La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
"Por amor al odio" - Rawson y Trelew. Por Carlos Miguel Acuña. |
"En ningún otro país de América Latina, excepto en Cuba, las estructuras del estado y de la sociedad han sido sacudidas más profunda y persistentemente por la guerrilla que en la Argentina. Por eso sorprende que hasta ahora no se hayan estudiado a fondo las organizaciones subversivas y su actuación".
Peter Waldmann, "Anomia Social y Violencia". Ensayo incorporado al libro "Argentina Hoy", de Alain Rouquié. Pag. 206; Ed. - Siglo XXI, 1982.
Inmediatamente después de las trágicas muertes de Sánchez y de Sallustro una verdadera oleada de detenciones alteró el funcionamiento de las bandas y produjo durante pocos días una sensible retracción de la actividad terrorista. Los Montoneros, que para ese entonces ya estaban dirigidos por Mario Eduardo Firmenich, resolvieron suspender transitoriamente sus planes, las bandas se replegaron y mientras trataban de borrar sus huellas los jefes evaluaban los pasos por seguir.
A raíz de las investigaciones desatadas por los trágicos sucesos, muchos guerrilleros cayeron en prisión. En su mayoría pertenecían al ERP y eran derivados masivamente a Rawson. De esa manera y sin quererlo, se alimentó la gestación del futuro drama, pero también se descubrieron nuevos hilos que permitieron desgranar la compleja trama de la red insurreccional que para ese entonces había adquirido una dimensión muy importante, gracias a las facilidades para concretar el reclutamiento y al asesoramiento externo que recibían las bandas.
El impacto producido por el secuestro y los dos asesinatos había modificado la atmósfera. Por un lado impulsaba el proceso de captación de militantes pero, por el otro, alertaba a una población más consciente de lo que ocurría y vislumbraba los grandes peligros que podía deparar el futuro.
Para entonces, las noticias llegadas desde Chile confirmaban el derrumbe económico del país y el crecimiento de la inquietud social y de la violencia política, un problema que podría reflejarse sobre nuestro país. El fenómeno se percibía con mayor claridad en Mendoza y en la región de Cuyo, en tanto la corriente de exilados, de profesionales impedidos de trabajar, de productores agrícolas y de pequeños y medianos empresarios que de un día para otro se vieron despojados por la fuerza , contribuía a dibujar el caótico drama que se vivía detrás de la cordillera. Los exilados venían a tentar suerte en la Argentina y sus relatos y experiencias comenzaban a ganar los comentarios.
Aquí, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo continuaba con su tarea de agitación y proselitismo. Desde Colombia llegaban noticias sobre la detención de sacerdotes incorporados a la guerrilla y en el Uruguay, más próximo, la evolución de la guerra que continuaba era un ejemplo que profundizaba la preocupación general. El perfil de la violencia se hacía cada vez más evidente, mostraba que las bandas tenían múltiples vinculaciones entre sí, que iniciaban un incipiente proceso de colaboración entre ellas y dejaba en claro que el fenómeno no era exclusivo de la Argentina. Ya se hablaba del plan continental del extremismo ideológico y algunos medios periodísticos se referían al problema como "América en llamas"...
Aumentaba la sensación de incertidumbre y en medio de un mar de preguntas y respuestas que se volcaban sobre la opinión pública, el ERP resolvió mantener una imagen de buena capacidad operativa junto con la voluntad de continuar la lucha armada, de persistir en el proyecto terrorista hasta las últimas consecuencias y mantener las acciones sin solución de continuidad. Tan claro y definido era este proceso, que desde los medios vinculados con la insurgencia se sostenía que la sociedad "tendrá que acostumbrarse a vivir con la violencia hasta que alcancemos la liberación...".
Los estrategas guerrilleros incrementaban la propaganda y todos, incluso los de origen peronista, evaluaban como manejarían el retorno de Perón al país. A esa altura del conflicto algunos subestimaban la capacidad política del viejo líder y así lo computaban para la elaboración de sus planes a mediano plazo.
Nueve días después de las trágicas muertes del militar y del industrial, las bandas rompieron la inacción y atentaron contra la empresa automotriz IKA que para entonces era muy importante. El 27 de abril asaltaron el Departamento Policial de Rio Tala, provincia de Buenos Aires, donde se alzaron con todo el armamento y los apetecidos uniformes, no sin antes asesinar al sargento Oletto Mario Gonzalez, al agente de policía Casimiro Basualdo y herir a un comisario. Benito Urteaga, que estaba a cargo de la conducción del ERP, respondía de esa manera a la confianza que Santucho había puesto en su persona.
Empujado por la dinámica de los sucesos y también por su propio estilo y temperamento, Urteaga era de los que entendían que hacer política no era otra cosa que hacer la guerra. Quería priorizar las acciones guerrilleras sobre las políticas y colocar a la organización a la cabeza de las guerrillas que actuaban en la Argentina. La vieja rivalidad con los Montoneros se mantenía vigente y se había ahondado la desconfianza con relación a algunos cabecillas de esta banda a raíz de la insistencia que éstos ponían al definir como objetivo básico y casi excluyente lograr que Perón volviera a instalarse en el país para retomar el poder.
En el ERP - y en esto era decisivo el pensamiento de Santucho - se estimaba que Perón "era nada más que un instrumento de la burguesía" y que, en definitiva, buscaba "mantener al capitalismo que era necesario destruir hasta sus cimientos".
En sus análisis los jefes erpianos - aún sin conocer la realidad de los contactos de Lanusse con Madrid y de la mediación de José Ber Gelbard - creían que las gestiones políticas que se realizaban en los niveles superiores del gobierno tenían como única finalidad el mantenimiento de un sistema de vida económico, cultural y político al que odiaban y querían destruir. Entendían que al aceptar las negociaciones, Perón se había convertido en un cómplice del sistema y algunos sostenían que su comportamiento siempre había sido una alternativa creada por el mismo sistema para sobrevivir.
Por su parte las FAR también resolvieron romper el silencio y salir de la inacción y el 1° de mayo un comando tomó el Destacamento de la Prefectura Naval en Dock Sud, provincia de Buenos Aires. Robaron armas y uniformes pero sobre todo obtuvieron el resultado que buscaban: imponer la idea de que eran muchos, que crecían en número de adherentes y militantes pese a los reveses que soportaban por la represión y que ejercían una voluntad sin límites que los hacía imbatibles. Con la mira puesta en la propaganda, querían despertar en la población la certeza de que el aparato guerrillero mantenía su potencia y que podía crecer.
Coincidentemente, para recuperar la libertad y dirigir personalmente el combate, poco después de su traslado de la cárcel de Villa Devoto al penal de Rawson, en la provincia del Chubut - en esa fecha comenzaba a derivarse hacia allí a los subversivos capturados - Santucho había logrado establecer una fluida comunicación con Urteaga para trazar los grandes lineamientos de un ambicioso plan de fuga. [1] Tenía nuevos proyectos y lo acicateaba la ansiedad por huir.
UN CURIOSO ANTECEDENTE
Mucho después de los acontecimientos los investigadores coincidieron en que los movimientos para el gran escape tuvieron inicios sutiles y hasta curiosos, pues antes de que concluyera el año 1971 con su notable escalada de violencia, en Rawson y Trelew se había desatado una intensa campaña periodística y de rumores contra el jefe de la policía provincial, capitán de fragata Alfredo A. R. Serantes, quien había demostrado una notable dedicación y eficiencia para mantener la seguridad de la provincia y controlar hasta lo imposible a quienes ingresaban y salían.
Las medidas incluían la anónima observancia del tránsito, una red de observadores entre la población y puestos especiales sobre la ruta nacional n° 3, - la única pavimentada de acceso a las ciudades - además de una permanente vigilancia en el aeropuerto.
Una mayor tarea de prevención se había extendido hacia quienes venían de visita al penal, a los parientes de los presos y sus abogados, todo lo cual se había traducido en un verdadero anillo de seguridad que impedía las filtraciones. A raíz de la campaña, de la avalancha de presentaciones y reclamos formuladas por los abogados y de las versiones que circulaban con claras intenciones, Serantes se vio obligado a renunciar y la disciplinada y eficiente tarea preventiva quedó alterada.
Se suspendieron los periódicos ejercicios de simulada recuperación del penal y de rechazo a potenciales acciones insurgentes en la zona, los pelotones de controles de tránsito fueron suprimidos y los hombres experimentados en el problema dejaron de intervenir. Por cierto, no se ordenó suspender la vigilancia pero la firmeza con que se la había aplicado quedó relegada y el personal que había ingresado para el cumplimiento de este trabajo debía aprender sobre la marcha. Más tarde, para algunos analistas de lo ocurrido, esta circunstancia ocupó un lugar destacado entre las causales que animaron al plan de fuga.
El grupo subversivo que trabajaba fuera del penal había presentado tres vías posibles - por aire, por agua o por tierra - para concretar la fuga. Se llegó a pensar en la posibilidad de alquilar un avión y hasta se rumoreaba de una iniciativa loca consistente en contar con un submarino. Todavía no había fecha establecida y desde principios de 1972 los guerrilleros aún estudiaban distintas variables que nunca se divulgaron por razones de seguridad interna extremadamente cuidadosas.
Lo único que quedó firme desde los inicios del proyecto fue una escala de prioridades para determinar quiénes podían fugarse. La primera lista con los privilegiados estaba encabezada exclusivamente por los principales jefes, la segunda, muy numerosa se completó sobre el filo de los acontecimientos y una tercera, más hipotética, abarcaba a aquéllos que revestían menos importancia dentro de las organizaciones.
Santucho era el primero de la nómina, seguido por las cabezas de los restantes líderes de su banda y de las FAR. Fernando Vaca Narvaja [2] quedó incluido como único representante de los Montoneros, organización cuyos integrantes presos trabajaron cabeza a cabeza con el comité de fuga [3], pero que no aportó ni medios ni hombres en los trabajos del grupo externo pese a que la banda convalidó la decisión de plasmar la evasión.
Las rivalidades y suspicacias se mantenían aún para estas cosas, pero como trasfondo del problema se debatía un aspecto eminentemente político: para ese entonces los Montoneros mantenían una confusa caracterización ideológica, su definición en ese sentido se limitaba a bregar por una patria socialista [4] y a señalar que ése era su objetivo principal junto con el retorno de Perón al país.
Santucho, un antiperonista confeso que no hacía nada para disimular esa condición, poseía un grado superior de adoctrinamiento y subestimaba intelectualmente a los Montoneros. Sin embargo sabía que eran numerosos y que podían servir para crear un proceso político más amplio, complejo y todavía indefinido.
