La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Filosofía de la culpa en Woody Allen.

Por Rolando Hanglin.

Sin duda, Allen "Pajarito" Konigsberg es el intérprete mayor de la vida contemporánea. Por ello, cada una de sus películas (que son a la vez una novela, un ensayo y una obra de teatro) despierta alegrías, furores y desilusiones ficticias. En efecto, es muy común leer de algún crítico afligido: "Woody Allen ya no es el mismo... Su última película me ha decepcionado".

Tal vez por un desorden mental, los fanáticos de Allen no advertimos ninguna decadencia. Más aún: somos capaces de ver sus películas hasta diez o veinte veces, y cada uno de esos encuentros con el genio nos depara algo nuevo. Somos capaces de ver sus películas hasta diez o veinte veces, y cada uno de esos encuentros con el genio nos depara algo nuevo.

Ha sucedido, por ejemplo, que el cable repitió en estos días la multipremiada Match Point, con Jonathan Rhys Meyers y Scarlet Johansson. Algunos cronistas la han considerado "la mejor creación de Allen en 20 años", y muchos la consagran como modelo perfecto de narración cinematográfica, fusionando la comedia, el suspenso, el crimen, la intriga, el fresco costumbrista, la tragedia sangrienta y otras formas del arte. Siempre fiel a su estilo, Allen no muestra -tampoco acá- un desnudo, ni un cadáver, ni una gota de sangre.

En definitiva: ¿Cuál es la historia? Se trata de un jugador de tenis, interpretado por Jonathan Rhys Meyers, de origen irlandés y muy parecido a otros tenistas que hemos conocido. Es decir: una vez que no han llegado a la final de Wimbledon o Roland Garros, e incluso ajenos a la nómina de su propio país para la Copa Davis, estos deportistas deben bajar a la tierra y ganarse la vida como cualquier persona, sin fortuna ni título profesional. Una variante: entrenador o coach de otros jugadores, más jóvenes. Otra: profesor o instructor de tenis, para señores, señoras, señoritas, adolescentes y niños. En un club, en una playa, en un centro turístico, en un barrio de casas.

Esta última es la carrera que elige Jonathan. En un golpe de suerte, el irlandés es convocado por un club inglés de alto nivel. Instalado en Londres y peloteando con sus nuevos alumnos, el profe conoce a un joven del círculo de los millonarios ingleses, que le presenta a su familia y sus amistades. Así conoce a la que será su esposa y también a la que será su amante, una actriz de teatro, americana ella, que no es otra que Scarlett Johansson.

Subrayemos que en este film, también conocido como La provocación 2005, estrenado en el Festival de Cannes la Johansson era más fresca y delgada que ahora. Irresistible.

Jonathan (imaginemos a un tenista retirado de 32 años) se casa con una joven y afable heredera, pero inicia a la vez un amorío clandestino con Scarlett. El suegro de nuestro héroe es un poderoso banquero, que le obsequia una gerencia en la sucursal más lujosa y un departamento sobre el Támesis, un auto fabuloso y demás. Todos esperan que la recién casada quede encinta, pero esto no sucede y la impaciencia crece. El banquero quiere un nieto, la hija desea ser madre y el tenista se ve, precisamente, peloteado por tantas ansiedades.

Mientras tanto, Jonathan se engancha más y más con su apasionada amante. Los encuentros se hacen premiosos y complicados. Jonathan debe cumplir con difíciles compromisos sociales: viajar a Mykonos y Creta en el barco del suegro (un crucero de tres semanas), asistir a comidas de gala y funciones de ópera, intentar embarazar a su mujer, todo lo cual genera celos en su bella amante, que al final le comunica: "Estoy embarazada". Lo clásico.

Mientras tanto, la mujer de Jonathan, ansiosa por la demora de su primer hijo, organiza complejas sesiones de fertilidad y/o fertilización. Le requiere actos sexuales de "fruto garantizado" a las siete de la mañana, se toma la temperatura -termómetro en boca- durante el desayuno y desarrolla mil actitudes escasamente sexys para desesperación de su marido que -vaya novedad- debe elegir entre dos amores.

La amante, una joven y tentadora Scarlett, lo apestilla: "O se lo decís vos, o se lo digo yo. Vamos a tener un hijo, y debés divorciarte de ella para vivir conmigo".

En esos días, Jonathan conversa -en un banco de plaza londinense- con un ex tenista de su generación. Le confiesa todo. Y el colega lo interpela:

- ¿Por qué no te divorciás y vivís tu vida con la mujer que más te gusta?

- Porque mi mujer también me gusta. ¿Yo qué se lo que va a ocurrir mañana? Además...

- ¿Además qué?

- Perdería mi casa, mi auto, mi buena vida, si me divorciara de mi mujer. Yo vivo bien. Tengo un Rolls con chofer. Tengo casa de campo. Pertenezco a una familia influyente. ¿Qué puedo hacer, si me divorcio? ¿Dar clases de tenis ocho horas al día, y vivir en un departamento miserable?... Ya no es para mí.

El profe de tenis está ante una trampa perfecta. Scarlett lo apura cada día más, bordeando el escándalo callejero, y el hombre no sabe -literalmente- qué hacer.

No sabe a quién matar.

La más fácil de matar es su amante, una actriz extranjera que vive sola en un departamento sin muchas luces, y que, para colmo, lo amenaza con impaciencia.

