La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
La Argentina paralela. Por Jorge Lanata. |
El peor enemigo de Kirchner es el tiempo. Es el correr del tiempo lo que devela el doble discurso, las contradicciones y la inexistencia de la Argentina oficial. Cuando las palabras dejan de reflejar lo que sucede, los hechos siguen sucediendo igual, sólo que más silenciosos.
Y, por paradoja, no hay nada peor que las palabras ocultas, las que no se dicen por temor, las que quedan debajo de la hojarasca del discurso: cuando éstas se liberan y al final se nombran, soplan con un viento arrasador. Pasó en el ’83, cuando la sangre salió debajo de la alfombra, y con ella las palabras “represión”, “desaparecido”, “tortura”, “campos clandestinos”, que desataron el Show de los NN primero y los juicios después.
Pasó a mediados de los noventa, cuando la palabra “corrupción” posó su vuelo de pájaro negro y nunca más se fue. La palabra que hoy no se dice es “inflación”. Apenas se la murmura en las empresas, se la vive como un destino fatal en el público y se la silencia bajo el cargo de traición a la Patria en el Gobierno.
Pero ninguno de estos conjuros funciona: silenciosa, la inflación está. Mientras atraviesa a regañadientes las paritarias en un año electoral, el Gobierno ha construido un eufemismo: “la tensión del crecimiento”, con el que intenta, sin éxito, enmascarar las contradicciones.
La primera reacción frente a la fiebre fue cambiar el termómetro por uno con menor cantidad de mercurio: la llegada de Beatriz Paglieri al INDEC en enero de 2007, quien se presentó ante los trabajadores como una delegada personal de la ministra Felisa Miceli y del secretario Guillermo “Poronga” Moreno.
Paglieri trajo su custodia personal (armada y sin identificación) y comenzó su batalla para doblegar a la Estadística. Paglieri barrió con lo más evidente: la directora de los Índices de Precios de Consumo (IPC) y la titular de la Dirección Nacional de Estadísticas de Condiciones de Vida.
El director del Instituto fue víctima del mismo fuego: renunció en marzo. Mientras Paglieri peleaba con los índices, “Poronga” Moreno se propuso combatir en el fuego cuerpo a cuerpo: violando el secreto estadístico, consiguió la lista de comercios con la que el INDEC mide la evolución de precios, y lanzó un ataque terrorista con las inspecciones de AFIP o Senasa.
Después se encargaron de manipular la información tomando tres comandos especiales para manejar el “data entry” (Ulises Valentín, quien era hasta ese momento chofer y custodia de Paglieri, Celeste Cámpora y Marcela Fila). La consigna era clara: los datos que no cierran con la hipótesis oficial no ingresan.
El Grupo Comando de Pelea contra la Matemática nunca tuvo en cuenta la historia argentina: en mayo de 1973, adoptado el congelamiento de precios, el IPC era del 8%. Un año después, el índice trepó al 80%, y al siguiente tuvo lugar el Rodrigazo, y la inflación llegó al 351%.
En 1985, al inicio del Plan Austral (un plan con congelamiento de salarios y precios) la inflación saltó del 2% mensual al 385%. El congelamiento de precios, tarifas, tipo de cambio y salarios en el Plan Primavera de 1988 terminó con una inflación del 388%, posterior disparada del dólar e ingreso a la hiperinflación del 5.000%.
¿QUÉ MERCADO, NEGRO?
—No nos importa el negro, nos importa el número que nos da a nosotros –respondieron a los ganaderos los funcionarios de Economía cuando se les planteó que el control de precios iba a generar un mercado paralelo.
El mercado de Hacienda de Liniers ya es un sitio virtual: antes de la aparición en escena del Poronga, manejaba el 17% de la carne del país, y ahora apenas araña el 9%. Ese pequeño porcentaje es el que el INDEC toma en cuenta a la hora de elaborar los índices Moreno.
En su composición tema “La vaca”, el secretario de Precios estableció, en abril de 2006, que el productor debe vender el asado a $ 2,50, el frigorífico a $ 4,40 y el carnicero a $ 6,50. Es más fácil encontrar a un maestro conforme con su salario que un asado a ese precio; en el hipotético caso de que pueda descubrirse carne en un supermercado, ese corte será una tira grasosa.
Pero a pocos centímetros, una bolsa identificada como “asado especial” tentará al consumidor a un mínimo de $ 8,50. El negocio ganadero, es obvio, está íntimamente ligado a los ciclos biológicos: cuando una vaca pasa los 400 kilos, no se anota en Cuestión de Peso sino que comienza a sumar grasa en lugar de carne, lo que obliga al productor –una vez que llegó al peso ideal (la vaca, no el productor)– a venderla cuanto antes.
Por eso, por ahora el desabastecimiento es un problema leve. El problema, como siempre, es el mediano plazo: entre 2002 y 2005, el sector aumentó su producción en un 28%, pero en los años DP (Después del Poronga) la inversión cayó un 30% sin contar los primeros meses de 2007, sobre los que no hay aún cálculos confiables.
La venta de semillas para pasturas puede acercarnos a calcular el descenso: cayó este año un 40%. La soja se ha vuelto un negocio mucho más atractivo y esto corta la cadena biológica de producción de carne. Los que se quedan eligen el desvío: “El mercado negro existe –afirmaban desde el sector frigorífico a Clarín en noviembre del año pasado–.
Hay consignatarios que están cobrando 6% de comisión al comprador, cosa que nunca ocurrió, y esto actúa como sobreprecio”. Ya en ese entonces se hablaba de precios entre un 11% y un 15% superiores a los de la lista ideal. Hoy (ver cuadros) son aún más altos, aunque el silencio es el mismo.
EL LADO DE LOS TOMATES