En su fuero íntimo, el jefe guerrillero ambicionaba convertirse en el líder de un futuro movimiento de masas para el que necesitaría, inexorablemente, un punto de partida en el cual apoyarse más allá de las armas y los méritos emanados del combate. En su imaginación, Santucho concebía que respaldarse en las armas propias era lo fundamental pero que captar a los "montos" no solamente sería útil sino necesario para contar con nuevos, buenos y fieles dirigentes que supieran manejarse con los justicialistas, que conocieran su lenguaje y forma de razonar, utilizando su estilo, sus valores, sus costumbres y hasta su particular interpretación de la joven historia de las décadas más recientes.
Santucho buscaba la unión de todas las fuerzas subversivas en una suerte de coordinadora, pero entre las dificultades con que tropezaba se encontraba su temperamento frontal, directo y sin ambages. Sumado a su estrictez ideológica, el margen de maniobra se le hacía sumamente estrecho para plasmar el objetivo de la unidad, una idea primigenia de las FAP. Otro de los inconvenientes consistía en los distintos orígenes formadores de las bandas, lo que daba pie a interminables discusiones en torno del marxismo - leninismo, modalidad que fue una inveterada costumbre entre las izquierdas donde la vocación por intelectualizar los temas les hacía perder de vista sus objetivos más prácticos e inmediatos.
Finalmente, otra traba destacable fueron las características personales de los dirigentes que con sus ambiciones, sus celos y estilos, caracterizaban conductas marcadamente individualistas, que a la larga impedían esa coordinación. [5] De todos modos, en el caso de la fuga se impuso la necesidad de aunar los esfuerzos en función de lograr el objetivo.
Santucho vivía la ansiedad de quien está impedido de actuar y más en su caso en que se consideraba preso político. Necesitaba imperiosamente estar libre para afirmarse en su papel revolucionario y poner en marcha una nueva etapa de la lucha armada. Entre otras cosas, quería concretar nuevas conexiones personales con Fidel Castro quien todavía no había encontrado reemplazante
para el Che Guevara. Tozudo, incansable, arbitrario e imaginativo y sobre todo pagado de sí mismo, el jefe guerrillero esperaba convertirse en una nueva figura latinoamericana. [6]
CRISIS DEL SISTEMA CARCELARIO
Uno de los principales componentes del plan de fuga se basaba en aprovechar un endémico proceso de crisis que se registraba en el sistema carcelario argentino. Se trataba de un problema caracterizado principalmente por una infraestructura inadecuada, con edificios antiguos y en mal estado, que ofrecían muchas vulnerabilidades.
Había una superpoblación que afectaba directamente la seguridad interior y la contrainteligencia, situación agravada por la escasez de personal penitenciario que, por añadidura estaba mal remunerado y que por lo general carecía de la preparación para trabajar con una nueva clase de delincuente como era el subversivo. Con una capacidad intelectual superior y motivaciones que iban más allá de la idea fija por recuperar la libertad, se trataba de jóvenes que vivían una severa disciplina de grupo, que mantenían comunicaciones virtualmente regulares con el exterior y que, bien organizados, contaban con responsables encargados de las diversas tareas.
Superados por la situación y por motivos que iban desde las amenazas físicas y morales hasta las tentaciones presentadas bajo distintas formas de dádivas, algunos guardiacárceles se mostraban sensibles a los requerimientos de los presos y facilitaban el tráfico de cartas, panfletos, elementos peligrosos que fueron utilizados en la fuga y una constante trasgresión a las normas carcelarias que alcanzaba a las relaciones de los presos con la población femenina.
Como si esto fuera poco, a los favores recibidos para que los guardianes vieran sin mirar, había que añadir un lento proceso de adoctrinamiento al que fue permeable un sector de los más jóvenes y peor formados. En síntesis, un universo de circunstancias anómalas permitió la culminación de uno de los sucesos más resonantes logrado por la subversión durante esos años. Después de la fuga la investigación permitió establecer que fueron numerosos los casos de amenazas sobre los guardiacárceles y sus familias. Una comisión especial de guerrilleros que operaba fuera del penal, las evaluaba una a una hasta detectar las vulnerabilidades que luego permitían ejercer la presión.
El guardiacárcel involucrado, temeroso de perder su trabajo, solía someterse e ingresaba en una cadena de irregularidades que al principio eran leves, hasta que se acumulaban y lo encerraban, impidiéndole salir de un círculo vicioso que lo transformaban en cómplice involuntario.
De esta manera, con el correr de las semanas quedó montada una red donde el contrabando hormiga permitió un constante intercambio de mensajes internos y con el exterior, la acumulación de ropas adecuadas para la fuga, el uniforme de oficial del Ejército que utilizaría Vaca Narvaja, pistolas, revólveres y municiones, mapas y planos con dibujos que señalaban las distintas alternativas sobre el terreno, brújulas, medicamentos, datos relacionados con la capacidad militar y policial para la eventualidad de una salida por tierra, fueron algunos de los elementos que ingresaron al penal de Rawson hasta conformar un bagaje que luego asombraría a las mismas autoridades.
Los parientes que ingresaban como visitantes y los abogados defensores y patrocinantes jugaron un papel decisivo, pero sin duda fue la comprometida actitud del secretario del juzgado Federal, Dr. Maza [7], lo que contribuyó en mayor medida al éxito de la operación.
Gracias a su influencia sobre el juez Alejandro Godoy obtuvo favores que en otros casos hubieran sido impensables. Los presos establecieron sus propias normas de comportamiento y entre ellas, que no se denunciara la existencia de un pasaje entre la sección masculina y femenina que pacientemente había sido abierto tiempo atrás .El juzgado daba curso a las denuncias y reclamos, como sucedió con el caso de la bolsa de yerba que, pese a lo absurdo, fue un claro ejemplo de lo que sucedía.
En pleno preparativo para la fuga, parientes de guerrilleros ingresaron esa bolsa de sesenta kilos de yerba mate sin someterla al proceso de revisación, amparándose en una resolución previa obtenida del juez Godoy, quien había dictaminado que no era procedente requisar o inspeccionar productos alimenticios destinados a los presos.
LA OPINIÓN DE SANTUCHO
Días después de concretada la fuga, el mismo Santucho durante un reportaje [8] que le realizó la revista chilena "Punto Final" que actuaba como órgano del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) aludiría al estado de corrupción que se vivía dentro del penal.
Entre otras cosas expresó: "El enemigo ... dentro del penal era relativamente débil porque no era un personal acostumbrado, digamos así, experimentado en situaciones como las que le planteaba la presencia nuestra allá. Anteriormente no había habido combatientes, es decir, presos políticos (sic). De manera que la falta de experiencia del enemigo, dentro del penal, era un elemento favorable que se tenía en cuenta en la planificación de la operación. Es decir, que se creía en la concepción de la fuga que en la cárcel nosotros éramos más fuertes potencialmente".
Y más adelante, agregó: "Se logró un sistema que eludía el tipo de control que estaba establecido dentro del penal, que no era muy estricto. Había también... bueno... en casi todos los penales siempre hay vías, es cuestión de ingenio..."
PREVISTAS COMPLICIDADES
Sin embargo hubo quien había vaticinado que con el correr del tiempo las fallas del sistema tendrían sus consecuencias. Se trataba del alcalde del penal de Rawson [9] quien desde los primeros días en que comenzaron a incorporarse los subversivos había insistido ante sus superiores acerca de los inconvenientes que provocaría la decisión adoptada meses atrás en el sentido de agrupar en un mismo establecimiento a varones y mujeres subversivas.
Ocupaban pabellones separados pero la crítica apuntaba a la gran cantidad de insurgentes que llenarían los calabozos con el consiguiente movimiento que alteraría sensiblemente la vida en la prisión.
"Tengo toda una vida hecha en esta actividad y la experiencia sirve para algo", había dicho y adelantó numerosos ejemplos de cómo avanzaría la situación hacia posiciones insostenibles. "Poco a poco - dijo - se evolucionará hacia un estado de cosas que tendrá vida propia y será realmente peligroso, contrario a todas las normas". Pero sus observaciones y reclamos no fueron escuchados. Rápidamente inició las gestiones para jubilarse y cumplida la primera quincena de agosto, recibió a su sucesor.
Este estaba al tanto de lo que sucedía y mientras desempacaba su equipaje fue cuando ocurrieron los sucesos. Con la preocupación del caso, fue informado del problema en profundidad, de cómo los extremistas influían políticamente sobre los medios de comunicación y entre ellos, el diario local que solía expresarse con simpatía por el proceso insurgente.
Especial atención le mereció el verdadero enjambre de abogados especializados en la defensa de guerrilleros que viajaba permanentemente desde la Capital Federal entre los que se destacaban dos profesionales jóvenes que actuaban en el orden local y militaban en las filas del radicalismo: Mario Abel Amaya e Hipólito Solari Yrigoyen.
LOS "MARISCALES"
El penal de Rawson tiene la forma de una inmensa H de dos plantas donde cada una de las patas aloja a los distintos pabellones. En ellos la vida transcurría como en todos los establecimientos de esta clase, con los mismos olores mezcla de comidas, baños húmedos y mal lavados y gimnasios con los ventanales cerrados por los fríos que reinan en la provincia sureña. Primaba el color gris y una especie de monotonía plagada de ruidos que con el correr de los días se convertían en habituales. Allí el casi doble centenar de guerrilleros desgranaba su tiempo en tareas autoimpuestas y signadas por el espíritu revolucionario.
Exactamente como había sucedido en otros penales, desde que llegó el primer subversivo se puso en marcha el plan de relaciones internas cuyo primer paso consistía en determinar las acciones a seguir según fuera el perfil de los funcionarios. Todos los días se dictaban "clases" de actualización doctrinaria y el régimen de celdas abiertas facilitaba los contactos y el intercambio de información. De hecho funcionaba una central de inteligencia que evaluaba las noticias que llegaban de extramuros, el comportamiento de los propios compañeros y las mejores formas de sacar o ingresar mensajes.
Los principales "directores" eran el propio Santucho secundado por Osatinsky y Quieto. Entre los tres fijaban las pautas del proyecto de evasión y analizaban las variables elaboradas que les llegaban desde el exterior.
Desde el comienzo, los presos habían insistido para que fueran agrupados por organizaciones, pero los dirigentes del ERP realizaron gestiones y tuvieron la suficiente influencia para lograr que dentro de cada grupo fuera instalado por lo menos un par de miembros de su banda.
Por lo general se trataba de los mejor preparados, los más sólidos ideológicamente y también los más convincentes e identificados con el papel que debían cumplir. Este comportamiento demostraba la importancia que la conducción del ERP le otorgaba al manejo permanente de los vínculos y al especial ejercicio político que surgía de las conversaciones que en voz baja se desarrollaban dentro de los correspondientes pabellones. [10] Los resultados de la tarea de adoctrinamiento "hacia la izquierda" que tiempo atrás se había iniciado en Villa Devoto y otros lugares de detención habían resultado tan alentadores que a la experiencia, mejorada, se la continuaba para ampliar la influencia sobre los Montoneros.
