La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
Se veía venir… Por Jorge Carlos Brinsek. |
No había que ser un experto politicólogo, sino tener arriba de 50 años, para augurar lo que finalmente ocurrió este mediodía (15-12) cuando Hugo Moyano, de hecho y en los hechos, le advirtió a la presidenta Cristina Kirchner que su gobierno no es el mejor de la historia; que nada tiene que ver con la doctrina peronista, y que, particularmente él, no está dispuesto a ser “el bufón” que brinque como un mono saltimbanqui ante los caprichos y mandatos de la Casa Rosada.
Más claro echarle agua. Para el líder camionero, quienes hoy conforman el entorno de la señora Kirchner no son otra cosa que la versión rediviva de aquéllos Montoneros a los que Juan Perón echó de la Plaza de Mayo aquél Primero de Mayo de 1974 tras calificarlos de “estúpidos, imberbes y mercenarios”.
Ni hablar de “La Cámpora”, el apellido emblemático que Perón odiaba y despreciaba en los últimos días de su vida como a nada en el mundo, sin explicarse demasiado como ese limitado dentista de San Andrés de Giles, al que le había confiado su representación personal, se había alzado con la primera magistratura en las elecciones de 1973, donde todavía él estaba proscrito, y había abierto las puertas de las cárceles para liberar a miles de guerrilleros encarcelados por los militares, y que luego se le volverían en contra reclamando por los favores recibidos.
La analogía es inevitable. En aquél entonces, los Montoneros quisieron subir al poder y Perón los echó por la fuerza tras reivindicar el rol del peronismo tradicional, preponderantemente enmarcado en el sindicalismo ortodoxo, de derecha, cuyas raíces y génesis son las mismas que hoy reclama Moyano como única identidad válida en el movimiento creado en 1945 por el fallecido líder justicialista.
Hoy Montoneros, de la mano de “La Cámpora”, está en el Gobierno. Perón ya no existe, las fuerzas armadas no son factor de poder, y las banderas de la oposición –por obra, gracia, y culpa de la propia oposición- indudablemente han pasado a manos del sindicalismo encabezado por Moyano.
Por fortuna, y Dios quiera que no sea temporal, tampoco hay armas. Consecuentemente los cánticos de guerra de los 70: “Perón, Evita, la Patria Socialista” o “Perón Evita, la Patria Peronista”, que marcaban los agrios enfrentamientos verbales entre los dos bandos, antes de que las metralletas tuvieran la palabra, se dan excluyentemente por los discursos a través de la televisión o las páginas de los diarios.
Es curiosa la asimetría inversamente proporcional en función de la historia. Cuando Perón reasumió su tercera Presidencia tras forzar la renuncia de Cámpora, su principal enemigo era Oscar Bidegain, gobernador de la provincia de Buenos Aires y pieza fundamental de Montoneros. El vicegobernador, en cambio, era Victorio Calabró, un dirigente sindical de derecha, peronista hasta la médula. El cruento copamiento de la guarnición militar de Azul por fuerzas guerrilleras, en 1974, despertó la furia de Perón que acabó con Bidegain y entronizó a Calabró.
Casi cuadro décadas después, las piezas se invierten. Daniel Scioli representa todo lo que “La Cámpora” detesta, que, en cambio, quiere ver al vicegobernador Gabriel Mariotto en su reemplazo.
Nada más que ver los acontecimientos del lunes último en la legislatura bonaerense cuando, por impericia del propio Scioli, allegados a los seguidores de Mariotto abrieron las puertas para la irrupción de militantes de “la Cámpora” por un lado, y ordenaron a un pelotón de infantería de la policía bonaerense cortarles al paso a bastonazos delante de los fotógrafos. Ni Machiavello lo hubiera planificado mejor.
Es prematuro decir todavía lo que pasará. Además los tiempos son otros. Pero quienes hoy están en el poder deberían recordar un poco de la historia reciente de la Argentina, en especial en lo que hace al cambiante humor de la gente cuando los bolsillos vacíos dan cuenta de que la fiesta se termina y hay que pagar los platos rotos ajenos.