La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Educación porteña siglo XXI. Por Enrique Olivera. |
Hace más de diez años que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se debe una ley de educación propia, según manda su Constitución. Previo a su tratamiento en la Legislatura porteña, resulta indispensable abrir un debate, de cara a la sociedad, con todo el alcance y la participación que nos sea posible. Ese debate no se ha dado, aunque sí las críticas contra la educación -algunas muy duras- incluso aquellas que vertiera la Presidenta de la Nación al asumir su mandato. Mayor valor tendrán, sin duda, las propuestas, aportes e ideas planteadas desde la horizontalidad del foro, siempre más enriquecedora que la verticalidad de la tribuna.
Repensar la educación nos remite al análisis de variables históricas, filosóficas, sociológicas y antropológicas. Un buen punto de partida sería considerar la crisis de sentido que atravesamos. Aquella racionalidad y aquel progreso en cuya fe, autoridad y esperanza se educaron nuestros padres y abuelos, ya no rige, inspira ni da respuestas. El desconcierto reina en su lugar. Ya sin el predominio de la razón como paradigma único e indiscutible, la educación necesita reflexionar sobre sus fundamentos, especialmente cuando se ha debilitado la confianza en el progreso.
La crisis de sentido hace difícil imaginar y sostener proyectos de vida y da lugar a una nueva búsqueda de trascendencia. Así recuperan vigencia las creencias, los mitos, las religiones, mereciendo todos ellos un enfoque distinto al que se les ha dispensado hasta ahora en el ámbito de la educación; quizá, repensando el laicismo ¿Sería factible plantearnos un contexto educativo que contemple la dimensión espiritual, tal como la escuela aborda dimensiones simbólicas de la representación humana en el arte -música, plástica, literatura- y las ciencias? ¿Es viable el abordaje compuesto de los saberes espirituales de los pueblos originarios, de la espiritualidad oriental, de las religiones judeocristianas? ¿Estaremos preparados para una mirada superadora, que nos permita reconocer las religiones no como adoctrinamiento, sino como sabidurías en plural?
Con el derrumbe del racionalismo individualista, adquiere un valor renovado la noción de otredad o "alteridad". Una "ética de la alteridad", tal como ha sido planteada por Emmanuel Levinas, en la cual el sentido de nuestras acciones surge del reconocimiento de que somos responsables del cuidado de la vida del "otro".
Se vislumbra así, -de modo ejemplar- un sentido; una posibilidad de articular y de ordenar los valores, transferible a la educación del siglo XXI. No es fácil, pues, tal como ha señalado Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de San Egidio: "Este proceso de globalización no está expresando una asunción global de responsabilidad, sino más bien lo contrario". Un ejemplo de responsabilizarnos por el otro es la conciencia ecológica. Ella permite el mejoramiento del medio ambiente en pos del desarrollo sustentable y es una expresión de solidaridad intergeneracional.
Frente a la educación, la preocupación por el otro nos obliga a proponernos que ella sea realmente inclusiva, tanto en lo educativo como en lo social. La capacitación, por ejemplo, debe incorporar la necesaria libertad que define al trabajo genuino más que al empleo; basado en la dignificación que expresan las propias capacidades, más que a la asignación de un casillero dispuesto por los mercados.
En el caso porteño, hablamos de escuela urbana, universalista, pero con una identidad surgida de los caracteres culturales propios de la ciudad. Atenta a nuestras prioridades como argentinos y ciudadanos de Buenos Aires en un contexto mundial globalizado, en el que lo pendiente es la globalización de la democracia y la vigencia universal de los derechos humanos. La vieja ley de educación argentina construyó la nacionalidad, la nueva ley deberá apuntar hacia la ciudadanía moral universal.
Una simplificación retrospectiva mostraría tres etapas: si en la Edad Media el hombre configuraba apenas una parte de un todo superior y en la modernidad pasó a ser un engranaje del universo mecánico, la actualidad nos aísla como solitarias antenas con línea directa a la tecnología: deidad que sólo ofrece ceros y unos para descifrar el mundo.