El salón de la biblioteca del penal sería testigo de las conversaciones entre los miembros de los distintos grupos y de cómo se evaluaban las novedades que llegaban desde el exterior a las que luego se difundían con las correspondientes interpretaciones revolucionarias.
Las conclusiones.
crearían la atmósfera necesaria para afirmar los liderazgos y la conducción interna que permitiría a los dirigentes del ERP conquistar la delantera y afiatar sus concepciones ideológicas. Por su estilo, un mesianismo utilizado como instrumento de captación, la capacidad para influir sobre los demás y el sentido del mando que ejercían, muy pronto merecieron el mote de "los mariscales".
Los primeros en aplicarlo fueron los propios guardiacárceles, a quienes la experiencia y la fina percepción que les otorgaba su oficio les permitía interpretar cómo se desenvolvía la compleja trama que regía la obligada convivencia entre jóvenes ideologizados, que habían demostrado su vocación para llegar hasta la muerte y estaban conscientes de que eran los únicos dueños de sus propios destinos.
EL PLAN "TOMÁS"
La decisión de fugarse nació inmediatamente después del traslado de Santucho desde la cárcel porteña de Villa Devoto y su concepción debió enfrentar las grandes dificultades que tendría su ejecución. Entre ellas que en las cercanías del penal, si bien no existían bases militares ni de Fuerzas de Seguridad [11], estaba el asiento del mayor número de fuerzas policiales de la provincia. En Trelew, a veinte kilómetros de distancia, la base aeronaval Almirante Zar, todavía en construcción, tenía precarias instalaciones en medio del descampado, ocupadas por el Batallón de Infantería de Marina Nro. 4, con efectivos reducidos.
Sobre uno de los laterales de la cárcel de Rawson se levantaban algunas edificaciones privadas; estaba considerada como de máxima seguridad y en consecuencia, la posible operación obligaba a utilizar ingentes recursos además de los medios indispensables para un rápido alejamiento de la zona y ulterior salida del país.
El plan fue bautizado "Tomás" y su elaboración estuvo a cargo de un llamado "Comité Militar Conjunto" encargado desde el exterior de evaluar y aprobar las medidas, organismo que estuvo formado exclusivamente por el PRT - ERP y las FAR, dado que Montoneros, si bien estuvieron de acuerdo con la operación, no aportaron logística ni combatientes por hallarse prioritariamente abocados a la recomposición de cuadros y reorganización interna.
Los involucrados ajustaron detalles durante algo menos de cinco meses, robaron los vehículos que serían utilizados, designaron a quienes los manejarían e integrarían los grupos de apoyo, dibujaron mapas con distintas alternativas y detalles del terreno donde se operaría, estudiaron los horarios de los aviones, vigilaron el comportamiento y la rutina del personal militar y de seguridad, seleccionaron y transportaron armamento, establecieron casas operativas seguras y adoptaron otras medidas complementarias del difícil y complejo proyecto que pondrían en marcha.
Eligieron a la ciudad de Bahía Blanca como centro principal para concentrar elementos, personal y noticias, allí decidieron, bajo la apariencia de prósperos ejecutivos de negocios, utilizar habitaciones e instalaciones del hotel Austral para determinado tipo de encuentros y fijaron como primera fecha tentativa el mes de julio de ese año de 1972.
Por varias razones la fuga se postergó para el mes siguiente y en medio de un gran apuro para evitar filtraciones - algunos rumores y hasta ciertos datos específicos sobre "un suceso importante en preparación" habían llegado a las autoridades - se establecieron como fechas más probables por caer en feriados, los días sábado 12, martes 15 ó jueves 17. Aparentemente, la decisión final la tendría el grupo externo que manejaba la logística y coordinaba algunos puntos especiales y definitorios de la operación [12]. Fueron seleccionados ciento diez subversivos para fugarse, cifra que quedó parcialmente abierta pues se acordó que según evolucionara el plan, podría ascender a ciento diez y seis.
UN SECRETO DE LA CÚPULA GUERRILLERA
Los vehículos previstos eran dos camiones de buen porte, una camioneta y un automóvil. Se había montado un sistema de comunicación mediante señales y otros signos entre los internos y quienes preparaban la fuga desde afuera - en una casa ubicada frente al penal se recibirían las señales para confirmar hacia adentro que todo funcionaba sin problemas y hacia fuera para poner en marcha los vehículos - y en medio de un secreto absoluto que quedó limitado a los miembros de la cúpula guerrillera, quedó establecido que ante cualquier contingencia la prioridad máxima correspondería a los seis reclusos principales, otro grupo de veintitrés seguía en orden de preferencias y el resto quedaba supeditado a la suerte con que se desarrollarían los acontecimientos.[13]
Gracias a las prebendas y facilidades con que contaron, el día elegido los reclusos tenían el uniforme militar con el que se disfrazaría Vaca Narvaja, una ametralladora de mano, varias armas cortas y numerosas "púas" que se habían fabricado dentro de la cárcel.
Antes e inmediatamente después del día 13, el grupo externo realizó las dos últimas reuniones en el hotel Austral y el plan "Tomás" se puso en movimiento con algunas modificaciones finales: quienes tenían la responsabilidad de trasladar los camiones habían sido detectados y uno de los subversivos cayó preso en la localidad bonaerense de Ciudadela, en la zona Oeste del Gran Buenos Aires, después de un gran tiroteo.
El hecho no alteró el cumplimiento de los distintos pasos que se habían acordado, pero nunca quedó claro cómo solucionaron la falta de uno de los camiones asignado al grueso de los otros grupos de potenciales fugados. De todas maneras, a las dieciocho horas del 15 de agosto de 1972 quedaron copados varios lugares estratégicos del penal y numerosos guardiacárceles fueron hechos prisioneros sin mayores resistencias.
Muchos de los subversivos se pusieron sus uniformes y enseguida ocuparon la sala de armas, donde se proveyeron con la idea de utilizarlas para asegurar la fuga. No habían transcurrido treinta minutos de la hora fijada, cuando se oyeron numerosos disparos y gritos que provenían desde el portón principal del edificio.
Allí, ya en las proximidades de la salida, tres guardias alertados por los movimientos y gritos sospecharon del pequeño grupo que decididamente se acercaba encabezado por Vaca Narvaja vestido con su uniforme. Detallistas y experimentados, los guardiacárceles habían reparado en la llamada "palidez carcelaria", clásica de quienes habían permanecido encerrados durante largo tiempo; seguros de que algo raro sucedía impartieron la voz de alto al grupo que se acercaba.
Uno de los carceleros, Juan Valenzuela, avanzó hacia los seis guerrilleros que nunca detuvieron la marcha y sin tener la oportunidad
de hacer ninguna clase de preguntas, cayó abatido de un certero balazo que le disparó Marcos Osatinsky. Enseguida Mariano Pujadas hizo lo mismo y ya en el suelo, la mujer de Santucho, Ana María Villareal, [14] lo remató con otra andanada mientras exclamaba fuera de sí: "esto va para celebrar la victoria". Los otros dos guardiacárceles resultaron heridos y neutralizados.
Este grupo estaba formado, además, por Elías Kohon y Alberto del Rey. Minutos después Quieto y Marcos Osatinsky, de las FAR, Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna - principales jefes del ERP- y Fernando Vaca Narvaja como único representante de los Montoneros, salieron a la calle y de acuerdo con lo previsto se ubicaron dentro del automóvil Ford Falcon que con Carlos Goldenberg [15] al volante los aguardaba en la puerta del penal de donde partieron rápidamente hacia el aeropuerto. La coordinación entre los movimientos y los horarios parecía funcionar adecuadamente para ellos, en tanto el resto del escalón de apoyo externo pareció confundirse pese a la "luz verde" que había recibido.
Poco antes de estos incidentes y de que el primer grupo saliera a la calle para instalarse en el automóvil que los llevaría a la libertad, Osatinsky y otros guerrilleros a punta de pistola habían logrado reducir al jefe de turno del servicio de guardiacárceles. Simultáneamente, otro grupo que había sido dirigido por el propio Santucho y secundado por Vaca Narvaja - ya disfrazado de oficial subalterno del Ejército - había copado la planta baja y el piso superior del penal, anulando y apresando a los guardias que ocupaban las troneras de vigilancia externa.
Una vez logrado el copamiento de la cárcel, los principales cabecillas se reunieron para avanzar hacia la salida donde se enfrentaron con la guardia y mataron a Valenzuela. Pocos minutos después, tras consolidar la toma del penal, salieron al exterior los integrantes del segundo grupo seleccionado para escaparse[16] y fue entonces cuando se encontraron con que nadie los esperaba, que carecían de vehículos [17] y que seguramente llegarían tarde al aeropuerto. Desesperados, reingresaron al penal y desde el despacho de la guardia hicieron lo único que tenían a mano: por teléfono y haciéndose pasar por personal de seguridad contrataron seis remises cuyos conductores vivieron una aventura inesperada.
Cuando llegaron con sus automóviles y convencidos por las armas con que se los apuntaba, dejaron subir a los inesperados pasajeros con los que arribaron al aeropuerto a las 19,15. Desde la plataforma los desilusionados guerrilleros observaron cómo se cumplían sus peores presunciones: por la pista rodaba para decolar el avión de Austral. [18] A bordo iban los seis subversivos más importantes del primer grupo que ocupó el Ford Falcon para fugarse.
Pero no eran los únicos: armados, también viajaban los integrantes del grupo de apoyo que previamente habían tomado el control del avión. Se trataba de dos militantes del ERP: Alejandro Ferreyra Beltrán y Víctor Fernández Palmeiro - principal ideólogo del plan - y en representación de las FAR, Ana Dora Weissen de Olmedo.
¿PODEMOS LLEGAR A CUBA?
Faltaban pocos minutos para el mediodía y el avión Bac One Eleven 811 de Austral permanecía demorado en el aeropuerto de la ciudad de Bahía Blanca por razones mecánicas y de mal tiempo. Tenía por delante un largo vuelo hacia la Patagonia y la tripulación estaba impaciente por decolar. Quería salir a horario para regresar a la Capital Federal de acuerdo con el plan de vuelo establecido. Impacientes, los pasajeros se preguntaban si las condiciones serían seguras y si los vientos del sur argentino no causarían problemas.
Las consultas merecían la misma respuesta tranquilizadora y pasado el mediodía, la confirmación de la partida provocó suspiros de
satisfacción. Llegarían de regreso a Trelew con una demora estimada en media hora, pero con la certeza de que los problemas habían desaparecido y que las condiciones meteorológicas favorables los acompañarían durante el viaje. Después de la escala en Comodoro Rivadavia arribó de vuelta casi a horario y el carreteo con los ciento cuatro nuevos pasajeros que regresaban a la Capital Federal se cumplió sin demoras. La tripulación impartía las instrucciones de práctica cuando desde la torre de vuelo los pilotos recibieron mensajes alarmantes.
