de lo que Terrera le adjudica. Y no acepten mis palabras: vayan al enlace al final del artículo, busquen los textos en la Biblioteca de nuestro portal (están allí, entre otros que, circunstancialmente, quizás puedan interesarles) y dediquen algunos días a leerlos, como hemos hecho, gracias a los buenos oficios de nuestro amigo Josep Bello quien descubrió esta contradicción y nos alertó sobre ella.
Tal vez lo más grave no sea que Terrera, en defensa de sus especulaciones, invente esos textos. Tal vez lo más grave es que tantos pretendidos “investigadores” del “Bastón de Mando”, del Uritorco, de los Templarios en América, den por sentado que la mención era correcta y no hayan tenido la prolijidad de ir a las fuentes. Porque una cosa es referir esta pretendida pertenencia en un coloquio informal o en un artículo episódico en un blog, y otra darle entidad al citarlo como referencia confiable en una pretendida investigación o, también, como “guiño histórico” en una novela que busca aunar hechos supuestamente reales con una trama ficticia, como algunas obras que están circulando, hoy, en el mercado nacional.
Porque preocupa como un tema tan digno de crédito sobre la posibilidad de la presencia Templaria en el Cono Sur Americano es bastardeado en aras de una ideología. Que de eso se trata. Terrera, Mahieu y algunos más –sobre quienes regresaremos en otra ocasión- aprovechan un tema de interés sensible (y de ecos arquetípicos, como es el Grial y los Templarios) para construir un andamiaje funcional a sus intereses, que no es otro que afirmar conceptos propios del pensamiento nacionalsocialista al cual han sido profundamente fieles toda su vida.
Para comprender porqué Terrera tenía un interés tan particular en consolidar el pensamiento de esa extracción disimulado bajo el ropaje presuntamente hermético en la provincia de Córdoba, es dable repasar algunos conceptos. No es ninguna novedad que desde antes –y más acentuadamente después- de la Segunda Guerra Mundial la zona, junto con la paradisíaca San Carlos de Bariloche, en el sur argentino, fue elegida por una colonia de inmigrantes alemanes para establecer sus vidas.
La mayoría de ellos laboriosos trabajadores que contribuyeron, y siguen haciéndolo, a una Argentina merecedora de mejores destinos. Pero otros –y a ellos se refiere este trabajo- fueron y son, como sus adláteres locales, oscuros sicarios de una esotérica historia.
Nadie, tampoco, ignora la pasión que el Ocultismo –o, deberíamos precisar, un ocultismo de negras raíces- despertó en los jerarcas y subalternos del nazismo. Sus estandartes, sus proclamas y cosmogonías están plagadas de referencias y connotaciones que remiten a una extraña y mítica edad de dominaciones arias –como si “arios” fueran únicamente los germanos- intentos de conquistar el Cielo por asalto, alianzas entre poderes espirituales en las sombras e instituciones terrenales, armas consagradas en rituales sangrientos. Y quienes con una sonrisa socarrona arguyan que ello poco le sirvió a Hitler para la victoria, ignoran peligrosamente lo cerca que estuvieron de la misma, y las no menos poderosas fuerzas que, desde el bando aliado, se pusieron en juego para contrarrestarlas. Algún día, espero, se escribirá sobre este lado cuidadosamente ignorado de la historia “oficial” de esa gigantesca e inhumana masacre.
Entre las pasiones hitlerianas, la búsqueda de objetos sagrados, para infundir a sus tropas de poderes desconocidos, no es seguramente la menor. Durante el desarrollo del conflicto, la Annenerbe , siniestra organización más conocida por sus experimentos dudosamente científicos con las víctimas de los campos de concentración, enviaba expediciones de arqueólogos y lingüistas a distintas partes del mundo ya sea para rescatar del polvo olvidadas ciudades, ya sea para realizar arcaicas liturgias en puntos geográficos de legendario poder, ya para reunir valiosas antigüedades a las que se les asignaban energías ocultas. Más aún; es un secreto a voces que estando Berlín sitiada por los aliados, en un último y desesperado intento lograron introducir en la destruida ciudad a un grupo de lamas tibetanos y sus “chelas” para evitar el inminente final.
