La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas. |
“Toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno”. Por Eduardo Rodríguez Paz. |
“¿Será posible?¡Ando meada por un elefante!”, sentenció la Reina Kristina con su habitual decir canyengue propio de Tolosa City, su lugar negado en el mundo. Acababa de cortar la comunicación de su celular encriptado y hervía de bronca. “¡A ver, che, llamame urgente al comandante!”, le espetó a su secretario, que salió corriendo para la cabina del Tango 01 Presidencial que acababa de aterrizar en el Aeroparque de Buenos Aires.
“Comandante”, arrancó la Reina, “cargue combustible que despegamos de nuevo para Río Gallegos”. “¡A la orden, señora!”, contestó el hombre, acostumbrado a la obediencia militar y sabedor de que a Kristina era mejor ni preguntarle el porqué de sus órdenes.
Sucedía que Kristina estaba volviendo de Santa Cruz después de ir exclusivamente para visitarlo a su hijo Máximo que presentaba un estado gripal. Poco le había importado a la señora gastar ochenta mil dólares de los contribuyentes para ver al nene que estaba resfriado. Como comprobó que todo estaba controlado volvía a Buenos Aires porque quería tener una reunión solitaria de domingo a la noche con un señor casi desconocido por sus allegados que le hacía olvidar los pesares y los malos momentos diarios con veladas circunstanciales que la dejaban como nueva.
Pero ni bien aterrizó, recibió el llamado de Máximo que le había dicho que le dolía mucho una rodilla. “¡Andá al hospital!”, le había ordenado Ella. “¡Ni en pedo, vieja!”, contestó el querubín de treinta y seis años, “Con lo que los quieren a ustedes por acá si voy al hospital me hacen embutido. Vení a buscarme”. “¡Qué pedazo de cagón!”, pensó la Reina para sus adentros, pero le dijo: “Como no, mi amor, mamita te va buscar”, dicho ello sin pensar que iba a gastar nuevamente ochenta mil dólares del erario público para buscar al angelito. A renglón seguido hizo una muy corta comunicación telefónica: “¿Hola Papi? Se suspende todo. Lo dejamos para la semana que viene, tuve un imprevisto......, sí, sí, Papito, yo también. Un beso”, y colgó, con un mohín muy femenino y ligeramente tramposo.
La presencia indeseable.
Cuando el Tango 01 aterrizó en Río Gallegos, al costado de la pista, estaba una de las camionetas de la custodia presidencial con el Niño, su novia y tres gorilones de la custodia, que lo ayudaron a subir al avión.
El aparato no había detenido sus turbinas y nuevamente se encaminó hacia la cabecera de la pista para levantar vuelo rumbo al aeroparque de Buenos Aires, desde donde el helicóptero presidencial lo llevaría al Sanatorio Austral, el centro de mayor excelencia médica de la Argentina, bancado por las empresas de Gregorio Pérez Companc, en Pilar. La Reina debe haber dejado de lado sus aprietes contra parte del empresariado local y seguramente ordenó que la Afip dejara de molestar a Molinos Río de la Plata.
El vuelo era normal, sin turbulencias. Ella descansaba en su dormitorio, el Hijo Presidencial jugaba con una play station portátil que lo acompañaba siempre y su novia dormía placidamente en las comodísimas poltronas del jet de “todos y todas” los argentinos.
La Reina escuchó golpear la puerta y dijo: “Si, pase”, pensando en su nuera. Pero nadie le contestó. Nuevamente golpes: “Si, pase che, ¿están sordos?”, gritó. Nada. Silencio. En ese preciso instante, un resplandor verde fosforescente le hizo desviar la vista a una de las ventanillas. “¡Ay, puta madre, otra vez nooooo!”, gritó Ella enfurecida.
Pero, ...sí. Ahí estaba Él, sentado en el ala del avión, vestido todo de cuero, como un piloto de la Primera Guerra Mundial, fumando un habano, con su tridente y saludándola a Ella con una sonrisa de oreja a oreja mientras daba saltitos, muerto de frío. Finalmente atravesó la pared de la cabina y entró tiritando en la suite presidencial.
Arenga celoso punitiva.