Les dijeron que había una bomba a bordo y que en consecuencia debían detener la máquina a cincuenta metros escasos de la plataforma de embarque, previo a la evacuación. En el acto los pilotos redujeron los motores y asomados a la pequeña ventanilla de la cabina, advirtieron que se registraban movimientos inusitados en el aeropuerto. Gente armada, un oficial reconocido por su uniforme del Ejército y un grupo de personas que se aproximaba con apuro.
Sin margen de tiempo para reflexionar y con la preocupación de la presunta bomba - algo que para esa época tumultuosa no sorprendía a nadie - dentro del avión se escucharon gritos y voces de mando. Tres de los pasajeros, con armas cortas en la mano, se habían apoderado de la cabina, amenazaban a las azafatas y a los pasajeros y daban a conocer sus intenciones.
Era el grupo de apoyo que cumplía con su papel mientras los evadidos se acercaban corriendo hacia la máquina con la clara intención de abordarla. Desde adentro, los tres guerrilleros, decididos aunque nerviosos, ordenaron abrir la portezuela y ayudaron a subir a los seis prófugos y a Goldenberg. Por la radio, desde la torre explicaron que "había gente armada" y la respuesta de los pilotos fue clara y expresiva: "aquí también".
En medio de la zozobra general y de los primeros saludos entre los recién llegados y quienes habían controlado el avión, se impartieron nuevas órdenes: nadie debía moverse, todos debían obedecer y en fracciones de segundos, Vaca Narvaja, con su uniforme y un revólver en la mano, se sentó junto al piloto. "Somos fugados" - le dijo - y agregó: "si llega el Ejército, habrá una masacre. Hay que decolar".
Ya con tono más imperativo, repitió nervioso: "hay que decolar". Detrás del piloto y sin abrir la boca, se había sentado otro hombre joven vestido con una llamativa campera colorada. Se trataba de Fernández Palmeiro quien quebró su silencio para reforzar las palabras del falso militar. "Hay que decolar ahora mismo", repitió. Todos se miraron. Los pilotos, serenos, realizaron el clásico gesto
de observar el cielo, hacia las nubes tormentosas que podían percibirse a pesar de que había caído la noche, rápido, sin transiciones y sin atardecer, como sucede en el sur.
Tranquilos, durante unos segundos ambos fijaron sus miradas en los dos guerrilleros. "En el aire vamos a conversar", les dijeron y resultaba evidente que no había simpatía alguna hacia los inesperados pasajeros. Estos ignoraban que ambos eran oficiales retirados de la Marina de Guerra. Tampoco podían saber que en la cabina, como pasajero, viajaba otro oficial naval retirado, quien volcado al periodismo radial y a la publicidad, registraba paso a paso lo que sucedía.
La máquina avanzó hacia la cabecera de la pista cuando la radio volvió a chillar. "Aguante en la cabecera", le ordenan con tono desusadamente duro. "Aguante que hay más pasajeros". Se trataba de la segunda tanda de fugados que había arribado en remises desde el penal de Rawson. Otra vez se miran todos entre sí, pero la orden de Vaca Narvaja salió tajante y sin dudar: ¡"Vamos, vamos ya"!. El avión hizo una prueba más de sus motores y sus frenos y en medio de una expectativa y de una tensión que todos compartían, carreteó normalmente y tomando velocidad, decoló.
En el aeropuerto los guerrilleros recién llegados, comenzaban a sopesar cual sería su destino. Algunos se sentían abandonados por sus jefes, otros, más reflexivos, se preguntaban en silencio qué había sucedido realmente. Habían asesinado a un guardiacárcel y herido a otros dos y mientras las distintas figuras delictivas en que habían incurrido se agrupaban en las mentes de los más lúcidos, todos volvían con preguntas recurrentes al instante que vivían. ¿Podrían esperar a otro avión?. ¿Llegaría el Boeing de Aerolíneas Argentinas...?. Nerviosos, miraban sus relojes y hacían cálculos. Armados hasta los dientes como estaban, resolvieron ocupar las instalaciones, parapetarse y tomar a los pasajeros como rehenes a la espera del ansiado avión.
Para ello, adoptaron la única e instintiva previsión que les quedaba: defenderse. Entonces formaron un primer anillo de seguridad con los pasajeros y el personal. La mayoría de los rehenes quedó agrupada en un rincón donde los apuntaban con fusiles y pistolas ametralladoras que parecían más peligrosas todavía ante la expresión de desconcierto de los guerrilleros que, por el momento, acariciaban con sus armas un retazo de libertad.
Mientras tanto, a bordo, los secuestradores comenzaron a revisar al pasaje y descubrieron que viajaban varios gendarmes con sus armas. Se las quitaron y los previnieron. "Estamos dispuestos a todo" aseguraron, y por cierto, todos les creyeron.
Poco a poco surgió un forcejeo intelectual y psicológico entre los secuestradores y los pilotos. Vaca Narvaja, notoriamente inquieto, no quería mirarse las manos que le temblaban. El piloto lo tranquilizó y el guerrillero reconoció su nerviosismo. "Hay tormenta y conviene que descarguen sus armas. Nada sucederá. Nuestra responsabilidad es la vida de los pasajeros. Eso es lo único que nos importa. La seguridad, la vida de los demás y también la de ustedes. Hay que tranquilizarse."
Detrás, mudo, Fernández Palmeiro miraba fijamente la nuca de los pilotos y parecía evaluar la situación. "¿Qué sucedería abajo ...? ¿Qué dirían los compañeros abandonados ...?" Las reflexiones eran pesimistas. Eran protagonistas de una fuga cuyos detalles no conocía pero intuía que se habían provocado muertos y heridos. Fernández Palmeiro tenía motivos para estar preocupado y pensaba en qué deberían hacer para asegurarse la impunidad en esa segunda etapa de la fuga, cuando realizaran el primer aterrizaje. "¡Eso era lo importante. Alcanzar el éxito y aprovechar al máximo el impacto político que habían logrado.! Ahora hay que tranquilizarlo a Vaca Narvaja para que deje de temblar con ese revólver en la mano."
La primera exigencia de los subversivos apuntaba a viajar a Santiago de Chile. "Es imposible," les contestaron. "No alcanza el combustible [19], la tormenta es importante, carecemos de las cartas necesarias y no lo haremos. Les ofrecemos descender primero en Puerto Montt, donde pediremos lo necesario para seguir viaje."
Nadie ignoraba que en Puerto Montt operaba una base militar chilena y para los pilotos la elección de ese destino era una forma de ganar tiempo y también de gastar combustible para descartar un requerimiento cuyo rumor ya habían percibido: Cuba.
En vez de aportar tranquilidad, el ronronear de los motores acercaba la inquietud y agudizaba las tensiones. Entre sí, los guerrilleros hablaban de sus planes futuros y de la conveniencia de saltar directamente a La Habana. Con ello, reflexionaban, el impacto político de la fuga se multiplicaría y todo sería más seguro. El avión era grande y los pilotos trasuntaban profesionalismo. Nadie se había resistido y sería divertido ver la cara de los gendarmes argentinos en la capital del país que respaldaba públicamente a la guerra revolucionaria .... Algunas sonrisas demostraban que los guerrilleros estaban más distendidos aunque preocupados por lo que podría ocurrir con los militares chilenos.
"El gobierno del compañero Allende nos apoyará" afirmaban, pero seguros del poder de la propaganda también reflexionaban sobre que era "necesario que el mundo supiera el resultado de esta operación. Necesitamos que se difunda para estar más seguros y evitar sorpresas". Pero en voz baja, Santucho, Gorriarán Merlo y Quieto no las tenían todas consigo. El conciliábulo se amplió a Goldenberg, Menna y Osatinsky y marcadamente Vaca Narvaja quedó afuera de las consultas. En algún momento los pilotos se percibieron de estos movimientos pero no hubo forma de aprovecharlos. Ante todo, la seguridad de los pasajeros.
Entre tanto Vaca Narvaja había bajado pero no guardado el treinta y ocho con que apuntaba a los pilotos. En el fondo de la cabina, los guerrilleros ensayaban los pasos a seguir cuando aterrizaran en Puerto Montt y sorpresivamente tomaron la primera resolución: agotar la posibilidad para viajar a La Habana, donde esperaban llegar como verdaderos héroes con la prensa del mundo atenta a su aterrizaje. "Será fantástico", afirmaron Quieto y Gorriarán y sin agregar nada más, el propio Santucho se levantó y caminó hasta la cabina de los pilotos. La pregunta fue concreta y específica: "¿Este avión puede viajar a Cuba?".
Los pilotos, al unísono, dijeron que no y comenzaron a desplegar sus razones técnicas. En la memoria de ambos estaba el recuerdo de lo ocurrido semanas antes en Quito, Ecuador: previa tortura y golpiza, los guerrilleros marxistas habían arrojado al vacío al copiloto de un avión secuestrado, como forma convincente de respaldar las exigencias para que no les impidieran continuar el viaje. El hombre murió destrozado y horas después, en medio de vítores y flashes el aterrizaje en La Habana se había convertido en una fiesta y en un nuevo componente de la propaganda. Del copiloto, apenas un par de líneas en algunos diarios.
MIENTRAS TANTO, EN TRELEW
El piloto y el copiloto del avión de Austral meditaban sobre este incidente, uno más de las crónicas de la época. A su lado, Vaca Narvaja se mantenía preocupado con el revólver ya puesto a un lado y era evidente que Fernández Palmeiro, vigilante y sin abrir la boca, estaba allí, en la cabina, para cubrir cualquier eventualidad y suplir el nerviosismo del guerrillero disfrazado de militar.
Mientras tanto, en el aeropuerto se sucedían acontecimientos casi sin solución de continuidad. Por un lado, algunos de los oficiales de inteligencia que siempre habían seguido con preocupación los problemas que giraban en torno de la vida del penal, [20] recordaban que desde hacía un tiempo, desde fuentes del servicio de seguridad de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) se había alertado acerca de una firme posibilidad de un intento de evasión durante un día feriado y que la misma novedad había sido motivo de un radio del Estado Mayor Conjunto.
En medio del fárrago desatado por el acontecimiento, las conversaciones recordaban que desde las oficinas locales de LADE (Líneas Aéreas del Estado) se había alertado días atrás sobre la presencia de personas extrañas que desde hacía varias semanas circulaban por las calles de Rawson y de Trelew. Todo eso resultó finalmente cierto y el hecho de que fuera tarde para tomar decisiones acentuó la ansiedad que provocaba el desarrollo de los acontecimientos.
Los guerrilleros mantenían el control del aeropuerto civil, y el segundo avión de línea de Aerolíneas Argentinas - un 707 - que desde el sur se aproximaba para aterrizar, fue alertado por personal de la Armada desde la torre de la base aeronaval Almirante Zar para que prosiguiera vuelo ante la certeza de que los diez y nueve evadidos se organizaban para abordarlo. La máquina, tras un sobrevuelo y la constatación de lo que ocurría eludió la escala y regresó hacia Comodoro Rivadavia, con la duda de si a bordo habría guerrilleros dispuestos a secuestrarla.
