La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

"El que no ha tenido un maestro está castrado"

Por Magdalena Ruíz Guiñazú.

Reportaje a Horacio Sanguinetti

Desterró la vuelta olímpica de los alumnos revoltosos y restauró el orgullo de estudiar. Es rector del Colegio Nacional de Buenos Aires desde hace 23 años, acaba de publicar otro libro sobre educación y el martes 21 recibirá el premio Konex de Platino.

De la calle Bolívar, cerrada al tránsito por la fragilidad de la jesuítica iglesia de San Ignacio, sube el murmullo de varios cientos de estudiantes que esperan para entrar a clase. Sin duda, este espectáculo (los jóvenes, sus risas, los vendedores ambulantes, un florista) provoca en nosotros la delicia de un tiempo ido, una ciudad apacible, un momento de vida irrecuperable. Hoy son 3.500 chicos y chicas que concurren al histórico Colegio Nacional de Buenos Aires, que desde su mudanza de la Plaza de Mayo, en 1863, levanta sobre Bolívar el magnifico edificio que parece no sufrir con el paso del tiempo.

En 1913 ya presentaba el mismo aspecto que hoy admiramos: la fachada imponente, la gran escalinata de mármol impecable, el salón de actos con su órgano y sus sitiales de madera. Todo ello formando un marco imborrable para aquellos que transcurren una adolescencia estudiosa entre sus muros.

En la oficina del rector nos espera el Dr. Horacio Sanguinetti, que desde hace 23 años rige los destinos de esa casa de estudios. También es un hombre con sentido del humor.

—Mire –explica–, en realidad fue una inocentada. ¿Sabe en qué fecha asumí? El 28 de diciembre de 1983, Día de los Inocentes, en un momento glorioso como fue el advenimiento de la democracia.

— ¿Y desde entonces dicta Derecho Constitucional?

—Sí, lo enseñamos ya en 4º año.

— Bueno, tiene ilustres antecesores. Sarmiento también enseñó Derecho Constitucional en esta Casa...

—Sí, y le gustaba también escuchar lo que se decía en otras clases. Lo mismo que  Mitre. Era frecuente verlo, siendo presidente de la República, sentado en las últimas filas y observándolo todo. Piense que el Colegio viene del siglo XVII. Los jesuitas empiezan por ubicarlo en la Plaza de Mayo y por razones estratégicas (allí estaba el Fuerte) lo traen hacia esta calle Bolívar en 1640. Finalmente, Mitre, en su plan de nacionalización, crea el Colegio Nacional en 1863.

—Notable insistencia la de Mitre: Partido Nacional, diario La Nación, Unión Cívica Nacional...

—Efectivamente. En aquel momento tenía la obsesión indispensable de crear La Nación. Por eso mismo trae becarios del interior con la idea de que, hermanados en la educación, resultaría difícil enfrentar con las armas a un compañero de banco. Supuso que esos becarios se convertirían en un grupo gobernante que integraría un país dividido.

Y pensamos que esa expresión de deseo es hoy tan válida como entonces. Tan es así que La educación argentina en un laberinto , que acaba de publicar Sanguinetti, parece responder a un gran dolor de educador frente a fenómenos actuales como la deserción escolar, la decadencia del idioma, la falta de lectura y el exceso de alcohol y noches sin sueño.

—Sin duda, hay una decadencia generalizada de la cultura –explica– con formas raras... No es ciertamente la cultura a la que estoy habituado y, por cierto, hay una degradación muy grande del idioma. Me parece que el común de los jóvenes maneja muy pocos vocablos. ¡Hay quienes sostienen que solamente entre 300 y 500! Esto revela una gran pobreza. Fíjese que cuando quieren reforzar una idea le agregan el re. Re-bueno, re-lindo, etcétera.

Se manejan con un criterio realmente muy elemental, y a esto contribuye una serie de incitaciones que les hacemos los mayores. Debemos reconocer la gran chabacanería que triunfa en ciertos medios. A veces en televisión se hace gala de la ignorancia. Ignorar algo es muy divertido según algunos formadores de opinión. Incluso algunos de ellos hacen gala de un gran desconocimiento.