Su presencia no era en vano. Desde hace centenares de años, circula la versión de que en algún lugar del Tibet y el Nepal se encuentra el acceso, ora físico, ora astral, de dos reinos del espíritu. Agharta, con su capital Aghadir, y Shamballa, con su ciudad Shampullah. De la primera, etérea, las milenarias tradiciones orientales dicen que es el asiento del “Rey del Mundo”, avatar cósmico que vela por los caminos del Bien en la Tierra. De la segunda, subterránea, se afirma con igual convicción que parten las huestes del Mal que negocian con los poderes tras los gobiernos títeres del mundo. Aún se comenta en cenáculos neonazis que Hitler habría pactado con esos antros que, de alcanzar el poder temporal, dejaría a su albedrío la dominación espiritual.
¿Simple leyenda o verdad no revelada? Quién sabe. Lo cierto, lo que hace al espíritu de este trabajo, es que entonces y después miles de seguidores de la svástica levógira creyeron fervorosamente esta historia y a esa creencia subordinaron sus esfuerzos y recursos. No es ocioso recordar aquí que durante el asedio a la ciudad de Nuremberg por parte de divisiones del ejército norteamericano, estos encontraron una inusitada resistencia por parte de comandos especiales de las SS en el Banco Alemán de esa ciudad.
Desobedeciendo las órdenes de rendición, los SS lucharon furiosamente hasta el último hombre, y cuando los americanos accedieron al edificio, seguros de encontrar en sus bóvedas posiblemente enormes reservas de dinero o áureas que justificaran tamaño sacrificio, se sorprendieron al hallar, dentro de las mismas, una respetable pero para nada anormal cantidad de efectivo, efectivo que por imperio de la derrota poco valía ya, algunas obras de arte y una extraña caja forrada en plomo, de aproximadamente 1,40 metros de largo por unos veinte centímetros de lado.
Abierta por expertos en arte e historia, en su interior hallaron otra caja, pero ésta de madera casi totalmente putrefacta, y en su interior un oxidado asta de hierro unido a restos aún más descompuestos de madera. La subsiguiente investigación certificó que lo hallado era la tal vez mitológica lanza (en realidad, un “pilum”, una lanza de mango corto) usada por el centurión Longinus, aquél que según el bíblico relato lo clavó en el costado del Cristo crucificado. De ser cierta esta especie, ello dotaba al objeto de un poder, un significado espiritual inestimable.
Esta anécdota pone de relieve el carácter mágico de la liturgia neonazi. Y nos introduce de lleno en la búsqueda desesperada que tras reivindicar espúreas raíces, los llevó a encontrar señales de la presencia de la Orden Templaria en todo el mundo, de cuyos caballeros teutones se creían herederos directos. Aquí, nuestra peregrinación entronca con la leyenda del Grial, la copa sagrada donde Jesús bebió en la Última Cena y donde también José de Arimatea recogió la sangre del Crucificado inmolado en la Cruz.
De los Templarios se ha escrito profusamente y no abundaremos aquí; baste recordar que se los suponía celosos poseedores de la Copa (En “Parsifal” y las leyendas artúricas, tan emparentadas con la esencia caballeresca que dio origen a la Orden del Temple pese en antecederle las segundas varios siglos, volvemos a encontrar el espíritu de ese deambular por el mundo buscando lo que en definitiva aparece sólo dentro de cada uno de nosotros) y no fueron pocos los detractores igualmente imbuidos de misticismo quienes sostuvieron que fue privándola al mundo cristiano, como monopólicos detentadores de un poder celestial, que los caballeros de la cruz de “ocho beatitudes” usufructuaron sus cualidades para el enriquecimiento propio.
Dueños de una magnífica fortuna que a la larga los condujo al desastre por ser la envidia del Rey de Francia y el Papa, sus ingentes cantidades de oro celosamente ocultas en las distintas “factorías” y “capítulos” de la Orden parecen señalar necesariamente en una dirección: América. Quizás no otro sea el origen del áureo metal templario, habida cuenta que los eximios servicios de espionaje de las naciones poderosas de entonces, tanto cristianas como musulmanas, nunca pudieron localizar en el mundo geográficamente conocido de entonces los yacimientos de los que se abastecían.
