La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Lilia, la ex alumna de 104 años que volvió a visitar su escuela.

Por Jorge Rouillon.

Con sus 104 años bien llevados, Lilia Cabona de Latorre acudió a la Escuela Normal N° 5, de Barracas, donde se recibió de maestra en 1922. "Fue un día de fiesta", dijo, tras conversar con docentes y alumnos de la escuela en la que se graduó hace 85 años.

"¿Cómo llegaste a los 104 años?", le preguntó un chico en el aula de segundo grado. "Eso sólo Dios lo sabe", contestó. Y después agregó: "Se lo debo a mis hijos, a mi familia, que son tan buenos. Siempre he tenido la ayuda y el cariño de todos". Una chiquita le deseó: "Que seas muy feliz en tu próximo cumpleaños" (que será en abril de 2008).

Durante su visita, esta semana, Lilia quiso ver las aulas del departamento de aplicación, la escuela primaria donde hizo su primera práctica, con alumnos de cuarto grado. Fue aquélla una clase de lectura, en la que primero explicaba las palabras y el tema que iban a leer, y luego todo el curso leía el texto en voz alta. También hacían trabalenguas, para soltarse en la dicción. Ella recitó perfectamente: "Sobre el triple trapecio de Trípoli trabajan trigonométricamente tres tristes triunviros trogloditas tropezando con el terrible tetrarca trapense".

No obstante, Matías Daneri, un chico de 6 años locuaz e inquieto, se permitió advertirle: "Si usted fuera más chiquita, más a nuestra altura, podría decir el trabalenguas más rápido". Docente experimentada, Lilia lo captó al vuelo y les comentó a las maestras: "¡Debe de ser bravo!". Y sin dudar le recitó otro trabalenguas, mucho más rápidamente.

Fundada en 1898, esta escuela surgió con un proyecto pedagógico innovador, de educación activa, y el primer jefe del Departamento de Pedagogía fue Carlos Octavio Bunge. Lilia recuerda a la primera directora, Clotilde Guillén de Rezzano, doctora en Educación, que vivía en la escuela con su esposo, Juan Rezzano, que fue decano de Humanidades en la Universidad Nacional de La Plata.

Al entrar las alumnas, ella se paraba en la escalera y tomaba lista grado por grado. Si faltaba alguna, mandaba al portero a ver por qué había faltado, si era porque estaba enferma o porque se había hecho la rabona. A la salida, las chicas salían formadas y sólo rompían filas pasada la esquina, en la vereda de enfrente, hasta donde una maestra y el portero las acompañaban, tras advertirles que tuvieran cuidado al cruzar la calle.

"¿Vieron que hay que tener cuidado al cruzar?", aprovechó para advertir una maestra de 2007. Y el vivaz Matías apuntó, como quien se lo tiene bien aprendido: "También tenemos que respetar el semáforo".

Otros recreos

Lilia recordó que en la escuela había maestras muy buenas y mucha disciplina. "La regente y la directora eran muy severas". En el recreo, las chicas jugaban a la mancha o corrían. Pero cuando sonaba un primer campanazo, se quedaban quietas, como estatuas. Al sonar un segundo llamado, iban a formar fila, sin hacer ruido. Y con un tercero, marchaban en fila a sus aulas. La maestra decía: "Marchen, uno, dos; uno, dos. Hagan como yo."

Cuando estudiaba, Lilia Cabona vivía en Piñeiro, un pueblo cercano a Avellaneda, donde había curtiembres y fábricas de fósforos. A veces se gastaba los centavos que le daban para el tranvía 102 en la avenida Pavón, se compraba caramelos o facturas y se iba caminando a la escuela en Barracas. El Riachuelo por entonces estaba limpio; la gente se bañaba en el río, dijo, lo que asombró a los chicos.

Luego, radicada en Caballito, inició su tarea como maestra en 1923, en una escuela de Lanús. Iba en tren hasta la estación Lanús; allí, con otras maestras, tomaban un sulky y llegaban hasta una laguna, donde los caballos no seguían más. Ella y sus colegas caminaban la última cuadra, con sus cuadernos, tomadas del alambrado, procurando no caerse en el charco, y no mojar sus vestidos largos. Luego fue directora en la Escuela N° 9 de Gerli, donde se jubiló, hace más de medio siglo.

Lilia visitó la escuela donde se graduó, acompañada por su hijo Jorge Latorre, doctor en química, y sus bisnietos María Belén y Rodrigo Fernández Beschedt. Por el colegio la guió María Isabel Houlston, del Departamento de Filosofía y Educación.

En un libro figuraba ella con sus notas de 1921: 8 en Dibujo, lo que más le gustaba; 9 en Física, 5 en Caligrafía. Figuraban sus compañeras; al ver el libro, la directora del colegio, María Inés Vallarino, se dio cuenta de algo: "Usted fue compañera de mi mamá: María Esther Filipelli".

Lilia lee sin anteojos, y mucho. ¿Qué está leyendo ahora? Un libro de Wilbur Smith. Una chiquita de tercer grado le preguntó: "¿Te enamoraste alguna vez de un compañero?". Le contestó que no; era una escuela sólo de mujeres.

La vieja maestra se ganó a todos. "Me emocionó", dijo Nadia, alumna de 5° año que espera un bebe, ya de cuatro meses. Otra chica se interesó por la familia de Lilia y afirmó, contundente: "La deben requerer".

Fuente: LA NACIÓN

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