—Además, no leen...

—Claro. Eso es esencial. Yo creo que la clave de la cultura Guttemberg es fundamental porque la lectura desarrolla la fantasía. Diría que la cultura visual es una especie demasiado digerida. De ninguna manera reniego de ella pues en muchos aspectos es admirable. Tiene cosas maravillosas como el cine.

Deodoro Roca decía: “No es el séptimo arte del siglo veinte. ¡Es el primero! El primer arte del siglo veinte...”. Fue un gran descubrimiento artístico pero se dan las cosas en forma diferente que con la lectura, aunque una cosa no quita la otra. Insisto en que no hay que abandonar la lectura, que es esencial porque nos ayuda a imaginar, a desarrollar la fantasía a la vez que entretiene y nos enseña a escribir. Sin hablar de la ortografía, es una gran fuente de descubrimiento en cuanto a giros literarios y a manejo del idioma.

—En La educación argentina en un laberinto usted subraya la responsabilidad del Estado. El Estado no puede estar ausente de la educación...

—En ese sentido sí, se ha degradado mucho la intervención estatal en la educación. Del mismo modo en que se han degradado también la familia y la sociedad. Creo absolutamente que el Estado nacional debe tomar esa responsabilidad. Con la transferencia que, con buena intención, se hizo a las provincias, se lograron sólo resultados muy mediocres.

Por eso, el Estado debe retomar una fuerte conducción, una verdadera política de la educación tanto pública como privada. Para ello tiene que comenzar por invertir mucho dinero en este punto, sin contar las cosas necesarias que no son exclusivamente un tema de fondos. No hay que olvidar que la sociedad ha degradado al maestro. Hoy es frecuente que le tomen el pelo en muchos espectáculos cuando, en el pasado, el maestro fue un personaje casi mítico.

—Esto corroboraría lo que sostenía Sarmiento. A nadie le interesa realmente la educación...

—Es asombroso que Sarmiento dijera esto. ¡El sostenía que la educación no enamoraba a nadie! “Aunque a veces es de buen tono –solía decir– hablar y manifestarse a favor de ella.”

Llama la atención, decía, que Sarmiento manifestara esto ya que el suyo fue un tiempo de Eduardo Wilde, de Bartolomé Mitre, Leguizamón, Avellaneda, Laínez. Todos ellos, grandes pedagogos. Si esto pensaba Sarmiento, entonces, ¿qué diría hoy?

—A propósito, una buena ley de educación como la llamada Ley Laínez, desaparece...

—Claro. También el ministro Filmus ha tocado el tema no hace mucho: se habla demasiado y lo que se realiza es poco.

La Ley Laínez, efectivamente, desapareció. Hubo una liquidación general de grandes leyes. La Ley Laínez es de 1905. Fue derogada junto con otras. Desapareció con las transferencias ya que al pasar a las provincias, el Estado dejó de controlar escuelas nacionales en todo el territorio. La Ley Laínez establecía la facultad del Estado nacional de inaugurar escuelas primarias en las provincias que no tuvieran medios propios como para hacerlo.

—Usted insiste en su libro en que la educación necesita de mucho dinero...

—Y justamente Bernard Shaw –se ríe francamente Sanguinetti– tiene una frase muy apropiada cuando dice: “... para ostentar amor hacia otra persona hay una única manera de demostrarlo: ¡gastando dinero en ella!”. En realidad, lo que creo es que, más bien, hay que gastar tiempo en el ser querido.

Salomónicamente, podría sintetizar que el Estado tiene que gastar dinero y la familia, tiempo, en aras de la educación. Sin perjuicio del trabajo femenino de hoy fuera del hogar, los padres tienen que encontrar la manera de ocuparse de sus hijos, de estar con ellos. Creo que muchos se desentienden.

Generalizando, hay muchas familias en las que, durante el fin de semana, cada uno hace su vida. Veo con frecuencia que los padres depositan a los chicos frente a esa niñera moderna que es la TV, y hay chicos que pasan hasta seis horas o más frente a la pantalla. Luego, los padres sienten culpa por ese abandono y los sobreprotegen cuando no corresponde.

