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La terrible historia de 'Charlie' Moore: Del ERP al D-2.

Por Carlos Paillet.

Cuando en la década de 1970 las diferencias ideológicas se dirimían a sangre y fuego, Carlos Raimundo Moore, alias “Charlie”, formaba parte de la organización armada Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Charlie cayó preso en la ciudad de Córdoba el 13 de noviembre de 1974 por su participación en el copamiento armado a la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de Villa María, ocurrido 10 de agosto de ese año.

Más allá de las derivaciones judiciales que tuvo aquel episodio, en el que fue secuestrado y luego asesinado por el propio ERP el mayor Argentino del Valle Larrabure, “Charlie” Moore quedó detenido en el Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba, conocido por aquellos años como el D-2.

Moore fue arrestado junto a su esposa, Mónica Elena Cáceres, y ambos permanecieron en el temible D-2 seis años. El 13 de noviembre de 1980, unos meses después de que Cáceres recuperara la libertad y abandonara el país, Moore se fugó en situaciones todavía confusas y se reencontró con su familia en Brasil.

La historia escrita y contada por detenidos que pasaron por el D-2 y otros centros de detenciones y torturas que funcionaron desde antes y luego del golpe militar del 24 marzo de 1976 –entre ellos La Perla y el Campo de la Rivera– dan cuenta de que “Charlie” Moore fue uno de los guerrilleros que se “quebró” y terminó colaborando con sus captores.

El relato de ex detenidos que figuran en los legajos de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (Conadep), entre ellos el de Teresa Meschiatti, revelan que “varias personas que residen en el exilio confesaron haber sido torturadas por Moore” (declaración en Ginebra, Suiza, del 20 de marzo de 1984).

El 21 de noviembre de 1980, el entonces fiscal subrogante del Juzgado Federal de Bell Ville, Roberto Masuet, solicitó las penas para los imputados por el copamiento a la Fábrica Militar de Villa María, ocurrido el 10 de agosto de 1974.

"Charlie" Moore fue imputado como "autor penalmente responsable de los delitos de asociación ilícita, partícipe secundario en robo calificado, privación ilegítima de la libertad calificada, lesiones leves y lesiones graves calificadas, todo en concurso real". El fiscal pidió 13 años de prisión para Moore.

El 22 de noviembre de 1980, La Voz del Interior dio cuenta sobre el pedido de condenas para 13 de los atacantes al polvorín militar, pero en un subtítulo de la nota señaló: "Fugó un imputado". Se refería a "Charlie" Moore. En efecto, el ex guerrillero se fugó del país el 13 de noviembre de 1980, unos días antes del pedido de condenas. Recaló en San Pablo, Brasil.

Moore tiene hoy 55 años y vive desde 1980 en Inglaterra con Mónica Cáceres; la hija de ambos, Natalia (30), y la madre del ex guerrillero, Beatriz (81). Moore aceptó mantener dos extensas conversaciones telefónicas con 'La Voz del Interior', uno de cuyos primeros fragmentos completan esta página.

"Mi hija Natalia nació en cautiverio el 30 de enero de 1976, con Mónica (Cáceres) esposada a una cama", recuerda Carlos Raimundo Moore, antes de que le formulemos pregunta alguna. Cuenta que su mujer trabaja en Inglaterra "cuidando chicos, una especie de asistente social" y que él se recibió hace tiempo de biólogo, aunque ahora no ejerce esa actividad y se gana la vida "haciendo varias cositas".

–¿Cómo era el funcionamiento del D-2?

–Estaba altamente estructurado. Estaba la policía profesional, "el Gordo" (Fernando) Esteban, que lo llamaban el segundo, pero él más o menos mantuvo la policía que yo le llamo institucional.

–¿Quien era Esteban?

–Una figurita del Departamento. En realidad, el segundo no era Esteban: era (Juan Antonio) Tissera.

–¿En qué año fue esto que me cuenta?

–Es largo este cuento para hablarlo y tenemos que tener cuidado de lo que estoy diciendo, por si nos están escuchando los de la Side (Secretaría de Inteligencia del Estado). Mi idea es no apuntar a nadie. Yo no voy a acusar absolutamente a nadie.

–Sigamos…

–El año pasado fue mi mujer (a la Argentina) y me dijo: "Están haciendo una alharaca bárbara. Las tres semanas que estuve no paraban con el cuento de que habían encontrado al chico (nieto) número 78". Yo te ubico a uno y al lugar donde fue a parar ese chico y seguramente fueron ahí otros 15 más.

–¿Adónde, por ejemplo?

–Al Hospital de Niños.

–¿Y a dónde iban a parar esos niños después?

–Ah, no sé...

–¿En qué tiempo estuvo detenido en el D-2?

–A mí me capturaron el 13 de noviembre de 1974. Caímos en la calle Bedoya 512, de Alta Córdoba, departamento dos.

–¿Hasta cuándo estuvo?

–Hasta el día que me escapé, el 13 de noviembre de 1980.

–¿Estuvo sólo en el D-2? ¿O pasó también por La Perla?

–Me pasearon por varios lugares. Estuve en el Campo de la Ribera dos veces, y tres en La Perla.

–¿Fue testigo de crímenes o torturas mientras estuvo detenido en el D-2?

–Mirá, interrogaban fuerte; como a uno no lo tenían sólo en la prisión, nos sacaban a limpiar el patio, nos insolaban, nos tabicaban y desde ahí se sentía el griterío y el puterío. Le llamaban puterío, por usar el término que se usaba ahí adentro.

–¿Qué era el puterío?

–Era un griterío por todos lados, tanto de los interrogadores como de las víctimas. Era un manicomio eso.

–Hay testimonios que dan cuenta de que usted se "quebró" y que se pasó al otro bando. ¿Usted también torturaba?