Desde La Rochelle, su poderoso puerto de ultramar, los convoyes templarios partían durante meses, y actualmente existen confiables investigaciones que demuestran que para estos intrépidos caballeros América era territorio de visitas cotidianas. Una vez más, debemos recordar la extraña estatuilla encontrada por el explorador inglés Sir H. Fawcett en Brasil, con su atuendo típicamente medieval, o las pictografías del Cerro Colorado en Paraguay, o las denuncias de la existencia de ruinas de un puerto y un barco “fenicio” (?) cerca de la ciudad de Gualeguaychú, en la provincia de Entre Ríos, Argentina, o el denominado “El Fuerte”, en Chubut, en plena Patagonia argentina, según ciertos estudiosos, últimos restos de un asentamiento templario, o… ¿O Capilla del Monte, provincia de Córdoba, Argentina?
No seremos redundantes aquí respecto de la magia, el misterio pero también las gratuitas leyendas exageradas que corren sobre el lugar. Queremos centrar nuestra atención en un fenómeno que hemos observado en la región, extendido además a todo lo que se conoce como Valle de Punilla, desde Villa Carlos Paz hasta Cruz del Eje, comprendiendo Bialet Massé, Parque Siquiman, Cosquín, Los Cocos, La Cumbre, La Falda, Valle Hermoso, Villa Giardino, San Marcos Sierras, Charbonier, Ongamira, San Esteban, Huerta Grande, etc. Me estoy refiriendo a la creciente presencia neonazi en la región.
No se trata aquí de “cabezas rapadas” haciendo sus tropelías en la zona, no. Tampoco de abiertos desfiles de “camisas pardas” ondeando al viento sus estandartes con la cruz gamada. Se trata, peor aún, de un movimiento más solapado y sutil, que acude al reclamo esotérico, a invocar connotaciones pseudoespiritualistas en sus afirmaciones, alimentándose de manera parasitaria de la fascinación de esos lugares y sus enigmas.
Puntualicemos. En Capilla del Monte existe una iglesia, la actual construcción fechada a fines del siglo XIX pero levantada sobre las bases de una anterior, de fines del siglo XVI –y de cuyo aspecto no se guarda memoria- que es llamada con bastante justicia la “capilla neotemplaria”. Ello, en consonancia a su planta octogonal, que en todo el mundo sólo existe en iglesias de filiación de la Orden, comprensible en una Europa respetuosa de sus monumentos históricos de mil años o más, pero desconcertante en una joven Argentina y una más joven aún capilla levantada en un apartado pueblito serrano.
La pregunta es: si arquitectónicamente es un hecho que la planta octogonal es privativa de edificaciones templarias, y habida cuenta que el estilo edilicio de una iglesia no queda librada al mero sentido estético de un constructor sino que debe nutrirse de la adecuada aprobación eclesiástica que en sus altos estamentos no es ignorante de aquella filiación, ¿qué extraño avatar del destino llevó a que ésta fuera identificada con la caballeresca sociedad? Para que no quede lugar a dudas, en el embaldosado –y original de sus primeros tiempos- piso se repiten dos símbolos, uno de ellos, ocho pequeños círculos dispuestos en octógono. El místico 8 templario, presente por todas partes.
El actual párroco de la iglesia se molesta sobremanera cuando alguien –uno mismo, por caso- se aproxima a señalar tales detalles. Acude a argumentos tan infantiles como que “era una moda de aquél entonces” o “es lo que había”, insistiendo en ese sentido cuando, con mirada asaz suspicaz, paseamos nuestra vista por las paredes, evidentemente refaccionadas una y otra vez: aquí se extrajo un vitral como rosetón para poner en su lugar inocuas figuras santorales; allá, el perfil facetado del frontispicio y el ábside, en sus gigantescos y antiguos ladrillos originales, fue “matizado” con un primoroso revestimiento curvo a la cal.
Acullá, los enormes portones originales fueron retirados para ser reemplazados por hermosas y gigantescas pero más discretas puertas. Elevo la vista, y allí está el magnífico rosetón de la cúpula, a través del cual me baña la luz del día. Pero la bajo también, y entonces, la otra sorpresa.
Hablé de dos símbolos en el embaldosado del piso, pero sólo describí uno. Es el turno del otro: swástikas de brazos curvos. Miro con atención, comparo y ya no me quedan dudas: estamos ante una inacabable sucesión de cruces dextrógiras. ¿Qué hacen aquí?
