La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
El kirchnerismo y los judíos. La Solano Lima. |
Ser o no ser espiritualmente semitas. Ésta es la cuestión para los que abrazan la fe cristiana. Así lo preconizó Pío XII en pleno apogeo del nazismo: “El antisemitismo es inadmisible. Somos espiritualmente semitas”. Por su parte, el beato Juan Pablo II denominó a los judíos Nuestros Hermanos Mayores.
Convengamos que antes de Cristo el odio a los judíos hizo estragos. Fueron antisemitas los romanos que luego crucificaban y tiraban a los leones a los cristianos llamándolos judíos. Fueron antisemitas los egipcios que esclavizaron al pueblo de Israel hasta que se produjo el Éxodo. Pero quizás el antisemitismo más sanguinario y que todavía prevalece ha sido el persa. Hoy Persia es Irán. Y no es casualidad que quienes se identifican con el país terrorista sean acendrados antisemitas. Basta escuchar a Luis D’Elía o a Candanga Chávez.
El antisemitismo también se esconde bajo la mascarada del antisionismo. Por más que los militantes “nacionales y populares” osen disimularlo y busquen coartadas retóricas, el que repudia al Estado de Israel, odia a los judíos, y si es un judío renegará de su nación asumiendo una posición adversa a sus propios intereses. Traidores existieron, existen y existirán. Es una triste regla de oro fácil de comprobar. ¿Cómo negar un Estado que ha hecho del desierto un vergel y que le entrega constantemente a la Humanidad sabiduría, progreso y cultura elevada?
Bucear en el marxismo puede ayudarnos a encontrar algunos fundamentos a los que recurren los antisemitas “nacionales y populares” (a muchos nacionalistas católicos les alcanza con una hermenéutica rebuscada del Nuevo Testamento y concentrarse en el “pueblo deicida”). El joven Carlos Marx explicó en La cuestión judía que el pueblo de Israel es un producto de la historia, es decir, que hay judíos porque hay capitalismo, usura, explotación del hombre por el hombre. Por tanto, el marxismo y la izquierda “nacional y popular” concluyen que los judíos se valen de la estructura capitalista para establecer su sobrevivencia y dominación, génesis de las ulteriores teorías conspirativas que aún alienan las mentes paranoicas de los regímenes populistas que envenenan la región.
Bruno Bauer, contemporáneo del joven Marx, sostenía que la solución era destruir toda religiosidad y con ello acabaría el ideal judío. Endilgaba la existencia del judío a la religión. Marx le responderá: “Fijémonos en el judío real que anda por el mundo; no en el judío sabático, como lo hace Bauer, sino en el judío cotidiano. No busquemos el misterio del judío en la religión, sino busquemos el misterio de la religión en el judío real”. Y remataba: “El judaísmo no se ha conservado a pesar de la historia, sino por medio de la historia”. Si Bauer propugnaba la destrucción de toda religión para “civilizar” a los judíos, Marx observa que la demolición de los cimientos de la sociedad capitalista permitirá la aniquilación de la conciencia religiosa judía. En síntesis: sin “las premisas de la usura” se acabará el judaísmo.
Tanto Bauer como Marx se preocupan de terminar con el ideal judío. Ergo: son antisemitas. ¿Por qué no aceptan la fe mosaica del pueblo de Israel y lo dejan vivir en paz? Ningún pensamiento totalitario acepta la diversidad. Por eso el ideal judío ha sido la piedra en el zapato de los totalitarismos de todos los tiempos.
En esa inteligencia, antisemitismo y antisionismo se ubican en la misma vereda discriminatoria, aunque con variaciones semánticas que no desmantelan el concepto de rigor atrayendo más que repeliendo la sinonimia que nos ocupa, a partir de la obcecada preeminencia de recurrentes hitos coadyuvantes en una incongruente y pérfida preocupación por instalar significantes absurdos, mediante la propagación de una miserable intencionalidad parcializada.
Además de que cometen un acto blasfemo y criminal, los antisemitas “nacionales y populares” son cobardes al camuflarse entre la hojarasca mugrienta de la debilidad espiritual y del antiimperialismo mendaz, ya que consideran a Israel el gendarme de los intereses norteamericanos en el Medio Oriente, tal como puede leerse en la web del Frente para la Victoria de Mar Del Plata, que fue presentada en sociedad a través de un acto encabezado por el vicegobernador Gabriel Mariotto en la Facultad de Humanidades de la Universidad de esa ciudad balnearia.
