La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Crímenes argentinos: Bajo la lupa.

Por Ernesto G. Castrillón y Luis Casabal

Son crímenes verdaderos, no de tinta (como los de Conan Doyle o P. D. James). De sangre y restos humanos, originados en sórdidas realidades sociales y ambientes familiares enfermos, y no en el ingenio de un novelista talentoso. Siempre existieron, pero algunos expertos son capaces de definir las características propias del delincuente del siglo XXI, el más común, el que mata, secuestra y engrosa las estadísticas que amañan o muestran (cuando les conviene) los funcionarios.

"Básicamente, en la actualidad hay un modelo de delincuente. Es más violento, se droga, y eso baja su nivel de inhibiciones. La base social es siempre la misma: madre abandónica, padre ausente y falta de alimentación en los primeros meses de su vida, lo que es fundamental para su desarrollo intelectual. No son inteligentes. Manejan un lenguaje muy limitado, 200 o 300 palabras.

El modelo de delincuente que tenemos ahora es rayano casi en el analfabetismo. Vienen de núcleos sociales claramente delincuenciales. O sea, la familia ya está comprometida en el delito. No se le ofrecen alternativas. Por eso, a veces podemos pensar que toda una generación de estos chicos puede estar perdida. Yo siempre digo: vamos a tratar de recuperar a los hijos y a los hermanitos de ellos, pero, por favor, empecemos de una vez."

Narrador nato, el que habla es el doctor Raúl Osvaldo Torre, comisario inspector (RA) de la Policía y doctor en Policía Científica. Se alisa el grueso bigote cepillo mientras apresta su pipa y nos mira con sus ojos escrutadores y helados para explicarlo. Ordenado, alista su computadora, abre sus archivos, nos pasa fotografías de escenas de crimen que, intuimos, no nos dejarán dormir por una buena temporada.

El comisario Torre es un especialista en asesinos seriales, esos que antes tranquilizadoramente ubicábamos en otras latitudes, pero que ahora, por desgracia, empiezan a aclimatarse en nuestro medio, a abrirse paso en la crónica policial argentina. Los asesinos seriales tienen su historia en el país.

"Incluso se han llevado cargados hechos que ellos no cometieron." Ese sería el caso, por ejemplo, del Petiso Orejudo, Santos Godino, que asesinó a una serie de niños en 1912, aterrorizando a la población de Buenos Aires. "Varios estudiosos del tema cuestionan que el homicidio del niño Arturo Laurora (que fue violado antes de ser asesinado) haya sido obra suya, ya que el Petiso no había violado a las otras víctimas.

Además, hay testimonios que indican que se había visto a un tipo vestido de "cajetilla" de la época, con traje blanco, ofreciéndole una moneda al chico y queriéndolo llevar a una casa abandonada el día anterior al de su muerte. Para colmo, los investigadores de la Policía de la Capital seguían la pista de un individuo vinculado con casos de pedofilia, vestido también elegantemente, con polainas, traje blanco y chaleco de fantasía. Santos Godino no era violador; de hecho, terminó en el penal de Ushuaia como homosexual pasivo."

Hay países que producen más asesinos seriales que otros. "Es más común en los países anglosajones. Porque algunas etiologías corresponden a una importante influencia religiosa. En general, a una exacerbación del cristianismo o, en su defecto, del satanismo", aclara Torre, y agrega que en la historia argentina "tenemos a Godino, a los hermanos Leonelli, de Mendoza, que mataron a siete (aunque en realidad fueron condenados por tres), y por supuesto, a Robledo Puch".

Torre hace una clara diferenciación entre los asesinos seriales. "Está el asesino serial organizado, de cociente intelectual elevado, trabajo calificado, hijo único o mayor, controlado durante el crimen, heterosexual en un 70%, con disfunciones sexuales ocasionales.

El asesino serial desorganizado, en cambio, tiene inteligencia media, baja calificación laboral, hijo intermedio o menor, ansioso durante el crimen, heterosexual en un 100%, con masturbación compulsiva y disfunciones sexuales frecuentes. Jack el Destripador sería un asesino serial desorganizado."

La referencia al maestro de los crímenes sombríos e impunes no es vana. Raúl O. Torre ha escrito una fascinante síntesis del caso en su opúsculo La investigación criminal de homicidios seriales. Jack el Destripador .

Las historias de Torre, clínicamente desmenuzadas (aunque convenientemente empapadas en sangre también) se despliegan ante nosotros mientras el investigador nos muestra sus completísimos archivos y comparte sus fotografías macabras (que revelan más de la naturaleza humana de lo que tal vez estos redactores quieran saber). Son treinta años de solución de fríos enigmas -porque así los ve él- narrados por la voz cautivante de Torre. El crimen, más allá de cualquier consideración moral, narrado por este experimentado investigador adquiere casi la condición de un arte; malsano, por supuesto, pero arte al fin.

