La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.

¿Quién mató a Candela?

Por Miguel Ángel Raviscioni.

 

En realidad, existen dos respuestas para este trascendente interrogante. Porque, mal que nos pese, tenemos ya respuestas, palmarias, contundentes, taxativas, desgarrantes, y con una brutal carga de negatividad. Veamos…

El ideario colectivo, conjeturando mil y una hipótesis, acompañado por el accionar de la prensa (que forma y deforma opiniones, jugando en el medio un papel detectivesco, casi me atrevería a decir hilarante, sin quitar por ello la carga de morbosidad/perversidad con la que, so pretexto de informar, se tiñe a las notas, con lo que hasta casi se quita entidad al brutal crimen de la pequeña), sostiene que por culpa del padre, de la madre, de la familia, del círculo de amistades, etc., etc., etc., la niña no pudo ser recuperada ilesa, sana y salva, y lo que es más grave aún, no solo lo sostiene en opinión, sino que lo enrostra descarnada y extemporáneamente.

El accionar policial, presentado siempre con cifras de participación estrafalarias, mil quinientos o dos mil efectivos, con el rotulo de mega operativos de búsqueda, rastrillajes, allanamientos incontables (validos -por orden judicial- o nulos -por anuencia de los vecinos-), todo minuciosamente grabado y filmado, desplazándose de un lugar a otro, sin demasiado criterio ni sentido, por lo menos a ojos vista, y guiado por el poder judicial del que es auxiliar, termina con fracasos rotundos, y afrentas intolerables (la niña estuvo secuestrada nueve días y luego de ultimada por poco no la dejan dentro de un patrullero); es cuestionado desde todas las ópticas y hasta se le endilga alguna colaboración/participación en el hecho ilícito que lo desencadena, sin la más mínima prueba de ello (ni falta que hace), y finalmente son algunos de sus integrantes, los que se ven obligados a dar la cara (asumiendo como propio el fracaso), sufriendo la agresión, los escupitajos y el escarnio público, por parte de la ciudadanía (mas que colmada en su paciencia, frente a un sistema que definitivamente no funciona), y los opinólogos convocados en tropel y a destajo a diferentes medios y programas.

La justicia, quiméricamente independiente, muestra a todas luces que no lo es, con una palmaria carencia de idoneidad para llevar a cabo la investigación que se corresponde con un hecho de tamaña envergadura, se deja llevar por el pandemónium desatado por los medios, las opiniones, los políticos, etc., camina errática detrás de soluciones mágicas, aciertos casuales y fantasmas presentados por propios y ajenos, bien y mal intencionados, con resultados parciales que son inmediatamente cuestionados.

El poder político, de inmediato se hace presente, ante eventos de tal naturaleza, para mostrar su sensibilidad, su acompañamiento al soberano, para dejar en claro que se ha puesto al frente del caso, aunque si explicitarlo, tácitamente, razón por la cual, el compromiso del poder judicial y su herramienta para la investigación, la institución policial, será definitivamente sin límites, y hasta casi garantiza que se alcanzarán los objetivos, aunque finalmente, ante el fracaso lo que otrora se hallaba colmado, ahora es espacio vacío.

Los medios, responsables del bien supremo de informar a la opinión pública, en lugar de hacerlo desde la distancia y la cuasi objetividad, comienzan, en pos del rating, a subjetivar superlativamente cada cobertura; a mostrar descarnadamente tanto detalles siniestros, cuanto imágenes morbosas, (que definitivamente lastiman las pupilas de actores y espectadores con obscenas primeras imágenes de manchas hemáticas, laceraciones, heridas mutilaciones, etc., y para este caso en particular, el tratamiento inhumano, indecente y atávico de los detalles íntimos de la sexualidad de la niña) engordando un amarillismo infamante, desvirtuando a mi criterio el objetivo primario, y contribuyendo definitivamente a la confusión que genera el dantesco espectáculo que reflejan y como corolario, y por si esto fuera poco, comienza el desfile de entendidos, seudo entendidos, testigos de vaya a saberse que, dando génesis a elucubraciones de todo tipo, hipótesis disparatadas y opiniones evaluativas del despliegue de actividades profesionales, surgidas básicamente de presunciones personales que no exhiben elemento de juicio alguno que les confiera cierto grado de asidero.

Ya a esta altura, se puede deducir que existe una serie de elementos de juicio que nos permiten efectuar algunas aseveraciones sin temor a equívocos y que son:

Nadie, a la luz de los acontecimientos puede dudar ya que, frente a eventos del calibre del aquí tratado, los ciudadanos comunes, los del llano, estamos total y absolutamente indefensos (aún más allá de las buenas voluntades de nuestros dirigentes, la afectación de medios y recursos humanos en cantidad (¿y calidad?) poco frecuentes), desprotegidos y librados a nuestra propia suerte.

Si ante un suceso de la connotación que registrara este caso, los resultados son los que están a la vista, ¿alguien acaso puede imaginarse lo que sucede con los delitos comunes/cotidianos, muchos de los cuales involucran vidas, y no por no tener la trascendencia de este resultan menos importantes?

Si casos de esta gravedad y connotación, demandan la observancia de un protocolo, entre cuyos postulados uno de los más relevantes es que no debe filtrarse información (para no afectar el curso y resultado de la investigación), ¿cómo es posible que aún casi o poco menos, que antes de declarar, la prensa cuente con copia de esas declaraciones, con elementos de juicio vinculados o no al caso, colectados durante una diligencia de allanamiento, o bien con información suficiente como para acompañar a quienes desplegaran alguna diligencia vinculada al caso sea cual fuere su tenor? ¿Resulta descabellado sospechar (sin descartar certeza), que para conseguirlo cuentan con complicidades de funcionarios que intervienen en la investigación, y que tales filtraciones redundan en los fracasos contundentes que generalmente le siguen? ¿No sería reprochable desde el punto de vista jurídico, en orden a delitos de acción pública, tanto a responsables de la investigación, sea cual fuere la institución a la que pertenezcan, cuanto a responsables de medios de información?

Finalmente la primera de las respuestas, extremadamente cruel es que, a ciencia cierta, aún no se sabe quien ultimó a la niña, ni por qué, interrogantes estos que, a la postre, deben ser dilucidados en el terreno judicial, porque en definitiva es de exclusiva responsabilidad del representante de la vindicta pública a quien interesan e involucran, (mas allá de los familiares de la niña).

Mientras que la segunda, a mi modesto criterio, la mas importantes, es que a la niña, como a tantas otras víctimas, la ultimamos todos nosotros, los ciudadanos comunes, merced a nuestra pasividad, a nuestra falta de compromiso, a nuestra falta de voluntad para participar, a nuestra desidia para exigir, a nuestra eterna tolerancia con dirigentes que tan solo exhiben una facundia tan inagotable como intolerable, a nuestra complicidad silenciosa (no después del suceso, sino antes) y a nuestra aceptación humillante de una creciente inseguridad que nos tiene postrados y a merced de la delincuencia.

Finalmente nos debe quedar muy en claro, que aún cuando los motivos de este caso, involucrasen un ajuste de cuenta, un secuestro extorsivo, una venganza o del accionar de un pedófilo, mal que nos pese, y por más esfuerzo que las autoridades realicen para no enmarcarlo en ello, no es nada más ni nada menos que otro caso común de la inseguridad nuestra de cada día, habida cuenta que seguridad es lo que no sucede y esto sucedió.

Fuente: El Informador Público.

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