En tierra, un guardiamarina con iniciativa movilizó a sus escasos efectivos - no más de cuatro o cinco hombres - y con rápidos movimientos y voces de mando aparentó rodear las instalaciones del aeropuerto civil. Los insurgentes quedaron desconcertados y convencidos de que los efectivos del Batallón de Infantería de Marina, cuya capacidad conocían, habían llegado para hacerse cargo de la situación. Recibieron el engaño resueltos a afirmarse en el lugar, mantener a los rehenes, ganar tiempo para evaluar la nueva situación y determinar qué harían frente a la contingencia. A esa altura de los sucesos, los subversivos comenzaron a entender que el avión de Aerolíneas Argentinas no aterrizaría y que su plan de fuga había fracasado. En minutos fortalecieron sus posiciones defensivas y aprontaron sus armas con mayor decisión.
El primer paso que dieron consistió en reclamar la presencia de periodistas y del juez Federal, para asegurar su integridad física y montar una escena propagandística ante su eventual rendición. Acto seguido el abogado Mario Abel Amaya que "casualmente" se encontraba allí aprontado con su máquina de escribir portátil, se ofreció para redactar el correspondiente comunicado en presencia del juez Godoy a quien había ido a buscar en su auto particular junto con varios hombres de prensa y el médico Atilio Viglioli. Inmersos en una atmósfera llena de malos presagios, cada cual se aprestó a jugar el papel que le tocó.
Mientras estos hechos se sucedían en forma rápida, aparecía también casualmente el coronel retirado Luis César Perlinger paseando por el salón - previamente había "reprendido" a Vaca Narvaja por tener las insignias del grado mal colocadas[21] - arribaron los efectivos de infantería de marina al mando de su segundo comandante, capitán Luis Emilio Sosa, quien de inmediato solicitó la presencia de un jefe subversivo para establecer las condiciones de la rendición. La sucesión de hechos generó situaciones rodeadas de vértigo y preocupación. Los guerrilleros exigieron que un representante de cada banda participara de la entrevista con el jefe militar y consecuentemente - todavía sin deponer las armas - se adelantaron María Antonia Berger [22], de las FAR, Pujadas, de Montoneros y Rubén Bonet por el ERP.
El diálogo se encrespó y Sosa, contundente, mantuvo su posición: "con uno solo", repitió y enseguida, tras un breve cabildeo, Pujadas asumió la representación del grupo. A todo esto el médico constató el estado de salud de los guerrilleros, se distribuyó el comunicado de prensa que comenzaba a propalarse por las radios, en tanto los fugados se alinearon tras acordar, con la anuencia del Dr. Godoy, que volverían al penal donde junto con Sosa cerraría con llave las correspondientes celdas. Con rapidez y cubiertos por las armas de los infantes, colocaron las suyas frente de sí y a partir de ese momento los hechos se precipitaron.
Un funcionario de la gobernación informó que en el ínterin y personalmente, el mismo presidente de la república le ordenó al gobernador que "le comunicara al juez federal que se abstuviera en absoluto de acordar trato alguno con los guerrilleros y que no mantuviera conversaciones ni diálogo con éstos", tema este último que había quedado superado por la secuencia de los sucesos. Asimismo, la directiva personal de Lanusse estipuló que ante la detención o rendición de los subversivos, bajo ningún concepto éstos serían llevados de regreso al penal de Rawson, manteniéndolos detenidos en la base aeronaval.
La novedad cayó como un balde de agua fría entre los subversivos y una de las guerrilleras hizo ademán de retomar las armas. Como si fuera en cámara lenta, hubo gestos por ambas partes hasta que Sosa, experimentado, pidió sensatez y dirigiéndose a los guerrilleros comentó en voz alta: "No hay otra salida. Depongan las armas pues si no, aquí habrá una carnicería". Durante varios segundos un pesado silencio se abatió sobre el grupo hasta que se hizo evidente que nada sucedería. Las armas permanecieron en el suelo y la vigilancia se hizo más firme y serena. Godoy permanecía callado pero Sosa no pudo dejar de señalar su preocupación por el alojamiento en la base.
Concretamente, explicó que los calabozos no eran seguros, que estaban destinados a personal que habían incurrido en actos menores de indisciplina y que, en definitiva, carecían de los más elementales requisitos de seguridad. Sin embargo, por la vía jerárquica le llegó la reiteración de la orden terminante: los guerrilleros debían quedar detenidos en la base aeronaval y bajo ningún concepto reintegrarse al penal de Rawson.
Aunque los protagonistas de esta situación lo ignoraban, el penal todavía permanecía en manos de los guerrilleros que no pudieron escaparse, quienes con armas controlaban las instalaciones donde permanecía una apreciable cantidad de rehenes. Entre tanto, alguien se acercó para informar que "un Falcon verde con el motor en marcha, quedó estacionado frente a la puerta de acceso al hall del edificio". Se trataba del que había utilizado el primer grupo encabezado por Santucho. Pujadas se ofreció a intervenir y revisado, se encontraron municiones, explosivos, mapas y hojas con rutas trazadas como una eventualidad para huir por tierra que incluían hasta pistas de aterrizaje en estancias, partes de uniformes y clavos miguelitos. El juez Godoy aceptó acompañar a los guerrilleros hasta la base aeronaval, pero a esa altura de las circunstancias nadie le prestaba atención.
Un grupo de buzos tácticos comenzó a colaborar con la operación de resguardo y de traslado y en esos instantes, el coronel Perlinger intentó participar en los procedimientos, lo que le fue negado de forma categórica. Al moverse la fila de detenidos para ascender a un ómnibus que los trasladaría, éstos saludaron con el puño en alto y en ese instante varios testigos observaron que el citado militar respondía con la señal de la victoria y el puño cerrado, actitud que despertó varios comentarios que recordaron sus vinculaciones con elementos de extrema izquierda.
El suceso produjo indignación y horas después culminaría con la detención de Perlinger [23], cuando en automóvil recorría la zona del valle por rutas de alternativa sin poder dar explicaciones aceptables de su presencia y permanencia en la zona. El rastrillaje que se realizaba por tierra con el apoyo de un avión Porter para detectar a aquellos que habían actuado como escalón de apoyo durante la fuga, permitió observar sus movimientos y finalmente fue remitido bajo custodia al Regimiento 4 de Caballería, con asiento en San Martín de los Andes.
Los subversivos fueron llevados e instalados en los precarios calabozos de la unidad de la Armada, habilitados en un edificio de características convencionales que únicamente tenía rejas externas. Se levantaba en un descampado ubicado en los límites de la base que carecía de alambradas perimetrales y por esa razón las autoridades dispusieron para la ocasión tres turnos de guardia, con un oficial al mando que debía poner especial cuidado durante los movimientos que se realizaran en el interior.
Para alcanzar los baños, hombres y mujeres debían recorrer un largo y angosto pasillo hacia el que daban los calabozos y el personal, carente de experiencia en el tratamiento de presos, debía adoptar medidas para la vigilancia de los guerrilleros, uno de los motivos del estado de nerviosismo y desgaste.
Así transcurrieron los días y en medio de esa atmósfera donde la vigilancia y las precauciones debían efectuarse tanto adentro como afuera ante la posibilidad de acciones de rescate, se llegó a la fatídica noche del 22 de agosto.
SE RECONQUISTA EL PENAL Y SE ABREN DUDAS SOBRE EL CORONEL CESIO.
En el ínterin, en varios y distantes lugares geográficos se jugaban las consecuencias de la fuga, que provocó un torrente de información internacional y repercusiones que acentuaron las inquietudes por el cariz que había retomado la acción subversiva. Las primeras planas se ocupaban en detalle de lo ocurrido y los abogados defensores interponían recurso tras recurso de escaso contenido jurídico y expresos alcances políticos. [24]
En Puerto Montt los guerrilleros embarcados en el avión de Austral negociaban la entrega de cartas de navegación y combustible con la idea de proseguir viaje a Cuba.
Ni las autoridades militares chilenas y mucho menos los pilotos argentinos, estaban interesados en seguir ese itinerario y como si se hubieran puesto de acuerdo - lo que nunca sucedió - lograron convencer a los insurgentes que ni el combustible ni las cartas ni las condiciones técnicas de la máquina permitían realizar el vuelo. Por ese motivo, luego de largas conversaciones se acordó en proseguir viaje a Santiago de Chile donde, con la firma de Santucho, los prófugos remitieron un telegrama al ministro del Interior para solicitarle asilo político y su presencia en el aeropuerto de Pudahuel, junto con el embajador cubano, los secretarios generales del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), del Partido Socialista y del Partido Comunista de Chile, Miguel Enriquez, Carlos Altamirano y Patricio Corbalán, respectivamente, pues exigían seguridades en el momento del arribo.
El vuelo desde el lejano sur chileno se reinició en medio de espectaculares versiones periodísticas, mientras en la Argentina los resortes diplomáticos comenzaron a reclamar la urgente extradición de los delincuentes.
En Rawson se adoptaban medidas especiales para retomar el penal controlado por los guerrilleros. Estos, interesados en prolongar el conflicto para distraer los esfuerzos militares y policiales que pudieran favorecer a eventuales prófugos - por ejemplo, a los doscientos cuatro dispersados integrantes del escalón de apoyo - mantenían sus amenazas de tomar represalias contra los guardiacárceles retenidos como rehenes.
Pero el interés de los subversivos no estaba remitido exclusivamente al tema guerrillero, sino a un aspecto más simple y prosaico como lo era la inmensa fiesta - por así definirla - que se había iniciado detrás de los muros de la prisión al romperse las barreras que separaban a los pabellones de hombres y mujeres.[25] Hasta la madrugada del miércoles 16 de agosto, las idas y venidas, las corridas, gritos y suspiros que aumentaban en la medida en que bajaban las reservas de la bodega del director, llenaban los pasillos y calabozos abiertos y reemplazaban al fervor revolucionario orientándolo por un camino más humano y placentero. Con las primeras luces y una comprensible resignación los guerrilleros, cansados, depusieron su actitud y a regañadientes, se rindieron sin disparar un solo tiro.
Superado el problema, se planteó en voz baja, otro que a la luz de las experiencias posteriores dejaría una enseñanza clara y precisa: la necesidad de tener un acabado conocimiento de las biografías de quienes ejercen conducciones militares. En efecto, mientras se ajustaban los detalles para encuadrar las operaciones de control de la zona, retomar el penal y se analizaban las consecuencias de todo lo sucedido - en especial las repercusiones internacionales y un posible fortalecimiento de la insurgencia - entre los militares corrieron rumores y dudas sobre los antecedentes del entonces coronel Jaime Cesio.