–Me acusan de todo. El PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores, brazo político del ERP) se mantuvo durante cuatro meses diciendo que yo estaba respondiendo bien. Después salieron con un comunicado en Estrella Roja diciendo que me iban a matar en donde me encontraran porque yo era un traidor a la revolución.

–¿Lo acusaban de traidor?

–Ellos nunca siguieron debidamente el orden de "caídas" (se refiere a los que se "quebraron"). Cuando yo vine al exilio, les pedí un juicio y propuse que lo hiciéramos a través de Amnesty, pero no querían saber nada. No querían saber nada porque yo les iba a dar el orden de "caídas" de muchos que estaban cacareando que no habían hablado y que no habían dicho nada. Les iba a patear el estofado a más de uno. Entonces, no querían saber nada con el juicio político.

–¿Quiénes torturaban?

–De la tortura hay varios aspectos. Si vos lo analizás como un cuerpo profesional, Informaciones eran buenos efectivos. Yo no veo a los ingleses disolviendo un aparato de seguridad así, por más que se les fue la mano en Irak. Era un departamento de informaciones perfecto. Eran buenos para informar y también para contrainformar.

–¿Cómo es esto?

–Cuando yo caí, eran todos policías de calle de una trayectoria increíble; "el Negro" Moro Merlo, Romano, Pereyra. Eran tipos que se habían pasado la vida en la calle. La tarea de contrainformar era el vulgar conocimiento de la calle. (Mario) Santucho (fundador del ERP) la pifió fiero. Si yo tengo que hacer una crítica, Santucho falló en muchas cosas. Una: ignoró la capacidad de la Policía para enfrentarnos.

–¿Estaría dispuesto a declarar en la Justicia lo que sabe?

–¿Para qué? Yo lo tengo bien clarito. Para muchos, todos los policías, el guardia, el cocinero, eran torturadores, y no era así. Hicieron cagar a un policía Cuazolo, que no tenía nada que ver con la Brigada.

–Me está reconociendo que conocía demasiado...

–Hay un síndrome que se llama de Estocolmo, en el cual el detenido se identifica con el captor. En mi caso, era al revés: ellos se identificaban conmigo. Yo era un poco del staff. Yo podía hablar, yo lo asesoraba mucho al director de Inteligencia. Él me llamaba y pedía mi opinión.

–Pero entonces, ¿colaboraba o no?

–Yo podía decir lo que otros no se atrevían. Tanto tiempo de estar ahí adentro... Ellos me consideraban y me incorporaban como si fuera un staff asesor.

–¿Del D-2?

–Claro. Ahí sos asesor quieras o no quieras.

–¿Usted supo sobre el crimen del obispo Enrique Angelelli, en agosto de 1976?

–Sí, me enteré directamente por la gente de Informaciones.

–Cuando el 141 del Ejército y el D-2 formaron el Comando Libertadores de América, ¿tenía relaciones con el capitán Héctor Pedro Vergés?

–Sí.

–¿Y con Luis Manzanelli?

–No me suena por lo del obispo, pero sí como grupo de tareas especiales.

–¿Quiénes mataron a Angelelli?

–Me cuesta recordar. Hace tanto tiempo... Tendría que empezar a remover un montón de cosas.

En medio de la conversación telefónica con La Voz del Interior, Carlos Moore le preguntó al periodista: "¿Quiere que le cuente la historia del chico?"

-Bueno, adelante.

-Una noche trajeron al D-2 a un chico de 18 meses. Lo trajo el comisario inspector (Fernando) Esteban, segundo jefe de Informaciones, con "el Negro" Moro Merlo y le dijeron a mi mujer Mónica (Cáceres), que estaba en el patio conmigo: "No entreguen este chico a nadie".

-Qué pasó con el niño?

-Me le encargaron a mí porque consideraban que yo era el de más alto rango en ese patio, donde había como siete presos. Me involucraron a cuidar el chico. Me dieron orden de que a ese chico nadie lo sacaba de ahí.

-¿Cuánto estuvo el niño en el D-2?

-Pasaron como dos semanas y, como a la una y media, dos de la mañana, cayeron tres cachafaces de los que ellos llamaban "civiles", que eran los que andaban secuestrando y matando gente, a llevar el chico. Mi mujer se empezó a negar y se armó un puterío. Todos empezamos a jetonear. Había dos chicas de la Juventud Peronista en una pieza y le gritaban a mi mujer que no lo largara al chico. Un soldado de la Guardia de Infantería se apostó con el FAL para tirar y nos sacó del patio mientras pedía auxilio. Cayeron como 10 de refuerzo. Y todos fuimos a otro patio. Entonces, el guardia les explicó qué era lo que pasaba y llamaron a (Américo Pedro) Romano y preguntaron por mí.

-¿Y entonces?

-Vino Esteban, trajo una silla, ordenó unos mates, y mi mujer estaba con el chico prendido a ella. Esteban nos dio las garantías de que el chico iba al Hospital de Niños. La garantía era que yo iba con ellos como testigo.

-¿Cómo es eso?

-Sí, me sacaron esposado con el chico en brazos. Los de la Guardia de Infantería no querían meterse en líos con pendejos.

-¿Y lo llevaron al hospital?

-Sí. Ahí nos atendió un tipo que no era médico; un burócrata administrativo de saco a cuadros verde y marrón. Ya eran como las 5 de la mañana. Trajeron un libro y le dieron entrada al chico. Se llamaba Carlitos.

-¿Y los padres del niño?

-No sé. El chico estaba en un estado lamentable. Los padres estaban tuberculosos; creo que los mataron. Tal vez otros chicos fueron a parar ahí de la misma forma. Averiguá.

Fuente: La Voz del Interior (Córdoba).

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