La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Así fue el verdadero 24 de marzo de 1976. Por Nicolás Márquez. |
En las primeras semanas de 1976, la guerra civil dominaba la escena y el gobierno de María Estela Martínez de Perón era impotente para controlarla. Ni el oficialismo quería seguir haciéndose cargo de una situación inmanejable ni la oposición quería reemplazarla. Todos tenían los ojos puestos en las Fuerzas Armadas, para que solucionasen de oficio lo que la dirigencia política no sabía ni podía ni quería resolver.
El 27 de febrero, el comité nacional de la UCR publicó la siguiente declaración desestabilizadora: “El país vive una grave emergencia nacional… ante la evidente ineptitud del Poder Ejecutivo para gobernar… Toda la Nación percibe y presiente que se aproxima la definición de un proceso que por su hondura, vastedad e incomprensible dilación, alcanza su límite” (1). Desde meses antes, “el general Viola mantenía conversaciones con Balbín y Antonio Tróccoli. Juan Carlos Pugliese, futuro ministro de Alfonsín, defendía en 1975 la actuación del general Menéndez en Córdoba” (2).
Renombrados dirigentes de la oposición y del propio peronismo confabulaban en reuniones con militares y “hasta sindicalistas como Casildo Herreras iban a verlo a Videla para decirle que, aunque en público no podían declararlo, también ellos consideraban que el gobierno era un desastre, que eran sus amigos y que deberían tenerlos en cuenta después del golpe si finalmente lo llevaban a cabo… Lorenzo Miguel, por su parte, visitaba al almirante Massera… Hasta el veterano dirigente radical Ricardo Balbín celebró una reunión secreta con Videla en una casa neutral. Allí… (Balbín) le espetó sin rodeos: “General, ¿van a dar el golpe?…Si van a hacer lo que yo pienso, háganlo lo antes posible; evítenle al país esta lenta agonía. Yo, como político, no voy a aplaudirlo, pero tampoco pondré piedras en el camino” (3).
El terrorismo sacaba provecho del desbarajuste institucional. Cometía salvajes asesinatos, mientras la clase política, para no contrariar la opinión popular, proclamaba desembozadamente la necesidad de orden y alababa sin cortapisas a las FF.AA. Hasta el Partido Comunista, el 12 de marzo, “reiteró su propuesta de formación de un gabinete cívico-militar” (4).
Los días previos al 24 de marzo, los terroristas asesinaron a personalidades de muy alta envergadura, entre ellos el empresario Héctor Minetti, el coronel Héctor Reyes, el sindicalista Adalberto Giménez y, el 15 de marzo, en espectacular atentado explosivo en la playa del edificio Libertador, muere Blas García y resultan heridos 23 personas: “Verbitsky (Horacio) fue acusado de ser el conductor de ese atentado, durante el proceso promovido por el fiscal Juan Martín Romero Victorica en 1992″. (5)
Los legisladores reconocían el caos y ratificaban su incapacidad de enfrentar la crisis.
El presidente de la Cámara de Diputados, Sánchez Toranzo, afirmaba: “Doloroso es el precio que pagan los hombres de armas en el cumplimiento de los deberes que la hora les impuso. Que este sacrificio no sea en vano por la renuencia de la civilidad” (6); la entonces diputada Nilda Garré (hoy ministra de Inseguridad) denunciaba: “Las cotidianas desapariciones... y tantos otros hechos similares vienen formando un siniestro rosario de crímenes miserables que se suceden sin que un solo culpable sea identificado”.
El senador radical Eduardo Angeloz, con esa imprecisión tan inherente a su partido de pertenencia arengaba: “Alguien tiene que dar la orden… alguien tiene que decir basta de sangre en la República Argentina “. Pero la expresión más clara de lo que la clase política podía dar fue del diputado Molinari: “¿Qué podemos hacer? Yo no tengo ninguna clase de respuesta”.
El líder máximo de la UCR, Ricardo Balbín, 48 horas antes del 24 de marzo, afirmó: “Hay soluciones, pero yo no las tengo”. Ello no hizo más que verbalizar lo que se venía haciendo detrás de las cortinas: instigar a las FF.AA. a tomar la iniciativa.
Respecto de la guerra antisubversiva, suele argumentarse que la solución podía venir no ya por un “golpe”, sino a través de una “salida política”, tanto sea a partir de un juicio político o de nuevas elecciones.