—¿En el Nacional de Buenos Aires existe una asociación de padres?

—Tenemos una cooperadora, que siempre ha funcionado muy bien, desde hace ya treinta años. Ha logrado una gran agilidad en la concreción del gasto, no hace licitaciones, es muy cautelosa y nunca ha malgastado el dinero. Hemos mantenido con la cooperadora un trato excelente, cosa que no siempre sucede entre las autoridades y sus integrantes.

— Cuando usted decía que los padres no dedicaban suficiente tiempo a los hijos, pensé en una práctica muy linda. ¿Los padres leen con los hijos?

—Es algo tan simple que debería hacerse siempre. Hay muchas cosas que hacían los padres de antaño que deberían retomarse. Contar cuentos, leer algo con los chicos y luego pedirles que lo repitan. Son cosas de mucho afecto, de mucha formación. Del cuento al niño, ¿no? ¡Es algo tan simple y tan fundamental!

Creo que el Estado también debe trabajar poniendo el cuento al alcance del niño. Hay que seleccionarlos muy bien, sin duda, pero los hay maravillosos. Está muy bien que se repartan en las playas y en las canchas de fútbol, en los colegios. Hay cuentos maravillosos como los de Quiroga. Por allí puede estar la forma de entrar en la costumbre de la lectura. Por supuesto que hay que hacerlo con ingenio y precaución.

—Usted tiene fama de ser un rector justo pero severo. Cuando se hizo la última vuelta olímpica en el Buenos Aires, los chicos destrozaron parte de las instalaciones y usted no los echó, pero los dejó libres, y hubo padres que protestaron fuertemente ante hechos que ellos mismos no hubieran admitido en sus casas.

—La vuelta olímpica es una especie de rito salvaje que practicaban los chicos. Y se volvió cada vez más salvaje. En realidad, no era una tradición sino un mal hábito de los últimos treinta años. En un colegio como éste, que tiene 400 años, treinta no son nada. La cosa empezó con un grupo fascista que agredió a chicos judíos y al hijo de Risieri Frondizi.

Lo cierto es que esa vuelta se había convertido en algo muy peligroso. No solamente rompían el colegio, sino que era algo inadmisible. Años después, lo comparé con Cromañón. Tiraban gases navales de esos que usan los navíos para camuflarse y perderse de vista. Aquí los tiraban en un pasillo así es que ¡imagínese! No se veía absolutamente nada, echaban aceite en el piso y en la escalera. Algo terrible.

El envase de ese gas tiene una recomendación: “Prohibida su venta a adolescentes, etcétera”. No había manera de que los chicos entraran en razón. Pensaban que estaban cumpliendo una gran hazaña y que no iba a pasar nada. Sistemáticamente, pasaba.

Más allá de las roturas, muy irritantes, por cierto, el asunto era más grave porque en esa última vuelta, en 1998, hubo dos chicas lesionadas seriamente y el nivel se volvió inaceptable. Yo lo hablé mucho con la Universidad, de la cual dependemos; hablé con el rector y me aseguré su apoyo.

Porque éste es uno de los males: cuando un director toma una medida disciplinaria, ¡es inmediatamente desautorizado! Recién cuando la Universidad se mostró totalmente de acuerdo, apliqué las sanciones y 85 chicos tuvieron que rendir todas las materias porque quedaron libres. No fueron expulsados pero ése fue su castigo. No les vino mal estudiar las materias de nuevo y la Universidad dictó una normativa aún más severa que incluía suspensiones de hasta cinco años. Como se imaginará, nada de eso volvió a ocurrir.

— Pero yo recuerdo, doctor, que hubo un grupo de padres...

—Sí, unos treinta padres estaban enfurecidos e inicialmente tuvieron actitudes públicas muy agresivas y, finalmente, se fueron calmando a lo largo de unas treinta reuniones en las que ellos pusieron mediadores con los que hablé mucho. Los mediadores eran Moreno Ocampo y Filmus.

