La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

El matadero, un siglo y medio después…

Por Irene Chikiar Bauer.

La literatura, lo mismo que la realidad del 2008 lo reflejan: decisiones políticas y desastres naturales coinciden generando desesperación en la población. El primer registro literario de la inflación en la Argentina, se lo debemos a Echeverría quien dice en El matadero que debido a la  falta de carne vacuna, “Las gallinas se pusieron a 6 $ y los huevos a 4 reales” Considerado el primer cuento argentino, El matadero comienza con ironía y cierta comicidad, de pronto da un giro dramático, para finalmente estallar en furiosa denuncia.

Vamos por partes: El autor sitúa temporalmente su relato “por los años de Cristo de 183…” y en cuaresma, época en la que escaseaba la carne en Buenos Aires no solo porque el gobierno, y los abastecedores “buenos federales y por lo mismo buenos católicos” se hacen eco de los preceptos de la iglesia; sino también porque durante quince días una terrible inundación impide la llegada del ganado.

Desde las primeras líneas el autor plantea con ironía la confrontación de dos sectores de la población: por una parte los federales, que responden al Restaurador y por otra los unitarios, cuyos pecados, se dice desde las fuentes oficiales: gobierno e iglesia, son los responsables por ese “amago de un nuevo diluvio”, que finalmente se va “poco a poco escurriendo” desinflamándose la situación.

De aquí en más persiste el conflicto. En resumidas cuentas el autor busca parangonar lo que sucede en el matadero, con las prácticas del gobierno rosista al que asocia con la tiranía, la brutalidad, la opresión y la matanza. El narrador, lo mismo que el joven unitario que aparece más tarde, son alter egos del autor, quien no se priva de pintar grotescamente a la pobre gente del matadero donde se “reunía todo lo horriblemente feo, inmundo y deforme de una pequeña clase proletaria peculiar del Río de la Plata”.

Si bien queda claro que la intención de Echeverría era dejar plasmada mediante alegorías, su concepción de la situación política y social  del país; la crudeza de la descripción y el sarcasmo, son reflejo de una división social que evidentemente no hemos superado.

El hambre es mala consejera, tanto para la “multitud de negras rebusconas de achuras, que como caranchos de presa, se desbandaron por la ciudad como otras tantas arpías pronto a devorar cuanto hallaran comible”, como para unos “gringos herejes” que se hartan con chorizos de Extremadura y mueren intoxicados.

Lejos de lo políticamente correcto, aunque no podemos pedirle a Echeverría que se haga eco de conceptos que nos son contemporáneos, su sarcasmo, basado en la insistencia descriptiva de los rasgos externos de los personajes: color de la piel, estatura y vestimenta, pueden alertar la sensibilidad del lector.

Es así como, cuando finalmente llegan al matadero unas cabezas de ganado, la enumeración de este tipo de caracteres insiste en marcar lo grotesco. El carnicero tiene el “rostro embadurnado de sangre”, lo rodean muchachos, “negras y mulatas achuradoras, cuya fealdad trasuntaba las arpías de las fábulas”, mientras que durante la carneada y la repartija se despliega, “el cinismo bestial que caracteriza a la chusma”.

Echeverría se encarga de subrayar que lo que acontecía en el matadero era un “Simulacro en pequeño (…) del modo bárbaro con que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y sociales”  El relato da lugar a un hecho aberrante; la multitud apenas repara en la muerte de un muchacho decapitado por un lazo de los que pretendían atrapar a un animal enfurecido que se había escapado de la matanza; la narración tampoco se detiene, sino que sigue al animal y a sus perseguidores, quienes finalmente agotados, logran capturarlo y faenarlo.

Tal vez, y este sería el punto débil según una lectura contemporánea, Echeverría no da una imagen acabada de las penurias de la gente del matadero. En tanto, insiste con que responden a una autoridad paternalista que incluye el culto a la heroína “la difunta esposa del Restaurador, patrona muy querida de los carniceros”; elude la cuestión de que se trata de víctimas de un sistema, antes de transformarse ellos mismos en victimarios.

De pronto la aparición de un distraído joven unitario a caballo, desencadena otro tipo de violencia. Los carniceros, liderados por Matasiete “un hombre de pocas palabras y mucha acción” lo atrapan mientras el narrador subraya que se trata de gente  acostumbrada a ir “¡Siempre en pandillas cayendo como buitres sobre víctima inerte!”

La obstinación de los federales y su brutalidad, contrasta con la noble  arrogancia del heroico joven que está de luto, no por la heroína muerta –les dice a los federales, sino: “por la patria que vosotros habéis asesinado, infames.”

Unos y otros se ven como enemigos, el autor fabrica el héroe que muere “de rabia” entre convulsiones, ante el estupor de los federales cuyo portavoz ensaya una explicación: “Pobre diablo, queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo serio”; pero unos y otros, héroe y anti-héroes, unitarios y federales, son presos y rehenes de un sistema perverso. Tal vez sea hora de pensar –que todos lo hagamos, no solo los intelectuales- como superar las antinomias: unitarios-federales; civilización o barbarie, peronistas-antiperonistas etc…

Es ineludible centrarnos en la resolución de las profundas desigualdades económicas, sociales y culturales que dividen a la población latinoamericana. Estas fueron y serán, el freno no solo al crecimiento sino un permanente estancamiento que impide dar por superada la lucha entre hermanos.

Fuente: El Arca Digital.

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