Pero las posibilidades de “juicio político” se hallaban totalmente obstaculizadas (el PJ, que tenía mayoría parlamentaria, no quería “derrocar” abiertamente a la viuda de Perón) y, además, el hecho de pensar en que otro gobierno de jure iba a solucionar el caos terrorista e institucional no dejaba de ser una noble pero ingenua expresión de deseos, desmentida por la experiencia. Ya habían pasado ininterrumpidamente cinco presidentes de jure (Cámpora, Lastiri, Perón, “Isabelita” y, tras su “licencia”, Luder), sin que ninguno pudiera efectuar una sola condena a ningún guerrillero (por el contrario, fueron amnistiados en mayo de 1973).
Otro slogan de la tan insistente como omnipresente Mentira Oficial es mencionar la cercanía entre la intervención cívico-militar y las elecciones (ante el caos, se había adelantado la fecha en que debían sustanciarse, fijándose el mes de octubre de ese año).
Cabe preguntarse: ¿quiénes eran los candidatos presidenciales del PJ, la UCR y el resto de las fuerzas? ¿Quiénes estaban en campaña? ¿A quiénes beneficiaban las encuestas? ¿Estaba confeccionado el padrón electoral? En efecto, no había candidatos ni campaña ni clima electoral, porque nadie quería ir a elecciones y todos, activa o pasivamente, esperaban ansiosos que las FF.AA. reemplazaran de una vez al gobierno decadente. Como si la guerra civil y el desgobierno fueran poco, los números económicos se desplomaban y la hiperinflación (según informe de FIEL) (7) arrojaba una proyección anual del 17.000% para 1976.
Los días previos al 24 de marzo, las declaraciones de personalidades y las notas de los diarios reflejaban el clima de terror y el desgarrador pedido de cambio de gobierno. ”La Opinión ”, a la sazón dirigido por Timerman publicaba: “Un muerto cada cinco horas, una bomba cada tres” (19/03/76).
El 20, el mismo diario informaba: “Prácticamente un 90% de los argentinos habla hoy de la proximidad de un golpe de estado”. Ese día, el dirigente justicialista Jorge Antonio manifestaba: “Si las FF.AA. vienen para poner orden y estabilidad, bienvenidas sean”.
Francisco Manrique, presidente del Partido Federal (por entonces la tercera fuerza electoral), afirmó: “Estamos asistiendo al sepelio de un gobierno muerto, al desalojo de una pandilla” (8).
El 21 de marzo, “Clarín” informaba: “Los legisladores que asistieron al Parlamento se dedicaron a retirar sus pertenencias y algunos solicitaron un adelanto de sus dietas”; el mismo día “La Prensa ” informaba: “Hubo 1.358 muertos desde 1973 por acciones terroristas” .
Al día siguiente (22 de marzo), el senador Fernando de la Rúa arremetió: “Es increíble que la presidente, que proclama su afición a los látigos, ni siquiera desmienta que su ex ministro y principal consejero, López Rega, siga alojado en su quinta madrileña, convertida en aguantadero de un prófugo de la justicia” (9). El 23, otra vez el diario de Timerman ”La Opinión” titulaba: “Una Argentina inerme ante la matanza”, y agregaba: “Desde el comienzo de marzo hasta ayer, las bandas extremistas asesinaron a 56 personas”; esa fecha, ” La Razón ” redundaba: “Es inminente el final. Todo está dicho”.
Llega el 24 de marzo. Ante tal desconcierto, la Junta de Comandantes, acompañada y respaldada por toda la ciudadanía y los partidos políticos (incluyendo al PC), debió hacerse cargo de la conducción del país en medio de la guerra civil desatada por las bandas terroristas. Sin disparar una sola bala, las nuevas autoridades sustituyeron pacíficamente a “Isabelita”. La consigna no era destruir las instituciones, sino conservarlas; no se pretendía quebrar el “estado de derecho” (como si hubiese uno), sino recomponer el “estado de deshecho”.
El flamante gobierno obtuvo el beneplácito de todos los partidos políticos, los mismos partidos y sectores que hoy pujan por figurar en las demagógicas “marchas de repudio al golpe”.