Para neutralizar el ascenso del joven candidato opositor Henrique Capriles Radonski (hijo de madre judía) el chavismo no ha tenido mejor idea que llamarlo “puerco” retrotrayéndonos a la época inquisitorial. Puerco (o marrano) era el calificativo predilecto de la Inquisición para mandar a un judío a la hoguera o para someterlo a bestiales torturas por el solo hecho de profesar la religión de sus ancestros. Sería conveniente que en la Argentina los funcionarios adictos al etiquetamiento fácil leyeran La gesta del marrano, de Marcos Aguinis.
El diario oficialista Página/12 publicó el 19 de enero en el suplemento NO una tira del humorista Gustavo Sala en la que se banaliza el Holocausto. La reacción unánime de organizaciones comunitarias y de numerosos sectores de la sociedad expresó un contundente repudio a semejante acto ofensivo y de indubitable contenido antisemita. Sin embargo, nunca se refirió al caso ni una sola voz del Gobierno que prefirió una vez más el silencio. Inclusive intelectuales kirchneristas se solidarizaron con Sala en otra muestra de dislate y grosería a que nos tienen acostumbrados algunos defensores del modelo Nac&Pop.
El sábado 10 de marzo la hinchada de Chacarita Juniors agredió a un puñado dirigentes de Atlanta al que intentó linchar al son de cánticos antisemitas. Tampoco el Gobierno tuvo palabras de repudio.
Pero bastó la lectura sesgada de un par de notas aparecidas en La Nación y Clarín para que emergiera un huracán de gritos, mentiras y difamaciones contra quienes se refirieron en términos convencionales a la agrupación La Cámpora y al economista Axel Kicillof. Este método siniestro de interpretar lo que nadie insinuó o intentó siquiera expresar se ha convertido en el mecanismo predilecto de la propaganda oficialista. Es tanto el daño que está causando el régimen populista en esta perversa y pretendida disección de los “medios hegemónicos”, que algún día sus cultores tendrán que hacer un profundo mea culpa. Si es que les queda una mínima pizca de dignidad.
¿Quién en su sano juicio puede creer que Osvaldo Pepe (de Clarín) y Carlos Pagni (de La Nación) sean periodistas nazis? ¿Hay necesidad de apelar a un adjetivo genocida -lo que se presta a su banalización- para rechazar una crítica periodística y calzarse el traje preferido de los dictadores que violaron los derechos humanos a mansalva en el pasado reciente? ¿Es la paranoia una buena consejera en los menesteres políticos? ¿No se dan cuenta que el hilo débil de las teorías conspirativas se corta antes de lo previsto y la popularidad se desmadra en perjuicio de la institucionalidad?
Acudamos a la Biblia. El libro de Esther relata los incidentes de los judíos en Persia. El rey Asuero los condena al exterminio seducido por Anás, su asistente favorito. Leamos la diatriba del antecesor de Hitler y Ahmadinejad: “Hay en todas las provincias de tu reino un pueblo, disperso y separado de todos los otros pueblos, que tiene leyes diferentes de las de todos los otros y no guarda las leyes del rey. No conviene a los intereses reales dejarlos en paz. Si a su majestad le parece bien dé orden de exterminarlos” (Esther 3, 8-9: 13,5).
Esther intercede y el rey se muestra magnánimo. Perdona. Se arrepiente y reconoce que los judíos no son malhechores y que se gobiernan con leyes santísimas. No se ejecuta el exterminio solicitado en esa oportunidad, pero aquellas palabras condenatorias, esos argumentos genocidas siguen latentes y despiertan el odio de los nuevos antisemitas que habitan los territorios que antes eran Persia y que actualmente constituyen la geografía de la República Terrorista de Irán. Ahí quedó inoculado el virus de la lucha contra la falta de asimilación del judío, cantinela que han repetido tanto los marxistas como los nacionalsocialistas para justificar sus “soluciones finales” a lo que consideran un problema y en realidad es la identidad del pueblo de Israel que inexorablemente debe respetarse.
Los persas que constituían un amplio imperio conformado por pueblos de culturas similares no aceptaban a los judíos que se diferenciaban claramente de sus pares por poseer una concepción monoteísta y espiritual de la divinidad, como lo ha señalado el filósofo argentino Jorge Luis García Venturini (principal inspirador de estas reflexiones). Eso provocaba envidia y animadversión, máxime porque los judíos reivindicaban su condición de pueblo elegido.
