La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

Ritmo africano, sainete argentino.

Por Eduardo Rodríguez Paz.

El viaje y la llegada 

Usted bien sabe que la vida de aquel que brinda información es casi un sacerdocio. Pero el sentido del deber es un ideal que los que estamos en esto no podemos dejar de lado. “La vida por la información”, debería ser el lema de la enorme cantidad de informadores que pululan por el mundo tratando de dar todo de sí para que la gente sepa qué es lo que pasa aquí o en cualquier otro lado de la geografía terrestre.

Fiel a ese lema, que marca mis días, me dije que debía enterarme en vivo de lo que iba a pasar en Angola durante la visita de Ella. Sí, la Reina Kristina, que en sus afanes por lograr que los argentinos vivamos mejor, ha decidido emprender la guerra comercial contra el continente africano. Angola es el primer blanco elegido. Los sabios consejos de Guillermo “Colt 45” Moreno la convencieron de que allí está el vellocino de oro para la Argentina.

Como uno es escriba, pero no idiota, tiene sus contactos con gente de La Cámpora. Sin ellos, hoy en día, es casi imposible moverse. Emprendedores como son, están ubicando sus cuadros en cuanta empresa anda suelta por ahí y, sobre todo, tratando de cobrar los sueldos más altos posibles. Y no está mal: con muchachos tan preparados no es cosa de conformarse con menos de diez mil dólares por barba. ¡Qué se creen estos peronistas analfabetos, que los de La Cámpora no tienen pergaminos!

Así la cosa, muchachos camporistas de por medio, fui el único pinamarense presente al llegar la comitiva al Aeropuerto Internacional de Quatro de Fevereiro, en Luanda, Capital de Angola.                          

Crónica inicial 

Angola tiene dieciocho millones de habitantes. En realidad tiene un millón de personas (en su mayoría descendientes de los colonizadores portugueses) que maltratan a diecisiete millones de negros. Muy rica en petróleo y diamantes, el dictador y actual Presidente desde hace treinta y dos años, José Eduardo dos Santos, se eterniza en el poder.

Independizada recién en 1975, Angola continúa con los remezones de una guerra civil que duró casi treinta años. La zona de Cabinda, separada del resto del territorio por el Zaire y rica en petróleo y diamantes, continúa siendo convulsionada por movimientos separatistas. Colonizada y explotada por portugueses, holandeses e ingleses, Angola sembró de esclavos muchos territorios del mundo hacia donde fueron llevados por los invasores.

El Che Guevara estuvo al mando de tropas cubanas en Angola en 1975, comandando la llamada operación Carlota. Éstas llegaron a sumar más de treinta mil hombres que Cuba habría enviado para solidarizarse con la independencia del país. Sin embargo, tiempo después esta ayuda quedó en la nada y se supo que compañías petroleras norteamericanas habrían pagado a Cuba un dólar con cincuenta centavos diarios por hombre para cuidar sus yacimientos petrolíferos de los rebeldes en la guerra civil que asolaba la región.

La convulsionada historia de Angola ha arribado en la actualidad a un manejo de mano de hierro del Presidente Santos y unos cuantos de sus generales, de los cuales es Comandante en Jefe, que mantienen el país bajo un régimen patriarcal donde la distribución de las riquezas naturales (petróleo, diamantes, maderas, minerales, etc.) se realiza entre muy pocos y el resto sigue sumido bajo un régimen dictatorial que los esclaviza en la pobreza.                       

Arranque triunfal 

El Tango 01 aterrizó puntual y la Reina Kristina hizo su entrada monárquica con su corte de adulones detrás. Guillermo Moreno, exultante (más allá de recibir una reprimenda presidencial por llegar sin la ropa adecuada para la circunstancia), dirigía todo a diestra y siniestra como si fuera un muñeco a cuerda de hojalata, con algo de remembranzas militares. Ella se alojó en el Epic Sana Luanda Hotel, de cinco estrellas, en la suite Presidencial, a un costo de tres mil dólares la noche.