De las 1.697 intendencias vigentes en la gestión de Videla, solo el 10% eran comandadas por miembros de las FF.AA.; el 90% restante, por civiles repartidos del siguiente modo: el 38% de los intendentes eran personalidades ajenas al ámbito castrense, de reconocida trayectoria en sus respectivas comunas, y el 52% de los municipios era comandado por los partidos tradicionales en el siguiente orden:
”La UCR, con 310 intendentes en el país, secundada por el PJ (partido presuntamente “derrocado”), con 192 intendentes; en tercer lugar se encontraban los demoprogresistas con 109, el MID con 94, Fuerza Federalista Popular con 78, los democristianos con 16 y el izquierdista Partido Intransigente con 4″. (10)
La habilidad de los partidos políticos y sofistas coyunturales en hacerse los distraídos con respecto a las responsabilidades y cargos ocupados en el gobierno de facto ha provocado que las nuevas generaciones crean falsamente que el gobierno del Proceso cayó de un meteorito y se instaló mágicamente en el poder “contrariando la voz del pueblo”.
Tanto la prensa internacional como los diarios más relevantes de la época apoyaban con fervor a las nuevas autoridades. Los siete jueces que en 1985 juzgaron a los comandantes fueron funcionarios judiciales del Proceso, y el fiscal de aquel polémico juicio, el Dr. Julio Strassera, fue nombrado fiscal y luego juez, precisamente, por Videla.
No se conoce ninguna denuncia por “violaciones a los derechos humanos” efectuada por estos hombres del derecho durante su desempeño como funcionarios de la “dictadura genocida”. El redactor del libro Nunca Más y presidente de la Conadep, Ernesto Sábato, almorzaba distendidamente con Videla, lo adulaba en público, apoyó el Mundial 78 y respaldó la guerra de Malvinas.
En la población, el consenso sobre el Proceso no fue fugaz. Duró varios años. A pesar de la personalidad fría y poco carismática de Videla, al jugarse el Mundial de Fútbol en 1978, éste acudió a las canchas en seis cotejos, en los cuales fue ovacionado por la multitud. Cuando la selección nacional se alzó con el título, miles de ciudadanos fueron a festejar, no al Obelisco, sino a la puerta de la Casa de Gobierno, y Videla debió salir al balcón a saludar a la multitud que lo aclamaba.
Sólo al comenzar la década del 80, y ante la crisis del petróleo internacional que mermó el boom del consumo que se estaba viviendo, el malhumor social empezó a vislumbrarse, pero no por las publicitadas “violaciones a los derechos humanos” acaecidas en la guerra antiterrorista, sino por las abruptas oscilaciones que estaba padeciendo el tipo de cambio monetario.
No cabe ninguna duda que el gobierno de facto cometió muchos errores realmente graves en diversas áreas. Pero de allí a comprar y repetir alegremente la historieta promovida por la propaganda kirchnerista (la cual es a su vez auxiliada por el aplauso de la “oposición”) es un acto de irresponsabilidad historiográfica y de hipocresía política.
Notas
(1) Citado en Responsabilidad Compartida, García Montaño (diario ” La Opinión “).
(2) Crítica a las Ideas Políticas Argentinas, Juan José Sebreli.
(3) De Isabel a Videla , Carlos M. Turolo
(4) Ob.- Cit Juan José Sebreli.
(5) Verbitsky de La Habana a la Fundación Ford , Carlos Manuel Acuña.
(6) La Mentira Oficial , Nicolás Márquez (7) La Mentira Oficial , Nicolás Márquez
(8)Los Increíbles Radicales, M. H. Laprida.
(9) Ob. Cit. García Montaño, ” La Voz del Interior”.
(10) diario ” La Nación “, 25 marzo 1979.
(11) Otros datos fueron obtenidos del libro La Subversión, la Historia Olvidada – AUNAR)
Fuente: La Prensa Popular.
24 de marzo de 1976: Acogida que tuvo en los medios y personalidades de la época.
LA OPINIÓN (27/3, tapa) Director: Jacobo Timerman (padre del actual canciller) Reflexión Si los argentinos, como se advierte en todos los sectores - aun dentro del ex oficialismo-,agradecen al Gobierno Militar el haber puesto fin a un vasto caos que anunciaba la disolución del país, no menos cierto es que también les agradecen !a sobriedad con que actúan. De una etapa de delirio, donde torpes y vanas figuras gritaban sus amenazas a voz en cuello, vivían en el desplante y la impunidad, o daban lecciones de moralidad exhibiendo sus encendedores o sus corbatas, la Argentina se abrió en pocos minutos a una etapa de serenidad de la cosa pública. Porque las nuevas autoridades demuestran un pudor, un recato tan beneficioso para ellos como para su relación con los gobernados. No han añadido títulos pomposos y huecos al nombre de su Gobierno, ni lemas rimbombantes a sus objetivos; no hacen rendir culto a su personalidad ni se halagan con la propaganda. Y no se prestarán a ser incluidos en esa especie de álbum familiar deI Poder que el semanario Gente ha dedicado a los altos funcionarios de todos los regímenes.