La palabra "foro" hoy es asociada solamente a un espacio virtual y no físico. Frente a esto podríamos recordar que el aula escolar -lo más parecido al "primer foro" en la vida de una persona, fuera de la familia- presenta buenas posibilidades como escenario de una formación común integral de las personas, para comprender su pensamiento, sus emociones y sus afectos. El sometimiento del cuerpo, sufrido durante tantos siglos, particularmente por las mujeres y los niños, requiere que cada cuerpo entre a la escuela desde la integralidad de la persona.
Un punto neurálgico a abordar es la responsabilidad educativa del Estado, que es indelegable. Hay que aceptar que la utopía educativa ha fracasado en múltiples aspectos. Por ello, es muy difícil sostener hoy que el Estado ha cumplido con la promesa que hasta ayer lo legitimaba; acoger a un niño y convertirlo en ciudadano, para así integrarlo a la ola de progreso y su consecuente envión a la felicidad. Esta y otras razones dieron lugar a que, del monopolio de la educación estatal, se pasara a un "cuasimonopolio" con la participación de entidades privadas.
El grupo es muy heterogéneo, su espectro abarca desde las escuelas privadas tradicionales hasta los movimientos populares multitudinarios -como el de los "sin tierra" en Brasil-. Desde empresas con fines de lucro hasta el movimiento zapatista mexicano, pasando por los piqueteros argentinos, son muchos los ámbitos y sectores que hoy inciden en educación de la sociedad mundial.
El grado de monopolización y los criterios de calidad para que la educación genere una auténtica igualdad de oportunidades son cuestiones recurrentes que sin duda volverán a ponerse en escena. Corresponde recordar que las opciones propuestas por el mercado tampoco han dado soluciones al problema.
La relación entre familia y escuela introduce otro tema, a menudo conflictivo: ¿cómo compatibilizar estas dos esferas interpoladas de conocimientos y de probables contradicciones? El niño no es sujeto pasivo al que hay que modelar. Es activo y cuestiona. No responde a un único método, sino que reclama una estrategia. El espacio educativo conjuga al hijo-ciudadano, sujeto y constructor de sentido, en un intercambio de influencias mutuas. La escuela convive a diario con un aprendizaje permanente que proviene de fuentes alternativas, propias de la revolución tecnológica; por ello debe permanecer alerta a la distinción entre medios y mensajes.
Si la "igualdad, libertad y fraternidad" fueron bandera de la modernidad, hoy advertimos que este ideal sólo es posible en armonía con la "diversidad, identidad, y alteridad". Pero ¿hay en este giro alguna superación o apenas un cambio de terminología sobre las mismas viejas deudas que la humanidad no ha saldado consigo?
La modernidad se ha quedado sin respuestas unívocas y necesitamos abrirnos a la posibilidad de nuevos sentidos, nuevos modos de encarnar valores para quienes nos sucedan. Esta tarea es básicamente educativa. O acaso preeducativa, frente al debate pendiente.
Aquí surge la responsabilidad de formar docentes capaces de asumir la tarea ciclópea de enfrentar los desafíos que nos plantean la crisis de sentido, la revolución tecnológica, la globalización y la exclusión social.
Necesitamos, en suma, ahondar sobre la educación que queremos mejorar, darnos el tiempo y el espacio, considerar "el foro" en todas sus opciones y, por supuesto, honrarlo expresamente en el ámbito legislativo. Confiamos en un consenso a partir del pluralismo y en que el debate enriquecerá el modelo educativo para la ciudad. Un modelo innovador, y socialmente integrador, en un mundo que tiende a desintegrar, inclusive, las certezas.
Habrá que estar dispuestos, de ser necesario, a dar vuelta como un guante cada uno de los supuestos en los que han anclado las teorías y prácticas de la educación en los últimos tres siglos; hacer esto con el fin de renovarlos, para que los porteños nos podamos sentir dignos de vivir y trabajar en y por una ciudad más hospitalaria y amable.
El autor fue jefe de gobierno y es presidente de la Comisión de Educación de la ciudad de Buenos Aires.
Fuente: La Nación