Afluyen los recuerdos de tantas lecturas. Una vez más: la svástica no es un invento nazi. Una vez más: el cabo Hitler, desocupado, viviendo en una mísera pensión de las pocas monedas que obtenía con la venta de sus aceptables acuarelas paisajísticas, comenzó a frecuentar las tertulias de una sociedad de ocultistas e iluminados, conocida como “Última Thule”, de la cual llegó a ser secretario de actas. Pero ya en esta sociedad secreta se cocinaba la supremacía del ario, la luego famosa “cosmogonía del hielo cósmico”, las alianzas espirituales con “otros” seres, y en la portada de sus publicaciones ya se distinguía el símbolo que sólo desde 1928, con la fundación del Partido Nacional socialista, se erigiría en un símbolo político.
“Última Thule” supo ser filial –luego separada- de otra orden esotérica, esta inglesa, conocida como “Golden Dawn” (“Amanecer Dorado”), a la que pertenecieron, entre otros, Sir Arthur Conan Doyle, el poeta W.B. Yeats y Alestier Crowley, al cual nos hemos referido en extenso en otra oportunidad. Pero a su vez, era esta sociedad heredera directa de la “Sociedad del Vril”, una organización germano-británica que estaba a la búsqueda de un fluido vital universal (el “vril”) y su manipulación.
Aquí seguimos la enseñanza de ese maestro de investigadores de lo insólito que es el argentino Héctor Picco, quien ha demostrado fehacientemente que ya a fines del siglo XVIII la incipiente Sociedad del Vril creía que la manipulación de esa fuerza cósmica les permitiría, entre otros logros, la conquista del espacio, en una época en que apenas los sueños de los Montgolfier apuntaban a los cielos.
Ominosamente, descubrimos en el exterior de la iglesia que alguien ha pintado una svástica hitleriana, como oscuro recordatorio que los nazis también están detrás de estas relaciones. Durante su apogeo, los miembros de la SS gustaban desfilar en Berlín con atuendo templario, pues se consideraban herederos directos de su mitología, historia y misión. Seguir los pasos del Temple a través del mundo, entonces, era una consecuencia necesaria y previsible.
En Capilla del Monte existe, por otra parte, una subcultura de neto corte fascista, no oriunda del lugar sino “importada” por esoteristas provenientes tanto de la ciudad de Buenos Aires como de otras partes del mundo, incluso. Están radicados allí muchos seguidores de Terrera, abierto admirador del jerarca alemán, quien por ejemplo escribe en su libro “La Svástica; Historia y Metafísica”: “El Führer, en uno de sus grandes discursos, pronunciado por 1937, había expresado con toda claridad: “Que el gran talento que poseen los hombres superiores, consiste en simplificar los problemas complejos y reducirlos a sus términos esenciales”.
Esa habilidad intelectual es propia solo de los grandes hombres, quienes están dotados de un poder de síntesis, de comprensión y de asimilación que los convierte en únicos, en maestros, en estadistas. Son verdaderos Sidas, dioses del conocimiento tanto físico como metafísico…”.
Este libro en particular fue editado en junio de 1989 por la Editorial Patria Vieja, dependiente de la así llamada “Escuela Hermética Primordial de las Antípodas”, un grupo de reflexión y difusión no institucionalizado que opera fuertemente en la región, nucleando a pensadores de esa corriente. Durante un tiempo me pregunté a qué antípodas se refería, hasta que advertí que estos neonazis sostienen que el Valle de Punilla está en las antípodas del Tibet. Es sabido que, para esta particular concepción, las antípodas geográficas de un lugar sacro, o, deberíamos mejor escribir, un lugar “de poder” repite esa energía. Otra imprecisión más: las antípodas del Valle no es el Tibet, sino un área próxima a Shangai.
Se dice que en algún lugar de la zona los Templarios en fuga ocultaron el Santo Grial. Se sostiene que hace unos sesenta años el metafísico Orfelio Ulises, a su regreso de un viaje al Tibet, descubrió, guiado telepáticamente por sus maestros, el “toqui lítico” o “bastón de mando”, una fina y larga piedra, posiblemente de basalto, de aproximadamente un metro veinte de longitud, un cetro de fuerza cósmica celosamente oculta durante milenios por los aborígenes comechingones, preámbulo para preparar a la Humanidad para la recuperación del Grial.