Al respecto se mencionaban sus marcadas inclinaciones hacia la izquierda, las reiteradas expresiones que tenía en tal sentido y sobre todo, se criticaba a muchos de sus amigos que militaban en netas posiciones de avanzada. Pero el caso ofrecía un aspecto demasiado singular que destacaba su importancia: el coronel Cesio [26] era el jefe de inteligencia del V Cuerpo de Ejército, con asiento en Bahía Blanca. Todo lo demás venía por añadidura.
LA NOCHE DEL 22 DE AGOSTO
En medio de las lógicas tensiones que habían producido los acontecimientos, la vida de los diecinueve guerrilleros presos en las dependencias de la Base Aeronaval Almirante Zar, transcurría sin mayores alteraciones a la espera de una resolución para derivarlos a un establecimiento carcelario apto y acorde con su extrema peligrosidad.
La demora obedecía al cumplimiento de las normas de procedimiento que aplicaba la Cámara Federal que intervenía en la investigación de la fuga y que a esos efectos se había instalado en la ciudad de Rawson. Era indispensable reconstruir los hechos ocurridos desde el 15 de agosto para establecer responsabilidades y sobre todo, determinar fehacientemente quiénes habían sido los asesinos del guardiacárcel Valenzuela, cuyos nombres ya estaban casi definidos.
Cuando aún no se había cumplido una semana de la fuga, la rutina de la guardia y el control ejercido por los oficiales se aplicaba rigurosamente. La orden de incomunicación que pesaba sobre los fugados se cumplía relativamente, por la imposibilidad de hacerla totalmente efectiva y, de hecho, se toleraba que en voz baja o mediante pequeños y suaves golpes sobre las paredes los presos se comunicaran entre sí.
La deficiencia de las instalaciones admitía cualquier clase de tentaciones para quienes estaban jugados en tan difícil aventura y conspiraba contra el buen manejo de una situación por demás difícil. Lo hacía a favor del futuro drama que se desataría y en buena medida incitaba a cometer cualquier acto desesperado. Todos sabían que se encontraban en medio de un descampado, virtualmente sin guardias perimetrales ni alambradas ni nada y que los escasos cinco kilómetros que separaban a la base de la ciudad de Trelew significaban simplemente cincuenta cuadras que podían recorrerse a trote largo, bajo la claridad de la noche estrellada y con luna, si es que la había.
La posibilidad de que pudiera actuar un comando del "grupo de apoyo" acentuaba la inquietud y tensaba las largas esperas nocturnas. Conocedores de los problemas, para aumentar el control y conscientes de la importancia política que revestía la tarea encomendada, con celo especial, los marinos redoblaron la vigilancia de tal manera que cada dos o tres horas el oficial de guardia recorría el pasillo - corredor que separaba a los calabozos - dormitorios y según los casos, los presos colocados de pie contra las paredes debían dar paso a los encargados de realizar las consiguientes revisiones.
Esa noche del 22 de agosto de 1972 hacía frío, aunque la temperatura era tolerable. El segundo comandante del Batallón, capitán de corbeta Luis Emilio Sosa, preocupado por la posibilidad de que la rutina disminuyera la atención y los cuidados, supervisaba la tarea como lo hacían permanentemente los oficiales, prevenidos para no incurrir en errores. La consigna era hacer todo lo posible para mantener la situación lejos de las potenciales complicaciones periodísticas y políticas.
Sin embargo, Sosa había cometido un grave error que para cualquier sistema especializado de vigilancia era una regla básica y en el que no habría caído ningún guardiacárcel apenas experimentado: caminar por el pasillo - corredor sin quitarse la pistola reglamentaria. En uno de los primeros calabozos, el más próximo y cercano a la primera guardia interna, estaba ubicado uno de los jefes montoneros más importante y combativo: Mariano Pujadas.
Karateca, agresivo, soberbio y temperamental, este joven subversivo se caracterizaba por la decisión con que actuaba en los asaltos, ataques u otra clase de operativos tanto en su planificación como en su ejecución. Con seguridad era uno de los hombres más audaces dentro de la estructura de esta banda.
Mentor de grandes operaciones de guerrilla, Pujadas reunía todas las características del perfil psicológico del subversivo, donde el ejercicio de la voluntad como nervio motor de las acciones, era uno de los factores que con mayor tesón se había impreso en los jóvenes que adherían. El voluntarismo reemplazaba la percepción de la realidad y explicaba la dimensión de los actos que emprendían las guerrillas.
A las tres y media de la madrugada de ese 22 de agosto, los prisioneros y sus guardianes no se acostumbraban a la situación. Plenamente despiertos, nerviosos y atentos, cada cual vivía el papel que le correspondía hasta que en un momento dado, tal vez signado por la espontaneidad y empujado por la ansiedad y la rabia, cuando el jefe naval daba por concluida la supervisión y se disponía a alejarse hacia el recinto de la guardia, dando un salto y sin mediar palabra, Pujadas se abalanzó sobre el marino sin darle a nadie tiempo ni para sorprenderse.
Como si sucediera en cámara lenta todos pudieron observar la instintiva reacción del agredido que actuó por reflejo. Tenso y rápido, intentó contrarrestar el golpe y desviar el brazo con el que le trabaron cualquier reacción coherente.
Con dolor, Sosa cayó al suelo pero en el ínterin Pujadas logró quitarle la pistola reglamentaria con la que, sin apuntar, comenzó a disparar a diestra y siniestra. Dos, tres, cuatro fogonazos y el marino - luego diría que estuvo convencido de haber recibido un balazo de su propia arma - quedó fuera de combate durante unos segundos. Pujadas gritó, otros gritaron y en segundos el recinto se convirtió en un pandemónium.
Simultáneamente los infantes observaron a su jefe caído a lo largo mientras se quejaba aparentemente herido y reaccionaron automáticamente. El tableteo de las pistolas ametralladoras lo llenó todo junto con el humo de la pólvora quemada y el polvo que despedían las paredes impactadas.
Nadie pensaba, todos actuaban mecánicamente y durante dos o tres minutos la escena fue confusa e indescriptible. Los estampidos parecían uno solo y atronador. De golpe se hizo un silencio que pareció extenderse por todos los rincones para instalarse definitivamente. Los movimientos de los heridos y la dispar posición de los que cayeron muertos pasaron inadvertidos durante los primeros segundos mientras el humo se mezclaba con el olor de la cordita y las miradas, como con asombro, registraban el patético escenario.
Los infantes actuaron como habían sido instruidos: concluida la primera ronda de disparos avanzaron a los saltos por el pasillo y dispararon contra todo lo que tenían por delante. Después sí, se instaló un silencio más prolongado, espeso, profundo y hasta pegajoso. En el fondo del corredor, unos quejidos indicaron que había sobrevivientes. Se trataba de María Antonia Berger, el ingeniero químico René Haidar y Alberto Camps, quienes con urgencia serían atendidos en la guardia médica de la Base para ser derivados casi enseguida y por vía aérea al hospital naval de Puerto Belgrano. Después de varias operaciones los tres sobrevivieron y como era de esperar, pasaron a convertirse en el epicentro de una intensa campaña que se prolonga hasta nuestros días.
Desde el campo subversivo se habló de fusilamientos encubiertos, en el ámbito político partidario la cuestión ocupó posiciones centrales y elementos juveniles publicaron una solicitada que se tituló "Trelew: la Patria Fusilada". Entre los firmantes estaban: por la Juventud Peronista, Juan Dante Gullo, fundador de la banda Descamisados, por la Juventud Radical, el actual legislador nacional y presidente de la mencionada agrupación en la provincia de Buenos Aires, Leopoldo Moreau, por la Federación Juvenil Comunista, el actual secretario general del Partido, Patricio Echegaray, por la juventud de UDELPA [27], María Cristina Carlino, por la juventud del Encuentro Nacional de los Argentinos, R. Cholis y por la del Partido Conservador Popular, Raúl Goñi Moreno.
LA REPERCUSIÓN
La noticia de lo ocurrido corrió como reguero de pólvora. La Base se puso en movimiento y comenzó a girar en torno del grave suceso y en la gobernación la novedad causó consternación. En Buenos Aires, las autoridades militares se enteraron casi de inmediato y ya durante la madrugada se canalizó hacia las redacciones periodísticas una verdadera avalancha de informaciones que
eran tomadas en medio de una confusión que crecía por momentos.
En Santiago de Chile los seis guerrilleros prófugos que todavía no habían recibido el tratamiento de exilados políticos, se enteraron con reacciones diversas. Santucho había perdido a su mujer y a su amante y lo ocurrido venía a irrumpir en medio de las gestiones para lograr su internación en Chile, su libertad o simplemente la autorización para viajar a La Habana. (La diplomacia argentina desplegaba todos sus esfuerzos ateniéndose a las normas internacionales que obligaban a las autoridades chilenas a devolver los
prófugos que habían acumulado a sus antecedentes la fuga con violencia, el asesinato del guardiacárcel y el secuestro del avión.
En tanto el izquierdista gobierno chileno había tomado contacto, en secreto, con el gobierno castrista para definir la situación.) El escenario era dinámico y cambiante, pero si para la causa marxista el suceso de Trelew resultaba útil como propaganda, también - sumado a la espectacular fuga - servía para colocar el caso de la guerra civil o revolucionaria que asolaba a la Argentina, en la primera plana de todos los diarios y en el corazón de los comentarios periodísticos y radiales.
El mundo empezaba a percibir con mayor claridad lo que sucedía en este extremo del continente y al mismo tiempo se enteraba del estrepitoso fracaso hacia el que se encaminaba la gestión presidencial de Salvador Allende.
Los comentarios de la opinión pública se remontaban a los sucesos de Orán, hacia la trágica muerte de Ernesto Guevara de la Serna, al curioso papel jugado por el francés Régis Debray y la cuestión guerrillera ganó, aunque restringido, un espacio propio en el cuadro internacional. Por lo general, en el exterior las noticias sobre esta parte del mundo eran pocas o nulas e incluso la cuestión subversiva merecía un tratamiento escaso, excepto cuando algún tema en particular era manipulado por sectores de la izquierda con miras a obtener rédito político.
Igualmente existía una tendencia a analizar el problema como si fuera una cuestión exclusivamente latinoamericana, sustentada en problemas sociales y no como parte de la Guerra Fría que estaba en su apogeo. Especialmente los europeos limitaban sus evaluaciones a este punto de vista, a pesar que varios de sus servicios de inteligencia colaboraban en el problema con los argentinos, los chilenos y los uruguayos. En el exterior se solía apreciar que el trasfondo del conflicto giraba en torno de injusticias sociales y eludían interpretarlo como algo activo, importante y peligroso, que formaba parte del escenario estratégico en que se debatía el mundo.
