La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

La burla de la tragedia.

Por Laura Etcharren.

Muertes, amantes, medios y countrys. Las rarezas de la justicia y el tratamiento de los medios.

Frases hechas y lugares comunes componen los discursos de muchos políticos y periodistas. Especulaciones y mal manejo de datos.
Incluso, hasta manipulación de los mismos. La dinámica informativa se corta frente a la falta de manejo de la información. Se adolece de análisis y la imagen más cruenta sale al aire para mostrar que por lo menos, algo se tiene. Lo cual, no está mal.

Simplemente, revela la gran contradicción que existe en los medios de comunicación en lo que a la ética respecta. Mostrar por ejemplo, la autopsia de la fallecida Maria Marta García Belsunce es un hallazgo exclusivo del noticiero de AMÉRICA. Sin embargo, no es tampoco para vanagloriarse.

No olvidemos que el juicio sobre el caso ha comenzado y cualquier cosa que se diga, sin tener certeza, puede cambiar el rumbo de un estado de situación mucho más que dudoso.

Extraños silencios evidencian, o bien, falta de conocimiento, o bien, un patético encubrimiento de lo que pudo haber sido un asesinato. Un homicidio culposo, doloso o tal vez, con dolo eventual. Aún no se sabe.

Y la idea de un accidente se fue diluyendo en sí misma. Lo cierto es, que la lentitud de nuestra justicia es exquisita. Un tiempo sin tiempo que parece perderse. Porque cuando se llega a la instancia de juzgar, por lo general, todo se encuentra del mismo modo que aquel día que se encontró a la muerta. Entre dudas, el misterio se hace presente. Se acentúa.

El verdadero culpable puede ser la persona más insospechada. Quizás la persona más cercana.

Por otra parte, lo sucedido en aquel country también revela la incompetencia de quienes están a cargo. Aquellos que contribuyen a profundizar la debacle del país alimentando la barbarie y el descreimiento en las instituciones y autoridades. Porque resulta incomprensible que si el cráneo de la fallecida tenía orificios que no son precisamente de golpes de grifos, se cuestione si la muerte fue dudosa. Por supuesto que fue dudosa.

Tampoco se entiende cómo el médico que se hizo presente en el lugar solo se limitó a firmar el certificado de óbito sin dar parte a la policía como corresponde en esos casos y frente dicho cuadro.

Con todo esto y ante los hechos trágicos que nos envuelven, la sociedad argentina atraviesa por la tragedia de la moral y los valores. Tragedia que se devuelve con más tragedia, ya que ante el desamparo de la justicia, los individuos toman venganza. Entonces, la violencia se reproduce y la tragedia se convierte en una burla sin límites.

Una burla de los delincuentes y una burla de las autoridades que huyen de la responsabilidad. Olvidan que deben cumplir con sus funciones y que ningún caso es más o menos importante que otro. Simplemente, son diferentes.

La justicia es una urgencia nacional para poder construir lazos de solidaridad. Para salir de la lógica del despojo. Para conformar sentimientos de pertenencia lógicos ligados a los usos y costumbres de la tradición aunque agiornados a la modernidad en la que vivimos.

En cambio, si los argentinos continúan transitando la línea de la barbarie que logró trascender el campo hasta apoderarse de la civilización, nuestro país, nunca podrá dejar de ser la Argentina de Hamlet. Una lucha permanente entre el ser y el deber ser. La batalla por el poder de las pasiones. Por tener todo aquello que no se tiene. Por sentir que el poder es injusto cuando no nos pertenece.

En síntesis, la muerte por encargo o premeditada se ha vuelto cotidiana.

La muerte ha dejado de ser una parte más de la vida o un imponderable. Es, últimamente, una acción táctica y estratégicamente calculada. Así fue la muerte de Maria Marta. La de Nora Dalmasso, la cual merece un tratamiento aparte.

Y la de tantas otras personas. Muertes rodeadas de misterio, medios, especulaciones y sujetos vinculantes. Ambas, en la exclusividad de custodiados countrys.

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