La citada “Escuela” entonces, realizó numerosos seminarios, retiros espirituales, charlas y cursos, apadrinó la publicación de muchos textos de Terrera y alimentó, a su manera, la saga. Actualmente, las gestiones semioficiosas de la Municipalidad de Capilla del Monte para recuperar ese objeto (en manos del heredero directo de Terrera, su hijo) para “entronizarlo” como un objeto de cuasi veneración en la idílica localidad lo transformaría, entonces, en Meca de peregrinaje de personas afines a esa ideología y su sola presencia retroalimentaría aún más la tradición aria de la postguerra.
El asunto, sin embargo se complica ante las versiones cada vez más firmes de que dicho “bastón de mando” sería en realidad un fraude perpetrado para darle identidad a una conspiración. Nuestro amigo Fernando Diz, periodista e investigador porteño radicado hace muchos años en el lugar, nos adelanta que ha logrado el testimonio de quienes estuvieron en su momento vinculados a la elaboración del mismo, prometiéndonos entrevistas exclusivas que no dudaremos en su momento en difundir.
La Falda: la caja chica de Hitler
A unos catorce kilómetros al sur de Capilla del Monte se levanta, bellamente recostada sobre la ladera de los cerros, la ciudad de La Falda. Sus catorce mil habitantes reciben un masivo turismo que prácticamente no ha decrecido desde la época de oro de los años ’40. Pero sus tortuosas callejuelas ocultan “otra historia”, a medias conocida.
A fines del siglo XIX –concretamente, en 1897- se levantó, a cierta distancia de lo que hoy es el casco urbano, un fastuoso hotel, verdadera joya del Nilo en ese entonces agreste paraje: el hotel Edén. Su imponente construcción y sus para entonces avanzadísimos detalles de confort atrajeron a lo más granado de las élites nacionales e internacionales, presidentes, escritores y actores de renombre, filósofos de toda laya disfrutaron del paisaje y de su esmerada atención.
Pero algo caracterizó al Edén –desde sus inicios, de propietarios alemanes- a partir de fines de la década del ’20: la filiación pronazi de sus titulares. En efecto, Roberto Blacke e Ida Eichorn, que compraron la propiedad a sus constructores originales alrededor de 1920, tenían amistad personal con Hitler: no sólo hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial aún podía apreciarse en su frontispicio el águila rampante llevando en sus garras la svástika, sino participaron de manera asaz activa en el movimiento nacionalsocialista: está escrito en la historia del pueblo que el primer Mercedes Benz que paseó al Führer no fue un obsequio de la fábrica alemana sino que ésta entregó, por cuenta y orden de Blacke y Eichorn, el vehículo al jerarca.
Más aún, el 15 de mayo de 1935 Hitler en persona, en salones del Reichtag, entregó a Ida Eichorn un diploma agradeciéndole su aporte económico que facilitó el ascenso de aquél a la Chancillería, en 1931. El dinero de marras provino de la venta de las fracciones de tierra, propiedad del Hotel Edén, sobre las cuales hoy se asienta la ciudad de La Falda. Cuando uno departe con sus habitantes y gana su confianza, muchos de ellos murmuran que parece pesar sobre la localidad una extraña maldición alimentada en mil y una leyendas locales; algunos, suponen, es la consecuencia kármica de aquellas nada inocentes transacciones comerciales.
Existen, de hecho, dos ciudades. Una, la turística y comercial, abierta a todo público. Pero en los alrededores del Hotel –alrededores que sus taciturnos habitantes aún persisten en llamar “Villa Edén”, para diferenciarse formalmente del resto de La Falda- los nombres germanos de las calles y las residencias, sus cotos cerrados y la mirada inquisidora de sus pobladores señalan claramente a quienes, casi todos de ascendente alemán, se sienten diferentes al resto.
Cuando a poco de comenzada la Guerra en la boca del Río de la Plata el comandante Lagüendorf decidió hundir al acorazado de bolsillo “Graf Spee”, suicidándose luego en un hotel de Buenos Aires, sus tripulantes fueron “internados” (en realidad, huéspedes de honor) hasta el fin de la contienda en el Hotel Edén. Luego, muchos de ellos se radicaron en nuestro país, algunos en ese lugar, otros en la no menos germana Villa Belgrano –siempre en la provincia de Córdoba- y otros más en la sureña Bariloche.