Frases extraídas de Ernesto Sábato:
*** Mayo De 1976. "Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvo al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno. Yo nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país", dijo Jorge Luis Borges, y los periodistas de Casa de Gobierno se sonrieron: ya tenían un titulo para sus notas.
** El miércoles 19, Borges, Ernesto Sábato, Horacio Esteban Ratti, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores y Leonardo Castellani, un sacerdote que escribía, almorzaron durante mas de dos horas con el general Jorge Videla y con el general José Villarreal, secretario general de la Presidencia.
** Todos pasaron al comedor privado. "El desarrollo de la cultura es fundamental para el desarrollo de una Nación", dijo Videla varias veces, y los demás asentían. A la derecha del presidente estaba el padre Castellani. A la izquierda, Ernesto Sábato. Enfrente Borges. Y a sus lados Ratti y el general Villarreal.
** Videla, dijeron después los escritores, se dedicó a escuchar y les repitió varias veces que para él era un honor compartir esa mesa con tan importantes personajes.
** Dijo a la salida a la prensa Ernesto Sábato: "Es imposible sintetizar una conversación de dos horas en pocas palabras, pero puedo decir que con el presidente de la Nación hablamos de la cultura en general, de temas espirituales, culturales, históricos y vinculados con los medios masivos de comunicación. Hubo un altísimo grado de comprensión y de respeto mutuo, y en ningún momento la conversación descendió a la polémica literaria e ideológica y tampoco caímos en el pecado de caer en banalidades; cada uno de nosotros vertió sin vacilaciones su concepción personal de los temas abordados:
** Siguió diciendo Ernesto Sábato: "Fue una larga travesía por la problemática cultural del país. Se habló de la transformación de la Argentina, partiendo de una necesaria renovación de su cultura".
** Después le preguntaron su opinión sobre Videla: "- El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresiono la amplitud de criterio y la cultura del presidente".
** En 1978, Sábato explicaría su posición en un articulo de la revista alemana Geo: "La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos", dijo, para explicar el golpe de marzo.
** Y, mas adelante dijo: "Desgraciadamente ocurrió que el desorden general, el crimen y el desastre económico eran tan grandes que los nuevos mandatarios no alcanzaban ya a superarlos con los medios de un estado de derecho. Porque entre tanto, los crímenes de la extrema izquierda eran respondidos con salvajes atentados de represalia de la extrema derecha. Los extremistas de izquierda habían llevado acabo los mas infames secuestros y los crímenes monstruosos más repugnantes".
** Y, para concluir dijo Ernesto Sábato: "Sin duda alguna, en los últimos meses muchas cosas han mejorado en nuestro país: las bandas terroristas han sido puestas en gran parte bajo control".
Del libro "LA VOLUNTAD" escrito por Anguita y Caparros, (ex integrantes de las agrupaciones terroristas ERP y Montoneros) - Tomo 3 Página 72.
LA PRENSA sábado 27 de marzo de 1976 Diario de la mañana. fundado por José C. Paz 18 octubre 1819 Director desde 1896 a 1943, Ezequiel P Paz. Clausurado y confiscado por defender la libertad el 16 de enero 1951; reinició sus ediciones el 3 de febrero de 1956. Director, Alberto Gainza Paz. Orden, seguridad, confianza. En dos horas, sin el asomo de una sola falla, al cabo de una operación impecable, precisa, sin estridencias vanas y sin disparar un solo tiro, las Fuerzas Armadas de la Constitución pusieron término al desempeño ilegítimo del gobierno instaurado el 25 de mayo de 1973. Lo hicieron para salvar - como dice la proclama dada a conocer en la madrugada del día 24 - "un tremendo vacío de poder" y tras de "serenas meditaciones sobre las consecuencias irreparables que podría tener sobre el destino de la Nación una actitud distinta a la adoptada".
El documento inicial de la revolución reviste el significado de una cabeza de proceso, no menos que el carácter de una exposición de los móviles fundamentales que lo inspiran, cuando puntualiza las "reiteradas y sucesivas contradicciones" del gobierno depuesto, la "falta de una estrategia global", la "carencia de soluciones", el "incremento permanente de todos los extremismos", la "ausencia total de ejemplos éticos y morales", la "manifiesta ! irresponsabilidad en el manejo de la economía", al "agotamiento del aparato productivo", la "especulación y la corrupción generalizadas".Estas líneas de fuerza de la proclama revolucionaria constituyen la base de un "trascendental compromiso" para "terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo", rechazar "la acción discordara de todos los extremismos", y "el efecto corruptor de cualquier demagogia", ciñendo su acción a "pautas determinadas" entre otras, "el orden, el trabajo" y la "observancia plena de los principios éticos y morales", al servicio de una finalidad manifiesta, esto es, "erradicar definitivamente los vicios que afectan al país", y "combatir la delincuencia subversiva, abierta o encubierta".