En una secuencia electrizante, un Jonathan enajenado roba una escopeta del pabellón de caza de su suegro y -con infinitas vacilaciones- asesina a su amante, a su hijo por nacer y a la inocente portera del edificio. Tres crímenes horribles.

Volvamos a Woody Allen. Este hombre, el que escribió y filmó este drama, estuvo casado con la actriz Mia Farrow. Ella adoptó una cantidad insólita de niños, algunos con su anterior marido, el músico francés André Prévin. Poco antes del divorcio, quedó embarazada del propio Woody.

Mientras tanto, los dos fueron un modelo de pareja moderna, ambientado en Nueva York: frente al Central Park, cada uno vivía en su departamento. Mia con sus siete hijos. Woody solo, como siempre.

En un punto, Mia descubre ciertas fotos polaroid que Woody había tomado a una muchachita coreana de 18 años: Soon-Yi Prévin, hija de Mia Farrow. En las fotos, la menuda asiática de aire inocente aparecía desnuda y de piernas abiertas.

En la vida real, Woody tal vez sienta que ha cometido tres crímenes odiosos.

En consecuencia: escándalo, divorcio, ruptura familiar. Woody Allen pasa a vivir con Soon-Yi (que aún hoy es su mujer) y no ve nunca más a su hijo varón, el único que engendró biológicamente, en el vientre de Mia Farrow. Este muchacho, que hoy anda por los 25 años, es universitario y no pronuncia el nombre de su papá. No lo ve nunca.

En la vida real, Woody tal vez sienta que ha cometido tres crímenes odiosos. Traicionó a su mujer con la propia hija, mató el amor de su único hijo de sangre y causó dolor a mil personas inocentes. Woody es el tenista abrumado por sus propias mentiras y señalado por el dedo acusador de la moral y la decencia. No tiene escapatoria. La policía, que aparece en Match Point para investigar a Jonathan, es una personificación del periodismo y la opinión pública, que preguntan, exigen detalles minuciosos para satisfacer su morbo y acusar mejor.

Woody-Jonathan sabe que es culpable. A lo mejor, incluso, desea ser condenado. Sin embargo, no pudo evitar sus propios crímenes y nosotros como espectadores hemos estado deseando durante toda la película que salga adelante, que logre sus fines y tenga éxito. Nos hemos metido en el alma torturada del criminal.

Como todos los grandes artistas, Woody ha traducido su historia para desahogar su tormento personal. La llevó a otro país, a otra época, a otra edad, a otra profesión, a otras circunstancias.

Pero la esencia permanece: la culpa. Traicionar a una esposa, perder para siempre a un hijo (¿matarlo?) sentir que todos los poderes de la Moral y las Ley se abaten sobre uno mismo, amenazando con ahorcarlo. La encerrona conduce a confesar, vomitar la culpa, llorar sin pudor...y pagar.

Pero de pronto, por algún motivo, el tormento acaba.

Uno es culpable, pero no lo condenan. La suerte ayuda, las circunstancias se combinan con los astros alineados en buena dirección. La policía no encuentra pruebas. El público se cansa de enjuiciar al hombre y prefiere adorar al artista.

Sólo el alma de Woody-Jonathan permanece alerta, en las noches insomnes, con los crímenes pasando una y otra vez por su pantalla interior. Pero se limita a derramar por las víctimas "una furtiva lágrima", para luego seguir viviendo.

La opera Una furtiva lacrima, de Gaetano Donizetti, es la banda musical de este gran film.

Los artistas del máximo nivel son como Woody: aquello que cuentan es exactamente lo que les sucedió en su vida personal.

Los artistas del máximo nivel son como Woody: aquello que cuentan es exactamente lo que les sucedió en su vida personal, pero se necesitan horas y horas, rascando bajo las coartadas, las identidades yuxtapuestas y los nombres cambiados, para descubrir la verdadera historia.

Por ejemplo: nada menos parecido a un profesor de tenis que Woody Allen.

Cuando los participantes de la historia real descubren que los personajes de la ficción son ellos mismos, con algunas modificaciones en los detalles que no alcanzan a esconder los pecados, crímenes y ridiculeces allí estampados, estallan en furia. Y persiguen a Woody para estrangularlo: su mujer, su suegra, su amante, su ex novia, su ex amigo. Pero esta cuestión aparece en Los enredos de Harry. Y esa es otra película. También, lógicamente, de Woody Allen.

Imaginamos que, al ver Match Point en el cine, Mia Farrow se habrá revuelto incómoda en la butaca ya que la hija del banquero, obsesionada por tener un hijo hasta el extremo grotesco de exigir a su marido que le haga el amor a las 7 de la mañana por ser "la hora más fértil", es en cierto modo ella misma. Martirizada porque no llegaban los hijos, adoptó siete: Mia Farrow. Ella no es hija de un banquero, pero sí de un célebre actor, Mr. John Farrow.

Y finalmente Woody no mató a nadie. Pero Mia lo condenó como si hubiera asesinado a varios, como si fuera el mismísimo irlandés Jonathan. Y lo peor de todo: bajo el peso inmenso de su famosa Culpa Judeo-Cristiana, Woody-Jonathan también se siente un asesino que "zafó" gracias a la suerte. La vida, en definitiva, para Allen, es pura casualidad. El crimen casi nunca tiene castigo. La única penitencia obligada es derramar una furtiva lágrima por nuestras víctimas -¡Que nadie nos vea!- y continuar con nuestra existencia, totalmente desprovista de méritos o virtudes morales..

Fuente: La Nación.

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