Escribió García Venturini en 1963: “No creemos equivocarnos, pues al decir que en el imperio persa hacia el siglo V AC, se hallan los orígenes históricos de antisemitismo. Hasta encontramos esta coincidencia interesante: es por entonces (años inmediatamente posteriores al cautiverio babilónico) que comienza a generalizarse el nombre de judíos para designar a los hebreos, debido a que los mismos pertenecían al reino de Judea destruido por Nabucodonosor en 589 AC. Las palaras hebreo o israelita, utilizadas preferentemente en etapas anteriores de la historia de este pueblo, nunca estuvieron teñidas de la tonalidad negativa que –desde sus orígenes según vemos- parece haber caracterizado al vocablo judío”.
Lamentablemente la ignorancia de las mayorías y la intencionalidad premeditada de las minorías antiimperialistas (marxistas o nacionalistas católicas) fomentan el antisemitismo. Si son alocados los argumentos de ciertas corrientes ateas, resultan absurdos los cristianos autodenominados nazis. Dios se manifestó con rostro judío. Judía era la Virgen María y judío San José. Judíos fueron los Apóstoles. La lectura literal del Nuevo Testamento donde se acusa de “pueblo deicida” al pueblo elegido, a esta altura de los avances e innovaciones en los estudios teológicos, carece de validez al tratarse de una generalización que la tradición ha repetido sin la suficiente contundencia esclarecedora. Apenas un puñado de reaccionarios mantiene esa descalificación in totum que para nada forma parte de la doctrina católica renovada en el Concilio Vaticano II.
En los campos de concentración nazis también murieron tres millones de cristianos y católicos. La Cristofobia del nacionalsocialismo estuvo sintetizada por Alfred Rosemberg al señalar que “la sangre nórdica representa el misterio que sustituye y reemplaza a los antiguos sacramentos”. ¿Cómo coincidir con el antisemitismo pagano desde el cristianismo? Una verdadera aberración teórica y política.
Urge entonces una compleja tarea de esclarecimiento en torno a estos temas que suelen ser banalizados por la pereza intelectual de unos y la infamante intencionalidad política de otros. Cualquier manto de sospecha sobre los judíos luego del Holocausto comprende un crimen de lesa humanidad en potencia. Seamos cuidadosos con las palabras y con la memoria. Toda una literatura en auge con el setentismo kirchnerista debería llamar a los dirigentes democráticos a una profunda reflexión. Las presentes y futuras generaciones no merecen formarse en la mentira, la discriminación y el odio hacia el semejante, sea judío, católico, liberal o marxista.
El antisionismo es la celada de los siempre dispuestos mercaderes de la muerte. La Declaración de la Conferencia Tricontinental de La Habana, celebrada en enero de 1966 y que suele ser recordada con euforia por los guevaristas de escritorio, sostuvo que “el sionismo es un movimiento imperialista por naturaleza, con propósitos agresivos y expansionistas, y en lo referente a sus métodos tiene una estructura racista y fascistas”. Esta terminología recorre las redes sociales en boca de los militantes “nacionales y populares” a la hora de descalificar a sus ocasionales contrincantes de debate a los que detestan ya que pontifican desde populismo autoritario instalado en el poder desde 2003.
Ha corrido demasiada agua debajo del puente de la historia nacional. Sería suicida olvidar la composición ideológica de las formaciones oficialistas que al calor del Estado brotan como hongos luego de una tormenta estival. ¿Sabrán que por teñir de épica antiimperialista a su causa crematística cometen la imprudencia de abastecer los arsenales teóricos del antisemitismo?
Pregonaba Lenin: “los marxistas organizados deben prestar la debida atención al problema de los judíos”. Nada de fruslerías o de metáforas. El héroe de la revolución bolchevique era preciso. Cortita y al pie.
Finalmente, recordemos que uno de los revisionistas preferidos de la intelectualidad setentista y caduca que manifiesta el relato oficial, es Juan José Hernández Arregui, quien en su obra más difundida, La formación de la conciencia nacional, preconiza lo siguiente: “La intelectualidad de izquierda cuenta no sólo con activo apoyo judío, sino que, en cuanto capa sociológica, está integrada por individuos de este origen en fuerte relación numérica. A su vez, el poder económico internacional del judaísmo vincula a estos grupos étnicos, en forma poco visible pero real y organizada en escala mundial, al imperialismo, particularmente norteamericano, del cual el sionismo no es más que una variante con su foco en Israel”. La edición de 2004 de esta obra fue prologada por Eduardo Luis Duhalde, actual secretario de Derechos Humanos de la Nación.