Por supuesto no es el hotel donde yo me alojaba, que era una pensión de cuarta en la zona más negra de Luanda. El de Kristina era lo mejor de la hotelería internacional y totalmente custodiado. Pero gracias a mi dominio del idioma portugués y algún dólar en la mano, pude colarme entre la gente de servicio del Epic Sana y me agencié un traje de mozo que me ayudó en toda mi misión informativa para ustedes.

Por supuesto, Kristina anduvo pavoneándose por todos lados, de aquí para allá, y aprovechó varias veces para salirse del protocolo y hacerse la popular con un aire más bien chabacano de Tolosa, que sencillo y adecuado. Recepción, comidas, paseos, homenajes y toda la parafernalia común a este tipo de visitas, hasta que llegó la noche. 

El visitante inesperado         

Era entrada la noche, cuando después de cambiarse y disponerse a descansar en la suite superlujosa que pagamos los argentinos para la Reina Kristina, todo quedó en silencio. La habitación está en un piso muy alto sobre la ciudad y Ella decidió salir a tomar un poco de aire a la enorme terraza desde donde se divisaba un espléndido paisaje metropolitano.

Desde mi atalaya, en una terraza superior, escondido detrás de una chimenea, pude presenciar con absoluta claridad la increíble escena que se sucedió a continuación.  Kristina se había recostado en una reposera. Repentinamente, como si hubiera aparecido de la nada, otra figura se corporizó a su lado. Quedé petrificado, presa del asombro.

Él, envuelto en un traje de Rey de los Leones, con una lanza en la mano derecha, una corona de hojalata dorada con piedras de vidrio verde y colorado, una aureola fosforescente alrededor, zapatos de terciopelo dorado y la camiseta de Racing bajo la capa de piel de camello que llegaba hasta el piso, gritó de improviso: “¡Surprise!”.

Ella se atragantó con el cola de mono que estaba tomando y aulló: “¡Mierda, Néstor! ¡Me vas a hacer morir de un infarto! ¿Qué corno estás haciendo aquí?”.

“Lo de shiempre, tontita, lo de shiempre: vigilándote”, dijo Él. El tono socarrón de la respuesta, el acre olor a azufre de la escena y la sorpresa, la desconcertaron. “¿Porqué andás siempre detrás mío?”, pregunto Ella.

“Porque a vosh no te puedo dejar shola, que en sheguida te mandash una gilada. Mirá la payashada en que andásh ahora”, gruñó Él. Y siguió con tono inquisitivo y autoritario; “¿Me querésh deshir qué hashés vosh, la abanderada de losh derechosh humanosh, negoshiando con eshte ñato que mandó liquidar gente como el mejor y tiene hambreadosh a cashi todosh losh negritosh que explota en el paísh? Shi esh lo másh parecido a Idi Amín que hay por aquí”.

“¡Ay, Néstor, que prejuicioso!”, dijo Élla, medio descolocada. “¿Yo prejuishiosho? ¡Minga, prejuishiosho! ¿Quién me rompió la pashienshia toda la vida con darle leña a losh milicosh, a la cana, a losh bomberosh y a los boy scouts, porque eran todosh represhores, eh?”, se calentó Él.

“Ya empezamos otra vez a recriminarme todo lo que hago, como si fuera una nena”, comentó Élla con uno de sus ademanes despectivos.

“Mirá Krishtina: o me dásh bola en lash cosash que te marco o te vash a ir al tacho. Vosh jodé que Schioli eshtá midiendo mash que vosh hashiéndoshe el dolobu. ¡Ni poniéndole a Mariotto consheguishte shacártelo de enshima, goma!”, se enfureció Él, y continuó: “Un día de eshtosh hashta el caquero de Macri te va a pashar por arriba”.

La guerra de los Roses.