La anécdota es que en el largo tiempo que estuvieron confinados, y seguramente para amenizar las semanas que devenían aburridas unas tras otras, los militares alemanes, todos los domingos, organizan desfiles, con uniformes y estandartes, por lo que hoy se llama “avenida Edén” en el pueblo, hasta culminar en las cercanías de las vías del ferrocarril, donde se aposentaba un busto del doctor Salomón Maudi, uno de los fundadores del pueblo de confesión judía. Uno a uno, los soldados pasaban desfilando frente al busto y los cubrían de escupitajos, domingo a domingo, todo ello ante las miradas complacientes de las “fuerzas vivas” de la ciudad.
Terminó la guerra y aparentemente el nazismo desapareció. El hotel Edén tuvo distintos dueños y terminó abandonado, saqueado y a merced de todo tipo de depredación. Hoy en su planta baja apenas alberga un reducto jazzístico, pero en sus alrededores crece toda una mitología pronazi que lo ensalza como otra estación en el Vía Crucis germano local. Es innecesario remarcar que en La Falda la actividad de aquella Escuela Hermética Primordial de las Antípodas ha encontrado otro caldo de cultivo.
Los estudiosos de la arquitectura local cuentan que constructores y posteriores propietarios alemanes se basaron no sólo en planos funcionales o estéticamente agradables, sino que tomaron en cuenta, en un sinnúmero de detalles –como las gárgolas que alguna vez jalonaron su frente- enseñanzas de tipo espiritualista. El mismo Einstein, aún sabida su postura antinazi, fue dilecto visitante del lugar, durante su visita a nuestro país y en extraña coincidencia con una crisis mística que sus biógrafos tratan de ocultar pero que él mismo refleja en sus escritos de la época.
Tal vez sea casualidad, tal vez no; no puedo dejar de percibir los ecos del arcaico enfrentamiento entre Agharta y Shamballa cuando me entero que, pocos años después, un caballero de apellido Buitrago decide construir, no lejos del Edén, otro hotel (llamado “Petit Sierras”) basado estrictamente en arquitecturas sagradas hindúes., y demolido por un tal Jaime Lockman en 1963. (Todos estos datos pueden ser debidamente cotejados en el libro “El mundo y La Falda en el siglo XXI, Alberto Moro y Carlos Panizzo, 2001).
Pero la acciòn ideológica de Terrera no se limitó a publicaciones, sino fue acompañada de talleres, cursos y numerosas conferencias. Es una curiosidad este texto, que hallamos aquí: “Tribuna de periodistas”, nota, “La revista “Barcelona”, superada”:
“Un incunable de 1975
Corría octubre de 1975. Militaba en el Frente de Izquierda Popular y veíamos como el gobierno entraba en una pendiente que más allá de sus horrores, eran los escasos aciertos y el origen popular del mismo lo que provocarían el golpe. Se hablaba de pinochetazo. En la Argentina se conocía perfectamente lo que sucedía del otro lado de la cordillera. Con algunos compañeros concurrimos a una unidad básica donde se discutiría la situación. En unos de los grupos que conversaban antes que comenzara la reunión ubicamos a un señor alto de unos 60 años que nos informó que había formado parte de FORJA, aquella agrupación que fue el nexo entre el Irigoyenismo y el Peronismo.
Nos informó que su libro “El caballito criollo en la historia argentina” era de lectura obligatoria en el Colegio Militar. Estábamos escuchando a Guillermo Alfredo Terrera, cuando se acercó un joven peinado a la gomina quien nos entregó un libro de 46 páginas del año 1974 que en la segunda hoja dice “Curriculum Vitae” y en la tercera nos informaba: “Tercera edición ampliada de esta Bio- bibliografía Se terminó de imprimir en septiembre de 1974, en los talleres gráficos de Gráfica Pafernor S.R.L Cañuelas 274, Buenos Aires.”
La situación era cuanto menos curiosa. Cuando con mi compañero empezamos a correr algunas hojas mientras Terrera seguía con su alocución, la necesidad de obturar primero la sonrisa y luego la risa pasó a ser un esfuerzo ciclópeo. El currículum era tan minucioso que sólo faltaba donde había hecho el jardín de infantes y en qué fecha se había aplicado las vacunas. Pero el personaje era un émulo de renacentista Pico de la Mirándola. Ahí figuraban cargos docentes, administrativos, instituciones culturales a las que pertenecía, Congresos, Premios obtenidos, cursos de especialización, trabajos de investigación y programas de estudio, publicaciones, conferencias pronunciadas, juicios emitidos sobre su obra y actuación política.