Desde entonces, claro, la vuelta olímpica, como dijimos, no se hizo más. Es una pena que haya sido necesario recurrir a un régimen de sanciones. Deberíamos habernos entendido en términos racionales. Por eso, digo siempre que hay que mantener los premios y las sanciones. En general, la conducta humana se rige a través de ellos, aun cuando hoy día existen teorías que combaten los premios.

— ¿Por qué?

—Porque, según esas teorías, el que no es premiado se deprime. Son los mismos que sostienen que todo acto de enseñanza es autoritario. Que hay que dejar que el chico aprenda y no enseñarle nada. ¿Y la relación maestro-discípulo? El que no ha tenido un maestro está castrado. El maestro es esencial en la vida de uno. No tener un maestro es una forma de soledad.

—También en su libro usted habla extensamente del tema del alcohol. Algo bastante nuevo entre chicos adolescentes.

—Aquí en el colegio no hay violencia. La violencia era la vuelta olímpica. Maravillosamente, repito, no hay actos de violencia. En 23 años podría contarlos con los dedos de la mano. Tampoco me preocupa demasiado la droga. No tengo casos extremos de chicos drogados. Tampoco embarazos. Pero lo que, desgraciadamente, es real es el alcoholismo.

—¿Con cerveza?

— Los chicos aman la cerveza y hacen una fiesta los viernes con canilla libre, por supuesto fuera del colegio, en la que nosotros no podemos intervenir. La familia es la que debería hacerlo. A más de uno terminan llevándolo entre cuatro y ha habido varios casos de coma alcohólico en los que el chico ha estado al borde de la muerte. ¡Lindas fiestitas orgiásticas!

—Usted también señalaba que todo eso se traduce en horarios muy desordenados...

—Por supuesto. El chico duerme poco, y eso es malo. Hay mucho escrito sobre el sueño. El gran Rafael Bielsa (abuelo del contemporáneo) tenía un escrito sobre el tema en el que sostenía, como gran jurista, que el estudiante tenía que dormir mucho para mantener una mente receptiva y clara. Y aquí los chicos duermen muy poco. Y no reponen energías en el fin de semana porque allí pasan las noches en blanco y luego viene la resaca.

A raíz de estos programas, tampoco comparten la mesa familiar. Un chico que vuelve a las siete de la mañana duerme, por supuesto, hasta las siete de la tarde. Y es un elemento más de la disgregación de la familia. Recordemos que la mesa familiar es un elemento formativo, de socialización esencial. También desde el punto de vista del afecto, del intercambio que tiene que existir.

—El chico, entonces, llega al día lunes pasado de sueño y su rendimiento disminuye, me imagino...

—Por supuesto, y mucho. Por ejemplo, ahora los chicos van a hacer sus dos fiestas de despedida del año. Una para el turno mañana y la otra, para el turno tarde. Y yo ya sé que, al día siguiente, los que lleguen aquí al colegio lo harán en estado comatoso mientras la otra mitad seguramente faltará. Aun los que no tengan más remedio que venir porque las faltas por ausencias los estrangulan, van a estar en la luna, totalmente ausentes. Son modalidades muy destructivas. No hay mucha racionalidad en todo esto.

— Sin embargo, el Buenos Aires mantiene la excelencia, y esto es destacable.

—(Sanguinetti sonríe) Mire, ayer me han llegado los resultados de las Olimpíadas Nacionales de Física, y veo que el colegio (que no es especialista en ciencias duras), compitiendo con todos los colegios del país, ha logrado entre más de cincuenta finalistas los tres primeros puestos y el puesto número 23. O sea que ganamos los tres primeros más este vigésimo tercero, que no está mal. Ahora tienen que representar al país en la Olimpíada Internacional que es, ¡nada menos que en Irán! La verdad sea dicha, y lo digo con mucho orgullo, hemos ganado en todas las competencias en las que nos hemos presentado. También en el concurso de la Universidad Di Tella sobre Bartolomé Mitre.

—También los chicos están orgullosos de su colegio, aunque lo critiquen.

—Por supuesto que critican y piensan que todo podría mejorar. Lo cual también es probable. Pero creo que, por sobre todas las cosas, aman profundamente a su colegio.

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