Para los especialistas, la mirada sobre estos personajes también ha cambiado en los últimos años.

"Luego de más de treinta años en el tema, hay que reconocer que la concepción de la vieja policía, que era la del sabueso policial (pura intuición él), ha cambiado. No quiero decir que eso no sea útil hoy, pero la concepción policial de la investigación criminal pasa ahora por los métodos científicos.

El policía tiene que ir a la universidad. Antes, nosotros aprendíamos de los viejos policías, que nos iban transfiriendo sus experiencias de vida profesional", dice este especialista, profesor en Criminalística en la Escuela de Policía Juan Vucetich y en la Carrera de Documentología y Maestría de Investigación Científica del Delito, en el Instituto Universitario de la Policía Federal Argentina, además de autor de consultados libros y folletos sobre su especialidad y consultor en ciclos televisivos como Forenses o Fiscales .

"Ahora ya no sirve solamente el olfato -continúa-: un policía que investiga en la actualidad es multifacético. Tiene que conocer de química, de ciencias, de arte, de finanzas. Tiene que manejarse con una batería de recursos técnicos cada vez más complejos."

Contra lo que opina la mayoría de la gente, Torre señala que el fin del proceso de investigación criminal no es la identificación del criminal; ni siquiera su aprehensión o su condena: "El fin es encontrar la verdad; nosotros sólo buscamos la verdad. Tratamos de descifrar lo que pasó en la escena del crimen. Lo demás vendrá después. Nosotros queremos saber cómo ocurrió el hecho, cuándo, dónde, por qué, y, obviamente, quién lo hizo".

"Lo primero que se aprende cuando uno encara una investigación criminal es que ser investigador no es una aventura, y no depende exclusivamente de la intuición o de la sagacidad que uno pueda tener. Descubrimos el valor de los recursos técnicos, que son los que otorgan la prueba que, a la larga, cuando llegamos al plenario judicial, será absolutamente indubitable y nos permitirá (y yo no hablo de encerrar al delincuente) alcanzar la verdad."

Hipótesis favoritas y tramposas

Los grandes crímenes siempre atraen a la opinión pública. Pero la duda que siempre subyace es si conviene publicar datos parciales de las investigaciones. Para Torre, cuando un crimen se convierte en asunto de primera plana de los diarios y los medios se ocupan de él en forma excluyente, existe el peligro de que la investigación pierda tiempo tras las hipótesis de las que se enamora la opinión pública.

"Los periodistas -aclara-, aunque hoy en día tienen la capacidad de llegar a todos lados, siempre van a tener una información parcial de la cosa. La visión total la tienen el fiscal que está investigando, el juez, o el personal policial que está destacado en el hecho. Entonces, los medios recurren a «expertos», quienes instalan hipótesis atractivas que convencen a la opinión pública.

Se crea, así, una teoría que queda en la conciencia colectiva y que no tiene nada que ver con la verdad. El investigador no debe enamorarse de ninguna teoría. No se debe direccionar a priori la investigación. Lo que está mal es forzar la prueba en un sentido o en otro. El investigador criminal tiene que dejarse llevar por la prueba. La prueba lo tiene que arrastrar a uno."

Como última pregunta, deslizamos la duda: ¿todos podemos convertirnos en asesinos? Su respuesta no nos tranquiliza demasiado: "No todo el mundo puede robar -dice-. Se lo impiden tabúes culturales, morales, religiosos. Pero sí, cualquiera de nosotros puede matar".

Otros asesinos

Tiradores: "En casos como los del tirador de Belgrano o el de Carmen de Patagones, se trata de individuos psicóticos (esquizofrénicos). Por lo tanto, o no han comprendido la criminalidad de los actos cometidos o no han tenido la capacidad de dirigir sus acciones, o ambas cosas. La mediatización de los casos ha fomentado que ambos tuvieran imitadores".

Satánicos: "Recuerdo un caso derivado del satanismo en el que me tocó trabajar, acerca de una determinada religión, que no menciono porque está habilitada en el país. Se pensaba que había tenido lugar un sacrificio humano en el templo de esa secta. Allanamos el templo y encontramos sangre humana en el altar, aunque no se pudo avanzar en la investigación. Pero, con el paso de los años, existe un considerable aumento de hechos criminales relacionados con rituales satánicos", dice Torre, que prepara un libro titulado Crímenes rituales , que se publicará este año, con varios casos ocurridos en la Argentina en los últimos tiempos.

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