Por su carácter afirmativo, algunos enunciados principistas de la proclama parecen inspirarse en las promesas limonares de la Constitución, cuando en su preámbulo formula el propósito de "Constituir la unión Nacional"; "Afianzar la Justicia", "consolidar la paz interior", "proveer a la defensa común", "promover el bienestar general" y "asegurar los beneficios de la libertad". Esa identificación de lenguaje aparece corroborada por la unidad de pensamiento que se advierte en otros documentos de la Junta Militar, caracterizados por la mesura de sus términos, la claridad de sus conceptos, la brevedad de sus juicios, la ausencia. de toda altisonancia. Apreciándolos en su conjunto, se advierte que nada ha quedado librado a la inspiración del momento, por más alta o feliz que fuese. La improvisación, la mera frase, el párrafo sonoro, la vanilocuencia no han tenido cabida en estos documentos.
Hay además aceptación plena, dictada seguramente por una convicción profunda, de las mejores tradiciones cívicas e institucionales. del país, sin que una sola expresión o termino proyecte la menor duda en contrario. No se han invocado dogmas, ni ideologías ni recurrido a difusos trascendentalismos. Solo la idea de patria aparece como el común denominador de una ciudadanía ávida de reparaciones salvadoras, como la suprema invocación, destinada a que todos concurran a la realización de una "tarea ardua y urgente", emprendida con el "absoluto convencimiento de que el ejemplo se predicará de arriba hacia abajo".Ese documento, pues, por los males que condena, las ideas que consagra, los fines que proclama y los métodos que preconiza, está destinado a presidir y guiar una acción histórica de incalculables proyecciones. Es un documento programa, necesariamente global, insertado en la tradición viva de nuestras instituciones republicanas y democráticas.
Necesitará ser desarrollado y ejecutado con vigor de pensamiento y energía de conducta, sin desmayos ni vacilaciones, ceñido en todos sus aspectos y detalles a los rumbos fundamentales que surgen del texto. La jerarquía y la competencia de sus futuros colaboradores podrán coronar equilibradamente esa calidad del poder que acaba de instaurarse.La revolución del 24 de marzo no sólo ha puesto fin a una época de ignominia y a un régimen corrupto y corruptor, sino que ha abierto el cauce por el cual podrá ir derramándose un nuevo modo del comportamiento colectivo. Basta recorrer la ciudad, terciar en la conversación del grupo callejero, prestar oídos a la tertulia del café, de la sobremesa, anotar los comentarios en el ámbito del trabajo o de la familia, para percibir en todos una sensación de alivio, tan aflojamiento de la tensión psíquica un despertar de la pesadilla en que fue envolviendo todo, aun a los propios usufructuarios del régimen abatido; la prolongación de una situación de insostenible defensa. Simple, repetida, estremecida a veces, la queja era común: "¡Esto no puede seguir!".Ahora se necesita orden, ese orden que sólo es fecundo cuando nace como una manifestación de la propia conducta y precede a los hechos.
Ese orden, así concebido y puesto en práctica, hará bien al país después del desvarío desatado por el gobierno iniciado en mayo de 1973 y tras el frenesí verbal que asomó a los actos de la gestión oficial. Hay que restar espacio al fanatismo, a la adhesión servil, al rito adulatorio. Hay que elevar la condición del ciudadano y mejorar no sólo el nivel de vida sino también la dignidad de vida.
La revolución del 24 de marzo ha comenzado por prometer seguridad al que trabaja, estímulo al que produce, garantías a la existencia individual y colectiva. Se ha propuesto desterrar los miedos. La delincuencia y la subversión ya no habrán de deslizarse a través de las fisuras cómplices del mundo oficial.çLos primeros pasos, actos y palabras de la Junta Militar han generado confianza. No es poco. El comienzo es alentador. Su andar cauteloso y sin embargo firme, la mesura de su lenguaje, no exento de energía, la claridad de sus objetivos y el sereno vigor - la democracia no es un profeta desarmado- con que ha iniciado su marcha, abren un ancho pórtico de expectativas y anhelos que expresan el deseo profundo de un pueblo ansioso de vivir en paz, al amparo de la idoneidad y del derecho.