En este caso sí se dio ese manipuleo y con la adecuada rememoración de la fuga, adornada con sentido épico para despertar las simpatías de la opinión pública internacional, el acento de las noticias y comentarios periodísticos se puso sobre el conflicto como si se tratara de represores incontenibles por un lado y por el otro, de jóvenes altruistas dedicados románticamente a luchar por sus ideales.
En general, los cables tendían a eludir la condición de extremistas de quienes habían huido o de quienes habían muerto y en el mejor de los casos presentaban los resultados de la fuga como una incompetencia de las autoridades argentinas. Respecto de los caídos en la base Almirante Zar, se rechazaban las versiones oficiales y se calificaba a los marinos de impulsivos sanguinarios incapaces de medir sus acciones.
A lo largo de esos días, el tratamiento periodístico que se hacía en el exterior del trágico suceso revestía las formas de una activa propaganda que, con excepciones, manejaba los sentimientos y provocaba ineludibles reacciones políticas.
La trágica muerte de los dieciséis guerrilleros [28] en la Base Almirante Zar pasó a alimentar políticamente al conflicto. Se acusó a la Armada de haber actuado con premeditación, aunque no se explicó ni cómo ni por qué habían quedado tres sobrevivientes que fueron atendidos hasta salvar sus vidas. A las pocas horas de la tragedia la CGT había convocado a una huelga general. Lanusse veía esfumarse definitivamente la posibilidad de su candidatura presidencial por el GAN y una catarata de bombas comenzó a estallar en Buenos Aires y otras ciudades.
El jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, almirante Hermes Quijada, informó oficialmente el 23 de agosto cómo sucedió el tiroteo y en la sede metropolitana del Partido Justicialista fueron velados algunos de los guerrilleros muertos.
Allí, quien más adelante sería jefe de la Policía Federal, comisario Alberto Villar, debió desalojar el edificio, asunto que se sumó a las protestas de otros dirigentes políticos que con mayor o menor timidez, dentro o fuera de la Hora del Pueblo, iniciaron una operación para jaquear al gobierno y a las Fuerzas Armadas y de esa manera, apurar el proceso electoral que ya estaba encaminado.
Dentro de este marco se había instalado la expectativa por la decisión final que adoptaría Salvador Allende respecto de los prófugos. Según un testimonio obtenido por María Seoane [29], en la mañana del 25 de agosto los abogados Eduardo Luis Duhalde y Gustavo Roca fueron citados por la secretaria del presidente Allende a un almuerzo en el Palacio de la Moneda que se realizó con la presencia de todo el gabinete.
En la oportunidad se analizaron los pro y los contra de la extradición o del encarcelamiento en Chile y en particular los inconvenientes que surgirían de un enfriamiento de las relaciones bilaterales con nuestro país, fortalecidas por el acercamiento que el propio Lanusse había definido poco antes como una superación de las fronteras ideológicas.
De acuerdo con esta fuente, en los finales de la reunión y una vez sopesada la gravitación que tenían las razones de alta política y el alcance de las normas vigentes, se llegó a la disyuntiva de mantener a los guerrilleros presos en Chile o bien extraditarlos hacia Buenos Aires. En medio del debate Allende, con un puñetazo sobre la mesa, definió la situación de acuerdo con la ideología socialista de su gobierno y resolvió autorizar la salida hacia La Habana [30].
Antes, los abogados de los prófugos debían concretar con urgencia el cumplimiento de tres condiciones: una declaración de Perón condenando los sucesos de Trelew y favorable a la liberación de los guerrilleros, otra declaración de condena por parte de la CGT y de los partidos políticos argentinos y finalmente, algo realmente curioso: que Vaca Narvaja se quitara el uniforme de oficial del Ejército Argentino, que habría sido lo que más dificultades produjo.
Establecido el acuerdo y logrados sus términos, los seis guerrilleros se aprestaban para abordar el avión de la empresa aérea de Cuba, cuando Santucho recibió la visita de la hija mayor de Allende que ya militaba en el Partido Socialista y le entregó, de parte de su padre, una pistola de guerra de su uso personal [31].
El gesto estaba plagado de simbolismo y fue motivo de comentarios que tendieron a reconocer que para las izquierdas activas y militantes la vía de la violencia era la única políticamente viable. Curiosamente, los medios de prensa que no estaban embarcados en esa tesitura, en su mayoría dejaron pasar este notable incidente en que el presidente de una república vecina adoptó una decisión política contraria a derecho, pues no sólo apañó a insurgentes cargados de delitos, sino que los respaldó en la persona de su jefe a quien le entregó un arma de su propiedad.
Los seis guerrilleros llegaron al día siguiente a La Habana en medio de vítores, celebraciones y reportajes que les hicieron periodistas occidentales, que en su mayoría pertenecían a países europeos. Las preguntas y respuestas apuntaron a que los guerrilleros ratificaran su vocación subversiva. Además poco después se concretó una entrevista entre Santucho y Fidel Castro para evaluar el panorama latinoamericano (en particular el argentino y el uruguayo), con miras a definir próximas acciones.
Contrariamente a lo esperado, durante las siguientes semanas y hasta comienzos de 1973, la actividad subversiva se orientó más hacia el campo político, con el fin de ampliar las conexiones con el comunismo actuante en Occidente y corrientes afines. El interés estaba puesto en la creación estratégica de una red política aunque sin desechar la continuación de la lucha armada como metodología principal.
El propio Santucho y Osatinsky se convirtieron en los voceros del grupo y en cuanto a Vaca Narvaja, si bien mantenía su presencia, aparecía disminuido, falto de iniciativa y de algunos análisis efectuados durante la época, surgió que había perdido protagonismo político, que intelectualmente no había logrado pesar ni sobre los argentinos prófugos ni sobre los interlocutores cubanos y que había ingresado en un mediocre segundo plano.
Esto no significaba que a La Habana no le interesaran las relaciones con los Montoneros, pero ya se hacía evidente que para los proyectos subversivos en la Argentina se contemplaba el montaje de otras instancias para el manejo de las organizaciones.
En tal sentido, las FAR, que habían cumplido el papel de fortalecer las relaciones con los Montoneros sin dejar de mostrarse como marxistas - leninistas, tenían previsto dar otro paso importante para actuar como puente y vía de absorción: establecer una asociación más firme con las otras bandas. Los momentos vividos durante la organización de la fuga actuaron como precipitantes y aceleraron las conversaciones iniciadas al promediar 1971.
SANTUCHO REGRESA A LA ARGENTINA
Después de su arribo a La Habana entre bombos y platillos, durante un par de meses los seis guerrilleros se prestaron a un intenso aprovechamiento propagandístico y por separado cada uno de ellos viajó antes de los finales del año hacia distintos destinos europeos, donde mantuvieron contactos especialmente diagramados.
A mediados de octubre de 1972, Santucho lo hizo acompañado por Domingo Menna para mantener entrevistas políticas en París y
en Bélgica. Entre ellas con sus amigos de la Liga Comunista Francesa que representaban al movimiento trotskista de la IV Internacional, con quienes había acordado la suspensión de los vínculos entre esta estructura y el PRT - ERP. Santucho no se los diría pero les estaba agradecido porque en su momento le habían dado la oportunidad de ser considerado internacionalmente con su aparato político, asunto que constituyó algo más que un simple dato pues facilitó la canalización de recursos que en su momento contribuyeron al armado del ERP.
Ernest Mandel, uno de los principales dirigentes de la LCF e interlocutor de Santucho, ratificó su temor de que el trotskismo quedara atado a un fracaso de las guerrillas, motivo por el cual era partidario de guardar distancias. La coincidencia ideológica se mantendría, así como las diferencias respecto de las oportunidades y las formas.. En consecuencia quedó replanteado el tema de la inminente ruptura.
A Santucho no le preocupó mayormente, lo que revela que se sentía seguro y respaldado por La Habana. Entendía que sus vínculos con Fidel Castro serían más que suficientes, que había llegado a un punto donde todo lo que hacía era el resultado de sus propios méritos y, por ende, su política de no mantener ataduras era la más correcta y segura.
El viaje por Europa duró pocos días y con el respaldo de la inteligencia cubana, a fines de octubre resolvió iniciar un complejo itinerario de regreso, con dinero en sus bolsillos, un marcado optimismo y una notable ampliación de sus contactos
CONSECUENCIAS INDIRECTAS DE LA FUGA
Con el correr del tiempo Santucho abriría en Tucumán el frente rural que obligó a un progresivo protagonismo militar durante la confrontación de los años setenta, pero específicamente, la fuga del penal de Rawson y las especiales connotaciones que la rodearon, sirvieron también para poner de relieve un conjunto de problemas cuya hondura era insospechable.
En primer lugar el grado de crisis que vivía el régimen carcelario argentino, cuya intensidad ofrecía ribetes insólitos como la falta de
preparación de una parte de los funcionarios, la incapacidad del propio sistema para establecer los alcances de esa crisis y reconocerla. En el caso específico de la fuga de Rawson, no se la quiso aceptar pese a las sabias prevenciones del alcalde de la cárcel que resolvió retirarse a tiempo y salvar su prestigio profesional.
Otro factor que con gran crudeza se puso de relieve, fue el grado de infiltración logrado por las estructuras insurgentes que además de captar a guardiacárceles, se insertaron dentro del mismo juzgado federal que debía intervenir en todo lo atinente a los presos. El verdadero control que establecieron sobre el juez Godoy y el manejo que ejercieron a lo largo de los meses en que se preparó el escape, demostró el nivel de esa penetración y la eficiencia con que se lo hizo.
Otro aspecto - sin duda, el más importante - cuya realidad se prolonga hasta nuestros días, fue la falta de visión de las dirigencias estables del país para entender lo que realmente sucedía, las razones últimas que seguían las distintas guerrillas, la compleja relación que las unía y separaba, y las motivaciones exacerbadas por una propaganda que no se supo interpretar. Tampoco faltaron quienes contemplaron con cierta condescendencia a los "muchachos románticos", ignorantes de que éstos se desempeñaban de acuerdo con planes superiores y estratégicos donde la violencia era nada más que uno de los componentes del proyecto.
En cuanto a las repercusiones externas del suceso, éste contribuyó a definir al gobierno chileno de ese entonces y a destacar que los seguidores del cambio anteponían la ideología al derecho. No otra cosa fue la aceptación del asilo político y las posteriores facilidades para el traslado a Cuba del grupo de guerrilleros fugados.
En cuanto al privilegio que éstos establecieron para resultar los únicos que alcanzarían el éxito al evadirse, el caso resultó útil para dibujar el perfil de los protagonistas, pues por encima de la solidaridad para con sus seguidores, simpatizantes y hasta seres queridos, buscaron el triunfo como objetivo e impacto político destinado a la propaganda.
Con relación a la campaña que se desató por los tremendos hechos del 22 de agosto en Trelew, la subversión demostró una formidable capacidad para montar una de las maniobras de acción psicológica y de mayor espectacularidad política de que se tenga memoria durante los últimos decenios.
