La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

No pierdan tiempo con nosotros.

Por Carlos Berro Madero.
 

Cuando leemos la opinión sobre la marcha de la Argentina, de organizaciones internacionales como la OMC, la ONU, el Banco Mundial, o gobiernos de países mayormente civilizados y altamente desarrollados  que cobijan periódicos de los quilates del Sunday Times, el  The New York Times, Le Quotidien ó El País, señalándonos los errores que cometemos, sentimos el deseo de pedirles que no pierdan el tiempo. Que ser nuestros amigos o nuestros enemigos, casi no tiene importancia.

Nos sentimos a gusto navegando en nuestra propia irrelevancia. Más aún, lo que puede ocurrir ante opiniones bien fundadas, es que el gobierno de turno en nuestro país, responda con altivez y guaranguería, ahondando sus erradas estrategias (Kirchner es una muestra elocuente de lo que aquí decimos, ayer Alfonsín y Menem, antes los militares con Galtieri a la cabeza).

Nuestra historia, -tergiversada arbitrariamente por muchos supuestos “historiadores” vernáculos que la han deformado siempre-, (como se hizo con el INDEC en estos días), está escrita y es clara: somos cultores empedernidos de la negación, el éxtasis y el fracaso, alternativa y sucesivamente.

Muchas veces, al reflexionar sobre la manera posible de conmover alguna vez nuestra inveterada costumbre de caminar por la cornisa, sacar siempre cualquier ventaja, lícita o ilícita, y hacer oídos sordos a la realidad, recordamos más que nunca las palabras de Borges (habida cuenta de que nuestro país es un universo “estructuralmente” peronista): somos absolutamente incorregibles.

Hemos dilapidado y dilapidamos las oportunidades que se nos presentan con un desparpajo y una soberbia que demuestran a las claras cuan lejos estamos de poder eliminar las lacras que consumen a nuestra sociedad: la pobreza, la corrupción, el egoísmo, la inobservancia  casi absoluta de las leyes, el auge de la delincuencia, el desinterés por cultivar el espacio público, y la falta de conciencia cívica que nos impide comprender que las cuestiones que afectan al otro, nos afectan también, por aquello de que el prójimo... somos nosotros mismos.

Hay un rasgo alarmante que viene a coronar este banquete de desaciertos: siempre solemos decir que “hay quien está peor” (nosotros en el decir de don Néstor estamos saliendo del infierno...¿una vez más?). Con esa estúpida reflexión -a la que añadimos nombres, apellidos y lugares-, entramos a los diez segundos en una particular modorra casi épica, organizando acto seguido viajes para exponer con petulancia ante foros internacionales (¿doña Cristina hoy?), las razones que nos asisten para seguir cultivando siempre nuestra vocación por el abismo, al tiempo que bebemos aquí nuestros infaltables cafés “al paso”,  para discurrir con tono sobrador y “canchero” sobre el fácil arreglo que tiene lo que nosotros mismos destruimos desprejuiciadamente.

Cuando nos comparamos con otros países, rescatamos para sentirnos bien las diferencias que tenemos CON LOS QUE ESTÁN AÚN MÁS SUMERGIDOS.

Mientras tanto, algunos índices de medición general y particular nos acercan sugestiva y peligrosamente, a Bangladesh y Burundi, y la creciente incorporación de nuestra clase media a clase media baja ó proletaria, mientras avanza la nueva “oligarquía” de los políticos, nos debería señalar que “algo huele a podrido en Dinamarca”.

No por pesimistas sino a la luz de las evidencias, sospechamos que solamente nos irá mejor, EN FORMA ABSOLUTAMENTE TEMPORARIA, cuando las condiciones internacionales necesiten de lo que nos sobra y podamos ofrecer a la venta sin esforzarnos demasiado.

Aún así, es probable que en los próximos años ni eso nos sirva, habida cuenta de los dislates con que estamos dilapidando nuestro capital agrícola ganadero y la maraña de trámites aduaneros e impuestos distorsivos que parecen haber nacido para descorazonar al exportador más valiente, mientras alentamos el florecimiento del capital nacional prebendario que jamás cumple con los objetivos que dice proponer.

No hay nada que hacer: nuestra piel es más dura e impenetrable que la de un hipopótamo. Mientras nos permitan ponernos unas monedas de más en el bolsillo, seguiremos mansamente hacia adelante ignorando olímpicamente las verdades que conducen al progreso y el buen vivir.

Sería bueno que abandonemos nuestras divagaciones. Todos somos responsables de este gran fracaso en que nos hemos sumergido, después de haber sido considerados otrora como una gran promesa a nivel mundial.

¿Sonará como muy ingenuo pedir que hagamos algún día un “mea culpa” individual?

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