“¡Qué lo parió Krish, qué freshquete que hashe ahí afuera! ¡Eshtoy acoshtumbrado al calorshito de Lushifer allá abajo! ¿Cómo andamosh little baby?”, arrancó Él tirado en la gran cama de la suite.
“¡Por favor Néstor, sacá los piés de la cama que estás todo embarrado y dejate de fumar ese toscano acá adentro! ¿Qué querés de nuevo, me podés explicar? ¿No tenés otra cosa que hacer que venir a joderme? ¿No ves que el nene está mal de la rodilla y lo llevo al Hospital?”, disimuló su disgusto Ella, mientras se tapaba con la sábana pudorosamente.
“Mirá Krish, tratame bien porque me eshtash eshtufando un poquito con tush malosh modalesh”, dijo Él dándole una profunda chupada al habano Romeo y Julieta Churchill y haciendo circulitos con las volutas de humo. “Un día de eshtosh te voy a dar una buena shorpresha para curarte eshosh malos modosh. Pero hoy vine por otra cosha”, dijo mientras se entretenía haciendo prender y apagar todas las luces de la cabina sin mover ni un músculo. “Eshtuve leyendo Clarín y La Nashión todos eshtosh díash y te voy a cantar unash cuantash coshitash en que la eshtash pifiando, Palomita”, continuó Él, mientras imitaba la voz de Kristina por el intercomunicador y se pedía un whisky doble con queso, aceitunas y maníes.
“¿Pero cómo, Néstor, leés los diarios de la oposición, los de la Patria neoliberal?”, preguntó Ella con angustia. “¿Y qué querésh que lea para shaber lo que pasha de verdad? ¿Página 12 o Tiempo Argentino? Ahí hablan boludeshesh losh nuestrosh y losh pibesh de la Cámpora”, dijo Él transformándose en un instante en Kristina y atendiendo a la azafata que le traía el pedido.
“Para empezhar te voy a deshir que a eshe gavilán que te arrashtra el ala, lo voy a hasher crepar. Para mí no hay teléfonos encriptaditosh de la SIDE, Palomita. Deshile al pibe que she cuide porque por ahí tiene un acshidente. Por otro lado vash a tener que dedicarte un poco mash a gobernar y dejarte de viajeshitos y discurshitos todosh los díash por cualquier boludesh. ¡Quiero mash acshión y menosh bla, bla, bla! Lash coshash she eshtán poniendo eshpeshash”, amenazó Él, sin que se le moviera un pelo.
Los puntos sobre las ies
“¡Mirá Néstor, me tenés harta con tus discursetes de directora de colegio. ¿Qué te pasa? ¿Te hiciste amigo de Scioli y de Moyano? ¿Te cae simpático Macri? ¿Lucifer te dio letra y te hiciste conservador? ¡Tené cuidado, a ver si te empieza a gustar la gorda Carrió, ja,ja,ja,ja!”, se mofó Ella con ese acento chabacano de sus orígenes.
Fue lo último que dijo durante un buen rato. Néstor levantó la mano con que sostenía el puro y, llenando la sábana de cenizas, hizo un ademán que la inmovilizó en un rictus extraño que le remarcaba su operación de tiroides.
“Ahora, Palomita, vash a eshcuchar todo calladita calladita, como debe sher. Vosh te olvidash muy a menudo que el que manda shoy yo aunque ande por ahí con losh muchachosh del averno. ¿Quién te ensheñó a inventar coshash, quién te dijo cómo macanearle a la gilada, quién te explicó que hay que inaugurar obrash que nunca vamosh a hasher, de quién aprendishte a prometer viviendash a millares para que she olviden de las macanash nuestras? ¿Quién, eh? ¿El pendejo Kishiloff? ¿O fue eshe gilito de barrio norte que pusiste de Vice? ¡Linda cagada que te mandashte! ¡Cada día la embarra mash eshe!, iba enumerando Él mientras pedía la botella de whisky entera por el intercomunicador. La azafata se fue totalmente confundida cuando le entregó la botella a la supuesta Presidente, se dio vuelta y sintió un pellizcón en la cola.