Notas:
[1] Si bien la mayoría de los protagonistas consultados e historiadores de la época coinciden en el papel principal que le cupo a Santucho en la inspiración y planificación general de la fuga, en su libro "Los del 73, memoria montonera"(Ed.. La Campana..1998.pág.75.),Gonzalo Leonidas Chaves y Jorge Omar Lewinger aseguran que no fue así y que ese papel fundamental lo
cumplió el fundador de las FAR, Marcos Osatinsky.
Concretamente, estos autores desmienten lo afirmado por la periodista María Seoane en su libro "Todo o Nada", donde relata y analiza los aspectos más importantes de la vida de Santucho. Aparte de la competencia entre organizaciones, es muy probable que Osatinsky ya hubiera comenzado a planificar la fuga del penal antes de la llegada de Santucho (abril de 1972). Lo indiscutible es que trabajaron mancomunadamente y que éste tenía una sobrada capacidad para evadirse, como lo demostró en tres oportunidades anteriores.
[2] Después que se conocieron algunas intimidades de la fuga, Vaca Narvaja fue criticado por numerosos montoneros que lo calificaron de traidor. Curiosamente se excluyó de esta nómina al cordobés Mariano Pujadas, un estudiante de agronomía de 24 años, que pertenecía al grupo inicial de Montoneros en su provincia natal y ejercía un verdadero liderazgo.
[3] Por encima de las diferencias primó el objetivo de escaparse.
[4] El concepto de patria socialista era simple y primario y la imaginaban como la colectivización de todos los bienes de producción, con granjas al estilo soviético y una reforma urbana que no explicaban con exactitud, tal vez premeditadamente. Querían suprimir la educación privada y establecer la obligatoriedad de la universitaria. Apoyaban el tercermundismo y una política exterior identificada con el bloque comunista. Aceptaban el liderazgo cubano en Latinoamérica y pensaban en un orden interno sustentado en milicias populares cuyo mentor y comandante en jefe debía ser Perón. Los dirigentes de mayor capacidad intelectual conocían los antecedentes del congreso de Huerta Grande (ver Capítulo VIII) y trataban de incorporarlos a sus bases doctrinarias, especialmente en lo relativo a la nacionalización del comercio exterior y de la banca.
[5] La conducción cubana de la subversión siempre tuvo dificultades con las delegaciones o grupos argentinos por el comportamiento excesivamente individualista de sus integrantes, por la subjetividad de sus conceptos y por un espíritu de rebeldía que solía dificultar el desarrollo de los programas de instrucción.
[6] Después de su última estancia en Cuba cuando se conectó con jefes subversivos de otros países latinoamericanos, Santucho quedó impresionado por haber sido el único jefe guerrillero importante invitado en representación de la Argentina. Fortalecido su ego, acentuó la idea de convertirse en un líder continental
[7] Su hermano, "El gordo" Emilio Maza, fue uno de los asesinos del general Aramburu.
[8] Apareció como suplemento de diez y seis páginas correspondiente a la edición N° 166, del martes 12 de septiembre de 1972. Su director José Carrasco Tapia pertenecía a la izquierda socialista.
[9] Estaba considerado como de alta seguridad para presos de suma peligrosidad, aunque no había sido concebida para albergar delincuentes del tipo terrorista o subversivo.
[10] Desde tiempo atrás algunos especialistas de inteligencia habían alertado sobre la necesidad de controlar mejor el desarrollo de la vida en las prisiones y sobre todo, de los vínculos que inevitablemente surgirían con los guardiacárceles. A pesar de lo peligroso de esta cuestión, fueron pocas las medidas que se adoptaron en ese tiempo.
[11] La ciudad de Rawson era la sede del Distrito Militar, un organismo netamente administrativo, reforzado al efecto con un reducido grupo antimotines, pero el grueso de las fuerzas del Ejército se encontraban en Comodoro Rivadavia y localidades muy alejadas.
[12] También funcionaron varios "escalones de apoyo" integrados en total por doscientos cuatro subversivos que actuaron de varias maneras y en forma no simultánea. Los que se instalaron en la zona adoptaron diversas coberturas y muchas de las células carecían de contactos entre sí.
[13] Cada uno de los comprometidos había recibido un número junto con el lugar que le correspondería durante la evasión.
[14] Así lo afirman documentos y publicaciones de la época, aunque algunos testimonios sostienen que quien habría disparado sería la amante de Santucho, Clarisa Lea Place. Si hubiera sido así, el grupo inicial habría estado integrado por siete guerrilleros. Aunque hubo una reconstrucción de los hechos, no se pudo establecer fehacientemente cómo se cumplieron las órdenes para rezagar a las mujeres y de esa manera facilitar el escape de los principales elegidos.
[15] Desempeñó roles auxiliares en el incendio de los supermercados Minimax y en la toma de Garín. Su incorporación a las FAR respondió en gran medida al hecho de ser amigo y cuñado de Carlos Olmedo
[16] A su vez, los integrantes del tercer grupo se encargaron de mantener el copamiento del penal.
[17] Los dos camiones se retiraron minutos antes de la salida del grupo de seis. Los conductores dirían que no recibieron señales efectivas del éxito del copamiento y que, por lo contrario, al escuchar los disparos interpretaron que todo había fracasado.
[18] El horario de salida del avión de Austral estaba previsto para las 19, 25.
[19] La respuesta era falsa. La máquina había salido de la Capital Federal con los tanques repletos.
[20] Parientes, amigos o defensores de los presos realizaban permanentemente maniobras de distracción. Cuando llegaban en charters regresaban menos pasajeros de los que habían viajado y los faltantes se "ocultaban" en hoteles no previstos. También se organizaban reuniones entre algunos viajeros elegidos especialmente a esos efectos, con elementos locales; finalmente, varios regresaban por otros medios hacia destinos diferentes al lugar de origen. Sabían que serían investigados y que la tarea demandaba un gran esfuerzo.
[21] Anguita y Caparrós, "La Voluntad" Tomo 1 Ed. Norma pag. 572
[22] Sus alias era "Nora", "Anita" o "la alemana". Virtualmente había operado con todas las bandas. Participó del lanzamiento de las FAR durante la toma de Garín, pero también actuó bajo las órdenes de Santucho. Intervino en varios secuestros y en el asalto al Banco Norte y Delta, en el asesinato del teniente Azúa, en Pilar y en otros sucesos similares. Amnistiada por Cámpora volvió a la guerrilla, participó en varios tiroteos, en un juicio interno de "Montoneros" y del correspondiente pelotón de fusilamiento. Desde 1974 en adelante visitó Alemania, Yemen del Sur y Panamá en representación de esta banda y fue delegada en Cuba donde fortaleció sus conexiones con Vietnam del Norte y otros países de la órbita comunista. A veces lo hacía como Secretaria de Asuntos Internacionales de la Rama Femenina de la misma banda. Pertenecía a los niveles superiores de la planificación subversiva.
[23] Tiempo después, ya en libertad, Perlinger actuaría como defensor militar del soldado Hernán Invernizi, quien el 6 de septiembre de 1973 actuó como entregador del Comando del Batallón de Sanidad del Ejército ubicado en Combate de los Pozos 2045, de la Capital Federal, oportunidad en que caería muerto el segundo jefe del Regimiento de Patricios, teniente coronel Raúl Duarte Hardoy.
[24] Entre los principales que actuaron directa o indirectamente, estaban Rodolfo Ortega Peña, su socio Eduardo Luis Duhalde, el amigo de Ernesto Guevara y dirigente comunista, Gustavo Roca (ver capítulos II, VI y IX), Rodolfo Mattarollo, Pedro Galín, Raúl Radrizzani Goñi, Mario Hernández, Carlos González Gartland, Antonio Chúa, Rodolfo Sinigaglia y muchos otros que integraban la Gremial de Abogados y varias organizaciones para un mejor desempeño político. Varios murieron trágicamente, otros se especializaron en efectuar denuncias, algunos son jueces y otros actúan políticamente dentro de la izquierda.
[25] Antes de la fuga algunos privilegiados podían escalar hacia los pabellones de mujeres mediante sogas que permitían atravesar pisos y techos donde se habían practicado agujeros. Esto era otra demostración del dominio que tenían los presos en el manejo del penal.
[26] Más tarde, por expresiones vertidas sobre la guerra antisubversiva y otras apreciaciones que involucraban al Ejército, fue sancionado por un tribunal militar con expresa prohibición del uso del grado y del uniforme. En 1973 desde la jefatura del Ejército impulsó la operación política acordada con el entonces presidente Cámpora, para realizar una actividad comunitaria con efectivos de la Fuerza y elementos de la banda Montoneros.
El Comandante General del Ejército era el general Carcagno y la idea fue presentada como un proyecto de reconciliación en función de un hipotético objetivo social. Realizado en la localidad bonaerense de 25 de Mayo bajo la denominación "Operativo Dorrego", todavía se recuerdan los desmanes que produjeron los montoneros. A propósito del ataque guerrillero a la guarnición militar de Azul, Perón lo acusó de subversivo. " ... la infiltración - afirmó- se produjo a través del coronel Cesio ... que integraba el "ERP", lo mismo que el ex gobernador Bidegain, su señora y sus hijas". (Declaraciones de los entonces diputados nacionales por la JP, Juan Carlos Dante Gullo y Jorge Obeid - hoy gobernador de Santa Fe - después de una entrevista realizada en Olivos el 29 de enero de 1974. Revista El Descamisado, n° 38 del 5 de febrero de 1974.)
[27] Esta sigla correspondía a la Unión del Pueblo Argentino, el partido que se había creado para respaldar la candidatura y actividad política del general Aramburu. Después de su asesinato, fue copado por la izquierda y su principal dirigente pasó a ser el diputado nacional Héctor Sandler, un ex oficial de la Fuerza Aérea que respaldó políticamente a las posiciones
extremistas.
[28] Sus nombres eran: Mariano Pujadas, José Ricardo Mena, Rubén Pedro Bonet, Jorge Alejandro Ulla, Susana Graciela Lesgart, Mario Emilio Delfino, Marcelo Elías Kohon, Humberto Segundo Suárez, Miguel Angel Polti, Humberto Adrián Toschi, Carlos Heriberto Astudillo, Eduardo Adolfo Capello, Alberto Carlos Del Rey, María Angélica Sabelli, Ana María Villarreal de Santucho y Clarisa Rosa Lea Place.
[29] "Todo o nada". Pág. 186. Entrevista al abogado Eduardo Luis Duhalde.
[30] Lo cierto fue que la banda chilena Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), presionó hasta lo indecible para obtener la decisión del viaje a Cuba.
[31] María Seoane. Ob. Cit. Pág. 187. Otros testimonios confirman el hecho que se difundió internamente en Chile pues Allende estaba interesado en que la extrema izquierda conociera e interpretara positivamente el gesto.
Página del Autor: http://cablemodem.fibertel.com.ar/desafio/indexpor.htm