El tono de la conversación subía más y más de volumen. Yo me achicaba todo lo que podía detrás de la chimenea por miedo a que me vieran, con mi grabador en la mano.

“Mirá Néstor”, arrancó Ella con tono de Directora de Escuela y el índice de la mano derecha en ristre en su mejor estilo, “Ya va siendo hora de que dejes de meterte en cada uno de mis actos de gobierno como si fueras vos el Presidente, ¿No te diste cuenta todavía que estás finucho y que ahora la que soy Banca soy yo?”. ¡Para qué lo habrá dicho, y sobre todo en ese tonito sobrador tan característico en ella! Él hizo un ademán enérgico y preciso y Ella quedó suspendida en el aire del otro lado de la baranda de la terraza a sesenta metros de altura sobre la vereda.

Aterrada, inmóvil no intentó decir ni pío. De todos modos no hubiera podido. Él se acercó al borde, se echó la corona hacia el lado izquierdo y, en un tono muy quedo, pero crispado, le espetó: “Shi fuerash menosh tilinga, entenderíash vos sholita. Pero no. La sheñora quiere hasher lo que she le da la real gana. Y vive hashiendo cagadash”.

El pánico la invadió, mientras solo podía escuchar y por el rabillo del ojo espiar una habitación del piso inferior donde dos miembros gordos y entrados en años de la delegación comercial. todos desnudos corrían por la habitación a dos señoritas negras no muy serias y dotadas de exuberante belleza, mientras trataban de arrancarles la poca ropa que les quedaba. En esa fugaz mirada le pareció reconocer a un banquero y a un poderoso industrial de Buenos Aires.

“Te lo dije variash veshes y no me dash bola. Moreno eshtá mishíguene y te hace hasher cada vesh másh huevadash. ¿Qué lesh vash a vender a eshtos tiposh que she la shaben lunga y te la van a mandar a guardar? Shon negrosh, no marmotash. Eshtos venden petróleo, diamantes, eshclavosh, cualquier cosha y vosh creésh que lesh vash a vender ropa de La Shalada, coshechadorash que no funshionan, vinosh baratieri, ovejash clonadash, ordeñadorash contra losh shabañonesh. ¿De dónde shacaste tanta pelotudezh?”, graznó Él, mientras iba levantando el tono y mirándola con odio.

“El shopenco de Boudou eshtá hashta lash manosh. Te dije que no lo pushierash. Losh de La Cámpora eshtán medio deshbocadosh y Máximo she dedica a Racing. She van a acabar losh fondos del Central y shiguen gashtando a lo loco. Oyarbide anda de corso en corso con lash plumash y deshpuésh hashe lo que quiere. ¡Y la señora anda regalando mediash que dishen `Clarín miente´, hashiendo papelonesh! ¡Timerman no le sabe contestar a Lanatta! ¡Pareshe que te quieren cagar todosh!”.

La bronca le había echo acrecentar la aureola verde fosforescente. Con otro ademán dejó a Kristina tirada en la reposera, muerta de miedo. Mientras se levantaba en el aire y luego desaparecía como una cometa por el cielo nocturno aulló: “¡No te lo digo mash, o hasésh lo que te mando o te vash a arrepentir! ¡Y llamalo a Domingo Cavallo, que esh gomía, a ver qué hashés con el dolar y la inflashión!¡Mañana te voy a dejar un regalito para que veash que no hablo al pedo!”.

Kristina tardó un buen rato en recuperarse antes de poder meterse en la cama, tomarse tres Rohipnol y taparse hasta la cabeza. Yo bajé como pude desde ese incómodo lugar y huí empezando a pensar como volvía a Pinamar. Los comentarios de los diarios de la mañana decían que se había visto un cometa en el cielo y que había habido muchos suicidios en las tribus del interior. Desde el amanecer y hasta entrada la noche del día siguiente, ningún miembro de la delegación pudo abandonar sus habitaciones del hotel: una terrible diarrea los había afectado a todos. A Kristina también.

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