Entonado por el scotch, Él no se guardaba nada y Ella, paralizada y muda, no podía creer lo que escuchaba.
“Algunos detallesh mash, Palomita: No te quiero ver mash ashiéndote la gallinita u ordeñando vacash que no llevashte a Angola. ¿No vesh, cuadrada, que te cargan hashta los más taradosh de la oposhishión? Macri no te critica porque tiene buenosh modosh, pero losh demash, todosh. Vivísh dándole letra a Lanata, giluna. ¿Quién te ensheñó modalesh? ¿Moreno?”, aseveró mientras se paseaba por la suite dando golpecitos con el tridente en el piso que producían chispas y quemaduras en la alfombra.
Antes del aterrizaje
Estaban sobrevolando Pinamar y Néstor miró por una ventanilla: “El que va a eshtar hashta lash manos esh Shioli shi lo shigue bancando al Intendente eshe de ahí abajo. ¡Flor de quilombete. Lo vi el otro día en CQC! ¡Qué gente deshprolija! En fin, no aprenden de uno”.
Por fin, Néstor corrió una silla hasta quedar sentado frente a frente con Ella y, luego de tomarse de un sorbo dos whiskys más y comerse todos los maníes (cuyas cáscaras tiró prolijamente sobre la cama), embistió de nuevo: “Te digo shuaveshito nomásh, para que entiendash, ¡eshtash hashiendo fuera del tarro! ¡Eshtoy harto! ¿Vosh te creésh que porque eshtoy finucho no shé todo de todosh ladosh? ¡Yo shoy toro en mi rodeo y torazho en rodeo ajeno! ¿Quién te aconseja con lo del dólar, Drácula? ¿Qué esperash para darle shu ruta a Timerman que vive hashiéndote hasher cagadash? ¿Porqué no le hashésh másh casho a Alberto Fernándezh? Y a Aníbal: cada día hashe mash burradash, ¡dale el piróshcafo a Quilmesh! ¡Me lo eshtash arrinconando al negro Moyano! ¡Mirá que te va a hasher una alianzha con Shioli y Macri, te va a llenar el paísh con losh camiones! Y no jodásh másh con losh ingleses, te querésh llevar el mundo por delante, ¿quién te asheshora a vosh, Shushana Giménezh?”.
El avión estaba realizando las maniobras de aproximación al aeroparque, el helicóptero ya estaba en la zona militar, en el Hospital Austral todo estaba listo para atender al Hijo Presidencial. Sobre Buenos Aires había nubes grises y hacía bastante frío.
Hasta la próxima.
“Baby, te avisho: ¡Bashta de cortarte shola! ¡O me hashés casho o te voy a tener que aplicar un correctivo! ¡...Y no te va a gushtar! ¡...Y deshile también a Máximo que afloje con la play station, que ya eshtá bashtante huevón para sheguir con lash pendejadash! ¡Chauuuuuuuuuuu!”, dicho lo cual se desvaneció en el aire. Ella recupero el habla y los movimientos. Lo primero que pudo decir fue, “¡Mierda, mierda, mierdaaaaaaa! ¡Vive en el infierno y ahora se hace el santurrón! ¡A ver si todavía me pide que pesifique de verdad los dólares!”.
Nadie de la custodia presidencial, ni la gente de operaciones, supo nunca quien era aquel individuo que salió antes que nadie del avión, al que no pudieron acercarse sin quedar paralizados, que olía a cigarro, whisky y azufre y que se fue caminando solo, cruzo la Avenida Costanera y empezó a caminar sobre el Río de la Plata para el lado de Uruguay.
Ella no se enteró hasta muchos días después, pero cuando entró al Austral con el Niño Presidencial, por otra puerta entró una camilla que venía en una ambulancia con un masculino, pintón él, de unos cincuenta años, que había sido atropellado por un camión cargado de arena en Puerto Madero, mientras cruzaba la calle mirando su celular en el cual quedó registrada una llamada encriptada de uno de los teléfonos de la Presidencia. El diagnóstico del pobre cristiano fue, sesenta huesos rotos, contusiones en el noventa por ciento del cuerpo y pronóstico de yeso del total del cuerpo por seis meses.