La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
¿Cómo hacemos para que nos hagan caso? Por Maritchu Seitun. |
La gran pregunta es: ¿cómo hacemos para que nuestros chicos hagan lo que les pedimos, para que nos hagan caso?
La respuesta es tan simple como difícil de realizar, porque no estamos acostumbrados a hacerlo: los padres tenemos que aprender a decir las cosas una sola vez. ¿Y cómo se logra eso, si pedimos todo cincuenta veces y ellos ni siquiera nos miran (y ni soñar que nos contesten?)? Los chicos sólo responden cuando nos enojamos mucho, o gritamos, o cuando los llevamos por la fuerza.
Y justamente ése es el origen del problema: saben que hasta que mamá (o papá) no grita a un determinado volumen, o se agita de cierta forma que ellos ya conocen desde hace años, o se para y se les acerca con cara de mucho enojo, tienen tiempo para seguir jugando, peleando, paveando, es decir, no obedeciendo. El segundo problema que presenta este sistema "clásico" es que los chicos sólo hacen caso a los adultos que gritan, o ponen caras feas o los llevan por la fuerza, o enuncian amenazas horribles, y en cambio no se dan por aludidos cuando una maestra o una empleada los llama amablemente a entrar o a ir a la mesa o a sacar la carpeta, por ejemplo.
Decimos las cosas una vez y nos ocupamos de que ocurra, o anunciamos la consecuencia si no nos hicieran caso, pero ¿a qué edad nos ocupamos nosotros y/o usamos el sistema de consecuencias?
Hasta los cinco o seis años usaremos pocas veces penitencias, castigos o consecuencias, por una razón muy simple: para que éstos funcionen, para que el chico pueda optar entre hacer lo que quieren sus padres o lo que él desea y pagar alguna consecuencia, tiene que tener una conciencia moral clara y en funcionamiento, lo que difícilmente ocurra antes de esa edad.
Y lo mismo ocurre muchas veces en chicos mayores, que tienen una fortaleza interna tambaleante, o, en chicos sanos y fuertes, cuando un estímulo demasiado atractivo, intenso y/o interesante (como para dejarlo con facilidad) les enturbia la capacidad de tomar una buena decisión, por lo que les cuesta "hacer caso"; en esas situaciones es preferible (y más realista, o menos ilusoriamente optimista) ir a buscarlos en lugar de amenazarlos. Algunos ejemplos: salir de la pileta para entrar a hacer los deberes, dejar el jueguito de la Play o de la Wii para ir a comer o a estudiar, dejar de molestar a un hermanito, apagar la tele o el iPod para irse a dormir.
Otras veces tampoco podemos dejar elegir a los chicos mayores (que en principio ya estarían maduros para hacerse cargo de consecuencias), cuando están en juego cuestiones de salud, ética o seguridad; entonces tendremos que seguir diciendo las cosas una vez y ocupándonos de que ocurran: como no podemos dejarlos elegir tampoco podemos negociar con ellos ni amenazarlos con castigos en estos temas. Algunos ejemplos: una vacuna ("vamos al vacunatorio"), manejar un auto sin registro ("no vas"? y yo me quedo con las llaves por si su fortaleza interna tambalea), robar ("dejá eso porque no es tuyo"), mentir ("no te voy a conseguir un certificado médico para justificar tu ausencia"), etcétera.
Sintetizando: los adultos nos ocupamos, nos hacemos cargo, de que los chicos nos hagan caso, la mayoría de las veces en los menores de cinco o seis años, y algunas en los mayores. Así ellos se acostumbran a obedecer. Un poco trabajoso al comienzo, y ¡un placer cuando ya está instalado! Ya veremos en las próximas columnas por qué prefiero hablar de consecuencias en lugar de penitencias; y cómo lograr que los chicos mayores nos obedezcan usando un sistema claro y coherente de consecuencias que se cumplan, y cuáles son las circunstancias en que también usamos consecuencias con los más chiquitos..
Fuente: La Nación.