En sus publicaciones escribía sobre historia y política, antropología cultural, sociología, lingüística, musicología, política universitaria, política agropecuaria, anteproyecto de leyes. Entre las conferencias pronunciadas figuran algunos títulos llamativos: “La única bandera de los argentinos: ni mercante ni de guerra” o “ El Hominidio como antecesor del Proto-Homo; “El Patrón Ambiente en reemplazo del Patrón –Oro; “Influencia del caballo en la formación del Ser Nacional” o “El área cultural del caballo” Entre los comentarios sobre su obra pueden consignarse entre otros: “Déjame que te abrace muchacho, mi emoción no tiene límites. Tengo en mis manos como un escapulario tu libro, El Caballo Criollo en la Tradición Argentina…..iremos a Córdoba en peregrinación a rendirte el homenaje que te mereces…te llevaremos el aliento conmovedor de la argentinidad (Del poeta escritor, legislador, y orador argentino Don Justiniano de la Fuente, La Plata 18-08-1947).
“Siga Ud Trabajando sin miedo y sin descanso y tenga por seguro que la docta Córdoba, lo ha de anotar en el registro de sus próceres” Francisco Timpone, periodista y secretario del Senado de la Pcia de Buenos Aires 19-05-1950. “Deseamos que nos visite de nuevo y nos deleite e ilustre con su maravillosa palabra” (Profesora Gumila Berrondo Catamarca 25-04-1970). “Siga adelante, somos una multitud los que necesitamos de su palabra y de su pluma” ( Ramón Miranda, escritor y jefe del Distrito de Correos y Telecomunicaciones San Isidro 8-03-1971) Son algunas de los múltiples elogios de ignotos. Tan insólitos como que su propuesta de Reforma Agraria fue publicada por la Sociedad Rural o que fuera candidato a Gobernador por Córdoba por la Unión Federalista Revolucionaria pero aclara no se presentó porque no obtuvieron la personería electoral en 1958. Un año antes, exiliado en Montevideo publicó el folleto: “ Las famosas persecuciones al Dr. Guillermo Alfredo Terrera”
¿Porqué traigo a colación este relato?. Porque mientras nos habla de un Terrera anterior a sus devaneos metafísicos –antropológicos, pone de relieve la ambición autopromocional del hombre. Era esperable que una década más tarde, en el crédulo, pretendidamente “abierto” pero visceralmente reaccionario ambiente esotérico-espiritualista.-contactista encontraría otros espíritus dispuestos a creer sin las “tres R”: revisar, repasar, reflexionar… Como ocurriò con el primitivo “Grupo IPEC” –sí, precisamente el mismo que fundé en 1985 y del que me alejé meses después cuando sus demás integrantes le dieron un inesperado y peligroso giro “contactista” (y que refundé en fecha reciente), que, en ocasión de un viaje a la zona, reexhibió instrucción y directivas (estuve tentado de escribir “adoctrinamiento” de parte del mismo Terrera- ¿Cómo –si no- debe interpretarse esta clasde de texto?:
“Grupo de Tareas Cóndor”_ Jefe de Grupo: xxxxxxx
Subjefe: xxxxx
A las 0900 horas se informó: (del libro “Erks, el mundo subterráneo” de Dante Franch. Es sólo una línea, el texto está prácticamente plagado de entradas de ese tenor.) Si no se observa la redacción absolutamente “paramilitar”…. Es que no se quiere observar. Y, obviamente, sabemos claramente la molestia y el escozor que estas reflexiones despertarán en algunos. Unos, deseosos de creer sin más (allá ellos) pero también molestos si se cuestionan los argumentos que esgrimen como “evidencia” de sus creencias, olvidando que las creencias no necesitan ser “demostradas”. Otros, que consciente o inconscientemente han sido funcionales a esta mentira, y cuesta, en ocasiones, reveer las posturas.
Terrera ha muerto hace años. Paz para sus cenizas. Pero que el respeto debido a los muertos no avale una mentira tendenciosa, eco tardío y triste de autoritarismos perimidos…
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Fuente: Al Filo de la Realidad.