---------------
EL GOLPE DEL 24 DE MARZO DE 1976 LA NACIÓN Fundada por Bartolomé Mitre el 4 de Enero de 1870" LA NACIÓN será una tribuna de doctrina", (Núm.1, Año1) En la madrugada de ayer concluyó el desmoronamiento de un gobierno cuya única fortaleza consistía, en Los últimos seis meses, en el empeño que para sostenerlo pusieron quienes no compartían sus propósitos. Nunca hubo en la Argentina un gobierno más sostenido por sus opositores. Tal paradoja se produjo porque donde las autoridades ahora sustituidas sólo vieron el botín de un vencedor electoral, la totalidad del país vio la posibilidad de una consolidación institucional. Ayer, también, se clausuró un proceso político que, como tal, se abrió en 1971, y no es menos evidente que se ha cerrado una época signada a lo Largo de casi tres décadas por la presencia activa de Perón, primero, y después por los hechos y situaciones que tuvieron una relación de causalidad inmediata con la presidencia por él dejada vacante.
Este final inexorable había sido presentido por vastos sectores de la opinión pública. En Ias últimas semanas tal presentimiento era una convicción reafirmada a diario por síntomas de la más diversa naturaleza. Hubo, ciertamente, insensibilidad y obcecación en quien asumió en 1974 la presidencia de la República, así como la hubo en el grupo que guió su pasos con desprecio del renunciamiento que en su momento pudo haber salvado el proceso hacia Ia unánimemente deseada consolidación institucional. Eran tan hondos los deseos de alcanzar ese objetivo, que la Nación entera pudo haber absorbido aquella carga negativa de la insensibilidad y la obcecación, si no fuera porque ella se acrecentó con un intolerable lastre de corrupción, despilfarro, incompetencia e inseguridad colectiva a través de un '"contraproceso institucional" que incluye a todo el gobierno peronista a partir de mayo de 1973.
Cada vez más, el gobierno justicialista se abandonó a sus propias obsesiones. La más absurda de éstas fue la conversión de la República en una suerte de monarquía en la cual la viuda de un caudillo pretendió que el poder fuese un bien casi computable en el juicio sucesorio. Esta ambición femenina, propia de la reyecía del siglo XVIII, fue alentada por un "pequeño grupo de amigos" puestos actuar como un núcleo empresario de las emociones populares atribuidas al eco del apellido convocante. Así sobrevinieron las reyertas intestinas entre la depositaria del nombre y los que pretendían ser beneficiarios de una nebulosa herencia política. Primero se fragmentó el Frente oficialista en el cual el peronismo apadrinó a aliados de poco vigor numérico. Luego se escindió el peronismo. Más tarde se produjo un cisma parlamentario que privó al gobierno de su mayoría en la Cámara joven, no obstante 1'o cual el Parlamento diluyó sus propias posibilidades creativas.
En último término el sector! gremial - única, franja donde subsistía un vestigio de organización - cayó en la ficción que desconectó a los dirigentes de la realidad popular. De tal modo, sólo quedó la fachada del edificio gubernamental. Es lo que acaba de caer. Nada de lo que rodeaba al gobierno conservó poder de convocatoria como para que un cierto calor de pueblo Pero al sector gremial le cabe una gran responsabilidad. El fue el creador del principio de la "verticalidad" a ultranza. Suponía que a través de la verticaIidad iba a deslizarse suavemente hasta las manos de los discutidos jefes sindicales Ia llave de las decisiones principales.
Mientras especulaban con el "paso atrás" que aguardaban de la entonces titular del Poder Ejecutivo, se sucedían Los cambios de ministerios, se destruía el aparato productivo de la República, la indisciplina social crecía como una maleza parásita y la crisis económica asumía caracteres catastróficos. La crisis ha culminado. No hay sorpresa en la Nación ante la caída de un gobierno que estaba muerto mucho antes de su eliminación por vía de un cambio como el que se ha operado. En lugar de aquella sorpresa hay una enorme expectación. Todos sabemos que se necesitan planes sólidos para facilitar la rehabilitación material y moral de una comunidad herida por demasiados fracasos y dominada por un escepticismo contaminante. Precisamente por la magnitud de la tarea por emprender, la primera condición es que se afiance en Las Fuerzas Armadas la cohesión con la cual han actuado hasta aquí. Hay un país que tiene valiosas reservas de confianza, pero también hay un terrorismo que acecha.