La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

La fiebre del pollo frito y la batalla cultural que vamos a ganar.

Por Gustavo Hernández Baratta.

Una visita al Alto Palermo Shopping para descubrir un fenómeno cultural muy interesante en la Argentina ladriprogresista. Sociedad hipócrita y muy contradictoria, declama nacionalismo pero se fascina con las marcas globales. Kentucky Fried Chicken, que pertenece al grupo Yum! Brands, se remonta a 1939, cuando el coronel Harland D. Sanders comenzó a preparar pollo frito en un restaurante de North Corbin (Kentucky). Sin embargo, no fue hasta 1952 cuando se abrió la primera franquicia de KFC en Salt Lake City (Utah). En 1986 lo compró PepsiCo., que en 1997 decidió ubicar todas sus marcas gastronómicas (KFC, Pizza Hut, Taco Bell, Long John Silver's y A&W) en Yum! Brands, Inc. En la Argentina, protagonizó un fenómeno muy curioso horas atrás.

Anoche (21-01) podía observarse en el Alto Palermo Shopping un fenómeno extremadamente curioso: una cola de varios cientos de personas, que se extendía desde el 3er. piso hasta la planta baja, que esperaban pacientemente su turno para ingresar al recién inaugurado local de venta de pollo frito de la famosa cadena estadounidense Kentucky Fried Chicken (KFC). Con muchísima paciencia esas personas esperaban su turno, y la mayoría debía limitarse a ambicionar comprar el tradicional "balde" con el producto y comerlo afuera, en la vereda del centro comercial ya que sentarse en el local era imposible. 

Día de inauguración, cadena global famosa pero desconocida localmente, producto inexistente en el mercado local, sabor exótico para la mayoría de los argentinos que no tienen al pollo en su variante frita (salvo la milanesa) como parte siquiera tangencial de su dieta cotidiana. Y KFC, que tuvo un local en el barrio de Recoleta en los '80 que cerró sus puertas mientras que en el Alto Avellaneda hubo, a mediados de los '90, un local en el patio de comidas que vendía pollo frito y que, por supuesto, quebró. Por eso resultó un fenómeno extremadamente curioso y me motivó a tratar de descubrir sus causas. 

De pronto me encuentro que Subway, que en los años '90 intentó desembarcar localmente sin éxito, hoy día tiene una cantidad bastante respetable de locales franquiciados en el país. Que también volvió Wendy's (de la mano del mismo franquiciante que KFC, el fondo de inversión D&G -que controla Havanna y en el rubro gastronómico opera como en Desarrollos Gastronómicos (Degasa), vinculado a accionistas del Banco Macro, Banco Patagonia y Puente Hermanos). Que Starbucks sigue creciendo, y lo más frecuente es hacer cola para comprar café. Y ni hablar de McDonald's o Burguer King, que ya están ampliamente consolidados en la plaza local y que estos últimos años han experimentado un crecimiento realmente impresionante. 

Vale la pena preguntarse si hay tantos fanáticos del pollo frito, o del café al estilo estadounidense, de los sándwiches o de las hamburguesas como para que, la apertura de un local se convierta en un fenómeno digno de pensar. O si hay algo más. Y si lo hay, ¿qué es? 

Los tipos que como yo (confieso que ni loco hacía una cola de más de 500 personas para comer pollo frito) fuimos a la apertura de KFC porque KFC es, de pronto, uno de los símbolos de aquello a lo que aspiramos y no conseguimos. Porque McDonald's, o Wendy's, o TGF (Thanks God is Friday) son íconos de una sociedad por la que a menudo se siente melancolía.

Son -igual que Coca-Cola o Pepsi- símbolos del capitalismo que denostamos públicamente pero ambicionamos íntimamente. Porque la clase media que vota por Hermes Binner o Fernando Solanas o Cristina Fernández de Kirchner, resulta que sueña con las ventajas del capitalismo, con su calidad, con su excelencia, con sus constantes precios bajos. 

El discurso de la mal llamada "soberanía nacional" claudica en el muro de las papas fritas y gaseosa. La revolución ladiprogresista se contradice en la voracidad por el pollo frito. 

Y los argentinos todos, que se mueven al compás de la clase media, que al mismo tiempo es la más pujante y la más "políticamente correcta", soñamos con jeans Levi's o Wrangler, zapatillas Nike o Adidas (que hasta luce Fidel Castro Ruz), cafés en Starbucks, hamburguesas de McDonalds... Y cuanto más lejos estamos, en algunos casos por voluntad propia, de vivir en una sociedad que nos permita acceder a esos bienes y servicios típicos del capitalismo, más los añoramos. Somos todos tan "socialistas" como consumistas. Eso sí es una contradicción. Vivimos la tragedia de querer ser algo que decimos odiar. 

Los planificadores sociales que desde siempre han pululado en el "nacionalismo" y que de la mano de la derecha obtusa, la camarilla militar, el peronismo y ahora el Krishtinismo, se golpean el pecho para proclamar "vivir con lo nuestro", controlan desde el Estado la estructura educativa (sobre todo la universitaria) y sueñan con una Argentina Potencia desde cierto fascismo (consciente o inconsciente), resulta que no consiguen ni que ahorremos en pesos ni que dejemos de soñar en Miami. 

En la Argentina de Guillermo Moreno, el paraíso se sigue llamando Disneyworld. Han conseguido inducirnos culpa por nuestros sueños y deseos, y nos han hecho inútiles a la hora de querer conseguirlos. 

Por eso es que, el pibe que se pone unas zapatillas Vans, se calza los Lee, luce una camisa Polo, y mira ansioso un balde de pollo frito KFC -cuyo marketing potenció el mismísimo Lionel Messi en 2010- es capaz de decir (y sentir) sin temor alguno a sonrojarse que "los yankis son una mierda" y que hay que ayudar a Cristina para que estatice todo. O bien ponderar el cierre aduanero para 'fomentar' la industria nacional que sigue siendo una armaduría mientras se fomenta el veraneo de cabotaje porque hay que "proteger las reservas cambiarias de todos y todas". ¿? 

El cine, los viajes, la tele y ahora Internet nos traen ejemplos tangibles y concretos que nos revelan que, cuando el capitalismo funciona, el consumidor es el soberano y el empresario hace todo lo que hay que hacer para satisfacerlo. No nos resulta totalmente claro el concepto, pero añoramos el resultado y lo perseguimos siempre que podemos, al tiempo que estamos dispuestos a pagar una pequeña fortuna en productos que, allá al norte del Río Bravo, son accesibles hasta para el inmigrante recién llegado. 

Si aprendiéramos dos cosas más, el país cambiaría para siempre:  

Una, que sólo el capitalismo es capaz de poner un producto de calidad en manos de los menos pudientes; y otra, que somos rehenes de una camarilla de ladrones que nos hacen creer que somos malos y que lo bueno es abrazar irracionalmente sus propios delirios de inmerecida grandeza.

Fuente: Urgente24.

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